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Crisis climática
Andreu Escrivà: “La economía circular es físicamente imposible”
Coordinador de Clima y Medio Ambiente en El Salto. @PabloRCebo pablo.rivas@elsaltodiario.com
El origen de Contra la sostenibilidad (Arpa, 2023) se remonta a 2013, cuando Andreu Escrivà (València, 1983) acudió a una conferencia sobre lo que supone este hoy omnipresente término llamado ‘sostenibilidad’. La entidad que organizaba el encuentro, de la que prefiere no dar el nombre —“son gente muy maja”, se excusa— invitó a un reputado ingeniero forestal para charlar sobre el término. Frente a lo que hubiese esperado Escrivà, hoy doctor en Biodiversidad e integrante del Comité de Expertas y Expertos en Emergencia Climática de Barcelona, el personaje acabó ensalzando, en pro de la sostenibilidad, el extractivismo, la desprotección del territorio y la liberalización de los montes, entre otras ideas. Todo lo contrario a la visión que aquel joven con una tesis doctoral a medio escribir tenía en la cabeza.
Frente al tópico de que cuanto más mayor eres, más conservador te haces, Escrivà sostiene que le ocurre lo contrario tras años de trabajo y divulgación climática y medioambiental. Y eso que ha pasado ya una década de aquel episodio que cristaliza hoy. Frente al tono divulgativo de su anterior libro, Y ahora yo qué hago. Cómo evitar la culpa climática y pasar a la acción, en su nuevo volumen no deja títere con cabeza en lo que se refiere a los términos que utiliza el capitalismo verde para expandirse.
El libro empieza directo. La palabra sostenibilidad está en la primera línea y en el segundo párrafo ya dejas claro que esta nos induce a una gran confusión. ¿Nos han colado un gol con esto de la sostenibilidad? ¿Cambiarlo todo para que nada cambie?
Lo que me he encontrado es que al final todos los esfuerzos sostenibilistas del capitalismo lo único que tratan es de sostener la situación actual, que es insostenible e indeseable. Aunque pudiéramos hacer lo mismo que hacemos ahora pero con menos impacto ambiental, no debiéramos querer mantenerlo, ¿no? La sostenibilidad nos da la ilusión de que podemos seguir con todo esto. Incluso ayudando al planeta, que es una frase que a mí me perturba particularmente: compras algo y no es que no le haces daño, es que le ayudas...
La industria del petróleo, del gas y del carbón tienen muchas palabritas: el gas renovable, el carbón limpio, los coches eléctricos, la movilidad sostenible...
Creo que sí, que lamentablemente nos han colado un gol como con todo lo que se mercantiliza. Al final, cuestiones musicales, culturales o sociales acaban apareciendo en un escaparate del Bershka o en una tienda cualquiera; hay que asumirlo. Como vengo de una tradición política ecologista llena de derrotas al final uno tiene que asumir que le han colado un gol, que han ganado esta partida —que no la guerra—, y que la sostenibilidad se la han conseguido apropiar. Podía no haber sido así, podríamos haberle dado a otro contenido, pero nos lo han colado y, por lo tanto, es momento de repensar la estrategia y quizás rechazar, que es lo que yo propongo, la palabra.
Me hablas de una tradición ecológica que viene de una serie de derrotas. Tu anterior libro tenía un tono más didáctico pero ahora has escrito uno cuyo titular y mayoría de capítulos empiezan con la palabra “contra”. ¿Te estás radicalizando? O mejor dicho, ¿zambullirse cada vez más en el conocimiento de la crisis climática y medioambiental induce a radicalizarse?
Yo creo que sí, al menos en parte. Hay una medio broma que dice que conforme más mayor eres, más conservador te haces, pero a mucha gente nos está pasando lo contrario. Uno se puede moderar cuando ve que la situación ha mejorado, algo que le pasó a toda la generación que vivió a finales de los 60, 70 y primeros 80. Lo que nos está pasando a generaciones más jóvenes es que no tenemos esa sensación de progreso, con lo cual no podemos moderarnos, más bien lo que constatamos cómo hay ciertas cosas que no solo no mejoran, sino que empeoran. En este sentido, mi anterior libro es un esfuerzo divulgativo. Era un libro sin referencias, con títulos amables. Lo que pasa es que ese libro está escrito antes de la covid y, por todo lo que ha pasado entre 2019 y la actualidad, ha habido un cambio.
