Análisis
Los balances sectoriales: una herramienta contra las falacias de la ortodoxia económica

En un mundo cada vez más interconectado y vulnerable a los shocks financieros, los balances sectoriales son mucho más que una herramienta académica: son una vacuna intelectual.

Durante décadas, la economía dominante —la ortodoxia neoclásica— ha insistido en la idea de que los desequilibrios fiscales o comerciales se corrigen mediante disciplina presupuestaria, reformas estructurales o competitividad de mercado. Sin embargo, esta visión parcial ha ignorado una herramienta contable y empírica que permite ver el conjunto de la economía como un sistema de vasos comunicantes: los balances sectoriales.

Desarrollados por el economista británico Wynne Godley, los balances sectoriales constituyen uno de los instrumentos más poderosos para entender las dinámicas macroeconómicas modernas, así como para detectar con antelación las crisis financieras que la ortodoxia no logra prever. Godley, profesor en Cambridge y miembro del Levy Economics Institute, fue uno de los pocos que anticipó con precisión la Gran Recesión de 2008, basándose precisamente en el análisis de los flujos de ahorro y endeudamiento entre sectores institucionales.

Qué son y para qué sirven los balances sectoriales

Los balances sectoriales son una representación contable que describe las relaciones financieras entre tres grandes sectores de una economía: el sector privado interno, compuesto por hogares y empresas; el sector público, que incluye las administraciones centrales y locales; y el sector exterior, es decir, el resto del mundo (exportaciones e importaciones).

La identidad fundamental que los rige es sencilla pero contundente:

(S−I) = (G−T)+(X−M)

donde S es el ahorro privado, I la inversión privada, G el gasto público, T los impuestos, X las exportaciones y M las importaciones. Reordenada, la ecuación muestra una verdad contable ineludible:

(S−I)+(T−G)+(M−X) = 0

En otras palabras, la suma de los saldos financieros del sector privado, el sector público y el sector exterior debe ser siempre cero. Si un sector está en superávit, al menos otro debe estar en déficit.

Permiten entender cómo las políticas fiscales y comerciales afectan al conjunto de la economía y cómo la mejora aparente en un sector puede implicar desequilibrios insostenibles en otros

Esta identidad convierte los balances sectoriales en un instrumento analítico de primer orden. Permiten entender cómo las políticas fiscales y comerciales afectan al conjunto de la economía y, sobre todo, cómo la mejora aparente en un sector (por ejemplo, un superávit público) puede implicar desequilibrios insostenibles en otros. También sirven para evaluar la sostenibilidad macroeconómica: si el sector privado acumula deuda mientras el Estado se “austeriza”, el resultado final es una contracción de la demanda y, tarde o temprano, una recesión.

Una herramienta para detectar crisis antes de que estallen

El enfoque de Godley es revolucionario porque integra los balances financieros de los agentes con el análisis macroeconómico. En lugar de asumir, como la ortodoxia, que los mercados se autorregulan, los balances sectoriales muestran que los desequilibrios de un sector deben reflejarse necesariamente en los demás. Por ello, permiten anticipar situaciones insostenibles.

Un ejemplo paradigmático es el caso de España entre 2002 y 2008. En aquellos años, el país experimentó una aparente bonanza económica: el PIB crecía, el desempleo caía y el sector público lograba superávits fiscales inéditos entre 2005 y 2007. Para la narrativa ortodoxa, aquello era prueba de una gestión prudente y eficiente. Sin embargo, los balances sectoriales mostraban una historia muy diferente.

Lo que para la ortodoxia era “buena política fiscal” —un Estado que ahorra— era, en realidad, la antesala de una recesión de balances privados

El superávit público era la contrapartida de un déficit masivo del sector privado. Hogares y empresas se estaban endeudando a un ritmo insostenible, alimentados por una burbuja inmobiliaria y un sistema financiero eufórico. Al mismo tiempo, el sector exterior reflejaba un déficit por cuenta corriente abultado, consecuencia de la pérdida de competitividad y del auge del crédito. El “milagro español” era, en realidad, un desahorro privado masivo. Cuando la burbuja estalló, el ajuste fue inmediato: el sector privado pasó de déficit a superávit (reduciendo deuda), el Estado entró en déficit profundo (rescatando bancos y amortiguando el golpe), y el sector exterior empezó a generar superávits gracias a la caída de importaciones. La identidad de Godley se cumplía a rajatabla. Lo que para la ortodoxia era “buena política fiscal” —un Estado que ahorra— era, en realidad, la antesala de una recesión de balances privados.

Francia, Estados Unidos y España: tres lecciones de política económica

Francia: el euro como camisa de fuerza

El caso de Francia ilustra cómo las recetas ortodoxas pueden agravar los problemas estructurales de una economía. El país mantiene un ahorro privado positivo (hogares y empresas que gastan menos de lo que ingresan) y un ahorro del resto del mundo frente a Francia (es decir, un déficit exterior). La consecuencia contable es inevitable: el sector público debe mantener un déficit, ya que los otros dos sectores están en superávit. Véase gráfico 1.

Si el Estado reduce su gasto sin que el sector exterior cambie, el efecto será una contracción del ingreso nacional: el sector privado ahorrará aún más, el consumo caerá

La ortodoxia, sin embargo, considera ese déficit público un problema y propone políticas de austeridad fiscal. Pero si el Estado reduce su gasto sin que el sector exterior cambie, el efecto será una contracción del ingreso nacional: el sector privado ahorrará aún más, el consumo caerá y la deuda pública, paradójicamente, se volverá más insostenible.

