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El breve alto el fuego permite un respiro en Gaza, pero Israel no perdona en Cisjordania

Mientras en la Franja se vivía el primer día sin bombardeos desde el 7 de octubre. En Cisjordania, donde no aplica la tregua, la violencia del ejército israelí y los colonos contra los palestinos recuerda a los tiempos de la segunda intifada.
palestina itsaslore
Dos mujeres van hacia su barrio. Para acceder, deben cruzar una barrera en el corazón de Hebrón. Marta Martínez Itsaslore Yarza
Jerusalén / Nablús
24 nov 2023 22:44

Las poblaciones vecinas del Estado de Israel, como los palestinos y los libaneses, saben bien que el ejército israelí bombardea con una fuerza especial cuando un alto el fuego está a punto de entrar en vigor. Eso es lo que ha ocurrido varias veces en las últimas décadas de la región. Y eso es lo mismo que sufrió Gaza los días anteriores a la primera tregua del conflicto actual. Cuando las hostilidades han cesado, los gazatíes han podido salir al exterior sin miedo a que las toneladas de plomo les caigan desde el cielo, un temor que les ha perseguido durante 49 días —y que parece que regresará en tan solo unas cuantas jornadas.

La tregua, sin embargo, no aplica en Cisjordania, donde las tropas israelíes y los colonos supremacistas continúan intimidando a la población local con total impunidad. El nivel de violencia que se registra en el territorio ocupado sólo se equipara al que existía durante la segunda intifada. En este contexto, muchos de los residentes de los campos de refugiados en Cisjordania, especialmente castigados por unas condiciones de vida miserables, abrazan o entienden la decisión de quienes optan por la lucha armada.

Los gazatíes salen a reencontrarse con los suyos en medio de la destrucción

Cuando el alto el fuego se acerca, los misiles caen con más fuerza. Este es el patrón que se repitió con el estado de Israel en guerras anteriores con milicias palestinas en Gaza y con Hezbollah en Líbano. Y este es el patrón, también, que los palestinos del enclave han sufrido durante los últimos días.

Israel decidió pisar el acelerador, y en Gaza la miseria se expande hasta cotas inenarrables. Los dirigentes israelíes dicen tener entre ceja y ceja el fin de Hamás cuando masacran el territorio gazatí, pero la realidad sobre el terreno no entiende de distinciones. Durante las horas previas al arranque del alto el fuego, la ofensiva israelí cubrió todo el territorio de la franja. En el norte del enclave, Israel disparó misiles contra campos de refugiados como el de Jabalia, donde hay familias enteras que han dejado de existir. En el centro de la franja, Israel alcanzó con su tecnología militar grupos de civiles que se desplazaban hacia el sur, siguiendo las indicaciones de la entidad ocupante. En el sur de la franja, Israel tampoco tuvo piedad con municipios como Khan Younis o Rafah, donde bombardeó edificios que acogen organizaciones benéficas que trabajan por el bien común.

Los reporteros locales en Gaza, los únicos capaces de poner en duda las intenciones oficiales de Israel en su ofensiva contra el territorio, relatan lo que ocurre ante sus ojos. “La gente en el sur se muere tanto como en el norte”, decía el periodista de Al Jazeera, Hani Mahmoud, ante la supuesta situación de seguridad que debería caracterizar el sur de la franja de Gaza.

La búsqueda de centenares de miles de personas por reencontrarse con sus seres queridos dejó durante la primera jornada de alto el fuego imágenes de enorme carga emotiva

A partir de la mañana del viernes, la entrada en vigor del primer alto el fuego permitió a los gazatíes visibilizar el daño que les rodeaba. La población palestina aprovechó el cese de las hostilidades para salir de sus escondites, donde llevaban 49 días evitando la muerte de forma miserable. La búsqueda de centenares de miles de personas por reencontrarse con sus seres queridos dejó durante la primera jornada de alto el fuego imágenes de enorme carga emotiva. Muchos, incluso, buscaban sus familiares bajo los escombros aún sabiendo que no los encontrarían con vida.

A pesar de que la tregua suponga un respiro, muchos gazatíes no tienen un lugar al que regresar. La destrucción absoluta de barrios enteros en ciudades tanto del norte como del sur de la franja impide a miles de gazatíes imaginar un tiempo de posguerra en el que puedan intentar sanar las heridas desde el lugar al que llamaban casa. Pero la destrucción física de las ciudades no es lo único que lo impide. Grupos locales afirman que Israel, después del inicio de la tregua, continuaba desplazando tanques sobre el terreno en Gaza, así como bloqueando el paso a los gazatíes que querían regresar hacia el norte de la franja. En algunos casos, las tropas israelíes habrían llegado a atacar a los gazatíes que se desplazaban hacia el norte.

