Transición ecosocial
Los movimientos sociales ante la transición energética: rebajar el tono, complejizar el debate

Las discusiones sobre cómo avanzar en la transición energética han encallado en la disputa ideológica entre los partidarios y detractores de los proyectos de energías renovables de cierta escala y volumen de inversión. Para salir del bucle, se propone una serie de variables para redefinir los parámetros del debate en Euskal Herria (y en cualquier otro territorio)
RENOVABLES-NO
Cumbre del Kolitza, Día de los Montes Bocineros. (Foto: Sergio San José, Plataforma Enkarterrin Makroeolikorik EZ)
Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL) – Paz con Dignidad
31 may 2025 04:46

La transición energética es, sin duda alguna, uno de los principales retos que enfrentamos a escala global. La necesidad de frenar de manera drástica y urgente el avance desbocado del cambio climático, fenómeno directamente vinculado a la quema de combustibles fósiles, es un imperativo colectivo que, en todo caso, se inserta en un desafío aún más amplio: avanzar en una transición ecosocial justa que cuestione y transforme integralmente el conjunto de parámetros económicos, sociales, políticos y ecológicos sobre los que en la actualidad y de manera hegemónica se organiza la sociedad y la vida. Parámetros estructurados en torno al orden social institucionalizado en torno a un capitalismo no solo crecientemente explotador y expropiador, sino absolutamente incapaz de superar el fallo multiorgánico que ha generado.

La transición energética es por tanto una condición necesaria pero no suficiente, dentro de un horizonte ineludible de transición ecosocial. Un reto que muestra toda su crudeza, sin ir más lejos, en una Euskal Herria –especialmente, la Comunidad Autónoma Vasca– que cuenta con una matriz energética altamente dependiente del exterior (87%) y de los combustibles fósiles (77%). Lamentablemente, el debate entre los movimientos sociales vascos de izquierdas sobre la transición energética está aquejado, en nuestra opinión, de dos características interrelacionadas cuya superación ayudaría a fortalecer y ensanchar la contienda política en un ámbito tan estratégico.

Por un lado, la disputa parece reducirse a una simple dicotomía en torno a los proyectos renovables de cierta escala y volumen de inversión. Por el otro, el tono discursivo en relación con esta dicotomía es crecientemente bronco, lo que ahonda las brechas y convierte toda diferencia en insalvable. Ambas dinámicas no son ni mucho menos exclusivas de nuestro país –al contrario, el debate al sur del Ebro es bastante más virulento–, pero sí definen de manera preocupante tanto el fondo como la forma del debate.

La derivada natural de esta dicotomía simplificada entre el sí o el no a los proyectos renovables es el desarrollo de un tono faltón, que no escatima en categorizaciones esencializadas de la postura contraria

En lo referente a la simplificación dicotómica de los contenidos, las posturas parecen reducirse a dos. Por una parte, están quienes priorizan el desarrollo urgente de proyectos renovables de cierto tamaño como vía de sustitución del consumo de combustibles fósiles, contribuyendo así a la descarbonización como desafío fundamental. Se trataría de una apuesta sujeta a ciertas condiciones que normalmente no suelen adquirir la categoría de líneas rojas, como por ejemplo: un grado relativo de planificación y ordenamiento del territorio, el impulso de un mayor rol incentivador y ordenador del proceso por parte de las instituciones públicas, o fórmulas de mitigación de algunos impactos nocivos. En todo caso, el protagonismo empresarial en el proceso se convierte en una variable más o menos explícita pero indudable, condicionada en el mejor de los casos por alianzas público-privadas que supuestamente orientarían el rumbo de la transición hacia el interés colectivo.

