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Actualidad africana
El descontento social y el aumento del precio de los productos básicos cocinan una tormenta perfecta
El precio de los combustibles aumenta constantemente; el de los alimentos básicos se incrementa desde hace dos años pero empieza a llegar a niveles insostenibles. En muchos lugares de África vivir y sobrevivir es cada vez más complicado. La tensión que provoca el desvanecimiento de las esperanzas se suma al descontento social, las muestras de agotamiento de la ciudadanía ante gobiernos que han agotado su crédito sin ofrecer alternativas, como pasa con las juntas militares de África Occidental. La combinación genera las condiciones para previsibles estallidos. Mientras, el arte en Dakar ofrece un rayo de luz y también otra forma de reivindicar.
La situación en el Cuerno de África es cada vez más insostenible
Las alarmas han resonado insistentes en los últimos meses. En cada una de ellas, el récord se superaba y la amenaza se extendía. La última advertencia señala que la que está viviendo el Cuerno de África es la peor sequía de las últimas cuatro décadas y que ya ha colocado en situación de inseguridad alimentaria aguda a 16,7 millones de personas. A partir de ahí, el rosario de datos es devastador y las esperanzas flaquean cuando la mirada se proyecta hacia el futuro.
El último episodio de estas alertas lo firman catorce organizaciones humanitarias y meteorológicas que advierten que ya se han perdido cuatro temporadas de lluvias en esta zona, pero que además los datos no hacen pensar en predicciones más halagüeñas. De hecho, el análisis que comparten estas organizaciones señala que hay grandes probabilidades de que la próxima estación de lluvias, entre octubre y diciembre vuelva a pasar sin dejar precipitaciones. Antes, incluso, de que llegue esta oportunidad, las agencias de respuesta humanitaria advierten que el número de personas en situación de inseguridad alimentaria aguda, pasará de 16,7 millones de personas hasta 20 millones en septiembre entre Somalia, Etiopía y Kenia.
Además de lo que se conoce como estrés hídrico, esta prolongada sequía está acabando con el ganado en una región en la que el pastoreo es una de las fuentes principales de recursos y una de las señas de identidad más importantes. Se calcula que 3,6 millones de cabezas de ganado han muerto entre Kenia y Etiopía, mientras que en Somalia se considera que un tercio de la cabaña pastoral ha desaparecido en el último año. Una de las consecuencias de estos efectos sobre el ganado es que cerca de un millón de personas se ha desplazado en Somalia y el sur de Etiopía, en condiciones precarias que incrementan los escenarios de inestabilidad y de inseguridad.
Las consecuencias la larga sequía en el Cuerno de África, se están agrabando por un aumento de los precios de los productos básicos que en Etiopía ha llegado al 66% y en Somalia al 36%
La agencia de Naciones Unidas para la asistencia humanitaria (OCHA) ya recordaba hace más de un mes que las consecuencias de esta sequía aparecen, en la región, acompañadas por un aumento de los precios de los productos básicos que en Etiopía ha llegado al 66% y en Somalia al 36% y por un incremento, por ejemplo, del precio del agua que en algunas zonas de Somalia se ha elevado un 72%. Todos estos elementos de precariedad aumentan la vulnerabilidad de la población y provocan una crisis social, como advierte este mismo organismo, que golpea especialmente a las mujeres y los niños y las niñas y que se traduce en un aumento de la violencia basada en el género, la explotación, la violencia sexual, los matrimonios infantiles o la reducción de la escolarización.
Las investigaciones desarrolladas por Oxfam y Save the Children en colaboración con el Jameel Observatory ponen de manifiesto la responsabilidad de las manos humanas en las consecuencias de estos desastres. “A pesar de que las señales de alerta eran cada vez más claras, la respuesta de las y los líderes mundiales ha sido lamentable: demasiado tardía y demasiado escasa, dejando a millones de personas en una situación catastrófica. El hambre es un fracaso político”, señala Gabriela Bucher, directora ejecutiva de Oxfam Internacional en una nota de prensa de la entidad. Mientras Unicef advierte que “se prevé que el precio de los alimentos terapéuticos listos para usar (RUTF, por sus siglas en inglés) que salvan vidas (porque son los que se utilizan en los casos de desnutrición aguda severa) se dispare en los próximos meses, poniendo en riesgo aún más la vida de los niños”.
Sudán sigue en pie contra el golpe de Estado
Hace más de siete meses que el general Abdel Fattah al-Burhan retomó el poder en Sudán, en un Golpe de Estado al propio gobierno de transición, del que había sido excluidos algunos militares que la jerarquía castrense consideraban claves para dirigir esa aparente transición en la dirección de sus intereses. Hace el mismo tiempo, más de siete meses, que la sociedad civil sudanesa se resiste activamente a ese golpe de estado y reclama la transferencia del poder a las autoridades civiles.
