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Análisis
La última batalla de Mr. Islington
La circunscripción de Islington North es la más pequeña en extensión de las 650 que componen el Parlamento del Reino Unido. Este diminuto trozo del ensanche londinense incluye numerosos bloques de viviendas de protección oficial, amplias avenidas ajardinadas y el Emirates Stadium, hogar del Arsenal. Sin embargo, Islington siempre ha tenido una cierta connotación negativa en la prensa inglesa de derechas (es decir, casi toda), que usa el lugar como el centro emblemático de la izquierda caviar en sus frecuentes libelos contra las “élites metropolitanas”. Esos calificativos llevan años acompañando a Jeremy Corbyn, antiguo líder del Partido Laborista, gigante de progresismo británico y diputado por Islington North desde hace más de cuatro décadas.
Es cierto que Islington North contiene enclaves de indudable riqueza, pero también lo es el hecho de que un 52% de sus habitantes viven por debajo del umbral de la pobreza, que más de dos terceras partes de las viviendas de la circunscripción están en régimen de alquiler social, y que, como en el resto de Londres, uno puede encontrar a gente de varias docenas de países con pasear diez minutos por sus calles. Es el apoyo de esta parte de la población la que ha convertido a Islington North en “Corbyn Country”.
Cuando Rishi Sunak disolvió el Parlamento y convocó elecciones para julio de este año, los intentos infructuosos de Corbyn de volver a ser readmitido se toparon con un muro
Corbyn fue suspendido de militancia en 2020 del partido en el que llevaba más de medio siglo. Una acción decidida unilateralmente por su sucesor como líder de la organización, el ahora recientemente elegido primer ministro Sir Keir Starmer. Starmer, un antiguo fiscal general del estado con un amplio historial de autoritarismo, buscaba una acción que demostrase al electorado que el partido “había cambiado”. Habiendo sido elegido en unas primarias en las que mintió deliberadamente a los militantes con un programa continuista con el de Corbyn, Starmer quería señalar al establishment británico que Labour había vuelto al redil. Para ello arguyó que Corbyn había “minimizado las acusaciones de antisemitismo” que habían envuelto al partido bajo su liderazgo. No importaba que Corbyn se estuviera refiriendo a la retahíla de escarnios que recibió durante años, como la acusación de un conocido columnista de derechas de que el político iba a reabrir Auschwitz. Starmer había decidido que la carrera política de Corbyn tenía que acabar sí o sí.
Análisis
Starmer vs. Corbyn: de los usos políticos del antisemitismo
Corbyn ha languidecido durante cuatro años en el gallinero de la Cámara de los Comunes, repudiado por casi todos sus antiguos compañeros, pero aún recibido como invitado de honor entre los cientos de movimientos sociales, antirracistas y pacifistas por los que ha trabajado durante décadas. Cuando Rishi Sunak disolvió el Parlamento y convocó elecciones para julio de este año, los intentos infructuosos de Corbyn de volver a ser readmitido se toparon con un muro. El comité federal, compuesto de fieles a Starmer, vetó su candidatura, pese a las protestas de la agrupación local de Islington North, que durante todo este tiempo ha permanecido leal a su diputado. El político tendría que luchar por su reelección fuera del partido.
Labour no se lo pondría fácil. Starmer impuso a Praful Nargund, un concejal proveniente de la circunscripción vecina de Islington South. Nargund es un ejecutivo de la sanidad privada con mínimas conexiones con Islington North y que se ha negado a dar entrevistas para explicar el conflicto de intereses que su profesión podría causar tras su posible elección. Su campaña se ha visto arropada por dinosaurios laboristas cercanos a Starmer como Lord Peter Mandelson, un polémico antiguo ministro de Industria, íntimo de Tony Blair y de Jeffrey Epstein, y que tuvo que dimitir hasta dos veces de puestos gubernamentales por escándalos de corrupción. Labour empapeló Islington North con posters y llenó los buzones de propaganda política para convencer a los locales de que debían votar a Nargund. El 4 de julio, el candidato laborista sacó 16.873 votos, un 34,4% del electorado. Su contrincante independiente, 24.120, equivalente al 49,2% de los totales emitidos.
Starmer ha sido incapaz de superar en número de votos los fallidos intentos de Corbyn de llegar al poder en 2017 y 2019, debido a la baja tasa de participación
Haciendo campaña en las calles de Islington North, era fácil comprobar el fuerte componente de clase presente en el apoyo a Corbyn. En los barrios de Finsbury Park, Archway y Shacklewell, zonas con alta densidad de viviendas de protección oficial, los vecinos a los que la campaña llamaba a la puerta se mostraban entusiastas por votar al candidato progresista. Recorriendo con Corbyn por esas calles, era difícil pasar más de dos minutos sin encontrarse transeúntes que querían hablar con él para agradecerle su asistencia con algún problema administrativo que habían tenido en el pasado. Desde una solicitud de asilo político, hasta una petición para ampliar los carriles bici que vertebran la circunscripción, los electores locales tenían miles de historias sobre las veces en las que habían podido contar con la ayuda de su diputado.
