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La vida y ya
Pan palestino
La primera vez que sentí la textura de la harina era pequeña. No fue para cocinar. La utilizábamos para recrear una nevada en el belén que montábamos cada navidad en la entrada de nuestra casa. Cuando ya estaban todas las figuras colocadas mi madre traía el bote de harina y nos dejaba meter la mano sin restricciones. A mi hermana, a mi hermano y a mí nos gustaba tanto la sensación de las manos tocando esa textura que nuestro belén acababa convirtiéndose en unos reyes magos tratando de atravesar un desierto lleno de nieve.
A varias de mis alumnas y alumnos también les gusta ese tacto de la harina en las manos, aunque lo relacionan con algo diferente a decorar el belén en la infancia. Para ellas tiene que ver con amasar para hacer pan.
El martes pasado, el grupo de adolescentes que lleva tiempo reuniéndose para trabajar formas de ayudar y seguir visibilizando lo que está ocurriendo en Gaza, decidió hacer una actividad que no era hacer carteles ni montar una charla ni recaudar dinero. Invitaron a Sajda y a su familia para que les enseñase a hacer pan palestino.
A Sajda ya la conocían porque el curso pasado la invitaron a un encuentro que organizaron. Esta vez la disposición era diferente. No había escenario ni sillas puestas en filas. Había una mesa grande en torno a la cual se colocaron para amasar.
Mientras aprendían qué cantidades echar, la consistencia que tenía que ir adquiriendo la masa, qué forma darle para hacer los bollos de pan, Sadja les contó algunas cosas. Les dijo que en Gaza hace tiempo que no existe “mañana”, que solo existe “hoy”, que no hay futuro más allá del ahora. Les dijo que ha tenido mucho miedo, que la imagen de las bombas que caen sobre las casas donde vive la gente no la puedes olvidar. Que tiene familia que sigue allí. Que estar bien ahora en Gaza no significa tener comida o casa, que estar bien significa que sigues viva, o vivo. También les dijo que Palestina no es un pueblo indefenso, que es un pueblo que sabe cómo resistir.
Hablaron de Gaza pero no solo hablan de Gaza. Alguien se tocó la cara con la mano y dejó un poco de harina en su mejilla. Se desencadenaron las risas que surgen a veces después de escuchar cosas difíciles.
Luego, sin esperar a que se enfriara, quemándose los dedos al partirlo por la impaciencia, probaron el pan. Después lo colocaron en una bandeja y lo llevaron para compartirlo con más personas.
Tocar la harina. Esparcirla sobre la mesa. Amasar para hacer pan entre muchas manos. Partir pedazos para compartirlo. Comer un trozo. Saborearlo.
Juntarse para hacer pan palestino es también, dice Sajda, una forma de resistir.
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