De la otra parte, estarían quienes, a partir del paradigma de la defensa del territorio frente a la creciente expropiación corporativa y destrucción de lo común, plantean una transición energética que prioriza el decrecimiento, la agencia comunitaria y social, así como el desarrollo prioritario de alternativas locales como comunidades energéticas, autoconsumo, implementación prioritaria de iniciativas en zonas urbanas y degradadas, impulso de tecnologías humildes y adecuadas al entorno. Bajo esta premisa, se mantendría una postura general compartida de oposición a las megarrenovables como herramientas para la transición, concepto que en principio incluiría el conjunto de iniciativas caracterizadas como hipertecnologizadas.

No obstante, se evidencia cierta indefinición sobre si este concepto excluye toda iniciativa de cierta escala y volumen de inversión —planteamiento que va ganando posiciones dentro de la dicotomía, al menos en términos mediáticos—, o solo aquellas que definen a los megaproyectos corporativos. Esto es, proyectos liderados por grandes empresas cuyo objetivo fundamental es la maximización de la ganancia, y cuya producción tiende en consecuencia más a la exportación que a la satisfacción de necesidades locales, en función de grandes sistemas de interconexión de estricto control público-corporativo.

La derivada natural de esta dicotomía simplificada entre el sí o el no a los proyectos renovables es el desarrollo de un tono faltón, inflamado e incluso condescendiente –desde supuestas atalayas políticas y técnicas–, que no escatima en categorizaciones esencializadas de la postura contraria, convirtiendo a quienes las enarbolan en mayor o menor medida en adversarias políticas —incluso enemigas—, y no en parte de un sujeto por construir.

Los calificativos de colapsistas y retardistas, las acusaciones de infantilismo y los llamados a elegir bando entre lo fósil y lo renovable abundan de este modo entre quienes asumen la primera posición, mientras los segundos ponen el foco en el exceso de pragmatismo y en el abrazo con las élites políticas y económicas que ejemplificaría el avance de posturas pactistas que, en la práctica, no se alejarían en demasía de la defensa oficial en favor del capitalismo verde oliva y digital.

Asistimos, en definitiva, a un círculo vicioso: un debate simplificado sobre las herramientas para la transición energética en función de marcos teórico-políticos que sustentan cada posición, alimentado a su vez por un ruido mediático que encona dichas posiciones. El resultado es una disputa pobre, una contienda política enfangada, mientras todo viso de construcción más colectiva es anulado.

El objetivo del presente artículo es precisamente sumarnos a los esfuerzos por superar este marco y enriquecer así la disputa en un tema tan estratégico. No se trata de un ejercicio naíf que pretenda sin más rebajar la intensidad de un debate que sí merece ser intenso. Tampoco un intento por desatascar el enquistamiento entre dos hipotéticos demonios empecinados en su posición y sin ninguna voluntad de diálogo, situándonos en un equidistante centro y ofreciendo una síntesis liberadora que resolvería la mentada dicotomía sin conflicto alguno.

Ni tenemos una posición equidistante en torno a esta dicotomía —que hemos explicitado en nuestro último libro—, ni rehuimos la dureza necesaria de un debate en el que nos jugamos mucho. No obstante, creemos que salir del estrecho y oscuro pozo en el que ha caído nos ayudará a airearlo y transformarlo desde bases más complejas. Esto nos ofrecerá la oportunidad de poner encima de la mesa todas las opciones posibles y variables necesarias para enfrentar integralmente el qué, cuánto, para qué, quién y cómo de una transición energética justa, y fortalecer de este modo el músculo del movimiento popular a tal efecto.

Partimos de la hipótesis de que las posturas simplificadas que hegemonizan la disputa sobre la transición energética existen, sí, y actúan a modo de polos atractores. Sin embargo, estas no son necesariamente mayoritarias entre las bases populares de izquierdas —al menos en su simpleza más descarnada—, pese a su hegemonía mediática: no solo hay muchos matices que alimentan dichos puntos de partida en cada discusión política, sino que incluso la hegemonía de la dicotomía oculta una miríada de opciones alternativas en función de variables que parecen obviarse del debate general, pero que son estratégicas para enfrentar la transición energética.

