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Análisis
Sentencia del caso Alves: una oda al consentimiento que da claves sobre el contexto posterior al sí es sí
Doctora en Estudios interdisciplinares de Género y exasesora del Ministerio de Igualdad (2019-2023)
Desde hace siglos, el sistema judicial, muy a pesar para las mujeres, ha sido el único sitio que ha otorgado carta de veracidad en la determinación del delito de violación. La cultura de la violación ha avalado un doloroso sistema de creencias, estereotipos y mitos que deciden quién puede ser víctima, quién es un agresor o cuáles serán las narrativas creíbles para delimitar lo que es una agresión sexual o no. Ninguna de nosotras se ha librado de este disciplinamiento.
Aún, en nuestro país, el poderoso reino jurídico sigue condicionando los marcos sobre los que se debe determinar lo que es o no es una violación, a pesar de que el resto de profesionales de otras disciplinas —como la historia, la sociología, la psicología, la medicina, el trabajo social, la educación social, la psiquiatría, las ciencias políticas o la filosofía— no necesitamos al reino jurídico para concluir cuando una mujer ha sido o no violada. Es más, muchas de las ramas asociadas a la intervención social son la únicas que han luchado desde el siglo pasado por garantizar el derecho a la reparación de las mujeres, mientras los juzgados las revictimizaban o no las creían. De ahí la expresión que algunas utilizamos cuando señalamos que las expertas de los recursos especializados salvan vidas.
Todas las activistas feministas o profesionales, también las compañeras juristas feministas, sabemos que el sistema judicial es una máquina trituradora para las supervivientes de violencias sexuales. Aquí y en cualquier lugar de este plantea. Llevamos décadas estudiándolo y denunciándolo. De hecho, siempre recuerdo que tras finalizar en 2017 la investigación de Amnistía Internacional Ya es hora de que me creas: un sistema que cuestiona y desprotege a las víctimas, todas las supervivientes entrevistadas, incluso, las pocas que habían conseguido un sentencia condenatoria, nos señalaron que “si lo hubieran sabido, no habrían denunciado”. Si además eres pobre, negra, racializada, migrada en situación administrativa irregular, con problemas de salud mental o prostituta, llamar a la puerta del sistema judicial es adentrarse en la casa del terror.
Por eso mismo, antes de que un jurado lo dictaminara, todas nosotras, y no por ciencia infusa, sino precisamente porque conocemos como opera el orden patriarcal, sabíamos que el millonario jugador de fútbol Dani Alves, había violado a una mujer en los baños de la discoteca Sutton.
La sentencia del caso Alves es importante porque la superviviente ha dicho estar satisfecha con el reconocimiento de la verdad, y también porque aporta claves para entender el contexto por el que atraviesa nuestro país
Hace tres días que el sistema judicial ha vuelto a sentar cátedra mientras las redes sociales, los medios y esa legión de falsos licenciados en derecho manipulan un relato cargado de mentiras o medias verdades sobre la sentencia y acerca de la ley del sí es sí. Pero, dejando al margen mi reconocida aversión por el patriarcado judicial y ese espeluznante “presunto” en boca de algunos y algunas, esta sentencia es importante por dos cosas. La primera, porque la superviviente ha referido, en boca de su representante legal, estar satisfecha con el reconocimiento de la verdad, es decir con que se la haya creído. Y la segunda, porque aporta claves esenciales a la hora de entender el contexto histórico y cultural por el que atraviesa nuestro país, tras la necesaria aprobación de la primera Ley Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual.
La sentencia, a pesar de que para algunas sea decepcionante en términos punitivos, es un buen termómetro sobre lo que está sucediendo en nuestro sistema judicial y en nuestra sociedad. Y, aunque soy consciente de que queda casi todo por hacer —para empezar, el gobierno debe implementar de manera inmediata y urgente la ley del sí es sí en su totalidad—, creo que vivimos en un momento histórico en el que las supervivientes inspiran un cambio tan radial, que su voz debe permanecer en el centro de esta lucha social como las grandes protagonistas de una transformación social y cultural capaz de asaltar las mazmorras de este siniestro patriarcado.
No es una afirmación naif, es a lo que las feministas aspiramos. Con cuidado además de que no sean los grandes medios los que de nuevo, bajo una falsa lógica feminista, como ya denunció en su día Nerea Barjola en Microfísica sexista del poder (Virus Editorial, 2018), se apropien del relato de las víctimas con entrevistas a agresores sexuales al mismo nivel que las agredidas. El relato solo nos pertenece a nosotras. Analizar esta sentencia desde una mirada no jurídica, es un trabajo fácil. No hay que tenerle miedo a las leyes, ni a las sentencias. Como decíamos desde el Ministerio de Igualdad en plena crisis por la ley del sí es sí, “esta ley es de todas”. Es sencilla de entender y sobre todo es urgente de aplicar. En las sentencias sobre violencias sexuales pasa algo similar, comunican mucho sobre los contextos sociales, políticos y culturales en los que nos vemos inmersos en cada cultura o país.
