Adicciones
Mamá, soy adicto

Móviles, soledad, pobreza y adicción frente a comunidad, cuidados y la redimensión completa de la vida fuera de los muros del capital.
Adicción al móvil
Personas que observan la pantalla de su teléfono móvil en el metro. Fotografía de Ferran Petit

Activista cultural, socio cofundador de Asociación La Mimbre Alange y médico especialista en formación en MFYC.

19 sep 2024 07:00

A ciencia cierta las palabras más crueles y sinceras que nunca he pronunciado.

La adicción es ese recuerdo imborrable y que nunca se olvida; ese cigarro que fumaste por última vez en la boda de tu cuñado en el año 2002 y que tiene efecto llamada; la tristeza de no estar donde quieres y deseas por estar atrapado en el tiempo de tu propia adicción.

La adicción son tantas cosas a la vez que mencionarlas en un artículo de opinión roza lo soez y lo ridículo. La adicción es sentarte delante de tu familia y rogarle un abrazo que te arrope la conciencia.

Adicciones
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La adicción es encontrar la escritura como chaleco de rescate a las mareas inquebrantables y quebrantes. La adicción es no saber el por qué se escribe. La adicción es escribir estas líneas sin saber si la narrativa de mis pensamientos orquesta una brillante novela o una mera confesión. Es escribir rogando un silencio cómplice.

La adicción es el descubrir constante. El rechazarse de inmediato. Es la ansiedad por bandera. Es la ansiedad más dolorosa, porque se define como anticipatoria, intrapersonal y tristemente impersonal.

Y,  finalmente, las adicciones son ese grito desgarrador, que suplica unas horas más, o qué menos que unos minutos más de placer. Es el descontrol, la destrucción y el fuego que te quema la punta de los dedos cuando tecleas de forma indiscriminada.

Mamá soy adicto, adicto al móvil

¿Y por qué sabe una persona, desde su propia psique, que es adicto? Porque te agarra por dentro y te retumba cual notificación de una red social sin complejos, sin miedos y sin detrimentos. Es ese el zumbido causante del que dirán.

Y es ahí, en ese justo momento, cuando te das cuenta de que tienes una adicción y que eres adicto al móvil. Cuando piensas en la culpabilidad, en quién te ha provocado esta enfermedad, para darte cuenta enseguida  que no es tu culpa ni la de nadie, que las adicciones no tienen un culpable y que en las adicciones todos somos responsables.

Esa misma responsabilidad es la que te impide desarraigarte del teléfono.

Esa responsabilidad que va asociada de forma innata al hecho de no tener dinero porque, si hay un culpable, es imposible no mencionar el hecho de no tenerlo. Esa pobreza de nacimiento que, unido al siglo XXI,  ha provocado que nuestro destino y el del móvil sean el mismo.

Tener la capacidad de poner el modo silencioso solo es posible con una red comunitaria potente que permita desconectar

Porque hablemos en plata, sin plomo, las únicas personas que se pueden permitir vivir sin redes sociales son los multimillonarios, y quizás algún millonario.

El resto de la clase, la nuestra, lo necesita desde todos sus estratos sociales y en todas sus direcciones.

La ganadería, la fontanería y la medicina están atravesadas por el eje vertebrador de la pobreza. Una pobreza que te obliga a estar 24 horas con el móvil en sonido, ya bien sea por un jefe demandante a deshora, unos clientes demandando atención a través de un zumbido o un familiar que siente la imperiosa obligación de solicitar tu ayuda fuera de tu jornada laboral.

Y de ese eje vertebrador solo podemos librarnos desarrollando herramientas que nos protejan. Tener la capacidad de poner el modo silencioso solo es posible con una red comunitaria potente que permita desconectar. A esa red la podemos llamar familia, amigos e incluso vacaciones. O quizás todas juntas configuren el arma más poderosa que pueda inventar el anticapitalismo.

Me despido en modo silencioso, escribiendo estas líneas, utilizando mi móvil como lienzo, disfrutando de las estrellas que enamoraron a Unamuno, de los amigos de la infancia y de los paisajes robados al natural de una tierra tan bella como el Jerte.

Que el atardecer y los amigos, nos devuelvan ese ratito de libertad sin complejos que nos robaron.

El camino de las utopías, como diría el Robe, siguiente parada de la adicción. Estoy listo mamá. Listo para vivir sin adicciones. Listo para respirar aire puro de las montañas redondas. Listo para ser rescatado por los pilones excavados y depurados de mi vida.

Desde la comunidad y por la comunidad y como diría uno de mis referentes literarios y culturales… “Volvería a mis adicciones si acaso fuera, si fuera necesario”.

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