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Violencia machista
“Me rajaron sin avisar”: relatos de violencia obstétrica (I)
Antes de que ti chegues
e empece a poesía a poñerse en posición fetal
e os nutrientes dunha mazá formen a túa preciosa pleura
vou saír aí dentro proclamar a vitoria do instinto
e que o mundo vexa a hedra enroscárseme no cerebro
e aqueles que nunca amaron choren a fío
ante os teus peíños que aprenden a andar sobre o aire.
Olga Novo (2019)
Los de Patricia Martínez y Patricia Álvarez son los relatos de cuando las poesías que vivían en su interior, en el refugio de paz del líquido amniótico, quisieron descubrir las rimas del mundo que las esperaba. Tendrían que ser las mayores experiencias del cuidado, de la delicadeza y del respeto para madres y hijas, pero chocaron con una realidad que hizo tambalear sus ritmos naturales, que les robó intimidades y que las despojó del control sobre sus propios cuerpos maternantes: la violencia obstétrica. Una realidad resbaladiza, que se aprovecha del desconocimiento de las madres y que adquiere carices sutiles a veces o se vuelve evidente y corporal en otras, pero que siempre coloca a las mujeres en el lugar de los sujetos pasivos, desprovistos de capacidad de decisión.
La matriactivista Jesusa Ricoy (2013) define este tipo de violencia como “el desconocimiento de las necesidades emocionales de la madre y del bebé en cualquier momento del embarazo, del parto y del puerperio inmediato, así como de la autoridad y autonomía que la mujer tiene sobre su sexualidad, su cuerpo y sus bebés”. Se entiende también como violencia obstétrica “el acto de ignorar la espontaneidad, las posturas, los ritmos y los tiempos que requiere el parto para progresar con normalidad”. El trato deshumanizado que sufren las mujeres por parte de algunos profesionales de la salud se concreta en la patologización de los procesos naturales y en la rutinización de ciertas prácticas dictadas sin consentimiento informado y/o sin justificación: episiotomías, cesáreas programadas, partos inducidos, constantes tactos vaginales, abuso de medicalización, maniobras de Hamilton y Kristeller... También se manifiesta en su forma psicológica, a través de la infantilización de las mujeres y las faltas de respeto en cualquier momento de la maternidad. Chispas del patriarcado que prenden, una vez más, sobre el cuerpo de las mujeres.
Un estudio de Maternidades Feministas señala que un 86% de las mujeres sufrió violencia obstétrica en Galiza
Según el reciente Informe del Observatorio de las Violencias Machistas en la Maternidad de la asociación gallega Materfem, el 86% de las mujeres participantes dijo haber vivido este tipo de violencia. Más del 44% la sufrió bastantes veces y casi otro tanto en contadas ocasiones. Una de las prácticas que sorprendentemente aún refieren el 4,3% de las mujeres es el llamado “punto del marido”: un punto de sutura de más a la hora de coser la incisión de la episiotomía que estrecha la vagina con el único objetivo de producirle más placer al hombre en las siguientes relaciones sexuales. Otro estudio preliminar sobre el conocimiento de la violencia obstétrica por parte de las profesionales de la atención al parto, esta vez elaborado a nivel estatal por la matrona Lola Ruiz Berdún y la psiquiatra perinatal Ibone Olza en el año 2014, ofrece dos datos igualmente relevantes: el 94% de las especialistas encuestadas fue testigo de violencia obstétrica durante su formación y case un 80% sintió presión para ejercer este tipo de prácticas en el paritorio. En las siguientes líneas, dos mujeres le ponen cara a los datos a través de las experiencias de sus maternidades.
El manejo de los tiempos: en domingo no se da a luz
A Patricia Martínez le provocaron su primer parto en la semana 38 de embarazo y sin previo aviso. Utilizaron la denominada maniobra de Hamilton, un tacto vaginal en movimiento circular que se realiza para desprender las membranas amnióticas de la pared del útero y que desencadena las contracciones en pocas horas. Sigue siendo una práctica generalizada a pesar de que provoca dolores intensos y desequilibra el ritmo natural del embarazo en los casos en los que carece de justificación, puesto que el parto es un proceso fisiológico que el cuerpo inicia de forma espontánea. “Me metió los dedos en la vagina y me hizo muchísimo daño, muchísimo; es como si te estuvieran arrancado algo de dentro. No te avisan de lo que hacen ni de que te va a doler de esa manera”, relata Patricia, que sufrió esta práctica en la última consulta de obstetricia en Betanzos antes de dar la luz en el Hospital Materno de A Coruña. “Cuando tienes tu barriguita, sientes al niño moverse y todo está bien, que alguien fuerce de esa forma, para mí resulta denigrante”.