Sostenible sería que pudiéramos comprar algo indefinidamente porque se puede sostener el tiempo
Ese libro está escrito en la cresta de la ola del activismo climático. Se entendía que aquello iba a ser una progresión, pero de pronto llegó la covid y lo cortó todo, y luego empezamos a ver cómo esa recuperación verde no es tal, sino que seguimos alimentando las mismas estructuras de siempre, que seguimos tratando de sostener un sistema insostenible e injusto que se lo siguen llevando las empresas. Muchas personas a partir del 2021-22 tienen una sensación de un estancamiento propiciado por una retórica de la sostenibilidad que está ya en todos los sitios. Esto no era así hace siete años pero ahora lo tenemos hasta en la sopa. El Ministerio de Transición Ecológica es de 2018, las consejerías de la Transición Ecológica son de 2019. Es decir, hemos visto cómo esta retórica ha tenido dos, tres o cuatro años para desarrollarse y para demostrar que iba a ser un cambio real. No lo ha sido. Creo que ahí es donde empezamos a ver esa brecha entre entre el discurso de la sostenibilidad, sobre todo cooptado por lo empresarial, y la realidad de las acciones. De ahí nace esa contra. He reflexionado estos días y he llegado a la conclusión de que podía haber titulado el libro Más allá de la sostenibilidad. Hubiera funcionado igual, pero creo que el punto de rabia, de provocación, es necesario.
La movilidad sostenible no pasa por el coche eléctrico
Vuelvo a tu concepto estrella. ¿En qué momento alguien consiguió que pensemos que comprando un coche eléctrico estamos salvando a los osos polares? ¿Si en algún producto pone ‘sostenible’ hay que salir corriendo y dejarlo donde está?
Cuando ponen ‘sostenible’ en un producto, en la mayor parte de los casos significa que ese producto ha tenido algún cambio en la cadena de producción o de distribución y nos llega ahora con un impacto ambiental un poco menor. Y aquí quiero hacer un primer inciso: ojo, que estamos asimilando sostenibilidad a menor impacto ambiental. Y nos estamos dejando atrás la parte social y la parte económica. Dicho esto, hay que asumir que cuando nos venden un producto como sostenible lo que nos están diciendo es que probablemente tiene menor impacto que su homólogo o que como lo hacían antes. ¿Eso es malo? No, claro que no, lo que pasa es que no es sostenible. Yo lo que abogo por usar las palabras bien. Sostenible sería que pudiéramos comprarlo indefinidamente porque se puede sostener el tiempo. Hoy no tiene ningún sentido, es como si vas por la calle, insultas a alguien y te dan una medalla por buen ciudadano porque no le has pegado.
Tenemos que seguir aplaudiendo, potenciando y reconociendo todas aquellas iniciativas que lo están haciendo bien, aunque no sean sostenibles, y están generando progreso ambiental y social, pero lo que no podemos es hacer más trampas al solitario y decir que eso es sostenible. Tenemos que impugnar directamente y con total claridad algunas cuestiones que no tienen ningún sentido. Por ejemplo, un coche nunca va a ser sostenible. ¿Quiere decir eso que tenemos que dejar de fabricar coches? No, ni mucho menos. Significa que no podemos vender un coche como sostenible porque va a tener un impacto grande en cuanto a los materiales, el ciclo de vida, el consumo o la contaminación. El 50% la contaminación son partículas, desgaste de piezas, neumáticos, etcétera.
