Opinión
Sudán y la resistencia contra lo “irreversible”

Sudán duele de una forma enquistada y extenuante. Cuesta contarlo, tras tantas decepciones, con tanta complejidad, sin horizontes amables hacia los que proyectarse.
Sudán carretera Jartum
Álvaro Minguito Salida hacia el norte de Jartum, la capital de Sudán.
6 nov 2025 13:00

El 15 de abril de 2023, las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) tomaban el Palacio Presidencial en Jartum, la sede central de la radiotelevisión sudanesa y el aeropuerto de la capital, osando así a disputar el dominio de un estado donde viven 50 millones de personas. La milicia no representaba a ningún pueblo, a ninguna minoría silenciada, no tenía un proyecto político con el que disputar el poder, ni una visión de país. Pero contaba con armamento sofisticado, inagotables patrocinadores extranjeros —como los Emiratos Árabes Unidos—, una legendaria falta de escrúpulos, y un gran capital. Su líder, Mohamed Hamdan Dagalo, conocido como Hemedti, cuya familia tiene los derechos de explotación de las minas de oro de la montaña Jebel Amer (Darfur), está entre las primeras fortunas del país.


Dos años y medio después, el pasado 26 de octubre, las FAR tomaban El Fasher, la capital del Norte de Darfur y el último bastión que a las milicias le quedaba por conquistar en esta región. Entre medias, este grupo armado había ya desplegado toda su avaricia deshumanizadora por el vasto territorio ocupado desde que empezara la guerra: el saqueo de casas, la quema de aldeas, la violencia sexual contra las mujeres, la ejecución sumaria de civiles es su seña de identidad.

Este ejército privado, viene a ser un instrumento más del ansia acumuladora sin límites, ni pertenencias, ni lealtades que constituye el turboneoliberalismo desenfadado. Es en este marco que una milicia de desarrapados ha acabado convirtiéndose en herramienta del saqueo genocida conocido como colonialismo aplicado al extremo.

En El Fahser, durante 18 meses, las FAR han aplicado la misma receta que las Fuerzas de Ocupación Israelíes —con un look más moderno y sofisticado— ha perpetrado contra la población palestina. Las fuerzas de Hemedti han impedido que pasaran alimentos y medicinas a los cientos de miles de personas que buscaban seguridad en la ciudad; han bombardeado hospitales y campos de refugiados; han invadido a sangre y fuego ejecutando civiles y ensañándose con sus víctimas; han emboscado y atacado a aquellas personas que intentaban huir. 

Existe la convención de que las poblaciones africanas tienen la mala costumbre de matarse entre ellas, pasando el umbral de lo noticiable sólo cuando mueren en grandes cantidades y en poco tiempo

Aunque con intermitencias, la venganza genocida contra Gaza, que inició seis meses después de la guerra sudanesa, atrajo para sí casi toda la atención de los medios en el ámbito internacional y también, en gran medida, fue el epicentro donde se volcó la solidaridad de las izquierdas. También entre muchas personas sudanesas y sus descendientes (como quien escribe este artículo), Gaza ha estado en la portada de nuestra cotidianeidad todo este tiempo.

Sudán, por su parte, duele de una forma tan enquistada y extenuante, que a veces no sabemos qué hacer. Cuesta contarlo, tras tantas decepciones, con tanta complejidad, sin horizontes amables hacia los que proyectarse. Por otro lado, en lo que atañe a la prensa generalista, se entiende que su agenda setting parte de la convención de que las poblaciones africanas tienen la mala costumbre de matarse entre ellas, y solo pasan el umbral de lo noticiable cuando, como en El Fasher, mueren en grandes cantidades y en poco tiempo. 

Al servicio del mejor postor

Antes de confrontar contra las Fuerzas Armadas Sudanesas, las FAR fueron sus aliadas. A principios de los años 2000, los janjaweed, grupos armados que devinieron en este poderoso ejército privado, se pusieron al servicio del anterior dictador, Omar Al Bashir, para reprimir a los rebeldes en Darfur, que denunciaban el abandono de la región mientras el Estado extractivista reservaba la riqueza del país a una élite ubicada principalmente en la capital.

El saqueo, la violencia sexual, y los asesinatos contra miembros de los pueblos locales dejó millones de muertos, en lo que fue calificado como un genocidio. Tanto Al Bashir como los janjaweed fueron denunciados por crímenes de guerra y lesa humanidad ante la Corte Penal Internacional en 2005. Para la primera condena tras estos crímenes, fallada en octubre de este año, han tenido que pasar dos décadas. 

Los janjaweed se convirtieron en la guardia personal de Al Bashir, que en 2013, a través de un decreto, los convirtió en las Fuerzas de Apoyo Rápido. Su función fue la de combatir los levantamientos contra el gobierno autoritario en todo el país. También fueron útiles para reprimir las frecuentes protestas de una sociedad altamente politizada con revueltas continuas ante el encarecimiento de la vida.

Mercenarios eficientes, las FAR se internacionalizaron: fueron empleados por los Emiratos Árabes Unidos en la guerra en Yemen, o en Libia. Tampoco Europa tuvo mucho escrúpulo en financiar al ejército de Hemedti a través del Proceso de Jartum, una alianza entre la UE y los gobiernos locales para la gestión de los flujos migratorios provenientes del Cuerno de África. Las FAR se prestaron entusiastas a ser el brazo ejecutor de lo que parece el principal objetivo del jardín europeo, evitar que las personas atraviesen sus fronteras aunque sea a costa de abonar en sus territorios la violencia y el caos, que luego se permiten llamar jungla. 

