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Nación favorecida: anatomía del vínculo anglo-estadounidense

El lento crecimiento económico de la economía británica registrado desde 2008 contrasta con el vertiginoso aumento de los beneficios obtenidos en el país por las empresas tecnológicas estadounidenses.
Anthony Albanese, Joe Biden y Rishi Sunak
Albanese, primer ministro de Australia, junto a Biden (EE UU) y Sunak (Reino Unido).
28 may 2024 05:45

Gran Bretaña acude a las urnas el 4 de julio, pero un tema que no está en boca de ningún político es el de las relaciones del país con el país de la libertad. Vassal State: How America Runs Britain (2024), de Angus Hanton, es el último libro que rompe este tabú de Westminster, haciendo por los estudios empresariales y económicos lo que el libro de Tom Stevenson Someone Else's Empire hizo recientemente respecto a los asuntos exteriores. El libro es un aluvión estadístico que documenta la altísima proporción de activos corporativos británicos propiedad de multinacionales, sociedades de capital riesgo y grandes tecnológicas estadounidenses. Tal vez los parlamentarios que fulminan con sus diatribas a las empresas chinas —TikTok o Huawei— estén ladrando al perro equivocado. Hanton considera por qué Gran Bretaña se ha convertido en objeto de interés por el capital estadounidense e insta a tomar medidas para hacer frente a la «abyecta» dependencia económica del país.

De acuerdo con las cifras ofrecidas por Hanton, el Reino Unido absorbe el 30 por 100 de la inversión exterior estadounidense y más de la mitad de los activos empresariales estadounidenses en Europa, lo cual convierte el eje Nueva York-Londres en la «mayor ruta de adquisiciones transfronterizas del mundo». Los inversores estadounidenses poseen dos billones de dólares de activos británicos, mientras que los británicos poseen casi 700 millardos de dólares de activos estadounidenses, lo cual representa en realidad un contraflujo favorable para Gran Bretaña, dado el PIB y la población relativos, que permite no obstante al capital estadounidense una mayor participación en una economía extranjera de menores dimensiones. Los estadounidenses emplean a más personas en Gran Bretaña que en Francia, Alemania, Italia y España juntas.

Vassal State: How America Runs Britain calcula que las mayores multinacionales con sede en Estados Unidos ganaron 88 millardos de dólares en Gran Bretaña en el momento de las últimas elecciones generales británicas, lo que equivale a 2.500 libras por hogar británico, y lo hicieron en gran parte libres de impuestos (por supuesto, la mayoría de los paraísos fiscales se encuentran en jurisdicciones británicas). El libro destaca el tamaño desmesurado de las grandes empresas estadounidenses, como queda constatado por las valoraciones de Apple y Microsoft, ambas por encima de los tres billones de dólares, que superan individualmente el valor combinado del FTSE-350 británico.

Hanton muestra que, si se indaga en cualquier sector económico, es probable que encontremos empresas de propiedad estadounidense, que dominan, por ejemplo, la cesta de la compra como Kellog's, Mondelez, General Mills, Mars, Kimberley-Clark y Colgate-Palmolive. En los alicaídos sectores económicos tradicionales, la presencia estadounidense es enorme, por ejemplo, en el sector farmacéutico al por menor Boots (Walgreens) y en el sector del libro en el que destaca la cadena de librerías Waterstones, propiedad desde 2018 de Eliott Investment Management, el fondo de inversión con sede en West Palm Beach (Florida). Amazon, por su parte, ha acaparado el 30 por 100 del comercio en línea británico, en parte como mercado para terceros vendedores, lo cual constituye uno de los muchos «puentes de peaje» estadounidenses, como dice Hanton, en el seno de la economía digital.

El libro contiene un capítulo dedicado a las incursiones comerciales de Estados Unidos en el National Health Service británico tras la externalización de los procedimientos de tratamientos no urgentes

Los consumidores y las empresas nacionales deben negociar con las plataformas tecnológicas estadounidenses para acceder a su mercado doméstico, ya sea para anunciarse a través de Facebook o Google, para comprar servicios en Deliveroo o Uber, para establecer contactos a través de LinkedIn o Bumble, o para pagar con PayPal o Visa. Estos feudos digitales no se limitan a operar en el Reino Unido, sino que, como demuestra Vassal State: How America Runs Britain, el lento crecimiento económico de la economía británica registrado desde 2008 contrasta con el vertiginoso aumento de los beneficios obtenidos en el país por las empresas tecnológicas estadounidenses durante ese mismo periodo.

