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La vida y ya
La risa

En el vídeo se las ve bailando. Riendo. Riendo como cuando las carcajadas te llenan la boca entera. Con esa sensación de dejar que el cuerpo fluya sin pudor y sin remedio hacia una risa que, por unos instantes, parece capaz de poder llevarse por delante todas las tristezas. En el centro de la imagen están dos mujeres. El resto dando palmas alrededor. Los cuerpos se mueven sin importar si la postura es perfecta, sabiendo que las carcajadas impiden seguir el ritmo de la música como saben hacerlo. Parece que les da igual. Que les da absolutamente igual todo menos reír.
Vi muchas veces la risa de esas mujeres y de otras cuyas vidas eran tan duras como piedras de río. Mujeres con vidas que parecían a punto de estallar todo el rato pero que, de alguna manera, dejaban paso a esa risa colectiva que se colaba sin pedir permiso, a codazos, a menudo en medio de relatos terribles sobre cosas que les pasaban en su día a día.
Lo hablé con un amigo una noche de verano de esas en las que apetece de todo menos irte a dormir, aunque haya que trabajar al día siguiente. Él lo había visto, con mucha más crudeza que yo, en varios lugares, ese impulso por exigirle a la vida un rato para la risa. “Hay algo en esa alegría de las personas que no saben si habrá un día después del de hoy que es distinta a las alegrías de quienes tenemos un suelo más firme todo el rato”.
No sé si la alegría es diferente, puede que sí, lo que es seguro es que sus vidas sí lo son y, quizás por eso, la insistencia en que la risa tenga cabida y en darle todo el protagonismo cuando encuentra un hueco por el que colarse.
Una vez, una de las mujeres que salía en el vídeo tronchándose de risa, me dijo que para ella la risa era una forma de imaginarse de otra manera, que siempre conseguía imaginar una vida mejor en los momentos en los que se reía. “No aspiro a una vida sin problemas, eso sé que es imposible, solo una vida donde no tenga tantos todo el rato”.
Esa mujer, una de las dos que salía bailando en el centro de la imagen. La que se movía agarrada a la mano de su amiga como una forma de tejer prendas contra el frío. La que más se reía. La que reivindicaba el derecho a las carcajadas también en las personas que habitan las periferias. La que ya no está porque murió hace justo un año, decía que la mejor risa es la que surge en los días peores, cuando parece que no hay nada que remonte la sensación de que la vida tiene todas las puertas cerradas. Esa risa, la que aparece cuando te juntas con las amigas.