Apostamos pues por un debate amplio, integral, duro y honesto. Que muestre las fortalezas y debilidades de cada cual en base a un conjunto articulado de variables que integren necesariamente agenda (horizonte hacia el que avanzar), sujeto o sujetos que protagonizarían la transición, estrategia política (que defina en la práctica cómo vincular agenda y sujeto, presente y futuro), herramientas prioritarias en función de premisas determinadas, y todo ello en función de marcos mínimos compartidos de análisis crítico.

Proponemos en este sentido un marco de ocho variables que, a nuestro parecer, deberían definir los parámetros del debate sobre la transición energética en Euskal Herria (y donde se estime oportuno). Respuestas integrales a dichas variables ayudarían a hacer un debate más transparente —con las luces y las sombras de cada quién, sin obviar elementos estratégicos—, más complejo y, precisamente por ello, quizá más cauto.


A continuación se exponen las variables priorizadas, destacando al final de cada breve explicación una idea-fuerza y una serie de preguntas-guía para el debate. Hemos tratado, en coherencia con el espíritu del texto, no tanto de mostrar nuestra propia perspectiva como de señalar elementos que sí o sí tienen que ser parte de la contienda política en torno a la transición energética.

Naturaleza de la matriz energética: hegemonía fósil, decrecimiento, electrificación

La naturaleza de la matriz energética actual es un elemento fundamental de partida a la hora de enfrentar el reto de la transición. A escala global, y en términos generales, esta se define en un 75-80% por un consumo final basado en combustibles fósiles (petróleo, gas y carbón, con especial incidencia en el transporte y la industria), mientras el porcentaje restante se vehicula en forma de electricidad, producida tanto por vías renovables como fósiles.

En Euskal Herria, como hemos señalado al principio, la dependencia fósil se sitúa en un 87% —energía importada a través de un sinfín de buques petroleros y metaneros—, y el consumo eléctrico únicamente se nutre en un 23% de fuentes renovables. El caso de la CAV es especialmente llamativo, situándose estas últimas en torno a un 6% que se eleva hasta el 18% si solo tenemos en cuenta la energía generada en el territorio.

El capitalismo globalizado basado en la interconexión internacional de nodos de todo tipo pareciera imposible sin la hegemonía de la matriz energética fósil

Partiendo de esta base, y si asumimos que el objetivo de dejar de consumir combustibles fósiles es un compromiso compartido y firme, así como el de avanzar por las sendas de la electrificación renovable como fuente energética hegemónica, el horizonte de transición derivado de la composición actual de la matriz bien pudiera situarse en un compendio que vinculara necesariamente un notable decrecimiento del consumo de energía y materiales con un avance de la electrificación. Luego habrá que analizar bajo qué agenda, estrategia y herramientas, haciendo hincapié en sectores clave como la industria y el transporte, así como en flujos especialmente insostenibles como los de carácter global.

Bajo esta premisa, ¿cuál sería la escala de decrecimiento ecológicamente necesaria y socialmente legitimada? ¿En qué sectores de la matriz económica y social vasca se aplicaría de manera preferente? ¿Cuáles serían las transformaciones necesarias para avanzar en los objetivos marcados? ¿Y las estrategias de mitigación y defensa de los intereses de la clase trabajadora? ¿Cuánto hay que ampliar el marco de electrificación y para qué? ¿Quién y cómo lo haría?

Naturaleza de las energías renovables: flujo, intermitencia, alcance, sistema

Las características de las energías de stock (combustibles fósiles) son diferentes a las de flujo (renovables). Las primeras cuentan con unas capacidades excepcionales en términos de densidad energética, cadencia de uso, estabilidad, transportabilidad, etc. El capitalismo globalizado basado en la interconexión internacional de nodos de todo tipo pareciera imposible sin la hegemonía de la matriz energética fósil.

