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Cuando se cumplen 30 años del genocidio de Ruanda de 1994, unos hechos que han marcado la historia africana y mundial y que se han convertido en uno de los fracasos más importantes de la comunidad internacional en lo concerniente a su responsabilidad de cara a garantizar la paz y la seguridad internacionales —Gaza está abriendo un nuevo capítulo en este sentido, aunque a diferencia de 1994, la ONU no está mirando hacia otro lado—, se ha reabierto el enésimo episodio de esta guerra inacabada que padece la región de los Grandes Lagos y que enfrenta a la República Democrática del Congo (RDC) con Ruanda, a través de su aliado proxy local, actualmente bajo la etiqueta del grupo insurgente Movimiento 23 de Marzo (M23), situación que podría llevar incluso a un enfrentamiento abierto directo entre ambos países, como ya ocurriera en 1996 y 1998.
En 2023 se deterioró gravemente la relación entre RDC y Ruanda como consecuencia de los choques esporádicos entre los cuerpos de seguridad de ambos países en la zona fronteriza y de las acusaciones hacia Ruanda —evidenciadas por Naciones Unidas— de apoyar militar y logísticamente la ofensiva del grupo armado Movimiento 23 de Marzo (M23) en Kivu Norte, iniciada a finales de 2021 y que entre febrero de 2022 y enero de 2024 ha provocado el desplazamiento forzado de 2 millones de personas.
La retórica de acusaciones e incidentes sobre el terreno han situado la tensión entre RDC y Ruanda al borde de un conflicto armado de peligrosas consecuencias regionales
Las diferentes iniciativas diplomáticas regionales —los procesos de Luanda y Nairobi, por los que se intenta mediar entre ambos países, y también entre el Gobierno congolés y las insurgencias— han fracasado hasta el momento de cara a revertir la situación. La retórica de acusaciones e incidentes sobre el terreno han situado la tensión entre ambos países al borde de un conflicto armado de peligrosas consecuencias regionales. A esta grave situación, junto a la ofensiva del M23, se sumó la contienda electoral celebrada el pasado 20 de diciembre, marcada por un clima de violencia política y de instrumentalización de la retórica belicista contra Ruanda. Las elecciones se vieron plagadas de irregularidades y varios de los principales candidatos pidieron una repetición y denunciaron la existencia de fraude, calificadas de “catástrofe electoral” por la principal organización local que supervisó las elecciones, la Conferencia Episcopal congolesa. El 20 de enero era reelegido presidente Félix Tshisekedi, quien en abril ha nombrado una primera ministra, Judith Suminwa Tuluka, en un gesto que pretende presentarse como un cambio en la política en favor de la igualdad de género en el país.
Pero en RDC llueve sobre mojado. Esta escalada de la violencia en Kivu Norte y Sur del M23 y del resto de milicias locales y con agendas en Burundi y Ruanda, se añade a la persistencia de las acciones de otras insurgencias locales y regionales en el este del país —principalmente, las Fuerzas Democráticas Aliadas (ADF), que reivindican una agenda próxima al yihadismo— y en el oeste, en el territorio de Kwamouth, en la provincia de Mai-Ndombe, conflicto intercomunitario por la propiedad y usos de la tierra que se intensificó en 2023, y se extendió a las provincias vecinas de Kwango, Kwilu, Kinshasa y Kongo Central.
Los combates entre el M23 y los cuerpos de seguridad congoleses —junto al apoyo de las milicias progubernamentales Wazalendo (denominación que agrupa a decenas de milicias locales, las milicias Mai Mai, originalmente grupos de autodefensa) y de las Fuerzas Democráticas de Liberación de Ruanda, los antiguos responsables del genocidio de 1994 en Ruanda— desde octubre han provocado una catastrófica situación humanitaria, alcanzando los 7 millones de desplazados internos en 2023, además del millón de personas refugiadas ya existentes. Esta cifra de desplazamiento interno llevó a la IOM a afirmar que RDC estaba enfrentando una de las principales crisis humanitarias y de desplazamiento a nivel mundial de la actualidad. La violencia sexual es cometida por todas las partes enfrentadas en un clima de total impunidad.
República Democrática del Congo
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Raíces del conflicto
La República Democrática del Congo (RDC) es un país que durante el siglo XX ha vivido inmerso en una situación de despotismo, ausencia y desintegración del Estado y explotación de sus recursos naturales. Esta situación se inició durante el periodo colonial belga, persistió durante la Crisis Congolesa (1960-1965) y continuó durante más de 30 años bajo la dictadura de Mobutu Sese Seko, caracterizada por la represión contra la disidencia política, rebeliones sofocadas violentamente, graves violaciones de los derechos humanos y el enriquecimiento de las elites mobutistas a través de la expoliación de los recursos naturales en beneficio propio. Las dimensiones de este país, de 2,34 millones de km², 11.000 km de fronteras y rodeado por nueve Estados, ha contribuido a dificultar los intentos de construcción del Estado-nación. Además, algunos de sus vecinos se han visto amenazados por rebeliones que tenían sus santuarios en RDC (Angola, Uganda, Ruanda y Burundi) ante la incapacidad en unos casos, y la complicidad en otros, de Mobutu para atajar estas situaciones.