Los líderes israelíes, con Benyamin Netanyahu a la cabeza, prometen seguir bombardeando la franja de Gaza al fin de la tregua con Hamas. El acuerdo con la milicia palestina, sin embargo, abre la posibilidad a que el alto el fuego vaya más allá de los cuatro días. Millones de palestinos suspiran porque la pausa iniciada la mañana del viernes sea el primer paso hacia una paz más duradera. También lo esperan múltiples actores internacionales. El problema es que los Estados Unidos, patrocinador oficial de su apadrinado Israel, no ha dejado claro que esté entre ellos.

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La violencia israelí no cesa en Cisjordania

“Desde el 7 de octubre que no salgo de mi ciudad. Nadie lo hace. Tenemos miedo de que los colonos estén escondidos en los accesos y nos ataquen”. Son las declaraciones a El Salto Diario de Mohamed, un joven de 22 años de Nablús. Los residentes de esta ciudad palestina ubicada en el norte de Cisjordania saben de primera mano lo que los medios de comunicación internacionales parecen haber olvidado durante las últimas horas, y es que el alto el fuego que aplica sobre la franja de Gaza y sobre el frente norte con Líbano no supone el cese de las hostilidades contra la población del territorio ocupado.

Las violentas incursiones militares de las tropas israelíes continúan arrasando los callejones de municipios y campos de refugiados en Cisjordania. Lo hacen, además, a plena luz del día, algo que la población local ve como un indicativo de que los soldados israelíes se sienten cómodos e impunes a la hora de asaltar la población palestina. En Nablús, casi todos los días desde el pasado 7 de octubre se levantan con informaciones de última hora sobre las consecuencias de la invasión militar que alguno de los cuatro campos de refugiados de la ciudad le ha tocado sufrir.

“Aquí todo el mundo es el objetivo. Fíjate, cualquier persona con la que hablamos por la calle tiene algún familiar que ha sido mártir o que ha sido encarcelado por la ocupación”

Hace una semana fue el turno del mejor amigo de Saleh, un joven residente del campo de refugiados de New Ascar. “A mi amigo Malek lo dispararon hace unos días por la espalda”, dice el joven, enseñando un vídeo que lo demuestra. Tanto Saleh como la prensa árabe afirman que el joven Malek fue alcanzado por la munición israelí después de haber lanzado piedras contra las tropas, que penetraban las callecitas de este campo de refugiados construido en 1967. “Por supuesto que tenemos la sensación de que lo que le pasó a Malek le podría haber pasado a cualquiera”, lamenta Saleh, encogiendo los hombros: “Aquí todo el mundo es el objetivo. Fíjate, cualquier persona con la que hablamos por la calle tiene algún familiar que ha sido mártir [palabra que en el mundo árabe se usa para denominar una muerte que no se tendría que haber producido en condiciones de paz] o que ha sido encarcelado por la ocupación”. Saleh insiste en que Malek era su mejor amigo. “Pero ahora Malek ya no está”.

Desde el 7 de octubre, la violencia de los soldados y de los colonos israelíes ha provocado más de 230 muertes en Cisjordania, una cifra que no se registraba en décadas. De hecho, tanto los grupos israelíes contrarios a la ocupación como los mismos palestinos coinciden en indicar que la hostilidad que se respira estas semanas en Cisjordania es solo comparable a la que tuvo lugar durante la segunda intifada, en el año 2002. El dolor que la ocupación militar infringe en la población del territorio, así como la falta de perspectivas de futuro al que le somete, hacen que el conjunto de la sociedad civil palestina sienta que es parte de una suerte de resistencia contra la ocupación.

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Junto con el campo de refugiados de Jenin, los campos de refugiados de Nablús —así como su centro histórico— son bastiones de la nueva generación de grupos armados que se oponen a la ocupación israelí. Tanto Mohamed como Saleh, jóvenes crecidos en el campo de refugiados de New Ascar, afirman que tomar las armas es una decisión personal de cada uno. Pero añaden que buena parte de la población palestina entiende los motivos que llevan a algunos jóvenes a optar por la lucha armada. “Nosotros no somos parte de un grupo armado”, dice Mohamed. “Pero tanto Saleh como yo decidimos estudiar enfermería y lo hicimos con el objetivo de poder socorrer a las víctimas de la ocupación”, concluye convencido. Lo dice en uno de los callejones del campo de refugiados de New Ascar, mientras le rodean carteles con los rostros de jóvenes refugiados caídos en combates contra soldados. “Nosotros también somos parte de la resistencia”.

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