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La vida y ya
Espacio entre bloques
El asfalto escupe un calor pegajoso e incómodo. A pesar de eso se respira un ambiente agradable, seguramente es porque mucha de la gente que está en ese trozo de calle peatonal entre dos bloques de edificios de cuatro plantas se implicó en organizar esa fiesta. La fiesta de su barrio.
Ocupando parte del espacio central hay un escenario donde caben un montón de mujeres que muestran parte de lo que han aprendido en la escuela de baile que está justo al lado. En ese sitio entre bloques que genera un lugar para convivir donde los coches no tienen cabida, agarradas a los árboles, hay cuerdas que sostienen banderines de colores.
Aunque el espacio de la fiesta no es muy grande, sin duda, podrían pasar desapercibidas. Son dos mujeres que se mueven como si fueran capaces de flotar sobre el asfalto. Como si lo importante no estuviera en poner atención al calor sino a sus manos que caminan juntas.
Una de ellas tiene una mochila con la forma de un personaje de una película de animación. La mochila es de plástico pero la lleva bien pegada a la espalda, como si no importara el efecto que eso produce en el sudor que, ya de por sí, encuentra muchos poros por los que salir para tratar de refrigerar el cuerpo.
Podrían pasar desapercibidas en ese espacio donde la gente parece conocerse, donde se construyen vidas en común escuchando música y compartiendo un bocadillo y algo para beber. Parecen de la misma edad. Una edad en la que, según los cánones establecidos, ya no daría para que ninguna de las dos llevase una mochila con forma de un dibujo de animación.
Podría ocurrir que nadie se fijase en que, en esas dos manos que caminan unidas, una es la que sigue con calma los movimientos de la otra. Unos movimientos que parecen no conducir a ningún sitio en concreto, que solo buscan serpentear entre el tumulto de gente. Podría ocurrir que nadie se fijase en que una es la que ayuda a la otra a pedir la comida después de hacer la fila con una paciencia que parece entrenada desde hace años. La que la conduce a un sitio en el que cobijarse de la lluvia que ha traído una tormenta de verano que ha obligado a los músicos a dejar de tocar.
Podría ocurrir que nadie se fijase. Pero como es una fiesta de un barrio, como están en un espacio donde cada día, cuando no hay banderines de colores colgados de los árboles, la gente se conoce y se saluda, son varias las personas que se paran a hablar con ellas. Y le dicen cosas a la mujer que lleva una mochila de plástico con la forma de un personaje de animación. Cosas que ella no contesta mientras tira suave de la mano de la otra mujer que decide seguir su marcha hacia cualquier rincón de la fiesta.
Podría ocurrir que nadie se fijase en las manos que cuidan y acompañan a las personas que necesitan de esa compañía para hacer algunas de las cosas del día a día. Pero en barrios como ese, en donde han aprendido a resolver los cuidados construyendo redes vecinales, no pasan desaparecidas las personas que necesitan caminar de la mano de otras ni las que las sostienen.