En el caso de esta sentencia hay un elemento crucial y central para las supervivientes: el reconocimiento de la verdad. Frente al histórico y agotador —¡creedme!—, la superviviente ha dejado claro lo importante que es para ella que se la haya creído. Ha quedado sobradamente demostrado que el millonario jugador violó. No solo no mostró el mínimo arrepentimiento posterior, si no que salió disparado de la discoteca con su amigo, mientras veía a la mujer llorar. Voló a México al día siguiente sin culpabilidad alguna tras cumplir con su mandato de masculinidad. Además, muy tranquilo y seguro de una impunidad que se pensó sería intocable. La jugada, en esta ocasión, le salió mal.
Las profesionales que acompañamos en los procesos de reparación sabemos que las mujeres que han enfrentado alguna forma de violencia sexual lo primero que van a necesitar es que se las crea, que se reconozca la verdad. Por eso yo siempre digo que creer a una víctima de violencia sexual es un acto político de una enorme trascendencia. En violencias sexuales, la verdad y la credibilidad son las dos caras de la misma moneda. Desacreditar a la víctima, negar la existencia del delito, fracturar su credibilidad será la estrategia que tanto los agresores como el orden patriarcal van a desplegar de manera despiadada. En este y en todos los casos. Los judicializados y los no judicializados.
Esta sentencia es una master class sobre cómo opera un agresor sexual y un entorno cómplice de ello, solicitando una nueva pericial o filtrando información, en definitiva alimentando la cultura de la violaciónalimentando todos esos tentáculos de la cultura de la violaciónDe hecho, de la defensa de una agresor sexual no puedes esperar nada bonito a cambio. No sé si se ha comentado en las redes o en los medios, pero leyendo la sentencia me reafirmo sobre los peligrosos tentáculos que despliega siempre el entorno del agresor, con el objetivo acertado de destrozar a la víctima. Humillarla para agotarla. Esta sentencia es una master class sobre cómo opera un agresor sexual y un entorno cómplice de ello. Por ejemplo, solicitando una nueva pericial, filtrado información de la mujer para denigrarla, filtrando información de la propia causa, etcétera. Al fin y al cabo, alimentando todos esos tentáculos de la cultura de la violación cuya impronta se basa en normalizar y amortiguar la violencia sexual. Algo imposible de conseguir si no se manipula el dominio de los significados. En este caso, el de la víctima y el del agresor.
Al leer la sentencia se descubre como el entorno del agresor lo intentó, pero el tribunal lo desmontó. Maravilloso y reparador para todas este párrafo: “En el ámbito de que haya podido ocurrir con posterioridad una agresión sexual, debe señalarse que ni que la denunciante haya bailado de manera insinuante, ni que haya acercado sus nalgas al acusado, o que incluso hay podido abrazarse al acusado, puede hacernos suponer que prestaba su consentimiento a todo lo que posteriormente pudiera ocurrir”.
La sentencia aporta también datos significativos sobre como aún, nuestro sistema judicial necesita de una mirada social y clínica sobre las consecuencias de la violencia sexual en los cuerpos y las vidas de las mujeres. Me resulta agotador tener que explicar a la judicatura, cada vez que tengo la oportunidad de hacerlo —que son pocas veces— que las mujeres que enfrentan procesos complicados de violencia sexual muchas se ven abocadas al silencio incómodo por no ser entendidas. Las consecuencias no impactan solo en su salud mental o física, como muy acertadamente señala esta sentencia, también son consecuencias que afectan a los derechos sexuales y reproductivos, en su forma de relacionarte con el mundo y de volver a confiar en él.
Desgraciadamente la mirada de la garantía del derecho a la reparación se circunscribe a lo económico, muchas veces insuficiente para las víctimas y, en otras ocasiones, innecesario
Por eso mismo, aunque esta sentencia hace algo maravillo que incluimos por primera vez en este país en el Título VII de la ley el sí es sí sobre el derecho a la reparación integral, desgraciadamente la mirada de la garantía del derecho a la reparación se circunscribe a lo económico, muchas veces insuficiente para las víctimas y, en otras ocasiones, innecesario. Hay múltiples maneras de garantizar la reparación integral y nuestra judicatura tiene que atreverse a hacerlo como ya llevan décadas haciéndolo desde el Sistema Interamericano de Derechos Humanos.
Y aquí aprovecho para hablar también de la pena. Mucho me temo que esto no va gustar a algunas. Porque si de verdad aspiramos a una transformación radical feminista de nuestra sociedad, debemos tener claro que igual que todas las supervivientes gritan por el reconocimiento de la verdad, no todas quiere enfrentarse a un proceso judicial, ni desean penas altas. Lo que yo necesito o deseo no es lo que todas necesitan. Somos titulares de derechos que no podemos ser tuteladas por las voces de otras. Algunas, como me dijo hace unas semanas una empleada de una importante empresa acosada sexualmente por un superior, —Bárbara, yo no quiero que vaya a la cárcel, quiero que le inhabiliten y le aparten de todo—. Otra madre lloraba desesperada porque el agresor sexual no había sido condenado ni a un mísero año de cárcel. Porque en violencia sexual no importa lo que queramos el resto, ni siquiera lo que yo quiera, que llevo 20 años acompañando a las víctimas y supervivientes, lo único que importa es lo que necesitan y desean las víctimas.
