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Bienes comunes
Reencontrarnos en la escalera a través de los comunales
Si las bibliotecas no existieran y, en el año 2023, alguien propusiera inventarlas, seguramente lo echarían abajo alegando la posible o inevitable destrucción del sector cultural, etc. Y sin embargo, existen. Si alguien propusiera construir fuentes públicas en la calle se le tacharía de insensato, porque claramente todo el mundo abusaría de ellas, con el consiguiente despilfarro de recursos, por no hablar del caos en el sector hostelero. Y, sin embargo, existen.
Cuando en el 15M se decía “lo llaman democracia y no lo es“ la crítica no solo era al bipartidismo – aunque la mella ahí haya sido importante – sino a todo el sistema de democracia representativa en general. Si se hubiera propuesto un sistema descentralizado, universalmente accesible, basado en el territorio, y democracia directa y que confía en la deliberación antes que en el voto, se habría descartado por utópico, ineficiente, y por ir en contra de la naturaleza del ser humano. Y, sin embargo, existe.
Antes de que hubiera ayuntamientos y Seguridad Social, la gente se reunía en sus comunidades más cercanas para tomar conjuntamente todo tipo de decisiones sobre aquello que les afectaba. Los pastos, los bosques, el agua de riego… construían reglas, organizaban el trabajo y resolvían los conflictos que inevitablemente surgían. Así se han gestionado literalmente toda la vida los recursos comunales. Ni por lo privado ni por el Estado, sino por la propia comunidad cercana.
Si la erosión que sufre lo público nos escandaliza, la que ha sufrido lo común nos debería poner los pelos de punta
Ahora bien, si la erosión que sufre lo público nos escandaliza, la que ha sufrido lo común nos debería poner los pelos de punta. Las desamortizaciones, que estudiábamos siempre de refilón en el colegio e instituto como algo que afectaba básicamente a la Iglesia, sacaron a las comunidades de la toma de decisiones para ponerla en manos de agentes privados – por lo general los más pudientes – o del Estado. El triunfo de la democracia representativa ha permitido que lo que en su día era una participación compleja, matizada, deliberada y adaptada al territorio – que convivía con sistemas totalitarios allá donde a aquellos no les convenía llegar - se convierta en un voto binario a un paquete cerrado y sin garantías.
Sin embargo, los comunales siguen existiendo, a veces reinventados en lo urbano, pero sobre todo resistiendo en lo rural. Por supuesto, influidos por el patriarcado, por el individualismo, por las rencillas inherentes a cualquier sociedad humana, pero existen. A veces parece que los estemos inventando ahora, cuando hablamos de asambleas ciudadanas o cuando la UE trata de impulsar políticas de participación, pero lo cierto es que es una herencia que siempre ha estado disponible.
En cualquier caso, esta parece una aproximación absolutamente incompatible con nuestro modo actual de hacer política. Resulta casi ridículo pensar en un Congreso de los Diputados en el que personas de distintos pareceres deliberasen desde la empatía, desde el tratar de comprender los intereses del otro para llegar a una solución conjunta. Es fácil, después de pasar un par de horas en una reunión de escalera o en una cena familiar, abandonar por completo la confianza en la capacidad del ser humano para entenderse. En la capacidad del ser humano para nada.
De la misma manera que el proceso de alfabetización se convirtió en un momento dado en una prioridad social, podríamos priorizar de alguna forma un proceso colectivo de alfabetización participativa
Y sin embargo, durante mucho tiempo, habría sido igual de impensable suponer que cualquier persona pudiera rellenar un formulario, por ejemplo, o leyese cada día las noticias – sea en un periódico “serio“ o en un titular clickbait. De la misma manera que el proceso de alfabetización se convirtió en un momento dado en una prioridad social, podríamos priorizar de alguna forma un proceso colectivo de alfabetización participativa, mediante el que aprender a tomar decisiones en común y resolver los conflictos asociados a ser seres humanos con intereses y valores distintos.
Y de la misma forma que la alfabetización llevó consigo toda otra serie de cambios en nuestra forma de ver el mundo – nos ayuda a clasificar lo que nos rodea, modifica nuestra forma de relacionarnos con las ideas – esta alfabetización participativa cambiaría también nuestra capacidad para la empatía, nuestra sensación de aislamiento, la desconfianza en ese ente abstracto que es “la gente“. Nos recordaría que no solo somos islas. Podríamos recuperar la idea de vecindad, de relacionarnos con quien nos es cercano aunque sea alguien con quien no coincidimos o, mejor dicho, especialmente cuando es alguien con quien no coincidimos.
El día 23 de abril recordamos la Revuelta de los Comuneros, como una cuestión histórica y preservada para siempre en un pasado inmóvil. En lugar de eso, podemos elegir verla como un punto en una historia que venía de mucho más atrás, y que nunca ha parado. La historia de la capacidad de las comunidades para entenderse a sí mismas, para regirse a sí mismas, y para tomar decisiones desde el punto más cercano posible con el territorio del que nunca hemos llegado a separarnos. Conviene recordar que esta línea de la historia continúa hacia adelante, y que, si quisiéramos ponerle tiempo y ganas, es una posibilidad que está siempre a nuestra disposición.
Derecho a la ciudad
Los comunes urbanos y el derecho a la ciudad
La gente es la sangre que late por las venas de la urbe.