Las segundas tienen una densidad energética inferior, se generan únicamente cuando el flujo que las alimenta opera (evidente en el caso del sol y el viento) y, en consecuencia, su estabilidad y permeabilidad es inferior, salvo en el caso de la energía hidráulica y la geotérmica. Además, según el desarrollo tecnológico actual, la infraestructura renovable hegemónica incorpora un uso notable tanto de minerales metálicos como de energía fósil en su construcción.

Hemos de asumir que vivimos en un fallo multiorgánico del sistema generado en torno al capitalismo, que se evidencia en un estancamiento económico secular y un exceso de capacidad productiva a escala global

Partiendo de ahí, pareciera que un avance de la electrificación renovable se acomodaría mejor a sistemas de transmisión más localizados y de cercanía que a grandes interconexiones internacionales. En todo caso, a transformaciones profundas del sistema general en función de estabilizadores, como el apagón peninsular ha puesto de manifiesto. A su vez, la ampliación de la frontera minera —tanto en países periféricos como en los centrales, aunque de manera asimétrica— se evidencia como una derivada natural del avance de la electrificación.

¿Qué escala de sistema eléctrico se adapta mejor a un horizonte de decrecimiento y electrificación en Euskal Herria? ¿Qué transformaciones son necesarias en la infraestructura de transmisión, partiendo del marco estatal vigente y del apoyo oficial explícito a la interconexión a escala europea a través de nuestro territorio? ¿Es asumible la ampliación de una frontera minera situada en todo caso fuera de nuestro territorio? ¿Hasta qué punto y bajo qué condiciones?

Contexto global: crisis multidimensional del capitalismo

Los retos globales que enfrentamos son múltiples e interdependientes. No parece posible —ni es honesto analítica y políticamente— aislar variables y objetivos determinados respecto a múltiples dimensiones que definen tendencias fuertes para cualquier proceso de transición.

Hemos de asumir que vivimos en un fallo multiorgánico del sistema generado en torno al capitalismo, que se evidencia en un estancamiento económico secular y un exceso de capacidad productiva a escala global; en la consolidación de una financiarización que amenaza con nuevos estallidos de deuda, bancarios y de todo tipo; en el riesgo palpable de superación de los límites biofísicos, destacando especialmente el cambio climático, la pérdida de biodiversidad o el agotamiento tendencial y relativo de ciertas fuentes de energía y materiales críticos; en la crisis de la democracia liberal, azuzada principalmente desde posturas reaccionarias; en la agonía de la gobernanza y arquitectura multilateral vigente desde la segunda guerra mundial; y, por supuesto, en una palmaria crisis de reproducción de unas vidas cada vez más precarizadas e insostenibles.

Pero además la contienda política está atravesada por tres variables que no podemos obviar. Una, la creciente hegemonía de un poder corporativo agigantado y autoritario, que no solo impone su hegemonía sobre las cadenas económicas globales de valor, sino que protagoniza directa o indirectamente también el marco político y cultural. De esta manera, asistimos a una concentración y centralización del capital nunca vista en la historia, ejemplificada en la articulación de megafondos de inversión, big tech, grandes energéticas y el complejo securitario-militar que imponen su agenda e intereses por encima de cualquier otra consideración.

Dos, la creciente conflictividad geopolítica y social derivada del convulso contexto. Y tres, la consolidación a escala planetaria de un régimen de guerra que va más allá de la de por sí muy peligrosa espiral de conflictos internacionales, imponiendo la lógica amigo-enemigo como principio fundamental tanto para las relaciones internacionales como para la política interna.

El objetivo último de cualquier proceso de transición ecosocial justa debe ser superar este statu quo desde claves emancipadoras. En todo caso, la transición energética no puede aislarse de todo este conjunto de variables que atraviesan cualquier perspectiva política.

