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Actualidad africana
La espiral de golpes de Estado en Sudán y la esperanza de nuevas resistencias
En Sudán, dos líderes militares enfrentan a sus ejércitos particulares para garantizarse una parte del pastel del poder político que llevan cuatro años sustrayendo a la sociedad. Y en medio de ese fuego cruzado el número de víctimas civiles se dispara, pero ni siquiera esa violencia desatada y los bombardeos indiscriminados de zonas residenciales, han conseguido aplastar la resistencia de la ciudadanía que se organiza como puede para coordinar la solidaridad y también para oponerse, en la medida de lo posible, a la guerra. Mientras, en Senegal un frente amplio de la sociedad se levanta contra la manipulación de la democracia y desde el Norte global se exporta homofobia a África.
La población sudanesa, entre el fuego cruzado de los bandos militares
“Tenemos cuatro niñas atrapadas con nosotros que necesitan y quieren estar con sus familias. Estoy en Amarat. No se como sacarlas. Agradecería cualquier ayuda”, escribía el miércoles en un tuit Dallia Abdel-Moniem desde un barrio de Jartum. Un usuario le recomendaba que no se moviese y esperase a la tarde, cuando los bombardeos habrían remitido. Cinco horas después volvía a compartir un mensaje entre asustado y resignado: “Nuestra casa ha sido atacada. El bombardeo es tan indiscriminado. Estamos bien. Pero tratar de encontrar una manera de trasladarse a un lugar más seguro es imposible con toda la artillería disparando sobre nuestras cabezas”. Este intercambio es solo un ejemplo de la situación que se vive en la capital sudanesa desde que el sábado 15 de abril se desataran combates entre las fuerzas armadas (FAS) y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) una milicia que hasta el momento había estado auspiciada por el Estado. Estas luchas internas entre militares vuelven a atrapar a la ciudadanía sudanesa en un complicado fuego cruzado, ante el que, sin embargo, no se resigna ni baja los brazos. Una conocida periodista de origen británico y profunda conocedora de África Oriental, Samira Sawlani, describía claramente la situación el domingo, poco después de que se iniciaran los combates en el entorno del aeropuerto internacional de Jartum y otros edificios oficiales: “Durante años han luchado por la libertad, por la paz. Implacables y valientes en su búsqueda de justicia, sacrificaron muchas vidas. Y ahora atrapados en el fuego cruzado, siendo tratados como daños colaterales”.
Sidecar
Sidecar Tiroteos en Jartum
Los enfrentamientos que se desataron el sábado son la consecuencia de una lucha de poder entre los dos líderes de la actual junta militar y certifican una espiral de golpes de estado ejecutados desde el propio poder e iniciada en 2019. En diciembre del año anterior, se había puesto en marcha un amplia movilización ciudadana, una revuelta popular pacífica que se alzaba contra la dictadura de Omar al Bashir, después de tres décadas en el poder. En cuatro meses de intensa contestación, coordinada por un innovador movimiento, la Asociación de Profesionales Sudaneses, la sociedad civil sudanesa generó las condiciones para la caída del temido líder sudanés. Aunque fue un sector del ejército el que sacó un rédito inmediato de la situación. Los militares se presentaron, en aquella ocasión, como los únicos capaces de dar respuesta a las exigencias de la ciudadanía y transmitieron su voluntad de ser apenas un instrumento que depusiese a Al Bashir, algo que ocurrió en abril de 2019, para recuperar la democracia.
Sin embargo, los manifestantes reclamaban un gobierno civil de manera inmediata y, a pesar de la caída del dictador, continuaron con su ocupación simbólica de los espacios públicos más representativos de Jartum. Pronto el nuevo gobierno militar mostró su verdadero rostro. Las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), un grupo paramilitar comandado por Mohamed Hamdan Dagalo “Hemedti” que se ha hecho tristemente popular y poderoso por sus abusos durante el conflicto de Darfur, se encargaron de desalojar a sangre y fuego esas ocupaciones provocando un centenar de muertos. A pesar de esa respuesta, la movilización y la presión continuaron, hasta conseguir que se constituyese un gobierno de transición con presencia civil. Abdallah Hamdok representaba a la coalición de grupos políticos y organizaciones sociales que se habían opuesto a Al Bashir, mientras que el general Abdel Fattah al-Burhan, representaba al poder militar, con un Hemedti que se mantiene en un segundo plano.
