We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
15M
Esa gente que está ahí
Un buen amigo economista me dice con frecuencia “¡Qué buen oficio tenemos! Vivimos de explicar lo que pasó. Nadie nos pide cuentas si no somos capaces de anunciar lo que pasará”. Quizá no sea ese un privilegio otorgado solo a quienes se dedican a contar relatos sobre economía. Ocurre también en muchas casas. Por ejemplo, nos pasa a quienes a ratos nos dedicamos a interpretar los acontecimientos sociales... cuando estos ya han pasado.
He leído páginas preciosas que ayudan a entender por qué ocurrió la Primavera Árabe y cómo es que miles de personas se citaron en las plazas, al menos, desde el 15 de mayo de 2011. Tengo, no obstante, mis problemas para asumir que esas explicaciones den con precisión en las causas. Quizá sea cierto que la naturaleza tiene derecho al azar, y que la sociedad no renuncia a ello. O quizá los intelectos de quienes analizan no estén cocidos en el mismo horno que las mentes y los corazones de quienes construyen los acontecimientos a pie de calle. Así que respeto y disfruto a las autoras y autores de los análisis, pero hoy me permito el lujo de no analizar, sino de contar un pedazo de lo que viví entonces.
Reconozco que no me enteré de lo que estaba pasando el primer día. Ni el segundo
Reconozco que no me enteré el primer día. Ni el segundo. Tenía previsto guiar un taller sobre la pirámide invertida de la opresión, una herramienta para intentar comprender la relación entre funcionamientos sistémicos y comportamientos individuales. El grupo de gente con interés en el taller organizó la sesión en el Centro Social Okupado y Autogestionado (CSOA) de San Bernando, en el barrio sevillano del mismo nombre. Nos encontramos en la puerta: el ambiente, extraño. Pregunté: “¿pasa algo que se me escapa?” “Se te escapa todo, Vicente, se está cociendo una buena en Las Setas. ¿Vemos lo del taller allí?”
Me daban ganas de contarlo por todas partes. “¡Gente! ¡Mirad qué está pasando!”
Al llegar a la plaza, oficialmente de La Encarnación, en Sevilla, vi una multitud impresionante. La impresión no venía del número, sino de la cualidad. Sentí que había viajado a un lugar nuevo. Todo el espacio había sido tomado por grupos de 10 a 30 personas que debatían sobre algo, escuchaban una charla, asistían a una especie de curso o, como ocurrió con la pirámide invertida de la opresión, participaban en un taller. Comencé con timidez, pero los rostros de quienes se fueron acercando me arropaban. “Cuenta, cuenta, parece interesante”. Tras la experiencia, se acercó un hombre corpulento y me dijo, a mí o al aire, pues miraba hacia el centro de la plaza, “¡La leche con esta gente! Me han devuelto la esperanza. Son más de treinta años de sindicalismo duro. He visto de todo. Qué te voy a contar. Pero estos jodíos me han sacado las lágrimas”. Me llevó a conocer a otra persona, a unos veinte metros. “Este es Esteban, por si no lo conocías. Es cura. Y yo ateo que te cagas. Pero ya ves. Aquí estamos los dos planificando algo”. Una mujer que podría pasar por mi madre me dice unos minutos más tarde “Hola; mira, perdona, ¿cómo has dicho que te llamas? Verás, estamos aquí un grupito que nos gustaría que contaras lo de la pirámide en nuestra asociación. Bueno, no es que sea una asociación así, como oficial. Es que la estamos montando ahora. Se nos ocurrió aquí ayer. Y digo yo, que si te vienes y nos cuentas lo mismo. ¿Cómo dices que te llamas?”
Esa gente de apariencia tan diferente, todas juntas, como si de repente se hubieran diluido las castas, los estratos sociales y las ideologías de partido
Cuando llegué a casa me encontraba en una nube. Tenía la impresión de haber visitado una película. Esa gente que vi llenando rincones, con una actitud corporal que mostraba seguridad, tranquilidad, que estaba en la plaza como si fuera la salita de estar o el patio de la comunidad, como si se sintieran en su casa… Esa gente de apariencia tan diferente, todas juntas, como si de repente se hubieran diluido las castas, los estratos sociales y las ideologías de partido.
A partir de entonces, fui con frecuencia e intensidad. Así, con el corazón de un niño, lloré varias veces. Casi todo me sabía a esperanza. Recuerdo una especie de pasacalles improvisado. Muchas personas habían pintado de blanco sus caras y las palmas de las manos. Llevaban tambores y otros instrumentos. Me daban ganas de contarlo por todas partes: “¡Gente! ¡Mirad qué está pasando!” En el fondo sentía algo agrio, una constancia de temporalidad, un anuncio fatalista. Pero era el momento, el “aquí y ahora.” ¿Cómo expresarlo? Quizá así: “La gente existe. Esta gente existe, con estas ganas de aportar algo positivo, de ponerle pilas a la esperanza. Y siempre han estado aquí. Lo llenan todo, pero no se ven; salvo hoy. Hoy, aquí y ahora, son visibles.”
Después, meses después, el fondo agrio llegó a la garganta
Sé que no ocurrió del mismo modo en todas partes. Ni en todo momento. En una de las asambleas, unas chicas que venían de Barcelona tenían el miedo y la desconfianza en el rostro y advertían en todo momento de los peligros a los que nos estábamos exponiendo. Alguien sacó su cámara para fotografiar al grupo “¡Nooo!” chillaron alarmadas “¡Nos cazarán a todas!”.
Después, meses después, el fondo agrio llegó a la garganta. El movimiento subía y bajaba. A veces como en la orilla de una playa. A veces, como en un acantilado. Se fue a los barrios y a los pueblos. Y allí cogió fuerza o mutó o murió a manos de expertos en las izquierdas; en todas o al menos en una de ellas; sí, esa izquierda, sea la que sea, que lleva la razón, no como las demás. Pero yo sigo sabiendo del cura y del sindicalista, y de la mujer de la asociación, que no llegó a ser oficial. Y seguimos planificando…
Y ya sé, para siempre, que la gente que lo llena todo está ahí, en cada cachito de barrio, visible o invisible.