Análisis
Lo nuclear vende, ¿quién compra la paz?

En los últimos años –antes, incluso, del retorno de Donald Trump a la Casa Blanca– no sólo la carrera armamentista entre potencias se ha acelerado, sino que las armas nucleares han hecho su reaparición en los debates estratégicos.
Acto durante las celebraciones por el Tratado de Prohibición de las Armas Nucleares el 22 de enero de 2021.
Carmen Ibarlucea Acto durante las celebraciones por el Tratado de Prohibición de las Armas Nucleares el 22 de enero de 2021.

La noticia, a pesar de su simbolismo, pasó más bien desapercibida. El pasado mes de noviembre The Washington Post hizo público que el Departamento de Estado de los EEUU había eliminado 15 páginas de sus archivos digitales relacionadas con los ejercicios militares 'Able Archer 83' sin ofrecer ninguna explicación. El escenario de 'Able Archer 83' de la OTAN consistía en una simulación de una escalada militar con las fuerzas del Pacto de Varsovia que culminaba con un ataque nuclear.

El realismo de los ejercicios –que incluía una dimensión política, con la participación de jefes de gobierno–, unido al mal estado de las relaciones diplomáticas entre la Unión Soviética y los Estados Unidos –las maniobras militares comenzaban el día 7 de noviembre y el despliegue en Alemania occidental de los misiles de alcance medio Pershing II estaba previsto para finales de ese mismo mes– llevó a algunos miembros del Politburó a pensar que la Alianza Atlántica estaba preparándose para un ataque nuclear contra la URSS. En respuesta, el Ejército Rojo inició los preparativos para el combate, puso a sus fuerzas aéreas en Alemania oriental y Polonia en estado de alerta y cargó las cabezas nucleares en varios de sus aviones.

Al ser informado de la situación, el vicejefe del Estado Mayor de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos estacionada en Europa occidental, Leonard H. Perroots, aconsejó no responder a la actividad militar del Pacto de Varsovia y poner fin a 'Able Archer 83', desactivando efectivamente la posibilidad de un choque armado nuclear. Hoy se considera este incidente –cuyos detalles no se conocieron hasta la desclasificación de todos los documentos relativos a él en el año 2021– como uno de los momentos de la guerra fría que estuvieron más cerca de un conflicto nuclear.

Hay quien ha interpretado la decisión del Departamento de Estado de eliminar estas 15 páginas con nocturnidad como una declaración de intenciones. En los últimos años –antes, incluso, del retorno de Donald Trump a la Casa Blanca– no sólo la carrera armamentista entre potencias se ha acelerado, sino que las armas nucleares han hecho su reaparición en los debates estratégicos y en los medios de comunicación. Algunos analistas militares especulan abiertamente con la posibilidad de librar guerras nucleares “limitadas” –gracias, suponen, al desarrollo de armas nucleares “tácticas” y ojivas nucleares de “escaso poder destructivo”– y ganarlas.

Rusia ha adoptado una respuesta simétrica a la decisión de Trump de ordenar la primera prueba nuclear en más de tres décadas en EEUU y está actualmente estudiando cómo llevarla adelante

Aunque las organizaciones dedicadas al estudio de las políticas de paz –desde el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI) hasta la Campaña para el Desarme Nuclear (CND)– llevan alertando de ello desde hace años, el reciente estreno de la película de Netflix A House of Dynamite, de Kathryn Bigelow, la tensa historia de la reacción estadounidense a un misil balístico intercontinental contra Chicago lanzado desde el Pacífico por un enemigo desconocido, ha puesto de relieve de nuevo esta cuestión de manera no muy diferente a como lo hizo Oppenheimer, de Christopher Nolan, en 2023.