La amplitud de la contestación de los primeros días, después del levantamiento militar de octubre de 2021, puede haberse aplacado, pero la intensidad y la determinación de los manifestantes no se ha reducido un ápice. La pasada semana, a pesar del anuncio del gobierno del levantamiento del Estado de emergencia que se impuso en octubre del pasado año, volvieron a registrarse intensas protestas en Jartum y otras ciudades del país, con una respuesta de la policía y el ejército cada vez más violenta. Mientras las imágenes mostraban el inquietante ambiente de las calles del barrio de Burri dominadas por una espesa niebla que, en realidad, eran gases lacrimógenos lanzados durante la represión de las últimas manifestaciones; el Comité de Médicos, continuaba documentando las consecuencias de la represión.
En Sudán las nuevas estructuras de organización ciudadanas, conocidas como Comités de Resistencia, que se organizan a escala de los barrios, han continuado durante este tiempo coordinando las acciones de protesta
Las nuevas estructuras de organización ciudadanas, conocidas como Comités de Resistencia, que se organizan a escala de los barrios, han continuado durante este tiempo coordinando las acciones de protesta, la construcción de barricadas y, en ocasiones la convocatoria de manifestaciones; impulsando las colectas orientadas a mantener la contestación; documentando los episodios de esta larga resistencia; e intentando mantener alta la moral de una población que ha manifestado reiteradamente su voluntad de recuperar el camino hacia la democracia y de hacerlo a través del poder civil.
Aumentan los precios de los productos básicos
Cuando se alerta del aumento generalizado de los precios de los productos básicos en África, a menudo no se hace desde la preocupación por el bienestar de los y las africanas. Al menos, no es ese el enfoque de algunos de los actores que más han llamado la atención sobre esta inflación galopante, atribuida muy oportunamente a la invasión rusa de Ucrania, y que maquilla una deriva que se estaba cocinando durante los últimos años. Lo que realmente preocupa de este desplome del poder adquisitivo del ciudadano medio africano, que puede suponer incluso, en muchos casos, la caída en situaciones de pobreza, es que se convierte en el desencadenante definitivo de una tormenta perfecta, en forma de inestabilidad política y de convulsiones sociales, como ha ocurrido en otros momentos de crisis globales.
Las dimensiones del obstáculo frente al que se sitúa la ciudadanía en el continente africanos es objetivamente preocupante. Desde Nigeria hasta Burundi o desde Burkina Faso hasta la República Democrática del Congo, la progresión de los precios del combustible dibuja una empinada línea ascendente. De rebote, aumentan los precios de los transportes y se extiende el temor de las restricciones en el abastecimiento. En Sudáfrica la tensión estaba aumentando de tal manera, que el gobierno anunció in extremis una intervención en los precios del carburante a través del reajuste de los impuestos. Pero no todos los países del continente pueden permitirse estas inyecciones de subvenciones.
Desde Nigeria hasta Burundi o desde Burkina Faso hasta la República Democrática del Congo, la progresión de los precios del combustible dibuja una empinada línea ascendente. De rebote, aumentan los precios de los transportes y se extiende el temor de las restricciones en el abastecimiento.
Muy interrelacionado con el aumento de los precios del combustible aparece un, igualmente preocupante, incremento del coste de los alimentos más básicos y su progresiva escasez. La alimentación se lleva el 40% de los ingresos de los hogares y está previsto que la inflación durante este año en el conjunto de la región llegue hasta el 12,2 %, según los datos del World Economic Forum. Los precios de esos productos básicos se encuentran en récords históricos, por encima de las cifras que alcanzaron durante la crisis global de 2008-2009, que en el continente africano se tradujo en intensos procesos de contestación a partir de 2010.
En este caso, algunos ya han girado la vista hacia la soberanía alimentaria, la producción propia y la recuperación de productos y cultivos autóctonos como el sorgo, el mijo, el maíz, el fonio o el arroz para contrarrestar esa escasez de trigo derivada de la geoestrategia mundial. Aunque no se puede perder de vista que algunos de los factores que producen el alza de precios también lastra la capacidad de producción local. Y mientras ya han comenzado a producirse algunos de los movimientos de descontento que se hacen previsibles, desde la huelga de panaderos en Burkina Faso por la limitación al aumento del precio del pan, hasta las movilizaciones en Guinea el día que se establece un nuevo y más elevado coste para el carburante.
Los gobiernos militares de África Occidental agotan su crédito
Mali, Burkina Faso y la República de Guinea son los países de África Occidental en los que se mantienen gobiernos militares después de los más recientes golpes de Estado. En los tres escenarios, la llegada de los militares al poder, o la renovación del levantamiento en el caso de Mali, contó con cierta tolerancia por parte de las sociedades civiles. Los sublevados rompían con dinámicas institucionales que grandes colectivos de la población habían llegado a juzgar intolerables y por eso los golpes fueron relativamente incruentos y, en todo caso, no se registraron enfrentamientos armados reseñables.
