Opinión
La Europa de la extrema derecha: del euroescepticismo a la federalización militar

Los enemigos más ruidosos de Bruselas pueden convertirse pronto en sus arquitectos más eficaces. En todo el continente, partidos que antes prometían desmantelar la Unión Europea se preparan ahora para atarla con más fuerza que nunca, a través de tanques, vallas y drones de vigilancia.
Caravana Abriendo Fronteras Calais 2
Caravana Abriendo Fronteras. Listado de las personas fallecidas tratando de cruzar la frontera hacia el Reino Unido desde el año 2000 (Foto: Marga G. Enguix).
16 sep 2025 05:26

No hace mucho, el grito de batalla de la extrema derecha era “fuera”. Fuera de Bruselas, fuera del euro, fuera del corsé burocrático que supuestamente estrangulaba la soberanía nacional. Hoy, sin embargo, las cosas han cambiado radicalmente. Marine Le Pen ya no hace campaña por un Frexit. Giorgia Meloni, en Italia, sigue atacando con dureza a las “élites no electas” de Estrasburgo, pero gobierna cómodamente dentro de las estructuras de la UE. Viktor Orbán, antaño el enfant terrible de Europa, es hoy un mediador de poder en Bruselas, intercambiando vetos por subsidios e influencia.

¿Qué cambió? Resumidamente: el poder. Salir de la UE resultó ser un callejón sin salida. Económicamente arriesgado, políticamente aislante y profundamente impopular para la mayoría de los electorados. La estrategia más inteligente fue quedarse dentro, acumular influencia y remodelar la EU para convertirla en una herramienta de prioridades nacionalistas. Hoy, las fuerzas de extrema derecha ya no sueñan con volar por los aires el proyecto europeo. Sueñan con secuestrarlo.

El nuevo pegamento: armas y fronteras

Si la integración europea giró en torno al comercio, la ley y la moneda, su próxima fase puede depender de dos ejes más oscuros: la militarización y el control migratorio. Ambos se presentan como necesidades existenciales: uno para mantener a Europa “relevante” en un mundo dominado por la rivalidad entre EEUU y China, el otro para proteger “nuestro modo de vida” frente a los migrantes en las fronteras. Juntos, crean la oportunidad perfecta para la federalización, pero enraizada no en la solidaridad, sino en el miedo.

La invasión rusa de Ucrania aceleró un proceso ya en marcha. Durante años, Washington presionó a sus aliados de la OTAN para que gastaran al menos el 2 % del PIB en defensa. La mayoría de los Estados miembros de la UE iban rezagados, pero bajo el shock de la guerra —y con la creciente presión de EEUU — los presupuestos se dispararon. Alemania anunció un fondo de defensa histórico de 100.000 millones de euros. Polonia ha lanzado uno de los programas de rearme más agresivos del continente. Incluso España y Bélgica, tradicionalmente reticentes, se han comprometido a alcanzar el objetivo de la OTAN.


Ese dinero tiene que ir a algún sitio. Bruselas intervino para coordinar la adquisición y la política industrial. La Cooperación Estructurada Permanente (PESCO) organiza proyectos conjuntos; el Fondo Europeo de Defensa financia investigación y producción de armas, y el Instrumento Europeo de Paz canaliza miles de millones hacia el suministro de armamento, incluso fuera de Europa.

Lo que parece un mero cumplimiento con la OTAN es también una federalización de la UE por la puerta trasera. Un continente donde el gasto en defensa se armoniza, la adquisición se centraliza y las industrias se consolidan es un continente donde la soberanía asciende hacia arriba.

Paso a paso, la UE institucionaliza políticas excluyentes mientras crea maquinaria supranacional para aplicarlas

Y aquí está la paradoja: los partidos de extrema derecha, tradicionalmente euroescépticos, abrazan esta militarización. Lepen, Meloni, Orbán: todos presentan las iniciativas militares federales como herramientas de soberanía nacional. La presión de la OTAN, antes vista como una imposición extranjera, se convierte en un pretexto para una integración europea que ni los tecnócratas liberales ni los socialdemócratas habrían podido impulsar con tanta eficacia. Pero no actúan solos: conservadores y centristas —desde los llamamientos de Emmanuel Macron a favor de un “ejército europeo” hasta la campaña abierta de Ursula von der Leyen junto a Meloni— han dado cobertura y legitimidad a esta agenda. Lo que antes era retórica marginal se ha absorbido en la corriente principal.