A la mañana siguiente, cuando se levantó para ir a trabajar, descubrió que estaba sangrando. Se marchó a urgencias y la mandaron de vuelta para casa otros dos días en que sufrió intensas contracciones derivadas de aquel tacto. En el momento en el que pudo ingresar, la subieron la planta y, de nuevo sin previo aviso, le pincharon un relajante muscular en la pierna. “De repente me quedé planchada. Incluso tuve alucinaciones porque llevaba dos días y medio con mucho dolor”. Era domingo, y hasta el lunes no dio a luz. La sospecha que ronda en cabeza de Patricia - “nunca lo sabré a ciencia cierta” - es que aquel pinchazo en la pierna no tenía otra intención que retrasar unas horas el parto: de un día festivo a uno laboral. “Entiendo que hicieron como les convenía a ellos; los tiempos naturales —piensa— no fueron respetados”.
Una vez preparada para el parto, ya en lunes y después de que la matrona le hubiera explicado los procesos internos que iban a tener lugar en su cuerpo, Patricia sólo pudo decidir si quería o no la anestesia epidural. No tardaron mucho en practicarle, sin hacer uso del consentimiento informado, otra de las maniobras más conflictivas: la de Kristeller. Se trata de una práctica que consiste en ejercer presión hacia el fondo uterino para que el bebé salga más rápidamente. Está prohibida en países como el Reino Unido por los riesgos que puede implicar para las madres y los bebés y es contraindicada por autoridades como la OMS o el Ministerio de Sanidad ante la falta de evidencia científica. Todavía hoy, seis años después del parto, Patricia no le había puesto nombre y apellidos a esta maniobra, pero sí recuerda con nitidez cómo se posicionaron encima de ella y empujaron hacia abajo. “La sensación que tienes es de que eres, simplemente, un animal”. A esta práctica le sucedió luego el uso de fórceps - instrumento para facilitar la salida de la cabeza del bebé - y la realización de una episiotomía - incisión en el perineo -, tampoco informadas. “Me quedé muy desgarrada y perdí bastante sangre. Supe, ya a posteriori, lo que eran los fórceps y lo que significaba ese corte en el perineo. De alguna manera, tenían que justificar todo el desgarro que me habían hecho”, cuenta Patricia, en aquel momento madre por primera vez. “Yo no tenía experiencia y ellos sí, deberían haberme trasladado lo que sabían. Tú estás abriendo toda tu intimidad a un montón de personas: ginecólogos, enfermeras, matronas, auxiliares... El respeto, el cuidado y el cariño tienen que estar presentes obligatoriamente”. Si pudiera volver atrás, le gustaría haber tenido un parto donde participar de otra manera, siendo consciente del qué y del porqué de cada paso dado.
Una vez con su niño en brazos, el plan de parto siguió brillando por su ausencia. No les explicaban cuándo iban a proceder a su primero lavado o para dónde lo llevaban cuando se marchaban con él. El trato dejó mucho que desear. “De hecho, al hacer su primera caca pedimos ayuda y nos la denegaron. Hasta se rieron de nosotros. Sentimos muy poca sensibilidad. Daba la sensación de que hacían su trabajo de manera mecánica y que nosotros molestábamos allí”, recuerda. Al ver la cara de su bebé, Patricia olvidó todo lo malo, pero ahora, con el tiempo andado que permite recordar en perspectiva, se da cuenta, dice, de que en su parto se pudieron haber dado muchas “irregularidades”.
Maternar en pandemia: adiós a las aulas preparto
Este otro es un relato más reciente. Patricia Álvarez dio a luz antes de salir de cuentas, a comienzos de diciembre del pasado año, en medio de la pandemia de la Covid. En su última revisión, la ginecóloga también intentó hacerle la maniobra de Hamilton, pero cuando comenzó a sentir dolor le dijo que parara inmediatamente. “Me había informado antes por si acaso, porque sé que si no vas con conocimiento hacen de ti lo que quieren”. Patricia fue una de esas casi veinte mujeres de O Couto, en Ourense, que se quedaron sin el derecho a educación prenatal a raíz de la pandemia. Una “situación de abandono” por parte del Sergas que se prolongó durante los meses finales del 2020, ya con la pandemia muy avanzada y la mayor parte de los servicios adaptados al nuevo contexto. “Yo me quedé sin matrona hacia el final del parto, y llegué al hospital con miedo de lo que me podría encontrar... Perdí bastantes clases y tuve que informarme por mi cuenta”, habla Patricia.
El Sergas dejó a Patricia Álvarez sin matrona y sin aulas prenatales cuando estaba a punto de dar a luz. Tiró de Internet para seguir informándose de cara a su parto
Llegado el momento, todo aquello que la matrona le pudo advertir mientras ejerció y todo aquello que ella aprendió por su cuenta se esfumó rápidamente. “Cuando pisas la realidad ves que no cumplen nada de lo que deberían”. Esta otra madre ingresó en una habitación compartida en la que incluso tenía que dormir con la mascarilla puesta. Las contracciones las pasó dentro del baño, “que no son más que cuatro baldosas“. “Me apoyaba en el lavamanos y chocaba con el váter. Comodidad cero y atención cero”, denuncia. “No te dejan salir de la habitación ni tampoco tener contigo la pelota de dilatación para aliviar el dolor. Te ponen pegas para todo: para darte una mascarilla si la tuya se rompe, para traerte un cojín para poner entre las piernas, para traer una manta a tu pareja…”. En un momento dado, sin aviso previo, le administraron medicación para acelerar las contracciones. “Cuando te encuentras en esa situación no ves otra alternativa que ceder, por miedo y porque te dicen que si no te la ponen el parto no va para adelante”. Horas más tarde tuvieron que retirársela porque “le estaba provocando taquicardias a la niña”.