¿Qué enfoque de transición tienen un mayor impacto en coadyuvar desde Euskal Herria a la superación del fallo multiorgánico del sistema? ¿Qué agendas y estrategias apuntan realmente a la reversión del marco corporativo y violento de contienda política vigente? ¿Alimentar al poder corporativo también como sujeto de transición energética es un mal menor o un impedimento más en su consideración como justa?

Análisis de la transición: política económica, termodinámica y estrategia política

La transición energética, máxime en un contexto capitalista y en una fase en las que las empresas transnacionales protagonizan las cadenas globales de valor, debe partir de análisis interdisciplinares e interseccionales. Entre otras variables posibles y necesarias planteamos la vigencia de análisis termodinámicos y políticos, pero también la necesidad de incluir un viejo olvidado: la política económica.

No cabe duda de que la transición energética y la lucha por la descarbonización son fenómenos globales que solo se solucionarán con un compromiso planetario

El análisis del momento del desarrollo capitalista es parte fundamental del concepto de fractura metabólica, evidencia la contradicción entre capitalismo y naturaleza, y nos permite valorar en mejor medida las capacidades reales del sistema y de sus agentes prioritarios a la hora de avanzar en cualquier proceso u objetivo de generación de renovables, sustitución de fuentes de energía, etc. Sin la inclusión de esta dimensión, bien podríamos caer tanto en voluntarismos sobre el rol de las empresas transnacionales para participar en la transición energética, como en maximalismos sobre un inminente colapso de un sistema tocado, pero no hundido.

De este modo, y en un contexto de estancamiento secular y sobreacumulación, ¿qué podemos esperar de la agencia corporativa vasca e internacional en la actualidad? ¿Es efectivo un rol de lo público limitado al incentivo y apoyo directo a la inversión empresarial, como parece desprenderse de la Ley vasca de Cambio Climático y Transición Energética? ¿Es compatible la vigencia de la competitividad y la sostenibilidad como valores para transformar la matriz energética?

Escala de la transición: de lo global a lo local, sin obviar la escala de país

La transición energética es un fenómeno multiescala, por lo que tanto el análisis como las propuestas deben abarcar desde lo global hasta lo local.

En términos internacionales, no cabe duda de que la transición energética y la lucha por la descarbonización son fenómenos globales que solo se solucionarán con un compromiso planetario. Al mismo tiempo, la estrategia de cada territorio tiene implicaciones internacionales, destacando especialmente la capacidad de acceso a suministros estratégicos como energía y materiales críticos. La escala regional europea, por su parte, también tiene que ser fuente de análisis crítico por su relevancia competencial, económica y política.

En términos locales, es fundamental realizar diagnósticos adecuados a la realidad de cada territorio, analizando el conjunto de dinámicas que lo atraviesan, y planteando propuestas que en consecuencia definan un enfoque integral de transición justa. Dentro de este ámbito ponemos especial énfasis en las comarcas histórico-geográficas como escala relevante.

En todo caso, el marco de país no puede ser obviado, o asumido simplemente como el sumatorio de análisis locales diversos. En este punto es importante evidenciar la división actual de Euskal Herria en dos Estados y tres grandes divisiones administrativas. Pese a ello, es importante realizar diagnósticos y propuestas para el conjunto del territorio. En todo caso, es clave que estos al menos se concreten en el marco específico de Nafarroa, Iparralde y la CAV.

Son estos marcos (general y por división administrativa) los que vinculan lo local y lo global, y ofrecen una medida ponderada sobre el punto de partida, la naturaleza de las matrices energética, económica, social y política, y permiten definir propuestas —aun en un marco competencial limitado— de cierto alcance y mirada integrada.

¿Cómo garantizar la vigencia de los derechos humanos y de la naturaleza en las cadenas globales de valor que operan en la transición energética? ¿Cómo posicionarse ante la política exterior de la UE basada en tratados comerciales y acuerdos estratégicos sobre suministros con países periféricos? ¿Y sobre la ampliación de la frontera minera dentro de la propia UE? ¿Cómo vincular diagnósticos y propuestas locales con las de escala de país o división administrativa? ¿Hasta qué punto se legitiman desde una escala de país impactos locales nocivos, bajo qué condiciones?

