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La vida y ya
Salir del barrio
La última vez que la vi su casa estaba impecable y había un cuchillo sobre la mesa. No pude evitar mirarlo al entrar a la estancia que servía de cocina, salón y, a veces, dormitorio. Ella se dio cuenta. El resto de la casa estaba ordenada. Cada una de las pocas cosas que habitaban ese espacio en su sitio exacto. Pensé si el cuchillo sería para ella o para él. Disolví mi duda antes de que dijera nada. La conocía lo suficiente para saber que su rabia no era todavía desesperación.
“No voy a dejar que vuelva a pegarme”. Anunció. Hay situaciones en las que las palabras suenan siempre desacertadas, así que le di un abrazo. “No puedo más”, dijo sin llorar. La abracé más fuerte. “Sí puedes”.
No dejaba que nadie pegase a los perros que deambulaban por el barrio. Sabía la importancia de cada golpe no recibido.
Ella supo desde pequeña que hay personas que nacen con las posibilidades muy estrechadas, tanto que casi estrangulan. Sabía, desde antes de comenzar a ir al colegio, que ella era una de esas personas.
No había acabado la secundaria, pero conocía perfectamente cómo se estructura la sociedad en clases y a cuál pertenecía ella
Charlamos un rato largo. Acabó usando el cuchillo para pelar las patatas del guiso de la cena para sus hijos.
Siempre me llamó la atención su belleza, que se mantenía testaruda a pesar de todo lo que arrastraba su cuerpo. También su inteligencia tenaz, esa que le hizo llevar a sus hijos a un colegio lejos de su barrio. “Si mis hijos solo se juntan con los de aquí van a acabar convirtiéndose en lo mismo. La gente no es mala, es este lugar, las condiciones en las que vivimos, lo que les hace malos. Si quiero que aprendan algo distinto, tienen que juntarse con personas de otros lugares”.
No había acabado la secundaria, pero conocía perfectamente cómo se estructura la sociedad en clases y a cuál pertenecía ella. Sabía también que hay personas que, hagan lo que hagan, vuelven una y otra vez a la casilla de salida. “Todo está hecho para que sea así, para que no puedas salir del barrio, de esta realidad de violencia que parece que nadie mira”.
Siempre he pensado el valor de la escuela como un lugar de encuentro de distintas realidades
Tenía claro que las cosas están bastante más determinadas por el lugar en el que naces que por tu esfuerzo, por eso quiso probar a romper las reglas del juego llevando alejando a sus hijos de ese lugar. Tratando que tuvieran un entorno con personas que creyeran en sus posibilidades. Juntándose con otras niñas y niños que no llegaban al colegio con los zapatos cargados de barro los días de lluvia.
Siempre he pensado el valor de la escuela como un lugar de encuentro de distintas realidades. Desde que ella me lo enseñó, sé en quiénes deberíamos empeñar especialmente nuestros esfuerzos las personas que nos dedicamos a la educación.