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Teatro
‘La vida es otra cosa’: gente que se rompe en un escenario
Hace ya más de cuatro años que las actrices Teresa Alonso y Seli Ka se pusieron a charlar sobre lo mal que estaban, y también, de lo mal que estaban sus amigos. Aún no había llegado la pandemia, pero ya entonces la conversación de ambas actrices, no tenía nada de inusual: ¿quién no ha observado en los últimos años romperse a alguien, cuánta gente se habrá resquebrajado en el anonimato, solo existiendo, si llegan a pedir ayuda a un profesional, para las preocupantes estadísticas de salud mental?
Lo que aquel par de amigas, integrantes de la compañía teatral la Ruka, hicieron, sin embargo, fue más que hablar: desde el malestar personal y cercano quisieron abordar de otra forma el sufrimiento psíquico de diversas intensidades. Un universo revuelto en el que entra la tan democrática ansiedad —ese estar alerta todo el tiempo como animalillos a punto de romperse bajo las garras de las obligaciones y expectativas sociales— o cuadros de sufrimiento más complejos, para los que solo se ofrece respuesta desde la psiquiatría: el binomio de la medicación o el ingreso.
De esa conversación surgió: La vida es otra cosa, un trabajo presentado en el Teatro del Barrio este mes, para el que agotaron rápidamente las entradas de las dos sesiones programadas, pero que volverá en septiembre a esta emblemática Sala de Lavapiés. En la obra, escrita por Alonso, a partir de sus propios textos y los de Ka, ambas actrices, junto a su compañera Julia Nicolau y la artista plástica Julia M componen una propuesta, que si bien es escénicamente minimalista, no prescinde de ninguna herramienta.
En La vida es otra cosa, hay investigación, hay reflexión, hay mucho meta, mucho agarrar el propio dolor y pensarlo, estudiarse a una misma: “guardar tu vómito y convertirlo en una tesina”
Para este relato coral sobre lo que implica sufrir adentro las integrantes de la Ruka entrevistaron a personas que habían pasado por diversas experiencias de sufrimiento psíquico grabadora en mano, voces que toman el protagonismo entre escena y escena. En el escenario, mujeres envueltas en unas estructuras rectangulares, marco de sus angustias y sus encierros, moviéndose en un espacio casi vacío donde ellas, ataviadas de blanco con telas clínicas, cintas atadas y un vestuario que evoca lo clínico y la contención, transmiten con la palabra, el baile, el movimiento, el gesto los mundos turbados que se agitan dentro de tantas y de tantos.
En La vida es otra cosa, hay investigación, hay reflexión, hay mucho meta, mucho agarrar el propio dolor y pensarlo, estudiarse a una misma: “guardar tu vómito y convertirlo en una tesina”, identificar que se empieza a actuar raro, que se va a tomar un camino divergente de la “normalidad”. Tener conciencia de que hay cosas que se piensan, se ven, se sienten, que no se pueden decir ante un psiquiatra para no salir perjudicada, ingresada, con más medicación.
Así, enmarcadas en toda la imaginería cultural entorno a la locura —los hits musicales, los histriónicos movimientos faciales, los gritos angustiantes, el empanamiento resultado de la medicación— están las voces de quienes atraviesan esto, su mirada sobre una sistema capitalista que exige demasiado de los cuerpos y es impiadoso con las mentes, la propia supervivencia en la cultura del demasiado, o la pérdida de control como fracaso.
Si bien el elenco de La vida es otra cosa recrea diversas intensidades de sufrimiento psíquico, podría notarse como un mínimo común del malestar, la ansiedad, pedir perdón todo el tiempo por no actuar de la manera adecuada, por no ser apta: “¡todo lo hago mal! ¡todo lo hago mal!” se repite en varios momentos. En quién no hace eco esa sensación de fallar, esa culpabilización por no ser suficiente en un ecosistema que te lo pide todo.
¿Dónde está la demasía? ¿Está en las personas que se rompen, que piensan cosas raras, que sufren más de lo que cabe expresar en una conversación convencional? ¿O en el mundo de afuera que te requiere siempre preparada, competente, ser una persona funcional que procure no romperse, o al menos que no se note?
Porque, ¿dónde está la demasía? ¿Está en las personas que se rompen, que piensan cosas raras, y dicen movidas que te descolocan, sufren más de lo que cabe expresar en una conversación convencional, sufren tanto que una mañana quizás no puedan levantarse, o una tarde quizás decidan dejar de pelear para siempre? ¿O en el mundo de afuera que te requiere siempre preparada, competente, a tope, atento, con la energía necesaria y la cabeza ordenada para trabajar cuidar, consumir, ser una persona funcional que procure no romperse, o al menos que no se note tanto?
“¡No puedo más!” gritan en la obra las actrices, para luego decirse: una vez más saldremos de esta. Hundirse y reflotar, hundirse y reflotar, como dinámica agotadora ante una vida que a veces es “too much”, cuando las emociones te sobrepasan.
Qué se hace con todo esto que reconocemos a ratos en una misma, que vemos en personas queridas y que no sabemos encarar. En el Teatro del Barrio cuando se acaba la obra y las expresiones de las actrices se relajan, comienza una conversación a la que se incorpora Marta Plaza. Esta activista loca, curtida en los grupos de apoyo mutuo entre personas con sufrimiento psíquico y alguien fundamental en la concepción de este proyecto, explicaba: “Para sobrevivir hemos tenido que desarrollar nuestras propias herramientas”.
Tras distribuir entre el público un folleto con información sobre colectivos de apoyo mutuo, varias personas se preguntaban qué hacer cuándo alguien se rompe cerca. Plaza apuesta por la red, pues el cuidado individual, advertía, muchas veces acaba derivando en vigilancia, si lo asume una persona sola o la familia, el acompañamiento puede convertirse en control. También en algo que desborda y sobrepase a quienes quieren acompañar, pero se sienten impotentes. Los turnos de acompañamiento, las redes que escuchan y cuidan, son las respuestas que muchas y muchos están formulando por fuera del estrecho binomio: ingreso o medicación. Y es que sacar el sufrimiento psíquico del silencio individual, de la consulta con el psiquiatra, o de la angustia familiar y trasladarlo a lo colectivo, a conversación en las plazas, a los medios y hasta a los teatros, también es cuidar.