Ecofeminismo
Turistificación en clave ecofeminista

Con la llegada de los calores, a la mayoría nos entran ganas de “salir de casa”. ¿Cómo afecta el turismo capitalista al imaginario de las vacaciones?¿Y a los territorios?
Playa atestada
Foto de oc_ian_


Co-coordinadora del Área de Ecofeminismos de Ecologistas en Acción
13 jun 2025 07:41

Con la llegada del buen tiempo -o al menos las temperaturas más cálidas y agradables- a la mayoría de personas nos entran las ganas de “salir de casa”. A veces bajo la excusa de querer conocer nuevos lugares, gentes y culturas. Otras solo responden al impulso por incorporar algún incentivo placentero gracias al cual satisfacer una pseudonecesidad en nuestras rutina marcada por la vorágine de ritmos frenéticos y cansancio cronificado.

Nuestra sociedad ha establecido formas de vida de las cuales necesitamos escapar y desconectar de vez en cuando para no sumirnos en una desesperanza vital normalizada. Debido a ello, queremos vivir experiencias que nos permitan un instante de aliento y nos recuerden que nuestras vidas cobran sentido más allá del trabajo –tanto el remunerado como el no remunerado, pero esencial para la reproducción social- y las cargas que ello conlleva.

Pero la experiencia de escape no siempre está al alcance de todas o no de la misma manera. Llega el periodo estival y a la pregunta de ¿cuándo coges las vacaciones?, le sigue la de ¿y dónde vas a ir? Se genera de esta forma una especie de obligación social que te lleva a tener que invertir tu tiempo de descanso en una experiencia que fluctúe entre el relax, el disfrute máximo y el aprovechamiento infinito del tiempo. Pero ¿qué ocurre con aquellas personas que no tienen el privilegio de dedicar sus periodos de reposo a salir a otros lugares? ¿qué pasa incluso con aquellas que, como muchas empleadas del hogar, en ocasiones no cuentan ni con ese tiempo para parar y descansar? Responder a estas preguntas excedería el objetivo del artículo pero no podemos obviarlas ante un debate sobre el modelo de turismo que queremos (si es que queremos alguno).

Espacios ¿para habitar o para disfrutar?

Las formas de viajar son diversas, incluyendo diferencias en destinos, distancias o duración. Muchas personas eligen lugares exóticos (por lo diferentes a sus entornos cotidianos), fuera de los ruidos de las urbes, que permitan una “mayor conexión con la naturaleza”. Ello provoca en algunos casos el deterioro y destrozo de espacios de especial interés medioambiental, generando cambios irrevocables en zonas de alto valor ecosistémico.

Otras prefieren las ciudades por su versatilidad y amplia oferta social y cultural. Ya sea por sus playas con encanto o sus centros históricos, la gran mayoría ofrecen oportunidades de descanso o disfrute para todos los públicos. O así rezan las páginas web de muchas de ellas.

Pero esta dinámica, mantenida en el tiempo y asumida por las masas, trae consigo consecuencias que afectan de lleno a las vecinas y vecinos locales. Se trata de un patrón de movilidad ciudadana que acapara espacios físicos y simbólicos, los cuales pasan a estar a la merced del mercado, afectando al sentimiento de pertenencia y a la generación de cultura comunitaria. En muchas ocasiones, este fenómeno expulsa literalmente a las personas de sus barrios por la subida de precios de los inmuebles y por el proceso de gentrificación que lleva aparejado.

Desde estas lógicas puede comparase este modelo turístico con procesos de colonización de los territorios donde se desarrollan las vidas de manera orgánica. En este sentido se producen desplazamientos en búsqueda de opciones habitacionales accesibles, afectando a vínculos cotidianos y destruyendo así las redes vecinales existentes en los territorios próximos. Vínculos que en muchos casos son vitales para el ejercicio del cuidado personal y comunitario.