El segundo pegamento es la frontera. La “Fortaleza Europa” ya no es una metáfora; es una política consolidada. Frontex comanda ahora patrullas armadas y drones. El pacto europeo de asilo endurece la detención, acelera las deportaciones y externaliza la “prevención” a regímenes como Libia o Túnez.


La retórica de la extrema derecha —antes marginal— se ha normalizado: “invasión”, “amenaza civilizatoria”, “seguridad primero”. Von der Leyen hace campaña con Meloni en Lampedusa; los centristas hablan ya de “migración ordenada”. Paso a paso, la UE institucionaliza políticas excluyentes mientras crea maquinaria supranacional para aplicarlas. La armonización y la centralización —señas del federalismo— avanzan, pero bajo la sombra del miedo iliberal.

El control fronterizo también se ha convertido en un campo de pruebas: bases de datos biométricas, algoritmos predictivos y drones de vigilancia, desplegados primero contra migrantes, se extienden después a los ciudadanos. La frontera funciona como laboratorio de tecnologías de control que se trasladan al interior.

Europa como “imperio neomedieval”

La UE no es un Estado tradicional, y su estructura ayuda a explicar la paradoja en desarrollo. Como argumentó y anticipó el académico Jan Zielonka en Europe as Empire (2006), la Unión se asemeja a un “imperio neomedieval”, donde el poder se dispersa en múltiples niveles y los Estados miembros pueden adherirse o no a determinadas políticas. La autoridad es estratificada, asimétrica y a menudo tecnocrática. Y los gobiernos de extrema derecha pueden explotar esta complejidad impulsando la militarización y el control de fronteras sin necesidad de un amplio consentimiento público, al tiempo que participan en un marco centralizado y supranacional.

La paradoja está completa: las fuerzas de extrema derecha quizá nunca voten por unos “Estados Unidos de Europa”, pero sus agendas exigen centralización

El diseño de la UE —fragmentado pero vinculante— es lo que permite que quienes antes la rechazaban ahora la refuercen. Iniciativas de defensa descentralizadas, políticas fronterizas armonizadas y estructuras transnacionales de aplicación requieren coordinación supranacional. Y, como la autoridad está dispersa, los partidos de extrema derecha pueden adoptar selectivamente estas herramientas para consolidar poder, impulsar agendas nacionalistas y avanzar en la federalización sin parecer traicionar su retórica anti-UE.

Integración por la puerta trasera

La paradoja está completa: las fuerzas de extrema derecha quizá nunca voten por unos “Estados Unidos de Europa”, pero sus agendas exigen centralización. No se puede militarizar sin presupuestos compartidos, adquisiciones conjuntas y una estrategia industrial común. No se pueden fortificar las fronteras sin bases de datos interoperables, procedimientos de asilo armonizados y aplicación transfronteriza. Cada paso erosiona la soberanía nacional, exactamente lo que antes denunciaban los euroescépticos.

La UE puede hacerse más fuerte como entidad, pero más débil como democracia. Los ciudadanos corren el riesgo de convertirse en meros espectadores de un proceso federal que ni autorizaron ni controlan

La regla del 2 % de la OTAN, la “crisis” migratoria y el diseño institucional de la UE convergen para producir una federalización impulsada por el miedo, no por los supuestos “mecanismos de solidaridad”. Solo la extrema derecha tiene la combinación de voluntad política y oportunismo para ejecutar esta transformación.