Tenemos que ir reduciendo emisiones a lo bestia pero la neutralidad climática desplaza a futuro, con lo cual es un mal marco. Yo lo comparo con que un colega te dice que va a dejar de fumar de aquí a 20 años
Lo que interesa es que esa etiqueta sostenga algunas industrias que son inherentemente insostenibles. La industria del petróleo, del gas y del carbón tienen muchas palabritas: el gas renovable, el carbón limpio, los coches eléctricos, la movilidad sostenible... El objetivo, legítimo, es vendernos coches. Ven que ahora mismo la vía para entrar es que no nos sintamos mal comprando coches, pero la movilidad sostenible no pasa por el coche eléctrico. El coche del futuro es eléctrico, pero la movilidad del futuro no está basada en el coche, sea eléctrico o no.
Me gustaría repasar algunos de los conceptos contra los que te posicionas. No todos los del libro, que son muchos, pero sí algunos clave. El primero, neutralidad climática. No estaría mal si todas las empresas y países que dicen que quieren conseguirla lo hiciesen este año, y no lo plantease para 2030, 2040 o 2050, ¿no?
Estamos un poco en lo mismo. ¿Es la neutralidad climática un concepto negativo en sí mismo? No, ni mucho menos. La neutralidad climática es un pasito, una especie de estación intermedia. Lo que espero que vea la gente en 2100 es cómo en el camino hemos ido reduciendo las emisiones, hemos ido restaurando ecosistemas y aumentando la capacidad de de absorber dióxido de carbono. Durante ese trayecto, en algún momento, se habrá compensado la balanza, que es la neutralidad climática, y luego habremos seguido disminuyendo las emisiones. Tenemos que ir reduciendo emisiones a lo bestia pero la neutralidad climática desplaza a futuro, con lo cual es un mal marco. Yo lo comparo con que un colega te dice que va a dejar de fumar de aquí a 20 años.
El concepto de huella de carbono lo que ha servido es para perpetuar la culpabilización del ciudadano y la asunción de que la culpa es nuestra
El concepto, sinceramente, creo que hace aguas. Además, muchas de las soluciones de las que disponemos para hablar de esa neutralidad climática son, o bien tecnologías que ni están disponibles ni lo estarán en 2050, o bien sistemas y marcos neocoloniales de extractivismo, en este caso de reforestación, en el cual se expulsa a la gente de su territorio y se plantan especies únicamente atendiendo a cuánto carbono puede capturar. Además, no funcionan. Un estudio sobre la mayor empresa de créditos de carbono detectaba recientemente que el 90% de los créditos vendidos en bosques tropicales no habían funcionado.
Siguiente: huella de carbono. La gente sigue alucinando con el hecho de que lo inventó una petrolera, BP, precisamente para lavarse la cara en una campaña de marketing. Ese concepto está hasta en la sopa, incluidos los mensajes de las organizaciones que integran el movimiento por el clima. ¿Bailamos al ritmo de la industria fósil?
Estamos bailando al ritmo de la industria fósil en muchos aspectos, día a día y, desde luego, a nivel comunicativo. La huella de carbono en un momento determinado nos sirvió mucho para priorizar acciones: en 2017, cuando sale el famoso artículo The mitigation gap. Aquel artículo, que ordenaba las acciones individuales en función del ahorro de CO2, reflejó muy bien que desde gobiernos, empresas e instituciones se había dado durante mucho tiempo el mensaje de fijarnos en cerrar el agua del grifo mientras limpiamos los dientes, depositar el plástico en el contenedor adecuado, poner el termostato como toca, cambiar las bombillas led... cuando lo que tiene un peso infinitamente mayor en nuestra huella de carbono es coger aviones, la movilidad y la dieta. La huella de carbono ahí nos sirvió mucho para entender que estábamos dando las recomendaciones equivocadas. Estábamos diciendo a la gente que separando el plástico y cambiando las bombillas ya se podía sentir bien porque luchaba contra el cambio climático, cuando en realidad en nuestro día a día importa mucho más como nos movemos, qué comemos y de dónde viene la luz que estamos usando.