En la República de Guinea, los militares capitalizaron el descontento que las calles habían mostrado por el desprecio de Alpha Condé a las reglas del juego democrático y por su empeño en manipularlas para mantenerse en el poder. En Burkina Faso, la incapacidad de las autoridades civiles para hacer frente a los estragos de la violencia de los grupos armados del país proporcionó una pasarela excepcional para el levantamiento de los mandos del ejército. Mientras que en Mali, que se había encaminado a una transición democrática como evolución de un golpe de Estado anterior, la decisión de los militares de “reconducir” el camino y retomar el poder, recibió el aval involuntario de las instituciones internacionales. Cuando la población empezaba a cuestionar el papel del ejército, las sanciones impuestas por la CEDEAO ayudaron a los oficiales a reforzar la narrativa de la agresión externa e incluso la de la influencia de potencias extranjeras y a aglutinar a buena parte de la sociedad civil en torno a la soberanía nacional y la amenaza exterior.
En las últimas semanas se han concretado las duraciones que cada una de las juntas militares establece para sus propias transiciones hasta llegar a la restitución del poder a las autoridades civiles. Todo el proceso se ha desarrollado en medio de tiras y aflojas de los respectivos gobiernos con la CEDEAO y otras organizaciones internacionales; con una considerable ambigüedad en los anuncios; y algunas maniobras para intentar dejar clara una aparente posición de fuerza en esas decisiones. Sin embargo, estos anuncios han empezado a coincidir con algunas muestras de agotamiento por parte de las sociedades civiles. Tal vez en el caso de Mali las voces críticas son las más sutiles, porque la crisis diplomática, sobre todo, con las autoridades francesas, la ruptura de las relaciones militares con la antigua metrópoli se ha ido desarrollando en episodios cuidadosamente traumáticos que han permitido mantener la tensión de apoyo a un gobierno que aparece como el único defensor de los intereses nacionales ante el acoso de diferentes actores internacionales.
Mali, Burkina Faso y la República de Guinea son los países de África Occidental en los que se mantienen gobiernos militares después de los más recientes golpes de Estado. En los tres escenarios, la llegada de los militares al poder, o la renovación del levantamiento en el caso de Mali, contó con cierta tolerancia por parte de las sociedades civiles
En el caso de Burkina Faso, empiezan a sumarse episodios que la sociedad civil apunta en la cuenta del “debe” del gobierno, como el incidente en la mina de zinc de Perkoa, que ha alimentado las críticas hacia las autoridades por su incapacidad para encontrar a los ocho mineros atrapados durante más de un mes. Durante los últimos días se han ido recuperando los cadáveres de las víctimas. Por otro lado, la violencia de los grupos armados, que había sido el principal reproche al anterior presidente elegido democráticamente, Roch Marc Christian Kaboré, se ha recrudecido y pone en evidencia las lagunas de los militares en la lucha contra el terrorismo. Por ejemplo, tres ataques en menos de quince días en Madjoari, una localidad al este del país, han provocado la muerte, al menos, de 67 civiles y once soldados. Algunas organizaciones de la sociedad civil han empezado a poner el acento en la falta de cambio de rumbo del gobierno militar.
En la República de Guinea, las mismas fuerzas sociales que se resistieron activa e intensamente a la deriva antidemocrática de Alpha Condé y que pusieron ciertas esperanzas de renovación en la llegada de la junta militar, ya han empezado a alzar la voz claramente contra el recorte de libertades. Una de las últimas medidas adoptadas por el gobierno liderado por el ejército ha sido la prohibición de manifestaciones y los líderes del FNDC (el Frente Nacional para la Defensa de la Constitución), la coalición de organizaciones de la sociedad civil que se movilizó frente a Condé para preservar los pilares de la democracia guineana ya ha dicho que esa es una clara línea roja. Foniké Mengue, el coordinador del FNDC, que fue encarcelado bajo el régimen anterior, ha advertido públicamente que lo que no cedieron por Condé, no lo cederán por una junta militar y ha llamado a la población a movilizarse para defender el orden constitucional lo antes posible.
Las calles de Dakar, conquistadas por el arte contemporáneo
La implicación de los actores culturales de Dakar en la bienal de arte contemporáneo africano de la ciudad se hace evidente en un programa off que ya hace tiempo que desbordó sobradamente el programa de la sección oficial. La sed y el entusiasmo con el que artistas, programadoras y centros culturales se zambullen en esta cita imprescindible da una muestra del dinamismo de la escena artística pero también del compromiso por hacer de la capital senegalesa el escaparate privilegiado de la producción cultural.
Desde el pasado 19 de mayo y hasta el próximo 21 de junio, 59 artistas de las diferentes regiones del continente, incluida la región fluida de la diáspora, exponen dentro de la sección oficial en el antiguo Palacio de Justicia de la ciudad. Aunque los actos de este programa se desarrollan también en otros escenarios.
La creatividad, sin embargo, termina de inundar la ciudad e incluso las localidades de la periferia con lo que se conoce como el programa off, las actividades propuestas en centros culturales, galerías privadas y todo tipo de instituciones o espacios de colectivos que suman alrededor de 450 iniciativas. Precisamente la complejidad y exuberancia de esta oferta cultural obliga a tener una guía con la que ubicarse, para intentar no perderse ninguna de esas actividades que subliman la producción artística africana. La bienal de arte africano contemporáneo de Dakar, que este año llega a su decimocuarta edición, se expande además a otras ciudades del país, con una cierta presencia en la antigua capital Saint-Louis, la turística Sally o la sureña Zinguinchor.