El problema francés no radica en su política fiscal, sino en su incapacidad para equilibrar el sector exterior. Desde su ingreso en la Unión Europea y, más tarde, en la eurozona, Francia perdió una herramienta clave: la depreciación de su moneda. Durante décadas, las devaluaciones del franco francés actuaron como válvula de escape, restaurando competitividad y corrigiendo déficits comerciales. Con el euro, esa opción desapareció.

Balance sectorial Francia
Balances sectoriales de Francia. Fuente: Philip Philkington.

El economista Philip Pilkington ha llegado a proponer una solución heterodoxa pero interesante: una doble moneda, manteniendo el euro para transacciones internas y reintroduciendo un nuevo franco francés para el comercio exterior. La otra alternativa, políticamente más radical, sería la salida del euro. Ambas buscan devolver a Francia una flexibilidad que el marco actual le niega, y sin la cual su estructura de balances seguirá empujándola hacia déficits públicos crónicos y bajo crecimiento. Por cierto, Italia está igual.

Estados Unidos: la paradoja de Triffin en acción

Estados Unidos presenta una situación distinta. El país mantiene tanto ahorro privado positivo (hogares y empresas) como ahorro del resto del mundo frente a él, lo que significa que el mundo entero financia sus activos en dólares. Esto se explica por el papel del dólar como moneda de reserva internacional. Pero esta ventaja tiene un precio: para que el resto del mundo acumule dólares, Estados Unidos debe generar déficits comerciales persistentes. Dichos déficits se traducen contablemente en un déficit público creciente, ya que el sector privado estadounidense, en conjunto, tiende a mantener superávit. Ver gráfico 2.

Aquí aparece la conocida paradoja de Triffin: una moneda de reserva global debe emitir más pasivos de los que demanda su economía doméstica, lo que obliga al país emisor (EE.UU.) a incurrir en déficits externos y fiscales continuos. Si Washington intenta revertir esta dinámica —por ejemplo, imponiendo aranceles masivos y restringiendo importaciones—, destruiría su propio sistema financiero internacional: el dólar se apreciaría, el comercio se contraería y el servicio de la deuda pública se haría insostenible.

La única salida coherente sería aplicar una política inspirada en la Teoría Monetaria Moderna (MMT): reconocer que el déficit público no es un problema per se mientras exista capacidad ociosa y la inflación esté controlada. En otras palabras, Estados Unidos puede sostener su rol global solo si acepta su déficit estructural como condición de equilibrio del sistema.

Balance sectorial EEUU
Balance sectorial de EEUU. Elaboración propia.

España: un equilibrio frágil que por ahora es funcional

El caso español, en la actualidad, es de los más equilibrados entre las economías desarrolladas. El sector privado mantiene superávit, gracias al desapalancamiento tras la crisis de 2008; el sector exterior muestra superávits comerciales moderados (lo que implica desahorro del resto del mundo respecto a España), y el sector público conserva déficits reducidos pero sostenibles.

Esta configuración de balances —privado en superávit, exterior en superávit, público en ligero déficit— es la más estable macroeconómicamente de las tres comentadas, desde un punto de vista meramente portodoxo. Permite al Estado sostener el gasto sin poner en riesgo la sostenibilidad de la deuda, mientras el sector privado ahorra y el sector exterior actúa como amortiguador. Pero este equilibrio podría verse amenazado si España adopta nuevamente políticas de austeridad fiscal o si el contexto europeo restringe sus márgenes de política económica siguiendo las falacias ortodoxas. Véase gráfico 3.

Balance sectorial España
Balance sectorial de España. Elaboración propia.

Sin embargo, España se enfrenta a sus propias paradojas, que la ortodoxia suele obviar. Primera, la necesidad de inversiones en capital productivo para mantener y mejorar la competitividad de su sector exterior. Ello implicaría una reducción del ahorro privado. Nos referimos a la paradoja de la productividad desarrollada por economistas postkeynesianos como Nicholas Kaldor o Luigi Pasinetti. Éstos explicaron que el crecimiento sostenido requiere inversión constante en capacidad productiva y tecnología. Si el sector privado se orienta al ahorro financiero y no a la inversión real, la economía entra en una “paradoja de la productividad”: el deseo de rentabilidad a corto plazo debilita las bases del crecimiento a largo. La contención del gasto y el desapalancamiento financiero frenan la inversión en capital productivo. Y, finalmente, quizás como consecuencia de la anterior, la clásica paradoja del ahorro de Keynes, que sostiene que, si todos los sectores intentan ahorrar simultáneamente, la demanda agregada cae y, paradójicamente, el ahorro total disminuye. Si España intenta mantener ahorro privado y superávit exterior, la inversión productiva puede verse asfixiada si no hay suficiente gasto público que actúe de contrapeso.

Conclusión: una vacuna contra las falacias ortodoxas

Los balances sectoriales no son una teoría ideológica, sino una identidad contable. No opinan: muestran. Y lo que muestran es que las economías no pueden funcionar bajo la fantasía de que todos los sectores ahorren simultáneamente. Si el sector privado y el exterior quieren ahorrar, el Estado debe gastar. Si el Estado intenta ahorrar, alguien más deberá endeudarse.

La sostenibilidad no depende de la reducción del déficit público, sino de la coherencia entre los tres sectores

La economía ortodoxa suele ignorar esta simple realidad, insistiendo en la consolidación fiscal como virtud. Pero los balances sectoriales demuestran que la austeridad puede ser, en determinados contextos, una receta para la inestabilidad. Wynne Godley lo advirtió hace más de veinte años, y sus discípulos —como Stephanie Kelton o Philip Pilkington— continúan recordándolo: la sostenibilidad no depende de la reducción del déficit público, sino de la coherencia entre los tres sectores.

En un mundo cada vez más interconectado y vulnerable a los shocks financieros, los balances sectoriales son mucho más que una herramienta académica: son una vacuna intelectual contra las falacias de la ortodoxia económica.

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