En la City, el número de empresas que cotizan en la London Stock Exchange ha caído el 40 por 100 desde 2008: las empresas han sido adquirida por inversores que las han retirado de los mercados bursátiles o han vuelto a cotizar en Nueva York. Los accionistas estadounidenses controlan una cuarta parte del resto. Hanton identifica sólo tres empresas británicas en la lista Forbes de las cien mayores empresas públicamente cotizadas: GSK, HSBC y Unilever, todas ellas remontando sus orígenes al siglo XIX. En el West End, Hanton destaca la presencia de las sucursales de los gigantes del capital riesgo, Blackstone, KKR y Apollo, que son los principales compradores de la industria británica. «La verdadera capital financiera del Reino Unido —afirma— se encuentra en la isla de Manhattan».

Y la lista sigue. Nos enteramos de que Jones Lang LaSalle, de Illinois, y Coldwell Banker Richard Ellis, de Texas, son los mayores gestores de propiedades comerciales del Reino Unido. En el sector agrícola, CF Industries, con sede en Illinois, domina la producción de fertilizantes, mientras los gigantes de las materias primas Archer-Daniels-Midland y Cargill dominan la compra y el procesamiento de la producción agrícola. La agroindustria estadounidense, encabezada por Pilgrim's Pride, con sede en Colorado, controla el 50 por 100 de la producción de pollo para el mercado británico, a pesar de la vigencia de la prohibición que pesa sobre las aves de corral estadounidenses lavadas con cloro. «La mayor parte de la sociedad británica desconoce el alcance de la propiedad estadounidense o, en algunos casos, lo niega», afirma Hanton.

Los líderes británicos «han sido cooptados por la maquinaria de influencia estadounidense y rara vez, o nunca, han cuestionado su creciente dominio»

El libro contiene un capítulo dedicado a las incursiones comerciales de Estados Unidos en el National Health Service británico tras la externalización de los procedimientos de tratamientos no urgentes implementada por Blair en 2002, y otro dedicado a la contratación pública y a las recientes adquisiciones por parte de Estados Unidos de las empresas aeroespaciales Cobham, Meggitt y Ultra, adquisiciones que, según Hanton, los franceses nunca habrían permitido.

¿Qué explica la anglofilia de las empresas estadounidenses y viceversa? Vassal State: How America Runs Britain descarta como explicaciones de todo ello la existencia de una lengua común y la legislación británica. La debilidad de la libra esterlina registrada desde la votación del Brexit de 2016 y las bajas cotizaciones de la London Stock Exchange son claramente factores coadyuvantes, pero Hanton en cambio hace hincapié en las opciones derivadas de las políticas públicas implementadas –«complacer a los compradores extranjeros»– comenzando por las medidas de liberalización y privatización animadas por Thatcher hace cuatro décadas. En 1981 menos del 4 por 100 de las acciones británicas estaban en manos extranjeras; hoy la cifra supera el 56 por 100. El libro recuerda las críticas de Harold Macmillan a Thatcher por haber vendido las joyas de la familia con sus privatizaciones. En una entrevista con The Spectator, Hanton va más allá y advierte de que el resultado final de agotar el propio patrimonio es la «mendicidad».

Los dos partidos gobernantes británicos han propugnado lo que Vassal State: How America Runs Britain denomina la «gran mentira» de confundir las adquisiciones de empresas con inversiones extranjeras directas realmente útiles. El libro vincula esta predisposición ideológica hacia la inversión extranjera directa con la intimidad de los políticos de alto rango con las empresas estadounidenses, señalando sus nombramientos para puestos ejecutivos por mor del funcionamiento de las proverbiales puertas giratorias. Al dejar el cargo, Blair y Brown fueron contratados como asesores de JP Morgan y Pimco respectivamente, Cameron trabajó para la empresa de servicios financieros First Data de Atlanta y la empresa de biotecnología Illumnia de San Diego, y George Osborne fue contratado por BlackRock. Rishi Sunak, antiguo alumno de la Stanford Business School y exempleado de Goldman Sachs, sólo se desprendió a regañadientes de su Green Card. Los líderes británicos «han sido cooptados por la maquinaria de influencia estadounidense y rara vez, o nunca, han cuestionado su creciente dominio».