Dicho esto. A mi también me parece baja la pena. Por lo que intuyo, a la superviviente también, a pesar de haberse quedado satisfecha con el reconocimiento de la verdad. Entre otros motivos, por esa razón se recurrirá la sentencia.
Antes de finalizar, me gustaría entrar brevemente en una gran aportación que hace la sentencia sobre los márgenes del consentimiento sexual. Un debate al que hemos llegado desgraciadamente muy tarde en este país, pero en el que nos preceden en su reflexión grandes feministas latinoamericanas y anglosajonas, juristas también latinoamericanas y anglosajonas, desde hace décadas. Tampoco quiero olvidar a los propios tribunales penales internacionales que abrieron en los años 90 un inmenso camino en la determinación y politización del consentimiento sexual, lejos de manidas interpretaciones liberales del siglo XIX, hasta el punto de que por ejemplo, el Tribunal Penal de ex Yugoslavia consiguiera determinar que la violación era un crimen contra la humanidad, en donde el consentimiento y la capacidad de las mujeres para otorgar ese consentimiento determinaría la existencia o no de una violación.
La sentencia es, desde mi punto de vista, una oda al consentimiento sexual, a la autonomía sexual, al derecho intocable de todas las mujeres a la libertad sexual
La sentencia es, desde mi punto de vista, una oda al consentimiento sexual, a la autonomía sexual, al derecho intocable de todas las mujeres a la libertad sexual. Y aunque nunca este tribunal se atrevería a afírmalo, estoy convencida de que el contexto social y cultural ha sido clave en el atrevimiento de describir al detalle lo que es el consentimiento.
No debemos olvidar que el consentimiento sexual lo hemos definido las mujeres, las supervivientes y las feministas. En mi caso, voy a politizarlo hasta la extenuación. Sobre todo para para no confundir con negligencias que hacen que las supervivientes lleguen a los despachos de las abogadas o a los recursos especializados con un lío tremendo porque no saben si consintieron o no. La ley del sí es sí lo transcribió de esta forma, siguiendo además el legado teórico de muchas feministas, el de el derecho internacional de los derechos humanos y estableciendo que sólo hay consentimiento “cuando se ha expresado libremente mediante actos, en en atención a las circunstancias del caso, expresen de manera clara la voluntad de la persona”. Así de contundente también lo señalada esta sentencia:
El consentimiento en las relaciones sexuales debe prestarse siempre antes e incluso durante la práctica del sexo, de tal manera que una persona puede acceder a mantener relaciones hasta cierto punto y no mostrar el consentimiento a seguir, o a no llevar a cabo determinadas conductas sexuales o hacerlo de acuerdo a unas condiciones y no otras. Es más, el consentimiento debe ser prestado para cada una de las variedades de relaciones sexuales dentro de un encuentro sexual, puesto que alguien puede estar dispuesto a realizar tocamientos sin que ello suponga que accede a la penetración, o sexo oral pero no vaginal, o sexo vaginal pero no anal, o sexo únicamente con preservativo y no sin este. Ni siquiera el hecho de que se hubieran realizado tocamientos, implicaría haber prestado el consentimiento para todo lo demás.
Me gustaría recordar que esto va de darle poder a las voces de las supervivientes, de las víctimas, de todas, no solo de las valientes jugadoras de fútbol sino también de las jornaleras de Huelva
Por ultimo finalizo, obviando en este párrafo final la sentencia, pero ensamblando el cierre con mis primeras líneas, me gustaría recordar que esto va de darle poder a las voces de las supervivientes, de las víctimas, de todas. No solo de las valientes jugadoras de fútbol, de las actrices agredidas sexualmente, de las anónimas alumnas que denuncian a sus vomitivos profesores universitarios, entre muchas cientos de miles. También va de las voces de las jornaleras de Huelva y Almería agredidas por sus patronos y compañeros, abandonadas por un feminismo blanco en el que yo misma me reconozco, avergonzada de ello. También de las mujeres que trabajan en el hogar y en los cuidados, castigadas al silencio ante el miedo a una expulsión y a no poder hablar de los viejos o de los hijos de esos viejos que las manosean o las agreden sexualmente cuando les tienen que cuidar. Y también, de muchas señoras de clase media y alta que descubren que el día en que se casaron, con su matrimonio sentenciaron su muerte.
Las feministas tenemos una inmensa responsabilidad con ello. Por eso, de esto también va esta sentencia, de transformar todas las vidas, para no acostumbrarnos a vivir bajo el yugo de la cultura de la violación. Como dice la filósofa Linda Martín Alcoff, por favor, no caigamos en a trampa del individualismo dominante y heroico propio de las culturas occidentales. No es una lucha de una, el eco tiene que ser unitario. Porque aunque el individualismo occidental nos quiera hacer creer que Rosa Parks lo hizo sola, hubiera sido imposible si todo el movimiento antirracista no hubiera estado de su lado.
Desde aquí, aunque no creo que me lea, todo mi cariño y apoyo a esta mujer y a sus amigas.