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Vivir en Sevilla es, a menudo, vivir a la sombra de la Expo ’92. Para la generación coetánea, fueron… “años mejores”. España estaba en la cresta de la ola, en una aparente fiesta interminable. Se vivían a la vez la Expo y las Olimpiadas de Barcelona. Fueron seis meses de celebración de un crecimiento exponencial, del que la clase política de ahora y entonces aún se jacta. La demostración de la modernidad del país ante el mundo occidental, que nos miraba con la aprobación de un padre. No obstante, para celebrar una fiesta, no basta con tener algo que celebrar; además, antes de ser anfitrión, hay que limpiar la casa para los huéspedes.
Varios grupos de la policía fueron despachados entonces con la misión de llevar a cabo una redada que dejase limpia la ciudad. Según Rosa María López, antigua periodista de Diario 16, el grupo 10 fue tanto el más efectivo como el más corrupto, famoso por sus redadas masivas e indiscriminadas. Cientos, quizás miles de “yonquis“ y personas sin hogar, lanzadas al calabozo sin que se les explicase si quiera el motivo de su arresto. “Quizás” es una palabra cargada de significado en este contexto. Quizás fueron miles, quizás cientos, porque de estas detenciones ya no queda registro ni tampoco demasiado interés.
La mayor parte de los medios trató las manifestaciones críticas con la Expo con desprecio
Pero, aunque parezca mentira, la Expo ’92 también sufrió duras críticas por aquel entonces. Críticas por la celebración del genocidio indígena del “descubrimiento de América” y el falso “desarrollo” promovido por Occidente en los países del hemisferio sur para obtener sus ansiadas materias primas. La mayor parte de los medios consideró estas manifestaciones marginales y tendió a tratarlas con desprecio. La tensa situación explotó cuando miembros de Desenmascaremos el 92 y otras organizaciones contrarias al V Centenario se reunieron en una manifestación pacífica, pero no autorizada, que sumaba quinientos participantes. Parten desde la Alameda de Hércules y, cruzando San Marcos, topan con la policía. Los agentes efectúan no menos de quince disparos, algunos al aire, otros contra los manifestantes. El plomo de los policías deja tres heridos graves: Belén, Beatriz y Ulises, que estuvo en coma varias semanas. El altercado, además, acaba con 84 detenidos y 42 expulsados del país por aplicación de la Ley de Extranjería. El País tituló este altercado “Varios heridos al dispersar la policía una manifestación de punkis en Sevilla”.
Rosa María López, por aquel entonces, aún trabajaba para Diario 16. Fue ella la que destapó los abusos y la corrupción de la policía. Su vida, a partir de un caso concreto de corrupción, pasó a convertirse en un infierno demasiado brutal y extenso como para hacerle justicia en este reportaje. Basta con recordar el secuestro de su hijo Antonio, a manos de agentes de la Guardia Civil. Según declaraciones a El Mundo, dos días después de su desaparición, Antonio aparece desnudo en Lora del Río, habiendo pasado por un amago de ejecución por tiro a la cabeza y con una frase de parte de los guardias civiles que le secuestraron grabada a fuego en su mente: “dile a tu madre que cierre la boquita”.
Sin embargo, de la Expo solo queda la nostalgia de los que trabajaron en ella. Su parte más oscura parece querer dejarse atrás. Domingo Delgado Pino formó parte del mencionado grupo 10 de la policía y terminó siendo alcalde de Burguillos por el PP. En declaraciones a El País afirmó que en el grupo 10 dejó “los mejores años de su vida”. Es raro que un sevillano no tenga familiares que hayan trabajado en la Expo y hablen con nostalgia de esta. Parece que ni el miedo de los arrestados, ni la indignación de los manifestantes, ni el dedo acusador que se cernía sobre el grupo 10 han sobrevivido al asesino que es el tiempo. Rara vez algo le sobrevive. Las instalaciones de la Expo, por supuesto, no han sido una excepción.