El coste no es abstracto. El Instrumento Europeo de Paz opera en gran medida fuera de la supervisión parlamentaria. La integración de la defensa está dirigida por lobbies corporativos —Airbus, Thales, Leonardo— que se reúnen a puerta cerrada. Las tecnologías de control fronterizo se prueban primero en migrantes y luego se incorporan a la vigilancia interna. Gran parte de este gasto se canaliza a través de instrumentos extrapresupuestarios como el propio Instrumento de Paz, que escapan a la autoridad normal del Parlamento Europeo. Los eurodiputados pueden debatir o emitir opiniones, pero carecen de poderes vinculantes sobre cómo se asignan miles de millones, dejando los movimientos más ambiciosos de federalización en defensa y seguridad fuera del control democrático directo.

La integración impulsada por el miedo elude el consentimiento y la rendición de cuentas. La UE puede hacerse más fuerte como entidad, pero más débil como democracia. Los ciudadanos —especialmente la izquierda— corren el riesgo de convertirse en meros espectadores de un proceso federal que ni autorizaron ni controlan.

¿Cómo federalizar la UE desde la izquierda?

Si la izquierda quiere dar forma al futuro federal de la UE, debe intervenir en los ámbitos que hoy domina la extrema derecha. Esto implica convertir cada eje —militarización y política fronteriza— en un espacio de contestación democrática.

  1. Supervisión democrática de los presupuestos de defensa La presión de la OTAN y los mecanismos de defensa de la UE canalizan miles de millones hacia la militarización con una supervisión parlamentaria mínima. La izquierda debe exigir transparencia en todas las decisiones de gasto militar. Comités parlamentarios con poderes reales sobre PESCO y el Fondo Europeo de Defensa, auditorías ciudadanas de las asignaciones y debates públicos sobre las prioridades entre tanques y bienestar son esenciales. Sin supervisión, la integración seguirá siendo un proyecto tecnocrático-militar al servicio de élites e intereses corporativos.

  2. Reorientar los fondos de la UE hacia necesidades sociales Miles de millones dirigidos hoy a armas y adquisiciones pueden reorientarse hacia transición climática, salud y vivienda. La autonomía estratégica no debería medirse en misiles, sino en la capacidad de afrontar desafíos sociales, ambientales y tecnológicos. Una Europa federal impulsada por la izquierda usaría las herramientas comunitarias para promover el bienestar colectivo, no el armamento.

  3. Recuperar la política de fronteras Las políticas comunes son inevitables, pero pueden ser humanas. Alternativas solidarias incluyen la distribución equitativa de solicitantes de asilo, corredores humanitarios y vías legales de migración. Municipios y ONG ya demuestran modelos viables. La UE podría codificarlos como obligaciones supranacionales, convirtiendo la integración en protección e inclusión en lugar de exclusión.

  4. Democratizar las instituciones europeas Si la integración continúa, debería hacerlo mediante procesos democráticos. El Parlamento Europeo debería tener poderes vinculantes sobre defensa, migración y política de seguridad. Agencias tecnocráticas como Frontex deben rendir cuentas públicamente y someterse a control. Solo con legitimidad democrática puede el federalismo europeo servir a los ciudadanos en lugar de a las élites.

  5. Redefinir el papel global de Europa Militarización y control fronterizo no son un destino inevitable. Europa podría ejercer influencia a través de los derechos laborales, el liderazgo climático, la soberanía tecnológica y la diplomacia multilateral. Las herramientas federales —presupuestos, mecanismos de coordinación, agencias— pueden servir a la paz y la prosperidad en lugar del miedo y la exclusión.

La UE nació para impedir el fascismo. Ocho décadas después, su futuro federal podría forjarse precisamente por las fuerzas que antes se oponían a ella. La presión de la OTAN acelera la militarización, el pánico migratorio centraliza la aplicación de las fronteras y la complejidad institucional facilita la palanca de la extrema derecha. La paradoja es clara: Europa puede estar más integrada que nunca, pero de un modo que socava la democracia, la solidaridad y la justicia social.

A menos que la izquierda recupere las herramientas del federalismo —control presupuestario, política migratoria humanitaria, democratización institucional—, la Europa del mañana será una fortaleza construida por sus antiguos enemigos, unida por el miedo y no por el consentimiento ciudadano.

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