Era en las zonas de Tufnell Park y Highgate, pobladas de mansiones de dos millones de libras, donde uno se encontraba una recepción mas hostil. Históricamente con más presencia de voto conservador y liberal-demócrata que en los vecindarios más pobres, en esta ocasión los locales no tenían problema en anunciar su intención de elegir la papeleta laborista. Teniendo en cuenta la proclividad de la población inmigrante y de clase trabajadora a la abstención, el equipo de Corbyn sabía que no podían dar ningún voto por sentado. Ante la publicación de unas encuestas que le ponían por detrás de Nargund, la campaña contó con la asistencia de figuras como Owen Jones, Ken Loach o Yanis Varoufakis para recordar al electorado la importancia de acudir a las urnas. La operación fue un éxito.
A primera vista, puede parecer que la reelección de Corbyn en Islington North no fue más que una pequeña nota amarga para Starmer. Sobre el papel, los resultados de Labour a nivel nacional son excepcionales: 411 escaños, casi dos terceras partes de la cámara, lo que le da la seguridad de una tranquila legislatura de cinco años. Sin embargo, un análisis mas profundo desvela la fragilidad del triunfo laborista. Starmer ha sido incapaz de superar en número de votos los fallidos intentos de Corbyn de llegar al poder en 2017 y 2019, debido a la baja tasa de participación (la menor en un siglo). El porcentaje de voto de Labour es un discreto 33,7%, lo que representa un incremento de solo 1,6 puntos respecto a 2019. La victoria laborista se basa en el hecho de que el sistema electoral británico penaliza fuertemente la división dentro de un bloque ideológico. Eso le ha pasado esta vez a la derecha, con los tories de Sunak y el ultraderechista Reform UK del exeurodiputado Nigel Farage disputándose ese espacio electoral. Así se da el caso de que, aunque los primeros sacaron el 23,7% y los segundos el 14,3%, su número de escaños ha sido un magro 121 y 5, respectivamente.
Reino Unido
Reino Unido Starmer arrasa, el establishment lo celebra
Labour ha sido capaz de beneficiarse de esta situación, pero la derechización del partido le ha causado problemas en sus tradicionales feudos de ciudades como Manchester, Birmingham o la propia Londres. La ambigua posición de Labour ante la guerra en Gaza ha sido particularmente tóxica en las zonas con alta población musulmana. Ejemplo paradigmático ha sido la circunscripción londinense de Ilford North, dónde Wes Streeting, peso pesado del ala derecha del partido y mencionado por muchos como el más probable sucesor de Starmer, estuvo a 500 votos de perder su escaño frente a una candidata independiente de 23 años y orígenes palestinos. Peor suerte corrió el director de campaña Jon Ashworth, derrotado en Leicester South por otro independiente pro-Gaza. El propio Starmer se vio sorprendido en su circunscripción de Holborn & St Pancras, colindante con Islington North. Aunque ganó sin muchos problemas, se dejó más de la mitad de los votos que consiguió en 2019. Andrew Feinstein, un activista judío antisionista sudafricano discípulo de Nelson Mandela que se presentó como independiente, logró quedar segundo con casi el 20% de los sufragios emitidos.
Una consolidación de las fuerzas de derechas, bajo Farage o alguno de los diputados tories más radicales, tendría serias opciones de ser una amenaza para los laboristas en 2019
La supuestamente aplastante victoria de Labour tiene los pies de barro. En un contexto de alta abstención y apatía política, si el gobierno centrista de Starmer es incapaz de resolver la profunda desigualdad y el maltrecho estado de los servicios sociales, su destino podría ser similar al de Emmanuel Macron. Una consolidación de las fuerzas de derechas, bajo Farage o alguno de los diputados tories más radicales, tendría serias opciones de ser una amenaza para los laboristas en 2019. La izquierda debe estar preparada para aprovechar esta coyuntura. El buen resultado de los independientes pro-Gaza y del Partido Verde (4 escaños, 6,39% y segundo en muchas circunscripciones urbanas, récord histórico para la formación), junto con el remanente izquierdista dentro de Labour representado por voces como Zarah Sultana o John McDonnell deberían ser la base para la construcción de un Frente Popular a la manera francesa.
Sin embargo, es difícil que Corbyn adopte el papel de Jean-Luc Mélenchon. En una tribuna para The Guardian publicada después de las elecciones, el veterano activista curtido en mil batallas dejó claro que, aunque cuenta con su bendición, una nueva fuerza o coalición política no debe construirse alrededor de una persona, sino que tiene que salir del activismo en las comunidades humildes a lo largo y ancho del país. Corbyn tiene ya 75 años, y su intención es dedicar esta legislatura a la labor que más le satisface y que lleva haciendo desde 1983: ser la voz de los vecinos de Islington North en el Palacio de Westminster.