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La vida y ya
La primera vez
Ha sido la primera vez. Es verdad que muchas alumnas habían contado antes relaciones complicadas de las que no sabían cómo salir (o a veces pensaban que sí y a veces que no) tanto este curso como otros. Habían hablado de cosas que les pasaron a amigas. Cosas que les habían pasado a ellas. Cosas que no les habían gustado de los chicos con los que tenían relaciones afectivo sexuales.
Pero, hasta este año, ninguna había contado que habían sufrido una agresión sexual por parte de un compañero de clase o de otra clase. Uno de esos compañeros con los que comparten el día a día en las aulas y en los pasillos. Lo contaron chicas de distintas edades, de distintos perfiles, todas adolescentes, al igual que ellos. En dos ocasiones buscaron a una adulta con la que hablarlo directamente, en otra fueron sus amigas las que buscaron esa figura de referencia.
Hasta este año, ninguna alumna había contado que habían sufrido una agresión sexual por parte de un compañero de clase o de otra clase
Y, como pasa muchas veces con las primeras veces de algo que es difícil de manejar, el profesorado que teníamos que atender y acompañar todo esto nos desbordamos. Sobre todo en el primer caso. Y, ante el desborde, nos perdimos entre las preguntas. ¿Hay que mantener esto en silencio para respetar la privacidad de la víctima? ¿Se puede nombrar la agresión sin romper la confidencialidad? ¿Qué dicen los protocolos en los centros educativos para estos casos? ¿Sirven esos protocolos para reparar el daño? ¿Qué hacemos si una familia cree que lo mejor para su hija es no denunciar porque duda de que los procesos judiciales sean justos? ¿Qué pasa si la chica se lo ha contado a una amiga haciéndole prometer que no se lo dirá a nadie pero esta amiga decide confiárselo a una profesora? ¿Cómo se trabaja esto con la clase en la que ha ocurrido? ¿Y con las clases de al lado? ¿Son válidas todas las emociones que se despiertan ante esto que ha ocurrido? Y las acciones, ¿son todas válidas? ¿Tenemos que posicionarnos públicamente ante nuestro alumnado sobre las agresiones sexuales? ¿Qué puede ocurrir si no hacemos nada? ¿Hay que abrir diálogos aunque sean dolorosos? Y, sobre todo, ¿cómo hay que acompañarla a ella? ¿Y a él? ¿Tenemos que acompañarlo a él también?
Demasiadas preguntas para las que no teníamos una respuesta. Como no sabíamos cómo actuar pedimos ayuda a personas que sí sabían. Nos confirmaron lo que ya intuíamos pero no supimos hacer. Lo única regla importante es romper el silencio. Si no hablamos, si no nombramos las violencias, ellas y ellos lo hacen y, en las estructuras patriarcales en las que nos movemos, eso a menudo desencadena situaciones todavía más complejas para las chicas que decidieron y encontraron la manera de contar lo que les había pasado. “La vivencia de la agresión cambia totalmente según se da la reacción social del entorno”. A mí esta idea se me quedó grabada.
Y, por fin, comenzamos a hacer planes de actuación. Con muchas dudas. Con algunos aciertos y varios desaciertos. Sabiendo que el camino que tenemos por delante es largo. Con ayuda de madres y padres del centro.
Pedimos alguna palabra que se les venga a la cabeza después del rato compartido en los talleres: concienciada, tranquila, informada. Revuelta. Yo también revuelta
Empezamos con unos talleres en los que nos dividimos en dos grupos: chicas y chicos. Tratamos de establecer un espacio seguro para poder hablar. Y ponemos en el centro el tema: las agresiones sexuales. Y han comenzado a hablar. No todas, pero sí muchas.
Al final de esos talleres les pedimos alguna palabra que les viniese a la cabeza después de ese rato compartido. Dijeron muchas: concienciada, tranquila, informada, comprendo mejor, calmada, con más capacidad para entender. Revuelta. Yo también revuelta. Difícil.
Pero, sin duda, la frase que más repitieron fue: “Ahora, después de haber hablado, me siento más segura”.