Tras la toma de El Fasher, Sudán ha quedado de facto dividido en dos mitades. Las imágenes de la ciudad han provocado el horror internacional, como antes lo hicieron las imágenes de otras masacres menos masivas pero igual de crueles entre la población sudanesa. Pero las fuerzas de Hemedti necesitan cierta paz social si lo que desean es seguir lucrándose gracias a la infinita riqueza del país y a la infinita hipocresía de las nuevas y viejas potencias internacionales. Así, que como parece ser la tendencia en este siglo XXI distópico, pretenden sustituir la democracia por las relaciones públicas.

Para ello, pocos días después de que las imágenes de su brutalidad ocuparan las pantallas de todo el mundo, detuvieron a uno de sus sádicos más mediáticos. También hace años que vienen aprovechándose de herramientas más sofisticadas: potentes compañías internacionales expertas en lavar la imagen de quien haga falta con la palabrería precisa.

Gobernar zonas de sacrificio

Hagan lo que hagan para suavizar su imagen hacia fuera y convertirles en socios aceptables, los soldados de las Fuerzas de Apoyo Rápido no pueden borrar de la memoria de los pueblos que llevan décadas masacrando su sangrienta historia. Así que solo podrán gobernar a través de la crueldad, y quizás ese sea su plan, pues no parece que nadie vaya a preocuparse en demasía de lo que pase con esa mitad del país ocupada, después de todo, sus habitantes han nacido en una de las cada vez más numerosas zona de sacrificio, abismos que absorben estados enteros, periferias de ciudades, ríos y montañas. Vastos territorios esquilmados a la honra de este régimen internacional feudal de hombres pagados de sí mismos donde cada vez más gente pasa de formar parte del ejército de reserva del capitalismo a las catacumbas de la población sobrante del neoliberalismo. 

Tanto miedo da ese horizonte distópico que el ejército de Sudán, el mismo que ha gobernado la suerte del país hacia la desigualdad en las últimas décadas, el que le robó a la revolución la posibilidad de una tan peleada democracia, es saludado como salvador frente a los mercenarios. A pesar de sus bombardeos contra civiles, a pesar de las ejecuciones que también ha protagonizado, a pesar de haber sido aliado de quienes hoy señala como enemigo del pueblo sudanés, un ejército regular, con sus uniformes y su aroma a un cierto orden, a límites a la barbarie, se ve con menos terror que los janjaweed. 

Hemedti y Abdel Fattah al-Burhan
Comandante paramilitar Hemedti y el Teniente General y jefe del Estado de Sudán Abdel Fattah al-Burhan

Una resistencia en duelo

El trauma es fuerte. Quienes se movilizaron en diciembre de 2018 aguantaron meses de represión. Motivados por una aire propicio hacia el derrocamiento de líderes y las protestas sociales (por aquella época se sucedían las revueltas en países como Argelia o Líbano), siguieron adelante tenaces al ver que el horizonte se abría. Jóvenes, mujeres, izquierdas, profesionales, la alianza de la gente común se hizo con las calles; actores diversos se esforzaron por tejer frentes comunes, Al Bashir cayó en abril de 2019, en junio de aquel año, los militares quisieron hacer sus primeras trampas y la gente perseveró. 

El futuro no puede ser una bifurcación que conduzca o bien a ser zona de sacrificio o bien a ser pueblo que entrega la democracia a cambio de la promesa de la seguridad perdida

Cuando las FAR mataron, violaron y desaparecieron a manifestantes, tampoco se fueron. Los comités de resistencia en los barrios trasladaron la protesta y la organización por Jartum y otras ciudades del país. Aún dos años después de la guerra, ha sido este tejido movilizado el que ha permitido la llegada de ayuda humanitaria (canalizando la proveniente de la cooperación internacional y las aportaciones llegadas de una diáspora muy activa), y ha puesto en marcha comedores populares para combatir la hambruna. Objeto tanto de las FAR como las FAS, estos grupos de base han pagado su solidaridad y valentía con numerosas bajas. Queda además el trauma de la guerra desnuda a la puerta de casa, la violación de tus vecinas, los cadáveres en las calles, el saqueo de todo lo que tenías, el desplazamiento y exilio de 14 millones de personas. ¿Cómo volver de ahí?

Y sin embargo, los sudaneses se siguen organizando en el país y en la diáspora. El próximo sábado a las 14 horas, la Casa del Sudán en Madrid ha convocado en la Puerta del Sol una manifestación para expresar solidaridad con el sufrimiento del pueblo por la guerra, y pedir apoyo en su lucha. Y en definitiva, para “afirmar que Sudán y su pueblo merecen paz, libertad y una vida digna”. Conscientes de la situación de dolor, y del trauma, siguen rebelándose así ante la dictadura de lo irreversible, pues el futuro no puede ser una bifurcación que conduzca o bien a ser zona de sacrificio o bien a ser pueblo que entrega la democracia y la libertad a cambio de la promesa del orden y la seguridad perdidos.

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