Cambian los tiempos, pero los resultados serían, a grandes rasgos, los mismos. El mismo año en el que la OTAN realizó las maniobras militares arriba mencionadas, el Pentágono llevó a cabo, en el mes de junio, un ejercicio mucho más secreto, ‘Proud Prophet’, para simular una guerra nuclear entre EEUU y la URSS y evaluar las posibilidades de que fuese “limitada”. Los resultados fueron escalofriantes: la línea de comunicación entre ambas capitales no tuvo ninguna utilidad, ya que los dirigentes políticos desconfiaban de las intenciones del otro tras el comienzo de las hostilidades, que no dejaron de escalar –el uso de armas nucleares “tácticas” dejó paso a las de “teatro de operaciones”, y éstas, a su vez, al de las “estratégicas”, los objetivos militares dejaron paso a los civiles, y así sucesivamente– hasta terminar con la destrucción mutua de ambos bloques y otras zonas del planeta en los que tenían bases militares, ocasionando miles de millones de muertos directos e indirectos por la radiación y la falta de alimentos y atención sanitaria.

Por citar las palabras empleadas en un reportaje de The New York Times sobre ‘Proud Prophet’ publicado el año pasado, estos ejercicios “terminaron cuando no quedaba nadie para combatir por nada.” Ninguna ciudad alemana o polaca habría sobrevivido al ataque, tampoco lo habrían hecho París, Londres, Ámsterdam, Róterdam y Bruselas, y regiones enteras de Europa se habrían vuelto inhabitables durante décadas por la radiación. El mapa publicado el año pasado por The New York Times sobre el grado de devastación en el que hubiese quedado Europa habla por sí solo. Aparentemente, y a la luz de sus recientes y pasadas declaraciones, la actual generación de dirigentes de la Unión Europea ha olvidado este tipo de incidentes y este tipo de mapas.

Las agujas del Reloj del Apocalipsis, la iniciativa creada por el Bulletin of the Atomic Scientists (Boletín de Científicos Atómicos) en 1947 para alertar a la opinión pública de los riesgos de la proliferación nuclear –en la que la “medianoche” del reloj representa “la destrucción total y catastrófica” de la humanidad–, marcan desde enero de 2025 unos 89 segundos para la medianoche. Nunca antes el Reloj del Apocalipsis había estado tan cerca de la medianoche y nunca antes a nadie parece importarle tan poco.

De guerras frías y conflictos congelados

“¿Cómo te arruinaste? Gradualmente y luego, de repente” es uno de los diálogos más conocidos de Fiesta, de Ernest Hemingway, y se ha convertido en una expresión muy utilizada por los medios de comunicación anglosajones a la hora de hablar de procesos políticos, sociales y económicos que, después de llevar años gestándose, se precipitan –con frecuencia, debido a un factor externo, las más de las veces inesperado–, con graves resultados. Algo muy parecido puede decirse de la política de no proliferación nuclear, que viene deteriorándose desde hace años pero este 2025 se ha pronunciado considerablemente.

En noviembre de 2024, el presidente de Rusia, Vladímir Putin, aprobó enmiendas a la doctrina nuclear que rebajaban el umbral para su uso incluso ante un ataque convencional si entraña una amenaza “a la soberanía o integridad territorial” de Rusia o Bielorrusia, con la que forma una unión de estados. Las potenciales implicaciones de este cambio son alarmantes, toda vez que Rusia incorporó el 30 de septiembre de 2022 a su territorio las regiones ucranianas de Donetsk, Jersón, Luhansk y Zaporiyia aún sin controlarlas por completo y ha albergado en el pasado movimientos secesionistas –en particular, aunque no solamente, en el Cáucaso norte–, en no pocas ocasiones con apoyo de potencias extranjeras, explícito o encubierto.


El pasado 4 de agosto Rusia puso asimismo fin a la moratoria al despliegue de misiles de corto y medio alcance en respuesta al despliegue de la OTAN de sistemas de misiles en Dinamarca, Australia y Filipinas. Rusia ha adoptado, además, una respuesta simétrica a la decisión de Trump de ordenar la primera prueba nuclear en más de tres décadas en EEUU y está actualmente estudiando cómo llevarla adelante: el 5 de noviembre, el ministro de Defensa ruso, Andréi Belousov, propuso al presidente comenzar los preparativos para llevar a cabo una prueba nuclear en el archipiélago de Novaya Zemliá, de acuerdo con el servicio de prensa del Kremlin. Para Belousov, del anuncio estadounidense de retomar las pruebas nucleares “se sigue que debemos mantener nuestras capacidades nucleares capaces de inflingir un daño inaceptable en el adversario bajo cualquier condición y circunstancia, y actuar apropiadamente en respuesta a los pasos de Washington en interés de la seguridad garantizada para nuestro país.” Rusia no ha llevado a cabo nunca pruebas nucleares, la URSS llevó a cabo las últimas pruebas nucleares en 1990.