Más de un año han pasado las y los sudaneses en las calles contestando al gobierno militar, renovando las formas de organización desde abajo, a través de los comités de resistencia de barrio
Durante unos meses, la transición avanzó a duras penas con ese complicado equilibrio de figuras y de intereses. Pero la forzada convivencia se rompió definitivamente cuando Hamdok intentó restar poder en el gobierno a los militares y desequilibrar la balanza a favor de los civiles. Al-Burhan y Hemedti se dieron un autogolpe de Estado, detuvieron a Hamdok y reforzaron sus posiciones en la nueva junta militar como presidente y vicepresidente, respectivamente. Inmediatamente, la ciudadanía sudanesa se movilizó para defender, al menos, los logros simbólicos conquistados y para intentar frenar el avance del ejército.
Más de un año han pasado las y los sudaneses en las calles contestando al gobierno militar, renovando de nuevo las formas de organización de la resistencia, esta vez, sustituyendo aquella estructura de la Asociación de Profesionales Sudaneses por los comités de resistencia de barrio y, de nuevo, han pagado un alto precio con más de 120 asesinados en las manifestaciones. Sin embargo, empujaron para la liberación de Hamdok, incluso cuando inmediatamente quedó amortizado por su colaboración con los militares y presionaron también para revitalizar el proceso de cesión del poder, que se concretó en un artificio hueco que no cubrió las aspiraciones ciudadanas.
Precisamente del contexto de ese reparto de poder surge este nuevo golpe dentro del golpe elevado al cubo. Para Al-Burhan era una oportunidad para debilitar a Hemedti, que se ha hecho demasiado fuerte (y muy rico), diluyendo su ejército particular, las RSF, en las fuerzas armadas lo más rápido posible. Hemedti, por su parte, que le ha hecho el trabajo sucio al poder militar, ya desde los tiempos del conflicto de Darfur ha detectado una jugada que era de todo menos sutil y se ha revuelto lanzando una dentellada, directamente contra Al-Burhan.
Desde el punto de vista militar esta semana de combates ha sido un periodo de idas y venidas y de incertidumbre. Las RSF sorprendieron a las fuerzas armadas y consiguieron posiciones estratégicas, pero no lo suficiente. La reacción fue contundente y al parecer el ejército regular recuperó el control de algunos espacios. Inmediatamente los enfrentamientos se reprodujeron en otras regiones del país, especialmente en la castigada Darfur. A partir de ahí, los bombardeos han comenzado a sucederse en las zonas “conquistadas” por unos y otros, como ocurre en las guerras, sin demasiados miramientos ni por los daños materiales ni por los asesinatos de civiles. Y los mensajes han empezado construir realidades paralelas, con los contendientes desplegando un intensa actividad propagandística en las redes sociales.
El número de muertos ha ido creciendo exponencialmente a medida que se intensificaban los combates y que afectaban, sobre todo a zonas residenciales, sobre todo partir del miércoles y diferentes fuentes, como organismos de Naciones Unidas u organizaciones humanitarias han intentado actualizar esta información. El Comité de Médicos de Sudán ha sido una de las fuentes más fiables de las bajas registradas desde los tiempos del levantamiento ciudadano de 2018.
Ante la escalada militar, en Sudán Los medios sociales se han convertido en un hervidero de solidaridad de base y de ayuda mutua, llamadas de socorro y ofrecimientos de apoyo
Por otra parte, la sociedad civil sudanesa ha vuelto a movilizarse intensamente, ofreciendo una nueva lección de compromiso, y teniendo en cuenta la situación crítica. Se han activado diferentes iniciativas de intercambio de información para evitar el silencio que puede llegar a ser letal, a través de etiquetas en las redes sociales como #KeepEyesOnSudan. Los medios sociales se han convertido en un hervidero de solidaridad de base y de ayuda mutua, llamadas de socorro y ofrecimientos de apoyo, número de asistencia de diferentes colectivos organizados, listados de chats de WhatsApp en los que se ofrece información práctica para los vecinos, desde hospitales con salas de parto, hasta farmacias operativas o incluso ubicación de los puestos de control de los militares, o recursos de refugio y de acogida improvisados.
Los comités de resistencia de barrio, se han convertido en la coordinación de la huida en los barrios más impactados y del asilo y el refugio para los ciudadanos más afectados. Pero también la voz firme del rechazo a la guerra con corajudas y simbólicas acciones. Las redes, del mismo modo, se han convertido en cordón umbilical de las diásporas y resulta curioso cómo usuarias muy jóvenes se lanzaron desde el primer momento a TikTok para utilizar la popular plataforma de vídeos como un altavoz mediante el que aclarar una crisis difícil de entender. “Lo que pasa en Sudán no es una guerra civil. Los civiles no tienen nada que ver con eso. La guerra es entre dos bandos armados y los civiles son las primeras víctimas”, decía @queen_asadoya en un potente mensaje en TikTok.