La sostenibilidad actual, mercantilista, capitalista, lo que trata de hacer es sostener el sistema tal y como está
Es muy útil saber que ir en coche compartido o en tren emite muchísimo menos que coger un avión. Pero lo que ha permitido la huella de carbono es una individualización de la culpa. Es decir, en el marco capitalista y sobre todo impulsada por grandes empresas energéticas como BP, la huella de carbono lo que ha servido es para perpetuar la culpabilización del ciudadano y la asunción de que la culpa es nuestra. Sirve par decir que tenemos que cambiar nosotros y así desviarnos de exigencias de cambios colectivos y estructurales, que sería a lo que deberíamos ir.
Sigo con los conceptos: transición ecológica. Tal como se plantea hoy, ¿es un fin en sí mismo o una auténtica transición hacia una sociedad que respete los límites biofísicos del planeta?
Lo has planteado muy bien porque al final la transición ecológica es una herramienta. Parece una perogrullada, pero es una transición, no un destino. ¿Cómo sociedad nos hemos planteado dónde queremos ir después? Si uno transita de un punto A a un punto B tienes que saber cuál es el punto B. Hay muy poco debate sobre dónde estamos yendo, porque al final el gran problema es que donde parece que estemos yendo es al sistema actual, pero sostenible, y aquí hay una tremenda equivocación, porque la sostenibilidad es estática. La sostenibilidad actual, mercantilista, capitalista, lo que trata de hacer es sostener el sistema tal y como está. Si quiere eliminar el impacto ambiental es para poder sostener lo que hay, porque, evidentemente, es insostenible. Vemos que estamos sacando los límites, que se nos acaba el petróleo. Entonces, lo que está buscando la sostenibilidad capitalista es cualquier forma para sostener el statu quo actual. La transición ecológica, en cambio, implica movimiento, de un punto A a un punto B, e implica cambiar el modelo. No podemos aceptar que tengamos una transición ecológica para llegar a un punto B que en realidad sea el punto A disfrazado. Es decir, en vez de de una línea y de un progreso, lo que estamos haciendo es una transición circular a conseguir salvar, no al modelo.
Hay que hacer la transición ecológica, pero esta es una transición de modelo, y el modelo es mucho más que la energía que lo alimenta
El otro gran debate es que la transición ecológica va mucho más allá de la transición energética. A veces hiere mucho ver cómo se está asimilando la transición ecológica a la transición energética. Hasta el presidente del Gobierno varias veces se estaba refiriendo a la transición ecológica y hablaba solo de la energética. Incluso ha llegado a confundir el nombre del Ministerio. La transición energética es mucho más que cambiar el enchufe. La cuestión es quién produce energía, quién se beneficia de ella, dónde se implanta, con qué mecanismos de gobernanza, cómo conseguimos disminuir la demanda de energía, como está el tema de la pobreza energética. Hay un montón de cuestiones que van mucho más allá de si Iberdrola o Gas Natural queman carbón o gas, o si se ponen a poner placas y molinos. Tenemos crisis de biodiversidad, de contaminación, cuestiones sociales, de salud, de movilidad, educativas... Es decir, hay que hacer la transición ecológica, pero esta es una transición de modelo, y el modelo es mucho más que la energía que lo alimenta. De hecho, corremos el peligro de que solo nos fijemos en la transición energética y de estar dándole una especie de balón de oxígeno a este modelo, porque diríamos: ya lo tenemos hecho.
Esto entraría de lleno en la problemática de la implantación de los macroproyectos renovables.
Donde ha quedado más patente que transición ecológica no es lo mismo que transición energética y que va mucho de esta es la cuestión de la implantación de las energías renovables en el territorio. Ahí se ha visto cómo la transición energética es una parte, pero luego tienes una transición ecológica que es territorial, que va de qué usos tiene el territorio, que es agroalimentaria, de biodiversidad, de gobernanza... Esos conflictos evidentemente no son positivos, pero creo que al menos han servido para ilustrar que la transición ecológica va mucho, muchísimo más allá que la transición energética. Y creo que como sociedad lo estamos entendiendo, afortunadamente. Lo que necesitamos ahora es crear unas herramientas legislativas e institucionales adecuadas para esas tensiones y tener un debate menos enconado. Creo que hay ciertas posturas que no ayudan a tener este debate. Tenemos que asumir que hay que navegar las contradicciones de la transición ecológica. Las visiones simplistas y sobre todo súper tecnificadas de la realidad nos han conducido a que estallen este tipo de problemas.