Tiempo de la transición: urgencia e incertidumbre

Los tiempos de la transición están marcados por la urgencia: el tiempo se nos echa encima, dada la superación evidente de los límites biofísicos y la crisis cada día más amplia de reproducción de las vidas de la clase trabajadora. También es cierto, por otro lado, que los tiempos de cada crisis del fallo multiorgánico del sistema tienen ritmos y horizontes diferentes de eclosión. La crisis económica, el avance del cambio climático o el agotamiento relativo de energía y materiales tienen marcos temporales en principio diferentes e inciertos.

Las estrategias políticas basadas en la planificación, la participación de la clase trabajadora y el conflicto con el statu quo son un marco estratégico más adecuado en estos momentos

Una clave para enfrentar la transición energética, por tanto, es contar con la audacia suficiente para enfrentar el fallo multiorgánico desde estrategias que se acomoden a cierta claridad en los tiempos con los que contamos, partiendo de análisis integrales como hemos propuesto en las variables tercera y cuarta.

¿Priorizamos únicamente la sustitución de energía fósil por renovable, ante la urgencia extrema del cambio climático? ¿Asistimos a un colapso inminente e inevitable, por lo que la resiliencia local es la fórmula idónea para resistir y hacerse resiliente? ¿Hay partido, y por tanto debemos plantear estrategias más integrales que vinculen agendas y sujetos?

Estrategias para la transición: planificación, participación, conflicto

La agenda oficial se basa en la definición de objetivos climáticos y energéticos genéricos, procrastinados y no vinculantes; sitúa en la competitividad la clave de bóveda del proceso; entroniza a las grandes empresas como protagonistas en un contexto de estancamiento; coloca al sector público como agente subsidiario que incentiva e invierte en favor de las corporaciones; define los mercados, la diplomacia y la guerra como marcos en los que se concreta la definición de las estrategias para la transición. Esto no solo no parece la mejor opción para avanzar en términos de transición energética justa, sino que más bien nos avoca a una mayor explotación y expropiación de la naturaleza, los cuidados y lo común, además de azuzar el régimen imperante de guerra.

Al contrario, planteamos que las estrategias políticas basadas en la planificación, la participación de la clase trabajadora y el conflicto con el statu quo son un marco estratégico más adecuado en estos momentos.

La planificación parece imponerse como la única vía que permite la definición de estrategias ordenadas de transformación metabólica, combinando decrecimiento y electrificación desde análisis críticos e integrales. Una planificación que supere las generalidades y el carácter no vinculante que hoy jalonan toda una serie de estrategias y planes en Euskal Herria, para dirigir estratégicamente las transformaciones que deben vincularse a los objetivos marcados, incluyendo cierre de sectores, mutación de otros, fortalecimiento de algunos, mitigación de impactos sobre la clase trabajadora, cambios profundos en la movilidad humana y de mercancías, refuerzo de las capacidades y la propiedad pública, desarrollo de alianzas público-comunitarias, etc.

La participación popular en estos procesos de transformación y planificación es clave: no se puede dejar este reto en manos de élites o de tecnócratas, por lo que ampliar los debates sociales —y la participación directa de los y las trabajadoras en los procesos concretos— es un eje clave para la transición energética. Una participación y una escala de la transición que no se debería quedar tampoco en el protagonismo exclusivo de sectores específicos (ecologistas, poblaciones rurales afectadas), sino que debería ser una tarea compartida y con llegada al conjunto de la clase trabajadora como sujeto de la transición ecosocial. Bajo esta premisa, la articulación campo-ciudad, así como la sindical, ecologista y feminista se torna fundamental para cualquier estrategia de transición.

