We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Migración
Del mar al plástico
Se estima que entre 2014 y 2018 llegaron a las costas españolas, a través del Mediterráneo, alrededor de 96.000 personas. Cádiz, Málaga y Almería fueron las provincias andaluzas que más migrantes acogieron. Gracias a las labores de rescate del servicio público de Salvamento Marítimo llevamos años conociendo en qué circunstancias se atienden a estas personas y en qué condiciones se gestionan las situaciones de emergencia en la mar cuando de proteger la vida humana se trata.
En los últimos meses se ha dispuesto desde el Gobierno español un cambio muy significativo en el protocolo de rescate en el Mediterráneo. Básicamente, ahora se le da prioridad a los cuerpos y fuerzas de seguridad marroquíes en esta importante labor. A cambio de que el país vecino ejerza un mayor control sobre las personas migrantes que llegan hasta la frontera sur con el objetivo de cruzarla para llegar a Europa, Marruecos está recibiendo importantes sumas de dinero público. Un total de 140 millones de euros son los que se barajan como “pago” por el favor que desde la Unión Europea, y desde España particularmente, se ha pedido para evitar que este verano de 2019 se pareciese al del año anterior.
La política migratoria del Estado marroquí, y que especialmente conoce el Gobierno de Pedro Sánchez (PSOE), se basa en la represión y en la persecución de miles de seres humanos desesperados por llegar hasta la costa o hasta las vallas de concertinas de Ceuta y Melilla con la esperanza de poder superarlas y escapar por mar del hambre, la miseria y la guerra. Marruecos ha reconocido ante la Comunidad Internacional, sin ningún pudor, que ahora están “cooperando” con el Ejecutivo español para evitar que emigren el mayor número de personas posible hacia la península ibérica, que por su posición geográfica es la opción más viable que tienen estas personas para salir de África.
Muchas de ellas, cuando llegan hasta nuestro país lo que pretenden es continuar con su viaje para reunirse con familiares que emigraron antes y que ahora viven en otros países de la Unión Europea. Es el caso de la gran mayoría de migrantes que acceden por la frontera sur. Sin embargo, otro porcentaje menor decide quedarse en Andalucía, intentando ganarse la vida mientras esperan a que sus condiciones personales mejoren y les permitan aspirar a una vida más digna. Para ello no dudan en aceptar empleos en los que son explotados y obligados a vivir en condiciones inhumanas, sin los servicios más básicos y sin que nadie garantice sus derechos más elementales como individuos. Lo comprobamos a principios de agosto en Almería con el testimonio vital de varias personas migrantes.
“¿Qué español quiere una vida bajo un plástico?”
En Almería hay dos asentamientos muy importantes que concentran un gran número de personas migrantes de diferentes nacionalidades. A principios de agosto un compañero y yo nos acercamos hasta allí para conocer por ellas mismas la realidad en la que viven. Quisimos hablar sobre esta cuestión con responsables políticos del Ayuntamiento de Almería. Sin embargo, a pesar de que contactamos con ellos, nunca nos confirmaron una cita para poder llevar a cabo nuestra entrevista.
En la pequeña pedanía almeriense denominada ‘Los Albaricoques’, perteneciente al término municipal de Níjar, se sitúa uno de los asentamientos más importantes de la provincia. En este lugar la mayoría de las personas que malviven llegaron a España a través del mar, aunque también hay algunos jóvenes que lo hicieron saltando las vallas de Ceuta y Melilla, o escondidos en vehículos de algún ferry de los que cruzan el Estrecho.
Llegamos al asentamiento sobre las 11 de la mañana del 6 de agosto de 2019 e intentamos encontrar a alguien a quien preguntar si era posible conocer las condiciones en las que están allí. No escondí en ningún momento que era periodista y advertimos que pretendíamos escribir sobre lo que íbamos a ver y escuchar mostrándoles una libreta y prometiéndoles que no molestaríamos más que lo estrictamente necesario. Un chico que no superaba los 30 años, Mohamed, fue el primero en recibirnos. Vestía un pantalón de chándal azul marino y una camiseta blanca sin mangas. Era alto, muy delgado y se defendía bastante bien en castellano. Nos dirigió hasta su casa, invitándonos a pasar dentro. Mi compañero y yo aceptamos dándole las gracias por permitir que dos desconocidos invadieran su intimidad. Él nos agradeció que hubiéramos decidido ir a conocerla y nos indicó que tomáramos asiento en unos colchones, cubiertos con unas mantas, que hacían las veces de cama y sofá. La chabola de Mohamed era pequeña y solo constaba de dos habitáculos. En el que estuvimos solo había espacio para un viejo frigorífico, una pequeña plancha para cocinar o calentar comida, tres colchones y una minúscula mesita en el centro sobre la que descansaba una lata que servía de cenicero. En una de las “paredes”, la que se situaba encima de la plancha, había un pequeño boquete en forma rectangular a modo de ventana. Nos presentó a dos compañeros que también vivían con él pero nos comentó que no hablaban apenas castellano, aunque sí lo entendían. Amin, de 21 años de edad, llegó a España en patera junto a otros chicos de su misma edad.