Durante el parto utilizaron la ventosa obstétrica para sacar al bebé del canal de parto y le realizaron un corte en el perineo. Ninguna de estas técnicas le fue consultada. Patricia ni siquiera sabía lo que era una ventosa en el momento en que se la estaban colocando; pero le molestó, sobre todo, la práctica de la episiotomía sin aviso ni consentimiento dado: “Me rajaron y no me lo dijeron. Me enteré por casualidad, cuando vi que le explicaban a un chaval de prácticas cómo se cosía la incisión”, relata. El piel con piel con su niña fue, según explica, uno “descontrol total”. “Me la cogían constantemente, me la llevaban, me la traían, había manos por todos los lados; no se respetó nada”. La primera frase que recibió al subir a planta fue: “Si no le das el biberón te la ingreso en neonatos”. El abuso de poder desde el ámbito sanitario se hace especialmente perceptible en lo relacionado con la lactancia materna. “No me dejaron tiempo ni calma”- critica - “para ver si la niña me cogía el pecho. Lo único que les importaba es que no llorara y no molestara. Así fue que acabamos dándole biberón. Antes de que te la lleven, haces lo que sea”.
Durante el parto utilizaron la ventosa obstétrica para sacar al bebé del canal de parto y le realizaron un corte en el perineo. Ninguna de estas técnicas le fue consultada. Patricia ni siquiera sabía lo que era una ventosa en el momento en que se la estaban colocando
La comodidad de las mujeres que dan la luz queda supeditada, en muchas ocasiones, a la comodidad de los propios profesionales —el ejemplo más evidente lo tenemos, sin ir más lejos, en la posición habitual en la que paren las mujeres—. La falta de recursos y medios en los hospitales gallegos también dificulta una atención humana a las mujeres que maternan. Patricia Álvarez, débil tras el parto y con la herida de la episiotomía aún muy reciente, recuerda tener que bajar y subir de rodillas de su camilla medio rota. Casi no pudo ni siquiera ocuparse de su niña mientras estaba en la cuna de la habitación del hospital. La violencia obstétrica se cuela hasta por las más mínimas grietas, y las mujeres que pasaron por ella piden para las próximas partos humanos, respetados y dignos, donde quien lleva a su criatura dentro tenga voz y sea escuchada, física y psicológicamente.
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Dos libros imprescindibles recien publicados a este respecto:
Partos arrebatados https://www.viruseditorial.net/es/libreria/fondo/8250/partos-arrebatados
La represión del deseo materno y la génesis del estado de sumisión inconsciente https://cauac.org/libros/la-represion-del-deseo-materno-y-la-genesis-del-estado-de-sumision-inconsciente/
Creo que el tema de este articulo es más violencia obstétrica o violencia médica que violencia machista
https://vimeo.com/68196686
Un video inspirado en el libro "Por un nacimiento sin violencia"
El autor fue un médico francés, Laboyer, que se ha interesó por disminuir en el niño el trauma del nacimiento. Laboyer plantea ¿quien ha pensadoen evitarle al niño la tortura de su primer contacto con el mundo? La hiriente luz, los agudos sonidos, la brusca entrada del aire en los pulmones, el vértigo, el frío, el contacto con la ropa o telas e incluso con metales (cuando lo que necesita es el contacto de todo su cuerpo con el cuerpo de la madre)... todos estos son suplicios innecesarios de un sistema sanitario opresivo, ideado desde el poder. Apartar al niño de la madre, con la excusa de medirle y pesarle, etc. es lo que de hecho puede asegurar enfermedades, inmunodeficiencias o o trastornos psicológicos en el futuro. Aplicarle liquidos médicos en los ojos abiertos a la fuerza es directamente una tortura propia de sádicos.
En su obra el doctor Laboyer sugiere un nuevo método para ayudar al niño a nacer disminuyéndo su sufrimiento. Siguiendo su sistema, a los pocos minutos del parto, el recién nacido abre los ojos, sedespereza, juega con sus manos, sonríe y se duerme placidamente.
Cuando un niño llega al mundo, lo primero que hace es llorar, ¿acaso el llanto del recién nacido no es un símbolo de dolor? Ante el llanto los asistentes: ¡llore! ¡llore! Exclama alguien; por que para ellos el llanto es símbolo de bienestar; indica que el cuerpo esta funcionando bien. Pero recordemos que el hombre no es solo un cuerpo. El llanto es la expresión del sufrimiento; sin embargo nadie se preocupa por esto y aun mas el niño es tratado casi como un objeto. Hay que hacerle una serie de procedimientos de rutina sin pensar en lo que él está sintiendo. ¿Por qué?