We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Arte político
‘Acéphale’, ¿arte antifa?
El u-fascismo está aún a nuestro alrededor, a veces vestido de paisano (…).
Nuestro deber es desenmascararlo y apuntar con el índice a cada una
de sus formas nuevas, todos los días, en todos los rincones del mundo.
Umberto Eco
En la exposición Acéphale que el espacio Apaindu de Iruñea alberga hasta el 28 de octubre, casi escondido al final de un estrecho pasillo, un cartel alerta: “EL PODER DEL CAPITAL NOS OBLIGA”. Pero no, no es el atormentado padre Damien Karras, aquel inolvidable exorcista de la película de William Friedkin, el autor de tan paradójico conjuro, sino Cabeza de artista, el heterónimo que une a los iruindarras Patxi Aldunate (1965) y Alfredo Murillo (1973) en una suerte de exorcismo personal contra las miserias de un arte contemporáneo rendido al capitalismo feroz.
“¿Qué papel puede jugar el arte contemporáneo vendido al capital? Una reflexiva pero testimonial resistencia, lo cual no es moco de pavo”
En un mundo en crisis, dominado por el regreso populista de ese fascismo neoliberal que, vistiendo traje y corbata, nos ha regalado de Trump a Bolsonaro, o de Orban a Vox, ¿qué papel puede jugar el arte contemporáneo vendido al capital? Y antes que la duda quede, incómoda, en el aire, Cabeza de artista se apresura a responder con irónica ambigüedad: ninguno, salvo una reflexiva pero testimonial resistencia, lo cual, a estas alturas, no es moco de pavo.
Una exposición situada
Una vitrina con discos, pasquines y pegatinas de la contracultura vasca de hace varias décadas, una foto gigante de una punki estilosa saboteada por el signo del euro, banderas flácidas con disyuntivas imposibles como “Democracia o Arte” y “Arte o Libertad”. Restos de la batalla por la hegemonía del arte crítico y, como bromean los artistas, de esa “derrota en derrota hasta la derrota final” de la izquierda folk que asumen con sorna agridulce.
Y la pieza más significativa pero al tiempo más honesta de esa debacle: una mesa con camisetas negras estampadas con blancos iconos, a la venta (lo justo para financiar la exposición o, apenas, unas birras), rubricadas por la leyenda: “No Art Just A T Shirt”. La caja vacía de Oteiza, la ampolla de Air de Paris de Duchamp, el plátano del disco de The Velvet Underground diseñado por Warhol y el grafiti de La niña con globo de Banksy. Iconos vanguardistas hackeados, (re)vendidos y denunciados como lo que realmente son al final de la fagocitazación del sistema: productos de merchandising de alta cultura, aptos para un consumo gourmet... masivo
La exposición en la galería Apaindu, uno de los pocos espacios de arte contemporáneo que malamente sobreviven en Iruñea, en la empinada cuesta de la calle Curia hacia la Catedral, evoca para Cabeza de artista también un contexto y una coyuntura: el de su Casco viejo, antaño núcleo de contestación y hoy en franca decadencia. A la vuelta de la esquina, el clausurado gaztetxe Maravillas, y a su alrededor, las calles de poteo canalla por las que avanza imparable la gentrificación, con los gastrobares de sushi como ariete. La lógica cultural del franquismo tardío en una capital de provincia criptofascista que ha aprendido a tolerar cualquier atisbo de rebeldía, debidamente normalizado, en aras de salvaguardar la sagrada paz de los cementerios.
¿Despiadada nostalgia de una generación vendida? ¿Denuncia de la estetización comercial del arte? ¿Meta-arte para fustigar no solo a las divas de la escena contemporánea sino también a los espaldas mojadas del arte? Probablemente todo eso y un poco más...
Una de las piezas más singulares —puro ready-made foral— se cierne sobre el techo de la galería: una larga y prieta ristra de pimientos choriceros —utilizados para condimentar recetas castizas como el ajoarriero o el cordero al chilindrón—, cubierta de una espesa capa de polvo ¡de hace 40 años! Si Marcel Duchamp y Man Ray nos provocaron al presentar en 1920 Élevage de poussière, un criadero de polvo como obra de arte, ¿por qué no, cien años después, una arrugada y polvorienta pimentada como símbolo del arte vasco-navarro? Los artistas prometen sacudir el misterio en una próxima performance.