Movilización total en Senegal
La movilización en Senegal para conjurar la posibilidad de un tercer mandato del presidente Macky Sall terminó de alzar el vuelo el pasado domingo 16 de abril cuando 112 organizaciones firmaron la carta de la que se ha autodenominado Plataforma de lucha de las fuerzas vivas de la nación – F24. Si ya hace meses que la tensión política en el país de África Occidental asciende a cotas poco sostenibles, teniendo en cuenta que quedan prácticamente diez meses para las próximas elecciones presidenciales, la formación oficial de este colectivo de oposición supone la consolidación de la escalada.
El descontento de la sociedad civil hacia las medidas de Macky Sall, sobre todo las que tienen que ver con derechos y libertades básicos relacionados con la expresión y el ejercicio político, ha ido aumentando desde su reelección en 2019. En los últimos meses, a medida que se acercaban unas elecciones, todavía lejanas en el tiempo, la tensión se ha ido prácticamente solidificando, provocando algunos episodios preocupantes. La figura del principal opositor político de Macky Sall ha estado sometida a un acoso judicial y policial constante por infracciones aparentemente poco relacionadas con su desempeño político, pero resulta difícil abstraerse de que Ousmane Sonko aparece como el único candidato con posibilidades reales de batir al actual presidente, en un escenario que, ya de por sí, sería un auténtico desastre.
El descontento de la sociedad civil hacia las medidas de Macky Sall, sobre todo las que tienen que ver con derechos y libertades básicos relacionados con la expresión y el ejercicio político, ha ido aumentando desde su reelección en 2019
La Constitución de Senegal establece un límite de dos mandatos presidenciales consecutivos. Macky Sall accedió al poder defendiendo la literalidad de esa limitación (que también había sido puesta en duda por su predecesor, Abdoulaye Wade). Sin embargo, en los últimos meses Sall y sus colaboradores más próximos han estado jugando al despiste, evitando renovar ese compromiso con la limitación de mandatos o lanzando globos sonda de posibles maniobras. Todo ello ha ido aumentando el temor a una situación que tensionaría hasta el extremo las instituciones senegalesas y amalgamando organizaciones con intereses diversos pero con el punto de conexión de la defensa de los principios democráticos.
La firma de esta carta y la constitución de este frente amplio de la Plataforma de lucha de las fuerzas vivas de la nación – F24, que aglutina partidos de la oposición, organizaciones de la sociedad civil y activistas a título individual, significa la apertura definitiva de una precampaña que podría llegar a ser más importante (y más crispada que la propia campaña). Los firmantes reclaman el compromiso con la imposibilidad de un tercer mandato, la eliminación de artículos del código electoral que dificultan el acceso de aspirantes o la liberación de los críticos detenidos durante los últimos meses, y anuncian una primera gran movilización para mediados de mayo.
África
Global Una década de turbulencias en el Sahel
Acoso a la prensa francesa en Burkina Faso
El cerco se cierra sobre los medios de comunicación franceses que operan en Burkina Faso. El país es el último epicentro de la tensión en el Sahel, en la que se combina la falta de garantías de un gobierno militar salido de un golpe de estado; la delicadísima situación de seguridad provocada por una lucha contra grupos extremistas que no consigue resultados; el creciente riesgo de violencias comunitarias por los agravios y los atropellos que propicia esa situación de seguridad; y el pulso por la influencia internacional que mantienen Rusia y los países del Norte global. Y en medio de es complicado puzzle parece que la medida más sencilla es matar al mensajero y además, si el mensajero es francés parece que la justificación se hace más sencilla dentro del discurso de las autoridades.
El último episodio ha sido la expulsión de dos periodistas, corresponsales de los diarios galos Liberation y Le Monde, que aparentemente contaban con todas las acreditaciones necesarias. En el caso de la reportera del primero de los rotativos, parece que su expulsión podría tener relación con una investigación acerca de un vídeo que se difundió por diversos canales sociales en el que se veían los cuerpos de varios menores, junto a hombres de uniforme en un cuartel militar.
La expulsión inopinada de estas dos profesionales se suma a la interrupción de las emisiones de Radio France Internationale (RFI) en diciembre del pasado año y la más reciente de la cadena francesa de información internacional France24, poco después de la emisión de un reportaje en el que se entrevistaba a un líder de uno de los grupos extremistas. El gobierno burkinés argumentó que los dos medios estaban difundiendo informaciones falsas y por ello ordenó su inmediata interrupción en el territorio nacional. Esta preocupante deriva ha sido denunciada por organizaciones defensoras de los derechos humanos.