La culpa de la débil gobernanza empresarial recae, en última instancia, en una clase política letárgica e aprovechada. Un capítulo titulado «Puppet Masters» [Titireteros] describe la brusca insistencia del gobierno de Trump en que el homólogo de Johnson revirtiera su decisión de no excluir a Huawei de la red 5G del país, que Pompeo atizó lanzando amenazas apenas veladas de las repercusiones que ello tendría sobre el intercambio de inteligencia entre la alianza de seguridad conocida como los Five Eyes (Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda). «En general, a Washington le parece bien que los británicos mantengan sus propias conversaciones y tomen sus propias decisiones, no habiendo necesidad de que Estados Unidos enseñe los dientes», comenta Hanton. «Pero si Estados Unidos entiende que los británicos actúan en contra de sus intereses, los diplomáticos estadounidenses se ponen manos a la obra, amenazando incluso “la relación especial” existente entre ambos países». El episodio de Huawei, añade, «demostró el lenguaje de la asociación unido a las acciones de control».

¿Qué motiva juicios tan mordaces? Hanton es un agente inmobiliario de Dulwich, un pintoresco barrio del sur de Londres, educado en Oxford. Después de cumplir 60 años, se involucró en la política y en el área de las políticas públicas, cuando cofundó un think tank para promover la equidad intergeneracional. Su padre, Alastair, era un banquero metodista orientado por lo público, que creó el Post Office Girobank para el primer gobierno laborista de Wilson e ideó el método de pago por domiciliación bancaria. Vassal State: How America Runs Britain se esfuerza en demostrar que la lógica de su análisis no es antiestadounidense, sólo probritánica, alegando que una Gran Bretaña debilitada supone un problema para Estados Unidos y Europa en la lucha contra el cambio climático y el autoritarismo (léase: Rusia y China). Hanton insta a un reseteo del modelo y a la eliminación de las falsas directrices. Concretamente, la introducción de protecciones legislativas como la ley francesa de 2006 sobre Danone, un rechazo gaullista al interés hostil de PepsiCo por esta empresa.

La ansiedad por la penetración comercial estadounidense no es nueva, pero sí esporádica. Durante el periodo eduardiano, en pleno debate sobre la reforma arancelaria, el periodista canadiense Frederick Arthur Mackenzie anticipó en The American Invaders (1902), que el capital británico se enfrentaba a un «Waterloo del comercio», especialmente en sectores avanzados como la ingeniería eléctrica. Después de la Segunda Guerra Mundial, como señala David Edgerton en The Rise and Fall of the British Nation (2018), Estados Unidos ya era, con diferencia, el mayor inversor extranjero en Gran Bretaña. Merece la pena señalar que también llevó la voz cantante en su política monetaria: impuso la convertibilidad de la libra esterlina a Attlee en 1946 después de que Truman pusiera fin abruptamente al Lend Lease, el programa de financiación proporcionado por Estados Unidos al Reino Unido y a otras potencias aliadas durante la Segunda Guerra Mundial, (un «Dunkerque financiero», según Keynes); obligó a Eden a una retirada inmediata de las tropas de Suez en 1956 a cambio de financiación de emergencia para mantener la paridad de la libra esterlina; bloqueó la devaluación de Wilson en 1965; y llevó a Callaghan a la austeridad del FMI en 1976. El nexo institucional de la influencia financiera estadounidense, que ha continuado en el siglo XXI con las líneas de canje de dólares implementadas en 2008 y en 2020-2021, no aparece en el estudio de Hanton.

No obstante, Vassal State: How America Runs Britain parece una ilustración de manual de las consecuencias de lo que Tom Nairn describió como la economía política británica de la eversión: el corazón metropolitano no industrial del país se enriquece como zona de servicios para el capital internacional, mientras la infraestructura industrial regional se cierra o se vende. El libro ha recibido críticas dispares en la prensa británica. El diario conservador The Telegraph respondió que «nos hemos postrado de buena gana y alegremente en cierto modo para bien, pero claramente también para mal». El centrista The Times se mostró a la defensiva ante la impugnación de Hanton del valor económico del vínculo transatlántico. «La dominación polivalente –argumentaba Nairn en su “Posdata” de 2003 a The Break-Up of Britain– es más eficaz cuando los sometidos han elegido su postración. Y normalmente esa sumisión electiva se basa en razones económicas o profesionales aparentemente sensatas (aunque de corto alcance): miopía revestida como interés nacional». Durante las próximas seis semanas, habrá muchas pruebas de ello en la campaña electoral.

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Artículo original: Favoured Nation publicado por Sidecar, blog de la New Left Review y traducido con permiso expreso por El Salto. Véase Perry Anderson, «La Gran Bretaña de Edgerton», NLR 132.
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