Partiendo de la clase trabajadora como sujeto, es importante abordar también el debate sobre los agentes de la transición: si estos son únicamente la sociedad civil, las comunidades, las instituciones o las corporaciones, o alguna combinación entre dichos agentes.

Cualquier estrategia política, partiendo de las apuestas por la planificación y la participación, ha de partir de unos principios, un enfoque y un tono determinados: o este se basa fundamentalmente en un pacto social interclasista que desarrolle círculos virtuosos de pequeños cambios sociológicos, mejoras tecnológicas y gobiernos reformistas, sin necesidad de alterar las señas de identidad del sistema, o bien optamos por una lógica de conflicto que genere espirales de conciencia y movilización popular para afrontar así transformaciones de calado.

¿Quién y cómo impulsar procesos de planificación de la transformación del metabolismo económico y energético, bajo un marco jurídico que ampara procesos clásicos de definición de estrategias? ¿Cómo ampliar la base popular en referencia a la transición energética? ¿Qué rol concedemos a empresas, instituciones, comunidades y sociedad civil? ¿Pueden la sociedad y las comunidades de manera autónoma liderar el proceso? ¿Optamos por la vía del pacto o del conflicto? ¿Cuáles serían esos conflictos, cómo articularlos? ¿Qué claves políticas nos ayudan a definir la estrategia?

Herramientas para la transición: megaproyectos, proyectos de cierta escala y otras iniciativas

Llegamos finalmente al principal punto de fricción del debate actual, al nudo de la dicotomía hegemónica. Pero no lo hacemos directamente, sino después de haber tratado de responder a las siete ideas-fuerza previas y sus consiguientes cuestionamientos, lo que nos obliga a definir una respuesta más compleja e integral.

En principio, se podría avalar entre las izquierdas vascas una posición compartida en torno a la crítica a los megaproyectos corporativos, definidos por las características antes ya señaladas. No obstante, es cierto que hay posturas que los avalan, aunque críticamente, como mal menor.

El debate debe tener la mirada puesta en fortalecer el músculo popular en defensa de una transición energética –y ecosocial– justa y emancipadora

Por otro lado, también parece un consenso la voluntad de desarrollo masivo de proyectos locales, comunidades energéticas, uso prioritario de lugares degradados, tejados urbanos, autoconsumo, etc., priorizando las políticas que pongan los medios oportunos a tal efecto.

Bajo estas premisas, el debate se resitúa en los siguientes términos: si el marco de decrecimiento y electrificación planificado previamente —y legitimado popularmente— se cubre con la energía generada por estos proyectos de menor impacto, el avance es notorio y no haría falta acudir a otro tipo de herramientas. Pero si no es así, entraría en juego la pertinencia o no de proyectos de cierta escala y volumen de inversión, pero que no asuman el conjunto de señas de identidad de los megaproyectos corporativos: propiedad pública y/o comunitaria, fin ecosocial de la herramienta para el propio territorio, marco de planificación en el que se sustenta, estrategia de implementación y mitigación, marco de herramientas impulsado, etc.

¿Cerramos la puerta a los megaproyectos corporativos? ¿Serán suficientes los proyectos locales y/o de menor impacto? ¿Son pertinentes proyectos de cierta escala? ¿Bajo qué condiciones locales y de país? ¿Todos los impactos ecosociales son igual de relevantes? ¿Todos los proyectos de megarrenovables requieren la misma consideración?

Este es, en definitiva, el marco integral de ocho variables que, entre otras también posibles, ofrecemos humildemente como base para un el debate amplio, integral, duro y honesto que merecemos y necesitamos, en Euskal Herria y en el mundo. Superar la simplicidad dicotómica en el fondo y el tono faltón en la forma es un imperativo categórico para resituar el debate en términos más transparentes y complejos. Un debate que debe estar a la altura del momento crítico que atravesamos, y con la mirada puesta en fortalecer el músculo popular en defensa de una transición energética —y ecosocial— justa y emancipadora.

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