En el otoño de 1996 una rebelión liderada por el general Laurent Kabila, con el apoyo de Ruanda y Uganda, entraba en las provincias orientales de Kivu Norte y Kivu Sur. Su objetivo era desmantelar los campos de refugiados huidos del genocidio ruandés de 1994, desde donde se estaban reorganizando miembros del antiguo gobierno y ejército ruandeses, y dar un golpe de Estado contra el Mariscal Mobutu Sese Seko, al frente del Gobierno del por entonces Zaire. En este sentido, el genocidio de Ruanda de 1994, que causó alrededor de un millón de muertos y que más de dos millones de personas huyeran a la vecina RDC gracias a la Operación Turquesa de Francia, comportó que el nuevo régimen ruandés liderado por Paul Kagame persiguiera a esta población refugiada, parte de la cual había sido la responsable del genocidio y liderara la caída de Mobutu en apoyo del líder rebelde Laurent Kabila, en lo que se convirtió en la primera guerra congolesa (1996-1997).
Sidecar
Sidecar Crisis intratable en la República Democrática del Congo
Posteriormente, en 1998, los países vecinos que habían encumbrado a Kabila le retiraron su confianza y, directa e indirectamente a través de grupos armados organizados y promovidos desde estos mismos países vecinos, especialmente Ruanda y Uganda, iniciaron una nueva rebelión para intentar derrocar al nuevo líder congolés, la llamada guerra mundial africana (1998-2003). En ese momento se consolidaron las dinámicas de violencia en el este del país que van resurgiendo periódicamente, que adquirieron, de forma artificial, una perspectiva étnica entre ruandófonos, tutsis y hutus, por una parte, y población “autóctona” por otra. Esta perspectiva influye pero no explica en sí misma el conflicto.
El fin de la guerra mundial africana en 2003 no significó el fin de las causas que se encuentran en la compleja génesis de este conflicto, con dinámicas locales, nacionales, regionales e internacionales, entre las que se encuentran los importantes recursos naturales que atesora este país pero también dinámicas vinculadas a la propiedad de la tierra, a la reforma del sector de seguridad, a los límites de la gobernabilidad en el país, al recurso estructural a la violencia para perseguir cambios políticos, a agravios y tensiones artificiales de carácter etnopolítico, a la injerencia de Ruanda y Uganda y al papel que juega la región en las dinámicas regionales y globales —con la influencia anglófona y china que desplazó a Francia en su momento, y actualmente con la retirada de Occidente de África, en concreto de la misión de la ONU en el país en 2024, después de una presencia inninterrumpida de más de 20 años, en lo que había sido la misión más importante de la ONU durante este periodo, lo que pone nuevamente de manifiesto el fracaso de la comunidad internacional en el corazón de África—, entre otros elementos.
Los múltiples impactos del genocidio se encuentran presentes en el imaginario colectivo de Ruanda, han marcado el país y la región durante estos 30 años y continuarán dejando huella de forma permanente
En torno a estas cuestiones se encuentra implicada una extensa red de actores económicos, políticos y militares locales e internacionales presentes en la RDC, en los países vecinos (en especial Ruanda) y otros países y actores de la comunidad internacional, así como una amplia red de empresas que directa o indirectamente han participado en el conflicto y que tienen ramificaciones por todo el mundo. La situación es compleja debido a la multiplicidad de actores involucrados y a las múltiples dimensiones del conflicto a escala local, regional e internacional.
Los múltiples impactos del genocidio se encuentran presentes en el imaginario colectivo de Ruanda, han marcado el país y la región durante estos 30 años y continuarán dejando huella de forma permanente. Y, lamentablemente, también continuarán siendo instrumentalizados políticamente. El peso de la culpa de Occidente frente a la inacción ante el genocidio ruandés sigue frenando una política activa de la comunidad internacional para construir alternativas diplomáticas que presionen para cambiar el status quo, como hemos visto con los acuerdos comerciales de la UE con Ruanda, a la vez que se le “insta” a poner fin a su apoyo al M23, tal y como también han afirmado EEUU, UA o ONU. Pero nada más de momento, como en Gaza. El contexto internacional, donde prima el unilateralismo belicista y el militarismo, contribuye a que también Ruanda decida hacer caso omiso a estas presiones, situándonos en un peligroso escenario de consecuencias regionales.
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