El antiguo río es hoy una frontera entre lo que se quiere preservar de la Expo y lo que se prefiere olvidar
Sesenta y siete pabellones han sido derribados y en el territorio de la antigua Expo se produjo, en los años siguientes, una combinación de desuso y deterioro que trajo el abandono. Esto deja cincuenta y dos pabellones que se conservan, la mayoría hoy en manos de empresas privadas. Esta mayoría ha sido la afortunada, estando en condiciones relativamente decentes. También, a un lado de la Cartuja, en el limbo entre el abandono total y las obras, el Pabellón del Futuro aún está en pie. Por el centro, en el 92, corría un río artificial por el que uno podía dar un paseo en canoa. Hoy es una frontera delimitada por farolas cuyas bombillas dejaron hace años de dar luz. Una frontera entre lo que se quiere preservar de la Expo y lo que se prefiere olvidar.
Los olvidados
El exterior del Pabellón del Futuro se empezó a renovar este año. Algo más de dos millones de euros están siendo invertidos en la conservación y restauración de la fachada exterior del edificio. Al otro lado de la orilla de un Rubicón de hierbajos varios, en los huecos donde antes moraba el cobre de las instalaciones eléctricas, viven personas. Seis de ellas, seis hombres que hablan una mezcla de francés y árabe están sentados en círculo en unas sillitas de plástico, fumando tabaco y charlando. Al acercarme, me dicen que están contentos de participar en el reportaje, pero piden, por favor, que no aparezcan sus caras. Tienen miedo de que la policía lea la prensa y venga a echarles de donde llevan viviendo ya alrededor de seis meses. En frente del grupito que responde con interés a las preguntas, a pesar de la barrera del idioma, dos millones de euros están siendo invertidos en la fachada de un edificio vacío, al otro lado de un rio seco y lleno de matojos.
La mayoría de los políticos suele hablar de la Expo del 92 con la reverencia reservada a momentos míticos, cuyo beneficioso impacto puede sentirse aún hoy en día. Sin embargo, la Expo del 92 vino en el momento cumbre de la mentalidad del “Pelotazo”. Antonio Muñoz Molina en Todo lo que era sólido habla de cómo los ayuntamientos se convirtieron en fosos de corrupción y negocios sucios. Se invirtieron en total alrededor de unos 4.000 millones de euros. Sin embargo, si se toma el número anterior de pabellones, que no incluye los de las organizaciones internacionales ni las empresas propias de la Expo, un breve cálculo aritmético nos revela que el 60% de los pabellones ya no existen. Del transporte público, solo ha quedado el metro. Del monorraíl y del teleférico solo quedan plataformas abandonadas, esperando en vano la llegada de nuevos pasajeros. De ese total de 4.000 millones, algunos miles de millones duraron seis meses, otros sobrevivieron algo más, relegados al abandono antes de ser destruidos. Era un urbanismo de pegar “Pelotazos” sin importar por encima de qué o quién haya que pasar y sin importar la resaca cuando acabe el fiestón.
Sin embargo, el espacio existe para utilizarse y si algo queda de la Expo es espacio vacío. Si uno entra en el Pabellón del Futuro cuando el sol comienza a esconderse, comprobará que el lugar está lejos de ser inactivo. Ya nos hemos referido a esos seis hombres que habitan donde vivía el cobre. Pasando su hogar, cien o doscientos metros más adelante, hay un pequeño proyecto aún a medio hacer: un parque de skate DIY (del inglés do it yourself, hazlo tú mismo). Parece que, al margen del Ayuntamiento, de una forma u otra la orilla abandonada sigue adelante, cobijando a los olvidados de la sociedad.
DIY
Son las ocho de la tarde y el silencio que reina en el Pabellón del Futuro se rompe por la música de un pequeño altavoz y el crujido de un skate contra el cemento. Cuatro hombres están sentados en las escaleras. Uno más permanece de pie, fumando. El sexto es el origen de uno de los dos sonidos. Salta con su skate hacia uno de los peldaños inferiores, pero sea cual sea la pirueta que intenta, fracasa. Se lo toma con la tranquilidad que da la experiencia. En frente de estos seis jóvenes, pasando las escaleras, se encuentra su proyecto: dos rampas de skate, hechas de cemento y ladrillo, de evidente calidad. A su derecha, en un árbol, cuelga una imagen de Nuestra Señora De La Granada. Una invitación a una procesión el quince de agosto. La imagen data de 2015.
