Opinión
Las niñas tienen la respuesta

Hace poco recordaba con unas amigas un vídeo en el que José Luis Martínez-Almeida, actual alcalde de Madrid, hacía una visita a un colegio donde una niña de primaria le preguntaba: “Si solo pudieras donar dinero a un sitio ¿a dónde lo donarías, a la catedral de Notre Dame o a replantar el Amazonas?” Era después de que ambos lugares hubieran sido arrasados por las llamas.
Él se quedaba un momento callado y respondía: “A la catedral de Notre Dame” y, al instante, como no dando crédito a lo que había escuchado, la niña que había hecho la pregunta exclamaba: “¿Qué?” Y otra, a continuación soltaba un “¿Por qué?”
Después se oyen voces de más niños y niñas que parecen querer explicarle que el Amazonas es el pulmón del planeta y que no hay nada más importante que los árboles. A lo que Almeida, explicando por qué ha respondido eso, argumenta: “Notre Dame es un símbolo de Europa y nosotros vivimos en Europa”.
Más allá de que el vídeo sea de hace un tiempo. Más allá de que la pregunta plantea tener que elegir entre dos opciones que no tendrían necesariamente que ser contrapuestas (eso que hacemos muchas veces a modo de juego: qué elegirías playa o montaña, salir hasta las mil o disfrutar de la mañana, pasar frío o morirte de calor), más allá de eso, puede ser interesante pensar en la respuesta de Almeida y la reacción que genera en las niñas y los niños que estaban en esa clase.
En unas semanas en las que están ardiendo tantos lugares en la península, no se trata de jugar a las dicotomías, no se trata de ver qué elegirías, de comparar qué es peor dentro del desastre. Lo que quizás sea interesante plantear es cómo construimos culturalmente qué es lo importante. Pensar por qué las niñas y los niños lo tienen tan claro. Por qué les sorprende la respuesta del alcalde aunque lo que se quemaba era un ecosistema que, probablemente, no hubieran visto más que en fotos y documentales.
Lo que quizás sea necesario es plantear por qué nuestra construcción cultural no coloca a los ecosistemas que se están quemando como el mayor símbolo de lo que somos
Lo que quizás sea necesario es plantear por qué nuestra construcción cultural no coloca a los ecosistemas que se están quemando como el mayor símbolo de lo que somos. Algo que sí hacen otras culturas para las que la naturaleza es más que un símbolo, es algo sagrado porque sin ella no seríamos, no existiría todo lo demás.
Y pensar, también, por qué en medio de esa construcción cultural hay niñas y niños que conocen la importancia de la naturaleza.
Quizás es porque saben que los árboles son mucho más que toneladas de madera. Que son generadores de oxígeno y de alimento, resguardo para otras especies, quienes devuelven parte del agua que está en la tierra de nuevo a la atmósfera. Quizás es porque saben que los árboles son los guardianes de muchas historias y proporcionan posibilidades infinitas de juego.
Salvo algunas personas que tienen una habilidad especial para hacerlo, casi nunca ocurre que se tenga en cuenta las opiniones de las niñas y los niños. Tampoco la de las personas que viven más pegadas a la tierra que al asfalto y saben cómo cuidar la naturaleza.
Dicen que para transformar las cosas hace falta indignarse y que para eso hace falta sentir. Quizás sea tiempo de eso ahora, de escuchar a todas las personas que están indignadas porque sienten un dolor profundo porque los bosques y ecosistemas por los que han caminado y en los que han crecido ya no van a volver a ser como los conocieron. Escuchar a las personas que consideran a la naturaleza no algo de la que extraer cosas sino un hogar que hay que cuidar. Y, escuchar, entre todas esas voces, las de las niñas y los niños. Tienen mucho que enseñarnos.
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