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15M
Memoria del 15M
Consumadas las elecciones en la Comunidad de Madrid, nuestros medios ya nos avisan de que las próximas están por llegar (¿En Andalucía? ¿En Cataluña?). Como es natural, las convocatorias no responderían en ningún caso a la preocupación por el bien común o al interés ciudadano, sino exclusivamente a lo que los partidos políticos suponen que beneficiará sus propios intereses. Eso sí, a nosotros, los espectadores, nos llamarían a votar como si la vida nos fuese, a todos, en ello. Y todo indica que aceptaremos esa realidad, otra vez, sin rechistar.
En este ambiente, nuestra vida política, tal y como además nos la narran muchos medios de comunicación, se reduciría a la campaña electoral permanente, una campaña que lo simplifica todo, polariza, y nos presiona para que elijamos entre dos bandos que no dejan espacio a los matices: comunismo o libertad, izquierda o derecha, fascismo o democracia.
La memoria institucionalizada nos repite que la democracia, la fetén es la de aquí y ahora, tal y como está o con pequeños arreglos que llegarán si votamos a quienes tenemos que votar
El 15M nos recordó que las cosas pueden ser de otra forma, y que la ciudadanía debería estar más involucrada en la toma de decisiones sobre asuntos que afectan a su vida cotidiana y a sus esperanzas de futuro: ¿No era eso la democracia? Al menos, así lo creyeron —y por ello lucharon— muchos en el pasado; también aquí, en este país. Pero la memoria institucionalizada nos repite que la democracia buena, la fetén, es la de ahora y la de aquí, tal y como está, o con pequeños arreglos que llegarán si votamos a quienes tenemos que votar. Que sí, que tiene sus fallos pero… ¿se os ocurre algo mejor? Pues resulta que sí, que se nos ocurrieron (o recordamos) muchas otras opciones en aquellos días.
El 15M nos avisó, también, de que política y partidos políticos no son lo mismo, afortunadamente; que votar cada cuatro años bajo la presión constante de que “vienen los malos” no es suficiente. Y que nuestra democracia no es “plena”, como muchos repiten sin dar muchas explicaciones sobre por qué lo creen así. En las plazas, las aulas y algunos medios se nos animó a pensar fuera de los diez mandamientos; los de la Iglesia, los del Estado, los de la izquierda o los de la derecha; también a mirar a los lados, a reflexionar fuera del renglón y a olvidarnos de las autocensuras que no nos dejan vivir, ni opinar sin cortapisas.
Nos recordó el 15M que no debemos conformarnos con un trabajo de mierda y con la falta de expectativas
Nos recordó el 15M que podemos imaginar otras formas de hacerlo todo, que sin esa imaginación estamos condenados a la falta de esperanza, al aburrimiento político más nocivo, que es el que cierra puertas y nos advierte de que “esto es lo que hay”, de que debemos conformarnos con un “trabajo de mierda” (como también los llamó David Graeber), con la precariedad depredadora y la falta de expectativas. Confirmamos en aquellos días que tenemos la capacidad de inventarnos nuevas formas de convivencia, así como la de cuestionarnos por qué nadie nos pregunta, casi nunca, casi nada. Y como tenemos memoria, sabíamos que no éramos los primeros en habernos dado cuenta, que no era nuestro el descubrimiento, pero que teníamos que aprovechar que habíamos decidido recordar.
En los meses que siguieron al 15 de mayo de 2011 nos sentimos deudores de quienes se habían indignado en el norte de África, porque no todos los ejemplos vienen siempre de Bruselas o Nueva York, y aprendimos a hablar de política con desconocidos que, resultó, tenían cosas que contarnos y, además, nos convencieron de que, quizás, no siempre estábamos en lo cierto. Nos enteramos también de que Islandia existía y de que se podía decidir no obedecer normas que eran manifiestamente perjudiciales para la gran mayoría.
Cuestionamos la “normalidad vigente” con argumentos y sin líderes ni banderas, pero sí con un aroma ácrata que provocaba urticaria a quienes son de urticaria fácil
En las plazas se contaban cosas que no estaban en las primeras páginas de los medios, y entendimos por qué. El relato administrativo de la realidad dejó de ser suficiente. En la calle nos preguntábamos por qué recibir una carta de la administración o de un banco siempre nos produce un escalofrío, y decidimos que quizás habría que pensar en cómo cambiar eso… también. Cuestionamos la “normalidad vigente” con argumentos y sin líderes ni banderas, pero sí con un aroma ácrata que provocaba urticaria a quienes son de urticaria fácil. No me extraña que un movimiento así se haya devuelto a los márgenes de la memoria. Genera el instintivo rechazo de quienes han hecho carrera y dinero con otras normas y jerarquías: visto desde ahí, el 15M es, claro está, “peligroso”.
En aquellos días insistimos en preguntar por qué a todo, como cuando éramos niños, y volvimos a comprobar que, si lo preguntas mucho, puede aparecer la policía. Vimos que la curiosidad no siempre es bien recibida y que en las cárceles del mundo hay más gente por decir la verdad que por vivir de la mentira.
Hay que abrir las ventanas de las democracias “plenas” que huelen a naftalina; el 15M, creo, ayudó a hacerlo
El 15M fue mucho más que el germen de partidos políticos, aunque también fuera eso. Merece formar parte de la memoria de esos momentos en los que la indignación se transformó en creatividad y práctica política, y no en el odio irracional a quienes nos digan, a través de nuestras pantallas, que son los culpables de todos nuestros males.
Hay que abrir las ventanas de las democracias “plenas” que huelen a naftalina; el 15M, creo, ayudó a hacerlo. Y así quiero rememorarlo; con una mirada hacia atrás selectiva, incompleta e imperfecta, porque me puede fallar la memoria y porque creo que es este recuerdo el que nos puede servir para salir del enredo en que andamos metidos.
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Un virus puede ser más fuerte que una idea. Para la mayoría de la gente 15M es la distancia de seguridad al coche de delante.
(…O: “un concierto inolvidable para los asistentes”; que se suele decir).
viendo lo vacía que están las calles más bien habría que hablar de desmemoria del 15M