Carlos es uno de los cuatro hombres sentados. Explica que lleva viniendo aquí muchos años, pero siempre después de la Expo. “No llegué a verla. Solo tengo 30 años”, explica, riendo. Esto significa que todo el tiempo que ha visitado el Pabellón ha sido tras su abandono. Cuenta también que el productor de Alex de la Iglesia ha pasado por allí para preguntarles si podían grabar para su próxima película: “Le dijimos que sí, pero que tampoco íbamos a irnos. No vamos a molestar, pero el sitio es tan suyo como nuestro. No nos ha puesto pegas.” La velocidad con la que cuenta la anécdota y la sorpresa en su voz denota que está extrañamente orgulloso de haber sido contactado por el productor. El orgullo de poder contar una historia a alguien “importante” que demuestra interés.
Al margen del Ayuntamiento, la orilla abandonada sigue adelante, cobijando a los olvidados de la sociedad
Es él quien cuenta el tiempo que llevan viviendo aquí los hombres que habitan donde estuvo el cobre: “Llevan aquí seis meses, viven en el sitio ese de la electricidad. He visto a mucha gente pasar por aquí, ¿sabes?” No llega a contar historias sobre los otros que pasaron por el Pabellón del Futuro, porque cae en la misma preocupación que los anteriores seis hombres: que el reportaje traiga consigo la atención de la policía: “Si vas a poner un nombre en el reportaje pon el mío. Total, tenemos una cuenta de Instagram y todo. Pero si haces fotos, que no se vean mucho las caras. Si nos echan de aquí, que sea porque nos pillen.”
La escasa luz imposibilitó realizar buenas fotos al grupito, que pedía una haciendo un ollie en la rampa. Carlos, por su parte, no contestó a las preguntas que le hicimos por Instagram. Quizás el riesgo de ser expulsado del pabellón era mayor que el beneficio que podría obtener hablando con los medios. El caso de Carlos y su grupo, emprendedores DIY, y el de los seis hombres, son diferentes, pero igualmente el Pabellón, la Expo, se impone como fondo en sus historias. Como los restos de un imperio desaparecido, sus ruinas cobijan a los descendientes, hijos de padres y madres de tiempos mejores, así como a viajeros de tierras lejanas, que buscan una vida mejor, atraídos por historias de bonanza que han oído en su tierra. Ambos grupos pasan ahora el rato a la sombra de un Partenón a medio renovar. El féretro de un recuerdo.
Féretro de un recuerdo
Judge Holden, personaje de la novela Meridiano de Sangre, de Cormac McCarthy, contó una vez, alrededor del fuego, la fábula de un viajero honorable asesinado por el hombre al que intento enseñar algo de ética. Se centraba, más adelante, en el hijo del viajero, cuya honradez se había vuelto leyenda y sus huesos parte de la tierra. Su conclusión era que el hijo “está roto frente a un Dios congelado y nunca encontrará su camino”. Holden creía que la muerte del padre lo había convertido en un ídolo inigualable, inhumano y perfecto. Su hijo, al no tener un ejemplo humano e imperfecto que seguir, acaba convirtiéndose, según la fábula contada por el monstruo, en un asesino. El mito de la Expo ’92, es el Dios congelado de Sevilla. Los problemas, la suciedad y la corrupción se han escondido, lavado y reempaquetado en un momento idílico, antes de que todo fuese a peor. Ahora una generación entera ha crecido a la sombra de un momento imposiblemente perfecto, un menhir que marca la tumba del “Pelotazo”, de la “Marca España”.
La Expo no fue un momento perfecto e idílico. Se ha convertido en un Dios congelado a base de propaganda y humo. Fue una inversión de capital con el fin de atraer la atención internacional. Estuvo plagada de corrupción y de arrestos en masa además de controversias acerca del aniversario que celebraba. Además, cuando terminó, la enorme cantidad de dinero invertido solo se recuperó parcialmente. Una parte de su legado arquitectónico se pudre aún hoy en día o fue destruido para que no estorbase. Solo ahora comienza a haber esfuerzos para recuperar ese espacio y aun así irá seguramente en detrimento de personas que fueron vistas (y siguen siéndolo) como un sacrificio necesario. ¿Qué será de los seis hombres que viven en las instalaciones eléctricas del Pabellón? ¿Serán tratados con humanidad cuando se les recoloque? ¿Tendrán un sitio donde vivir? ¿O se hará lo que se hizo en su momento, volver a expulsarlos con violencia, a arrestarlos sin motivo?