El próximo 4 de febrero expira el tratado New START firmado el 8 de abril de 2010 que limita a ambos países a un máximo de 1,550 ojivas nucleares desplegadas en sistemas de lanzamiento (misiles balísticos intercontinentales, misiles balísticos lanzados desde submarinos y bombarderos estratégicos) sin que ninguna de las partes haya expresado la voluntad de prolongarlo.

El viceministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Riabkov, ha condicionado la decisión de su país a un cese el fuego en Ucrania: “En cuanto al control de armas convencionales y su futuro, creo que todo es posible, pero en un futuro muy lejano”, declaró Riabkov en una entrevista publicada en el Centro PIR, “primero, debe completarse la fase asociada a la finalización efectiva de la operación militar especial.” Incluso en ese escenario, matizó, “una vez alcanzados los objetivos y cuando la situación se haya normalizado, al menos en cierta medida, quizá surjan voces a favor del restablecimiento del sistema de control de armas convencionales.”

El conflicto de Ucrania no es el único en el que ha reaparecido la posibilidad del uso de armas nucleares. También lo ha hecho a raíz de la crisis entre Pakistán e India –ambas potencias nucleares– en el mes de mayo, la agresión contra Irán de Israel –el único estado que posee armas nucleares en Oriente Medio– en junio o las tensiones entre Corea del Norte y Corea del Sur en noviembre a raíz del acuerdo entre Washington y Seúl para la fabricación de submarinos de ataque de propulsión nuclear. Este acuerdo permite además a Corea del Sur enriquecer el uranio en el propio país para sus submarinos. Sólo seis países –EEUU, Rusia, China, Reino Unido, Francia e India– posen submarinos estratégicos nucleares, Corea del Sur sería el octavo y Corea del Norte el noveno si desarrolla los suyos propios, como se rumorea, con la asistencia de Rusia.

El presidente de Airbus, Rene Obermann, ha llamado públicamente a los gobiernos europeos a dotarse de armas nucleares tácticas

Aunque Irán ha acaparado los titulares, desde los medios de comunicación se han mantenido los debates sobre si Ucrania debe dotarse de armas nucleares con el fin de frenar el avance de las tropas rusas y protegerse de nuevas ofensivas contra su territorio; sobre si Alemania debe desarrollar su propia bomba nuclear –una idea que cuenta por ahora con el rechazo de la mayoría del país y el apoyo de Alternativa para Alemania (AfD)–, sobre todo si en Francia gana eventualmente las elecciones Reagrupación Nacional (RN) y decide retirar al país vecino de su paraguas nuclear; o sobre si la Unión Europea debe dotarse de una “eurobomba” desplegando las armas nucleares francesas existentes y sus correspondientes sistemas de lanzamiento por todos los países del bloque.

El presidente de Airbus, Rene Obermann, ha llamado públicamente a los gobiernos europeos a dotarse de armas nucleares tácticas en respuesta al despliegue de misiles Iskander –capaces de transportar una carga nuclear– en el enclave ruso de Kaliningrado y en Bielorrusia. Rusia también acusó en junio a Ucrania de haber desarrollado planes para usar una “bomba sucia” –un artefacto explosivo convencional con material radioactivo– en su territorio, una idea que atribuyó a los grupos aceleracionistas neonazis que han penetrado en las fuerzas armadas ucranianas a través de 'Azov' y que ha sido descartada por los aliados occidentales de Kiev como un pretexto para la escalada militar. Únicamente China mantiene su doctrina nuclear –respuesta nuclear tras un ataque nuclear a cargo de una potencia nuclear– aunque en el cambiante panorama internacional Beijing se reserva la posibilidad de modificarla para ajustarla en un escenario de mayor hostilidad.