La física nos dice que es imposible, es decir, no puedes tener un proceso productivo, que es lo que dice la economía circular, que sea un círculo cerrado. Siempre vas a necesitar energía o materiales. Dicho lo cual, evidentemente una cosa es que sea físicamente imposible al 100% y otra que realmente nos estemos aproximando a la economía circular y que las cosas se estén haciendo bien. Aunque tampoco es así. Ha salido recientemente informe The Circularity Gap en el que se habla de que solo el 10% de los materiales usados en el mundo son materiales reciclados, el 90% restante son materiales frescos, de frontera de extracción. Y después hay muchos que son muy difícilmente reciclables: muchos elementos tecnológicos, electrónicos, de construcción, plásticos que tienen muy difícil reciclaje...
Tenemos que asumir que, en todo caso, podríamos llegar a una especie de economía espiral en la cual circulamos una parte de los materiales, porque siempre habría pérdidas. Pero, sobre todo, otra vez vamos a lo mismo, igual que con la sostenibilidad. Yo quiero otra economía, no que esta economía sea circular, porque si te fijas estamos hablando únicamente de la vertiente ambiental. Es decir, no estamos hablando de cómo están los trabajadores. Yo lo que quiero es que hablemos de otro tipo de economía, de una economía planificada, de la economía social y solidaria, de una economía que se fije no tanto en el crecimiento económico, sino en el bienestar de las personas. Todo eso la economía circular no lo tiene porque únicamente tiene su foco en variables puramente ambientales, cuantificables y en la recuperación de materiales, que al final es ahorro, reducción.... palabras que ya teníamos, ¿no?
La economía circular siempre va a ser una especie de zanahoria en el palo: nunca vamos a llegar a ella y mientras tanto los de siempre van a seguir ganando mucho dinero
Encima hay una cuestión también creo yo que es importante subrayar, que es la legitimidad para hablar de economía circular. Estirando del hilo de otro libro, Plastic unlimited, de Alice Mah, llego a que la Ellen MacArthur Foundation, a la que por cierto dieron el Princesa de Asturias de 2022, es la fundación que promovió la economía circular en 2015. Sin embargo, te pones a ver qué hay detrás de la Ellen MacArthur y ves al fondo de inversión Blackrock, empresas cosméticas, automovilísticas e hipercontaminantes de todo tipo, y dices: esta gente no tiene legitimidad para hablar de economía circular.
Ahí tenemos un gran problema, porque pensando que la economía es circular ya creemos que está todo hecho. Además, nos genera la falsa ilusión de que estamos colaborando y que estamos mejorándolo todo. El gran problema es que si te tomas un refresco y tiras la botella de plástico al contenedor y crees que eso no es un residuo, sino que es un recurso porque estamos en la economía circular, ¿qué motivo tienes para disminuir tu consumo de envases de un solo uso? Ninguno. Al final lo que estamos haciendo es incentivar una economía insostenible, que no se fija en las personas y que solo mira por el beneficio económico y que para unos puedan seguir teniendo unos beneficios descomunales lo que trata de hacer es vendernos que puede ser circular. Al final, lo que impugno es que hablando de economía circular nos olvidamos de que hay que cambiar la economía, y que además es una entelequia porque nunca vamos a llegar. Siempre va a ser una especie de zanahoria en el palo: nunca vamos a llegar a ella y mientras tanto los de siempre van a seguir ganando mucho dinero.
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Una entrevista muy interesante y llena de dolorosas reflexiones. Gracias por continuar en la lucha.
Por desgracia o no, dado que posiblemente no nos merezcamos otra cosa, y como diría Ptolomeo, "alea jacta es", la suerte está echada. Ya nos cantaban los Sex Pistols hace 40 años lo de NO FUTURE.