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Tecnología
Cultura, IA y poder: así se están levantando los artistas contra la tecnología de moda
La relación entre inteligencia artificial (IA) y cultura no es nueva. Artistas de todo tipo llevan años experimentando con esta tecnología para crear sus obras. Pero como en otros ámbitos, la irrupción de la inteligencia artificial generativa —aquella capaz de crear contenido en apariencia original a partir de unas instrucciones básicas dadas por el usuario— está provocando una profunda controversia en el mundo del arte.
Los sistemas generadores de imágenes (Dall-e, Midjourney y Stable Diffusion son algunos de los más populares) y de texto (ChatGPT, Bard) permiten crear obras de gran verosimilitud en apenas unos segundos. Esto es posible gracias a la ingente cantidad de contenidos con los que han sido entrenados: estos software reproducen los patrones que han visto repetidos una y otra vez durante su entrenamiento, ya sean imágenes, textos o sonidos.
En los últimos meses, al mismo tiempo que se disparaba la popularidad y el número de usuarios de las versiones más recientes de ChatGPT, Dall-e o Midjourney, también aparecían las primeras denuncias contra las empresas creadoras de estas herramientas.
En enero, Sarah Andersen, Kelly McKernan y Karla Ortiz, tres artistas visuales de Estados Unidos, acudieron a un tribunal de San Francisco para acusar a varias compañías de inteligencia artificial —entre ellas Stability AI, creadora de Stable Diffusion— de violar las leyes de propiedad intelectual, publicidad y competencia en el estado de California.
Las artistas argumentan en la demanda que con esta acción buscaban frenar “la flagrante y enorme violación de sus derechos” que suponía haber usado su trabajo para la construcción de este programa informático. Y advertían que su propio oficio, el de artistas, estaba en riesgo si no se ponía fin a estas prácticas.
¿Qué hay exactamente detrás de estas acusaciones? ¿Por qué cada vez más voces se están levantando contra las empresas creadoras de estos software?
Imágenes protegidas y falta de consentimiento
Dentro de las enormes bases de datos con las que se han construido programas como Stable Diffusion y Midjourney hay una mezcla de imágenes con licencia para un uso público y otras protegidas por derechos de autor.
Por ejemplo, para esas inteligencias artificiales —capaces de crear imágenes falsas de un realismo chocante, como las del Papa Francisco con un abrigo blanco o la de Donald Trump siendo arrestado antes de su juicio—, se usaron millones de fotografías tomadas por reporteros gráficos de todo el planeta. Entre ellos, muchos profesionales españoles.
Tal y como explicó el medio Newtral, los reporteros españoles Emilio Morenatti, Anna Palacios, Manu Brabo, Santi Palacios y Anna Surinyach, entre otros dentro de una larga lista, tienen algunas de sus fotografías en los repositorios usados por estas compañías. “Es alucinante”, dijo el fotoperiodista Palacios, ganador de un premio Ortega y Gasset, al enterarse de que parte de su trabajo está dentro de la base de datos LAION, con la que se entrenó Stable Diffusion.
Las denuncias contra las compañías tecnológicas detrás de la inteligencia artificial generativa no solo han llegado desde artistas individuales. La agencia de fotografía Getty Images ha llevado también a los tribunales a la empresa detrás de Stable Diffusion
Hasta ahora, las denuncias contra las compañías tecnológicas detrás de la inteligencia artificial generativa no solo han llegado desde artistas individuales. En Reino Unido y Estados Unidos, la agencia de fotografía Getty Images, una de las grandes proveedoras de imágenes para medios de comunicación en todo el mundo, ha llevado también a los tribunales a la empresa detrás de Stable Diffusion.
“El motivo [de la denuncia] es el uso que Stability AI ha hecho de la propiedad intelectual de otros, sin el debido permiso o contraprestación, para construir un producto comercial para su propio beneficio económico”, esgrimen desde Getty.
La popularidad lograda en muy poco tiempo por estas inteligencias artificiales ha servido a las empresas del sector para lograr cada vez más respaldo de grandes inversores. Y, por tanto, para aumentar las ganancias de las compañías y sus equipos directivos sin que por el camino una parte fundamental de este éxito, es decir los creadores del arte en el que basan sus programas, hayan recibido nada a cambio.
La escritora estadounidense Naomi Klein lo plantea de este modo: “¿Por qué debería permitirse que una empresa con ánimo de lucro alimente con pinturas, dibujos y fotografías de artistas vivos a un programa como Stable Diffusion o Dall-E 2 para que estos generen versiones dobles de las obras de estos mismos artistas, con los beneficios fluyendo para todos excepto para los propios artistas?”.
El abogado Matthew Butterick, que lleva la causa abierta en la justicia californiana contra Stability AI, va incluso más allá y compara este caso de “apropiación indebida” con el robo en 1990 de trece obras de arte del Museo Isabella Stewart Gardner, considerado el mayor de la historia.
El camino hacia la regulación
En los últimos meses se ha creado un consenso cada vez más amplio de que es necesario regular la inteligencia artificial. Y, también, las herramientas generativas que ya están siendo utilizadas por millones de personas en el mundo.
El Parlamento Europeo ha propuesto recientemente obligar a los proveedores de estos software a que hagan público “un resumen suficientemente detallado del uso de datos protegidos por las leyes de copyright”, entre otros requisitos. En los próximos meses, en el continente europeo se aprobará una nueva normativa para estas tecnologías que tendrán que aplicar todos los estados miembros de la Unión Europea.
La iniciativa Arte es Ética está impulsada desde colectivos de artistas en Latinoamérica y España que defienden un control mucho más estricto sobre la inteligencia artificial generativa
Las propuestas para evitar un uso negligente del trabajo de artistas en muchos casos anónimos también están llegando desde la propia profesión. La iniciativa Arte es Ética está impulsada desde colectivos de artistas en Latinoamérica y España que defienden un control mucho más estricto sobre la inteligencia artificial generativa.
Sus integrantes reclaman, entre otras medidas, que exista un consentimiento explícito previo por parte del autor o autora para que una obra se use en el entrenamiento de un software de este tipo. También piden, por ejemplo, que las imágenes producidas a través de estas herramientas incluyan por ley una marca de agua y una firma digital con información sobre el porcentaje de automatización usado en el proceso de creación y el nombre del usuario que la generó, entre otros datos.
Igualmente, exigen que estos software anulen la función actualmente disponible de usar nombres propios de artistas para replicar su estilo o su obra, si dichos creadores no han aceptado ser incluidos en la base de datos para el entrenamiento del programa.
La periodista especializada en tecnología y poder Marta Peirano escribe que la historia de la cultura es esencialmente el proceso de modificar lo que ya existe para crear algo nuevo. ¿Pero cómo garantizar que se respeta el trabajo y los derechos de los artistas ante estas nuevas herramientas tecnológicas?
Peirano, en relación a las demandas aparecidas en los últimos meses, apunta en una dirección: “Ninguno de los demandantes rechaza la tecnología. Los artistas piden que se garanticen tres C: crédito, consentimiento y compensación”.
En los próximos meses a buen seguro veremos más propuestas para avanzar hacia un uso responsable de la IA en el mundo del arte. En juego está la construcción de una cultura más justa e inclusiva con todos los actores implicados.