Los análisis sobre la creciente violencia en Kenia apuntan a las tensiones provocadas por la escasez de recursos, sobre todo agua, que obliga a comunidades de pastores y de agricultores a competir por un recurso imprescindible para su supervivencia
Aumento de la violencia en Kenia
La violencia está aumentando en ámbitos rurales de Kenia y especialmente en territorios del noroeste del país y expande la tenebrosa sombra de la violencia comunitaria que afecta a otros territorios del continente y que ya ha demostrado su potencial de desestabilización. En este caso, los informes del Proyecto de Datos de Monitorización de Conflictos Armados e Incidentes (ACLED, por sus siglas en inglés), transmiten una preocupante progresión. Los datos recogidos por este observatorio muestran, por un lado, que en Kenia “la violencia contra civiles aumentó un 30% en marzo en comparación con febrero”; por otro, que “las milicias pastoralistas llevaron a cabo la mitad de esta violencia”; y, finalmente, que esas mismas manifestaciones de violencia han aumentado durante todo el primer trimestre de 2023, en relación con el último periodo de 2022.
Los análisis apuntan a las tensiones provocadas por la escasez de recursos, sobre todo agua, que obliga a comunidades de pastores y de agricultores a competir por un recurso imprescindible para su supervivencia. A eso se suma que el mal ciclo económico han propiciado el aumento de la actividad de los grupos que se dedican al robo de ganado. Así, las milicias vinculadas a las comunidades que se dedican al pastoreo aparecen como las más beligerantes. Además en esta zona oeste y noroeste el gobierno keniano ya había detectado la proliferación de armas en los últimos tiempos y a pesar de algunas iniciativas, no han sido demasiado eficientes en su erradicación.
“Narrativas con ‘profundos vínculos con el cristianismo evangélico blanco’ están ‘polarizando a los países africanos y dañando y poniendo en peligro a las personas LGBTQ+’”
Una ola de homofobia (importada) recorre África
La aprobación por parte del parlamento ugandés de la que sería una de las leyes contra la diversidad sexual y afectiva más duras del continente africano ha vuelto a llamar la atención sobre esa extraña ola de homofobia que recorre África en los últimos años y que, en contra de los que dicen los discursos de sus promotores, tiene mucho de importada. El tan manido como peregrino “la homosexualidad no es africana” se está resquebrajando más todavía con las corrientes que intentan imponer legalmente la homofobia en diferentes países africanos.
El caso de Uganda, a cuya ley solo le falta la sanción por parte del presidente Yoweri Museveni, lo cual no supone ninguna garantía, es el más reciente. Pero al calor de esta amenaza a las libertades de colectivos LGTBIQ+, los analistas y activistas Jeffrey Smith y Nic Cheeseman recordaban en un reciente artículo la deriva anti-LGTBIQ+ en Ghana, donde se ha producido un evidente retroceso; en Zambia donde se han producido detenciones de activistas por participar en manifestaciones contra la violencia basada en el género; en Nigeria, donde religiosos musulmanes y católicos imponen el miedo y la invisibilidad apoyados por leyes contra el matrimonio de personas del mismo sexo; o en Kenia, donde la lucha por la libertad de orientación sexual se topa con campañas que refuerzan los prejuicios.
Y en la difusión de esos discursos tienen un papel fundamental grupos y organizaciones que transmiten narrativas homófobas aprovechando las redes sociales y algunos líderes de opinión, sobre todo en el ámbito religioso. Esos grupos y organizaciones promueven esos estados de opinión contra la diversidad sexual, para propiciar la aprobación de leyes que, al mismo tiempo, validen esos discursos y lo hacen, en gran medida desde el norte global. En el caso de la campaña que provocado un retroceso en la libertades en Ghana ya se detectó la injerencia de grupos extranjeros, financiando y alentando esas acciones. Y de la misma manera, en su artículo Smith y Cheeseman advierten que “las 'comunidades pentecostales radicales de los EE. UU.' han patrocinado la introducción de leyes anti-LGBT en toda África”; recuperan una afirmación del periodista nigeriano Caleb Okereke, que señala que “narrativas con 'profundos vínculos con el cristianismo evangélico blanco' están 'polarizando a los países africanos y dañando y poniendo en peligro a las personas LGBTQ+'”; y recuerdan que en contra del discurso que trata de asegurar que la homosexualidad es propia del Norte global, lo que sí que es eminentemente colonial es la homofobia a través de las primeras leyes que condenaban la diversidad sexual y afectiva.
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Luchas por el poder entre elites militares locales, apoyadas por países capitalistas, mientras los pueblos siguen sufriendo la persecución y asesinato por luchar por gobiernos democráticos.
Ese es justamente el problema, no la falta de recursos ni riquezas, sino la acumulación de estos en manos de dictadores locales y multinacionales del agronegocio y el extractivismo.
Lastima que ya no haya presidentes ni movimientos revolucionarios en el continente...
África libre de todo tipo de imperialismo ya!