Opinión
Narratología y justicia

La justicia se entremezcla con asuntos narratológicos y una, entonces, vuelve a ratificarse en la idea de que contar es una acción ideológicamente poco aséptica.

23 dic 2017 07:00

A primeros de noviembre participé en “La violencia amb la llei a la mà”, una jornada organizada por el Centre D’Estudis Jurídics i Formació Especialitzada, el Institut Català de les Dones y ADHUC de la Universitat de Barcelona. Hablé sobre “Violencia y escritura: el cuerpo de la mujer” y aproveché el día para actualizar conocimientos.

La intoxicación informativa y el estado ideológico suscitado por ciertos productos culturales subrayan perversamente la intrínseca maldad de la mujer, su rencor y sus “ventajas” jurídicas para sembrar todo tipo de sospechas a través del concepto de “denuncia falsa”. A los prejuicios machistas o a la escasa relevancia, en términos cuantitativos, de la denuncia falsa, se suma un hecho apuntado por Nekane San Miguel, magistrada de la Audiencia Provincial de Bizkaia: la absolución del acusado no es un sinónimo de denuncia falsa; sencillamente a veces no se puede construir una sentencia condenatoria atendiendo a las reglas del juego establecido.

San Miguel indicó que, ante la violencia contra las mujeres, existe una respuesta penal, pero no un análisis de las causas que la provocan. El populismo punitivo, con sus ingredientes de desgarro y justa furia, de ojo por ojo y atavismo cavernario —de la adjetivación colorista yo soy la responsable—, es esa forma de sensacionalismo sobre la que descansa la incredulidad ante los testimonios de las mujeres maltratadas.

Las causas de la violencia podrían paliarse con el desarrollo de una Ley de Igualdad, que debería haber sido anterior a la Ley de Violencia, evitando así la desinformación interesada y la nebulosa moral que suscitan estos asuntos. San Miguel señaló que, cuando las denunciantes deciden no declarar una vez iniciado un proceso, se encuentran con una actitud agresiva por parte de la Fiscalía: la mujer acaba convirtiéndose en acusada.

San Miguel nos enfrentó a las preguntas de por qué y cómo se valora la credibilidad del relato de estas mujeres siempre sometidas al análisis previo de forenses y psicólogos. Obligadas a demostrar que son creíbles, fiables, partiendo de la base de la posibilidad/seguridad de la mentira o del relato desbocado. Obligadas a desnudarse y a probar que ni deliran ni están locas ni ocultan aviesas intenciones.

Todo el proceso es un acto de violencia reduplicada sobre las mujeres y de las palabras de la magistrada se deduce que ni la justicia es ciega ni todos somos iguales ante la Ley. Ni siquiera cuando se articulan modos de una supuesta discriminación positiva.

Para mí, como escritora, lo más espeluznante llegó con el análisis de las sentencias: los jueces apelan a la coherencia y verosimilitud necesarias en los relatos de las denunciantes sin atender al hecho de que un testimonio puede no ser verosímil ni coherente y, sin embargo, ser verdadero. Sobre todo, si consideramos que la memoria del dolor es frágil, bloqueante, genera incertidumbre, confunde y existen crímenes de dimensiones fabulosas que hacen bueno el dicho de que la realidad supera la ficción.

La justicia se entremezcla con asuntos narratológicos y una, entonces, vuelve a ratificarse en la idea de que contar es una acción ideológicamente poco aséptica y de que la retórica, las formas de un texto, los modos hegemónicos de articular una narración impregnan los discursos políticos y la moral pública.

Tal vez las palabras de quienes escribimos, nuestras reflexiones sobre el color de los adjetivos, la verdad de las mentiras o la obligación trepidante de las tramas estén calando, como gota serena, la vida de la gente y la posibilidad de ser condenado o absuelto.

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