Mohamed nos indicó que tuvo que hacer la travesía del Estrecho dos veces porque la primera vez la Policía Nacional lo deportó inmediatamente a Argelia.
“Nada más pisar tierra lo llevaron a Madrid y de ahí de vuelta a Argelia. En cuanto pudo reunir dinero volvió a intentarlo y se subió a otra patera con más hombres. Y esta vez sí pudo quedarse. Solo lleva en España 3 meses”. Le preguntamos por el rescate. Mohamed explicó que a todos les rescataron “los hombres de los barcos naranjas”. Les explicamos quiénes son. “Nosotros siempre hemos pensado que eran de la Cruz Roja”, apuntó mientras sonreía mirando a sus compatriotas. Le comentamos que Cruz Roja es una oenegé que también hace ese tipo de labores aunque en el Estado español todas las emergencias de este tipo que tienen lugar en la mar son competencia de Salvamento Marítimo, y que Cruz Roja Española se encarga de otras actividades como pueden ser la asistencia y la atención médica de las personas rescatadas una vez que llegan a puerto. Hamel, el tercero de los chicos argelinos, dijo que tenía 29 años. Llegó igualmente por mar hace pocos meses a Andalucía. Todos trabajaban en invernaderos cercanos a los que iban andando o en bicicletas que consiguieron gracias a la solidaridad de otras personas. Lo que les movió, principalmente, venir a España era la pobreza. Son chicos con profesiones pero con las que no lograban salir de la miseria. “Yo tengo que ir ahora a trabajar, a sembrar”, nos explicó Mohamed. “Pero podéis volver más tarde y hablar con otras personas que también viven aquí porque ahora están trabajando y no empezarán a llegar hasta más tarde”. Nos pareció bien y decidimos volver por la tarde, cuando todos hubieran terminado con sus obligaciones y estuvieran más descansados. Regresamos a la entrada del campamento en la que encontramos a otro grupo de chicos que nos miraban sin sorprenderse demasiado. “Somos periodistas y hemos venido a conocer vuestra situación”, les dijimos mientras íbamos acercándonos a ellos. “Sí, lo sabemos y no sois los únicos. Por aquí han pasado muchos periodistas de todas las partes del mundo, pero nunca pasa nada después. Nadie hace nada por nosotros”. No supimos muy bien qué responder porque su reproche estaba cargado de razón, pero insistimos. “Queremos contar vuestro sufrimiento una vez más, y las veces que sean necesarias, hasta que logremos que de una vez pase algo, compañero, porque sentimos mucho que tengáis que vivir así”. Estos hombres son mayores que los chicos de la chabola en la que habíamos estado minutos antes. Todos son de Marruecos y llevan en España una media de 2 años. Algunos todavía no dominan bien el idioma y le trasladaron al muchacho que nos había hablado en primer lugar lo que querían contarnos. “Este de aquí tiene dos hijos en Marruecos. Todo lo que gana es para ellos. Son muy pequeños”. Y tú, ¿cuánto tiempo llevas aquí?, insistimos. “¿Yo? Qué importa…” Le convencimos de que queríamos saberlo y que su experiencia también sería interesante. “Yo llevo dando vueltas muchos años. Cuando llegué era muy joven, estudié aquí hasta 3º de la ESO. Luego me busqué la vida como pude”. Imaginamos que se refiere a que en la actualidad trabaja en invernaderos como el resto de sus compañeros. Tiene 31 años y se mantenía apoyado mientras nos hablaba en una de las casas, la suya, recubierta de un plástico negro muy duro e impermeable que es utilizado también en muchos invernaderos para concentrar el agua que usan para el riego. Es la primera de las casas que están ya al borde de la carretera por la que habíamos venido desde Almería hacia Níjar esa misma mañana. Justo al otro lado de la carretera hay un invernadero.