Porque resulta que no hablamos de escenarios vacíos, sino de espacios donde hay miles de habitantes de “larga estancia” que viven en sus hogares, compran en las tiendas del barrio -a veces incluso trabajan en ellas- y pasean por sus plazas, calles y avenidas.

Ocurre además que, si integramos una perspectiva de género en la ecuación, vemos cómo muchos de esos espacios comunes están ocupados y transitados por mujeres, a pie o en transporte público. Porque son ellas quienes, atendiendo a los roles de género, ocupan mayoritariamente el espacio público en el desempeño de las tareas de cuidado y reproducción social. En muchos casos son las mujeres quienes llevan a las criaturas a los colegios, a las personas ancianas a los centros de salud o asistencia sanitaria, o quienes se encargan de la compra semanal para alimentar a la familia.

Por eso debemos comprender que los procesos de turistificación, si bien afectan a la población en general, perjudican de manera significativa al día a día de las mujeres en particular.

Monstruo turístico

Como hemos comentado anteriormente, este modelo turístico conlleva consigo grandes consecuencias a nivel tanto social como ecológico. Por un lado, son ampliamente conocidos los efectos devastadores de la transformación de pisos residenciales a turísticos, debido a los cuales el acceso a la vivienda digna pasa a ser un privilegio y no un derecho. En ámbitos tanto urbanos como rurales vemos también cómo los servicios sociosanitarios se saturan y la calidad en la atención ofrecida a la ciudadanía se ve mermada. Todo ello también ocasiona un aumento de los residuos y hace necesaria una gestión más efectiva, que no siempre se da, y aumenta a su vez la contaminación del aire y tierras fértiles. Por otro lado, la construcción de infraestructuras para dar servicios turísticos- como pueden ser los accesos o la toma de agua y electricidad en zonas residenciales turísticas, más propias de un parque de atracciones que de un espacio de desarrollo de la vida -, las cuales son utilizadas apenas unos meses al año, demandan gran cantidad de materiales y recursos ecosistémicos.

Desde ese complejo fenómeno presenciamos una forma de “ser turista” que dista mucho del acercamiento genuino con intención de querer conocer otros entornos y formas de vida del que hablábamos al inicio. Asistimos perplejas ante verdaderas manadas de turistas que llegan a comportarse como depredadores del territorio. En Cantabria utilizamos un calificativo para esas personas: papardos. Este apelativo hace referencia a un pez estacional que devora cuanto puede y luego desaparece. Eso sentimos cuando en periodos estivales se acercan miles de personas a las playas de nuestro litoral.

No podemos generalizar comportamientos pero intuimos que el turismo actual está lejos de fomentar un vínculo de convivencia con las personas que residen en esos lugres. En las urbes algunas conductas van asociadas a una “mala borrachera” o a gritos de euforia exacerbada, que derivan con más frecuencia de la deseada en ruidos molestos o incluso en pelas a altas horas de la madrugada.

Estas situaciones escandalosas, presentes tanto de día como de noche y que se mantienen constantes en el tiempo, provocan altas dosis de inseguridad en las personas que simplemente transitan por la zona o quieren atravesar su portal y llegar a casa.

Antes estas situaciones no podemos pasar por alto la vulnerabilidad añadida a la que estamos expuestas por ser mujeres. Un reciente informe de Emakunde nos recuerda que “en el lado más extremo de la desigualdad de género nos encontramos con diferentes manifestaciones de violencias machistas contra las mujeres, con especial incidencia en el ámbito turístico de la violencia sexual en espacios festivos y de ocio”. Ante estas situaciones algunas compañeras reconocen estar viviendo y “pasando por el cuerpo” todas estas consecuencias.

Es conocida también la precarización del sector servicios, el cual cuenta con una alta demanda en espacios turísticos y está ampliamente feminizado. Los derechos laborales se encuentran en entredicho, con condiciones que rozan la ilegalidad. Especial atención debemos poner en las mujeres migrantes en situación irregular pues son ellas quienes, en muchos casos, optan como única alternativa a “Contratos en B” en algunos de estos negocios para poder subsistir. Ciertos empleadores del sector de la restauración se aprovechan de estas circunstancias para cubrir picos de trabajo temporal.

