We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Tribuna
Todo el mundo es un poco trans, incluso Ayuso
Todavía estoy en la fase de enseñar a todo el mundo mi nuevo DNI, en el que salgo con cara de bollo y el Reino de España reconoce que me llamo Jimena y que soy una mujer. Lo tengo desde hace poco más de un mes. Aún no me he acostumbrado a la tranquilidad de saber que, si tengo que enseñar el DNI, no voy a tener que dar ninguna explicación adicional, que no tengo que sostener mi propio nombre yo sola contra el Estado, que no queda un solo lugar en el que mi nombre no sea Jimena. Hoy es el Día Mundial contra la LGTBIfobia y mi nuevo DNI es consecuencia directa de lo que conmemoramos este día.
Hace cuatro meses, Isabel Díaz Ayuso, admiradora declarada de Milei, consumó en Madrid el primer retroceso en derechos LGTBI de nuestra historia reciente. Precisamente, en la Argentina en la que Milei difunde discursos de odio desde el palacio presidencial, cuatro mujeres lesbianas fueron brutalmente atacadas por un hombre durante la semana pasada. Tres de ellas fueron asesinadas. Las mataron por ser lesbianas y el gobierno de Milei solo ha sabido burlarse del crimen diciendo que la palabra “lesbicidio” no existe.
Un día como hoy, en 1990, la OMS eliminó la homosexualidad del listado de enfermedades mentales. Hubo que esperar 28 años más para que dejara de considerar la transexualidad como un trastorno
Nuestras vidas mejoran, pero la violencia no cesa. Las agresiones físicas y los asesinatos son la materialización más cruda de la violencia que experimentamos a diario en las redes sociales. No hay ideas políticas, creencias, afirmaciones o dudas que podamos expresar en redes sociales las personas abiertamente LGTBI, y muy especialmente las mujeres trans, que justifiquen la brutalidad de los insultos que recibimos. Incluso quienes ya nos hemos acostumbrado a no poder publicar en determinadas redes sociales sin que nos nieguen nuestra identidad, sin que nos insulten por cada centímetro de nuestro cuerpo, nuestra ropa, nuestra voz, nuestra vida, sin que nos deseen la muerte o nos presagien el suicidio. Incluso quienes ya nos hemos acostumbrado, vemos nuestro honor vulnerado a niveles que son inimaginables para quienes no lo viven. Nos deshumanizan sistemáticamente, y, sí, la deshumanización conduce irrevocablemente a la violencia física y al asesinato.
Un día como hoy, en 1990, la Organización Mundial de la Salud (OMS) eliminó la homosexualidad del listado de enfermedades mentales. Hubo que esperar 28 años más para que el mismo organismo dejara de considerar la transexualidad como un trastorno. Y cinco años más hasta que, el 2 de marzo del año pasado, entró en vigor la Ley Trans y LGTBI que ha reconocido, por primera vez en España a nivel estatal, que las personas trans no tenemos que pasar por un itinerario médico para ver reconocida nuestra identidad, porque no tenemos ninguna enfermedad. Muchos años de espera para algo que siempre supimos.
Despatologización es un término enrevesado para un concepto simple: significa que no ser cisheterosexual no es una enfermedad. De la misma manera que no es una enfermedad ser pelirrojo, estar soltera o ser de izquierdas, condiciones de la diversidad humana que no siempre han sido consideradas naturales o correctas.
Patologizarnos, convertir nuestra diversidad en una enfermedad, fue una vía de escape a la criminalización de nuestras vidas. Hubo un tiempo en el que solo podríamos dejar de ser criminales, escándalos públicos y peligros sociales si se asumía que nuestras vidas eran fruto de una enfermedad. Una afección que la medicina positivista pensó que podría sanar, y no la libre expresión de nuestras voluntades individuales. La despatologización está directamente relacionada con la LGTBIfobia.
Cuando nos obligaron a elegir entre ser consideradas criminales, sufrir penas de prisión, condenas en campos de trabajo, la exclusión y la muerte, o ser consideradas personas enfermas a las que la medicina podía sanar, elegimos la opción en la que no nos jugábamos la vida, aún a sabiendas de que nuestras vidas no eran ninguna enfermedad.
La reacción ultraderechista es solo el eco de nuestros avances, imparables, rotundos, libertarios, felices. Todo el mundo es un poco trans
La criminalización de nuestras vidas ha salido del ordenamiento jurídico de muchos países y la despatologización ha entrado en él. Algunas empezamos a poder vivir vidas más dignas, tanto en lo material como en lo moral. Pero esto no significa que no sigamos conviviendo con poderosas fuerzas que nos consideran criminales o, en el mejor de los casos, personas enfermas.
Convivimos aún con un pequeño y asustado sector que se niega a vernos como personas íntegras, ciudadanos de pleno derecho que libremente escogemos vivir nuestras vidas al margen de los marcos establecidos sobre lo que tienen que ser los comportamientos sociales y sexuales de los hombres y de las mujeres, y que, además, exigimos poder hacerlo sin perder derechos y sin sufrir penalizaciones ni violencias correctivas.
A la cabeza de estas fuerzas en España, en la misma estela de retroceso en la protección de la diversidad que en los últimos años están recorriendo distintos gobernantes en Hungría, Rusia, Uganda, Iraq o Argentina, se ha colocado Isabel Díaz Ayuso.
La reforma de las leyes LGTBI y trans de la Comunidad de Madrid, que en la práctica deroga casi la totalidad del contenido de estas leyes, ha convertido a Madrid, refugio histórico para la comunidad LGTBI, en escenario del primer retroceso en derechos LGTBI de España desde que vivimos en democracia. La reforma de estas leyes, que fueron aprobadas en 2016, durante el gobierno del PP, con el voto a favor y la abstención, respectivamente, de la propia Ayuso cuando era una diputada rasa, retoma la senda de la criminalización y la patologización que pensábamos que habíamos abandonado para siempre.
La lucha contra la LGTBIfobia es una lucha universal. Somos herencia del hilo rojo de la historia, de quienes ponen el cuerpo porque no tienen otra cosa. La reacción ultraderechista es solo el eco de nuestros avances, imparables, rotundos, libertarios, felices. Todo el mundo es un poco trans. Todo el mundo ha sido violentado en determinada medida, a veces soportable, por un sistema que nos obliga a ser hombres y mujeres de una manera tan restringida y asfixiante que nadie cabe por completo en un traje tan estrecho. Y si no has sido la marginada, el inseguro, la enferma o el degenerado, si nunca te has visto en esa posición, créeme cuando te digo que hay personas por las que morirías de amor a las que han tratado así. Tal vez eso te dé la empatía que le falta a Ayuso.