Una trayectoria comprometida
Cabeza de artista tiene una trayectoria consolidada, aunque no suficientemente atendida, en el panorama de arte vasco y, específicamente, en la tendencia de arte político que, dadas nuestras circunstancias, a menudo, resulta demasiado esquiva. Desde 2004, viene impulsando a través de diferentes instalaciones —entre la performance, el conceptual y el povera— un enfoque explícitamente crítico y artivista, que merece ser reconocido, más allá de su refrescante espíritu travieso, como una de las más ‘serias’ de los últimos tiempos.
“La actividad de Cabeza de artista demuestra la inteligencia política del arte colaborativo que se compromete”
Así, a partir de su participación en Artamugarriak, iniciativa artística por el proceso de paz, para la cual diseñaron performances como Bakerako Hutsak (2008), círculos de sal colectivos en Donostia y Aguiña, nos han ofrecido, entre otras intervenciones, diferentes instalaciones de contundente lectura: Dogeatdog (Ciudadela de Pamplona, 2006) sobre las migraciones, STOP (Gernika, 2007) sobre la paz, 9mm (Ciudadela de Pamplona, 2007) sobre el tráfico de armas, Zurra Lurra (Fundación Buldain, 2009) sobre la ecología, Cabeza de artista (Centro de Arte de Huarte, 2013) sobre la identidad del artista, Partidero (Landarte, 2020) sobre el comunal de aguas, hasta 20x20 (2021) coordinando un fanzine sobre la pandemia y, justo en estos momentos, la muestra colectiva de carteles, La comuna vive. Una intensa actividad, progresivamente afinada en sus conceptos y depurada en su materialización, que demuestra no solo la potencia sino la inteligencia política del arte colaborativo que se compromete.
Recientemente, en la exposición colectiva Sanfermines imaginados, Cabeza de artista mostraba en su instalación Hutsuneak una pancarta en blanco; nada que ver con las prohibición del Ayuntamiento de exponer las pancartas de las peñas sanfermineras —por su carácter peligrosamente político— en el centro comunitario Plazara!, sino, acaso, con el clima de laxo y progresivo olvido de la memoria resistente que se respira en este burgo frío y hostil, que no necesita si quiera del fascismo de correaje para habitarnos.
Una interpelación antifa
En su irónico manual Instrucciones para convertirse en un fascista, Michele Murgia, en una operación de identificación equivalente a la apuntada por Cabeza de artista, proponía una encuesta final o fascistómetro “para descubrir cuánto fascismo hay en los que se creen antifascistas”. Resulta evidente que el arte contemporáneo salvaría la papeleta, porque sabe mentir(se) bien, pero que llegaría a la categoría de “aspirante” o “compañero de viaje” si dejara hablar a su inconsciente.
El ur-fascismo, el “fascismo eterno” que denunciaba Umberto Eco, en estas latitudes es el cancerbero del neoliberalismo, y sigue campando a sus anchas por la ciudad. Hoy te cierra el gaztetxe de la Rotxa, el último de la ciudad, y mañana te construye la torre luxury de Salesianos; hoy militariza el Casco Viejo durante la pandemia y mañana te diseña una sala municipal de exposiciones bajo la cúpula del Monumento a los Caídos... pura versatilidad gatopardiana.
“¿Podría haber un arte antifa vasco? No lo sabemos, pero ahora mismo no parece probable”
Lamentablemente, no estamos a las puertas de una revolución mundial, y quizá este modelo insurreccional esté ya obsoleto, pero movimientos como Black Lives Matter han sido capaces de articular un movimiento ‘antifa’ contra el racismo y el supremacismo neorreaccionario, combinando la acción callejera con el arte de los murales, la performance y hasta el sabotaje de estatuas ecuestres de generales confederados. ¿Podría haber un arte antifa vasco? ¿Un “Antifascist Conceptual Art”, como proclama en equívocas letras góticas un irónico cartel de la exposición? No lo sabemos, pero ahora mismo no parece probable; el arte vasco, pasada la edad heroica de las vanguardias durante la transición, en estos momentos, está más pendiente de la floración de Puppy pero, es evidente: debería. Motivos no le faltan, ni a la próspera pero desigual sociedad vasca, ni a su arte precario.
En la galería Apaiundu, gracias a la cabeza de Bataille de este artista brifonte, después de la performance de la inauguración en la que se rompió el cristal protector de un cartel, queda una buena provisión de adoquines que, obviamente, no son de atrezo, sino estrictamente simbólicos.