Una generación ha crecido a la sombra de un momento imposiblemente perfecto, un menhir que marca la tumba de la “Marca España”
Doce hombres hacen vida en el Pabellón del Futuro. La mitad vive allí, en frente de una monumental inversión de dinero que, aparentemente, se ha olvidado de ellos. La otra mitad hace lo que puede para dar uso a un espacio que las autoridades han considerado que no merece ni uso ni recuerdo. Las historias de estos doce hombres ponen en contexto la hipocresía de lo que significa la Expo a día de hoy. El impulso económico fue para algunos… y en otra época. Pero no solo son estos hombres, en Sevilla se calcula que hay al menos mil personas sin hogar, según datos de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía. El número es aproximado, debido a las dificultades para asegurar una cifra concreta en este tipo de censos. Sin ningún tipo de techo bajo el que refugiarse o cama sobre la que descansar. Desde luego, el 92 trajo consigo infraestructura crucial sin la que Sevilla no sería lo que es ahora. Pero lo que es ahora, para al menos mil personas, incluyendo los habitantes del Pabellón, no es suficiente.
Haciendo rampas
No hay dinero que ganar en dar cobijo a los seis hombres del pabellón. La inversión que se hará en la orilla de en frente tampoco es para Carlos o sus amigos. La Expo no estuvo y no se busca que esté al servicio de gente como ellos. Están en medio de la trayectoria planeada de las vías del ferrocarril. Son, en definitiva, un estorbo. Igual que lo fueron los “indeseables” que persiguió el grupo 10, igual que lo fue Desenmascaremos el ’92. Los seis hombres que viven allí no están incluidos en el futuro que se proyecta ahora para el Pabellón. Tampoco lo estaban aquellos con problemas de drogadicción que “afeaban” la ciudad o con ideales políticos incómodos. Este fue el modelo “Pelotazo”. Monumentos megalíticos que llamen un rato la atención de Occidente, para acabar abandonados o derruidos a los seis meses, dejando miles de arrestados, una sociedad aún más tensionada y a unos pocos con más dinero en el bolsillo.
Carlos y sus amigos, mientras tanto, continúan, ladrillo a ladrillo, montando una rampa. Primero colocan un ladrillo, luego la mezcla, después otro ladrillo, hasta que tienen una pared y, a partir de esa pared, construyen la rampa alisando el cemento. Es un trabajo tedioso, a menudo realizado bajo el sol. Los seis hombres, algo más atrás, continúan con su quedada, aprovechando la sombra que les ofrece el edificio de la instalación eléctrica. Carlos habló con cariño de ellos, como si fuesen sus vecinos, algo cierto en el sentido más amplio de la palabra. ¿Qué hará el ayuntamiento de Sevilla con ellos? ¿Volverá a expulsar a los indeseables de la Expo?
Mientras la respuesta a esa pregunta sea “Sí”, el Pabellón del Futuro, así como el futuro de la ciudad, continuará como ha estado ya más de 30 años: en descomposición. Ninguna inversión ni renovación servirá para mejorarlo mientras en el plan se contemple a ciertos grupos de personas, los más desfavorecidos, los más incómodos, como sacrificios necesarios para el progreso. Siempre que se anteponga el beneficio monetario de unos pocos al beneficio social de la mayoría, hombres que vinieron a este país buscando una oportunidad continuarán viviendo en los recovecos de un sueño hipócrita. Siempre que las autoridades vean a seis hombres haciendo una obra en una orilla abandonada como parásitos, seis jóvenes haciendo uso de instalaciones públicas muertas, estos temerán aparecer en un reportaje por miedo. Siempre que el discurso público permanezca estancado en la nostalgia, en la adoración de un pasado que no fue tan perfecto, el hijo permanecerá roto frente a un Dios congelado y nunca encontrará su camino.
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