Inteligencia artificial y armas hipersónicas

Tanto Washington como Moscú mantienen los programas de modernización de sus respectivos arsenales nucleares. En el caso de Rusia, se trata de seis armas de uso dual (convencional y nuclear), todas ellas muy difíciles de detectar e interceptar por los sistemas occidentales y cuya existencia y potencial se conocen casi exclusivamente por fuentes oficiales rusas –cuestionadas, en parte, por algunos analistas occidentales, que creen que el Kremlin está interesado en exagerar su letalidad por motivos políticos y psicológicos–. Dos de ellas han sido no obstante empleadas ya en el conflicto en Ucrania: se trata del misil balístico Kh-47M2 Kinzhal ('Daga') y del misil de crucero 3M22 Zircon. Ambas forman parte de las llamadas “armas hipersónicas”, que, por su velocidad y trayectoria (en particular en los misiles de crucero, que no siguen una trayectoria balística) son extraordinariamente difíciles de detectar e interceptar.

Este año Rusia también anunció el lanzamiento, con éxito, del 9M730 Burevestnik ('Petrel') y el torpedo 'Poseidón' en octubre. El Burevestnik es un misil de crucero de carga y propulsión nuclear –por lo que ha sido apodado por algunos analistas como 'Chernóbil flotante'– capaz, siempre según las fuentes oficiales rusas, de maniobrar durante el vuelo y de recorrer hasta 14.000 kilómetros durante hasta 15 horas. El 'Poseidón' es por su parte un vehículo submarino no tripulado capaz de transportar –nuevamente siempre según las fuentes oficiales rusas– una carga nuclear a 1.000 metros de profundidad y con una velocidad de hasta 200 kilómetros por hora contra embarcaciones, flotas navales, puertos y ciudades costeras, y hacerlas inhabitables como consecuencia de la radiación emitida por la detonación.

Asimismo, Rusia desarrolla el misil balístico intercontinental RS-28 Sarmat que ha de sustituir a los R-36 durante los próximos años y cuyas pruebas hasta la fecha no han obtenido los resultados esperados. A pesar de todo, y como un eco de la carrera armamentista que marcó el paso de la guerra fría, hoy Rusia parece llevar la delantera a los Estados Unidos en el desarrollo de este nuevo tipo de armas nucleares, lo que motiva, hoy como ayer, la voluntad de Washington de “cerrar la brecha” entre sus capacidades nucleares y las rusas.


En el caso de EEUU los analistas de este campo destacan el desarrollo del LGM-35A Sentinel, el misil balístico intercontinental destinado a sustituir los Minuteman III a partir del año 2029, y la integración de inteligencia artificial (IA) en los sistemas de control y comunicaciones (NC3) para facilitar la detección y el análisis de riesgos, una medida que ha sido recibida con escepticismo y alarma en los medios por los errores cometidos por programas de IA en otros ámbitos a pesar que desde el ejército estadounidense se ha llamado a la calma asegurando que se mantendrá la intervención humana en todo el proceso de toma de decisiones. El discurso abiertamente militarista promovido tanto por el presidente estadounidense como por su secretario de Defensa, Pete Hegseth, no invita al optimismo. Al viejo complejo militar-industrial estadounidense, además, se ha sumado otro nuevo, con un pie puesto en el sector tecnológico de la Costa Oeste y el magnate Peter Thiel como una de sus figuras clave, con un discurso abiertamente derechista y en ocasiones de tono apocalíptico.

La política de rearme nuclear de Trump, en el fondo y en la forma, la resume bien, curiosamente, la letra de una canción de Megadeth –el nombre del grupo debe mucho por cierto a la retórica nuclear de la guerra fría– que el año que viene cumplirá cuarenta: 'What do you mean: I couldn't be the President of the United States of America? […] If there's a new way / I'll be the first in line / But it better work this time […] Peace sells, but who's buying?' (¿Qué quieres decir con que no podría ser el presidente de EEUU (...) Si hay otra manera, seré el primero en la fila, pero mejor será que funcione. La paz está en venta, pero, ¿quién la compra").

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