Otro aspecto importante hace alusión a cómo influyen estos cambios sociales en los vínculos relacionales entre vecinas y vecinos. Nos sabemos interdependientes y la pérdida de lazos próximos de calidad, al no poder contar con personas de referencia en la red más cercana- pues se han visto obligadas a alejarse hacia las periferias-, ocasiona efectos negativos a nivel psicosocial. Pueden llegar a manifestarse síntomas correlacionados con cuadros de ansiedad y extenuación mental, fruto de la privación de descanso, de la soledad no deseada y la carencia de herramientas comunitarias para afrontar situaciones de estrés ambiental.

Este modelo turístico genera desconcierto ante una situación desconocida y que coloca en una posición de vulnerabilidad a las personas que lo sufren frente a los intereses de grandes inversores “anónimos”.

Además, para la población en general es difícil acceder y comprender la información referente a posibles planes de urbanización o la legislación al respecto e incluso sobre los derechos y deberes de la ciudadanía ante estas situaciones. A ello se añade que las gestiones burocráticas son tan tediosas y alejadas de la realidad que llegan a provocar procesos de desesperanza y despersonalización.

Por todo ello algunos testimonios nos hablan de “destrucción personal, pues esta situación continuada va consumiendo tu esencia”. El monstruo turístico rompe toda forma de vida, poniendo a las personas que se sienten afectadas en modo de supervivencia.

Respuestas colectivas

Como en todo proceso social emancipador, las acciones deben articularse con contundencia desde la colectividad. En esta lucha contra una forma de turismo basado en un modelo económico y social capitalista, debemos poner en valor los aprendizajes colectivos situados y de ayuda comunitaria. Ello nos permitirá elaborar y llevar a cabo otras formas de organización social, superando las ya caducas propuestas basadas en el consumo y de la satisfacción inmediata. Y para ello necesitamos soluciones sociales y legales, con perspectiva ecofeminista, que devuelvan las vidas al centro.

Quizás debamos darnos tiempo y permiso también para reflexión sobre qué clase de turismo queremos. Y siendo valientes, plantearnos incluso si queremos continuar manteniendo cualquier forma de turismo. No se nos escapa que a todas nos gusta, en mayor o menos medida, realizar esa escapadita o conocer ese país que tanto interés nos suscita. Opciones que, por otro lado, no pueden plantearse muchas personas pues, más que pensar en su periodo vacacional, están ocupados y preocupados en la búsqueda de trabajos -muchos de ellos precarios- o en la forma de llegar a fin de mes.

Se me ocurre que, si habitásemos entornos más amables, menos estresantes, llenos de relaciones próximas de calidad, igual no sentiríamos la “necesidad de escapar” por unos días de nuestras vidas.

NOTA: este texto se basa en algunos de los testimonios extraídos de la charla inaugural en la XXVI Asamblea de Ecologistas en Acción en Alicante, 2024: “Turistificación, urbanismo y límites“, en la cual participaron, entre otras Elena Lara y Marina Martín  de la Plataforma ciudadana ‘Alicante, dónde vas’.

Archivado en: Turismo Ecofeminismo
Sobre este blog
Saltamontes es un espacio ecofeminista para la difusión y el diálogo en torno al buen vivir. Que vivamos bien todas y todos y en cualquier lugar del mundo, se entiende. También es un espacio para reflexionar acerca de la naturaleza, sus límites y el modo en que nos relacionamos con nuestro entorno. Aquí encontrarás textos sobre economía, extractivismo, consumo, ciencia y hasta cine. Artículos sobre lugares desde donde se fortalece cada día el capitalismo, que son muchos, y sobre lugares desde donde se construyen alternativas, que cada vez son más. Queremos dialogar desde el ecofeminismo, porque pensamos que es necesario anteponer el cuidado de lo vivo a la lógica ecocida que nos coloniza cada día.
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