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Cárceles
“La cárcel está casi al mismo nivel de la muerte en el imaginario colectivo”
Hace apenas un par de meses se publicó en castellano el libro Pájaros Azules (originalmente en euskera bajo el título Txori Urdinak, 2021), del periodista de Argia Zigor Olabarria Oleaga. Recoge el testimonio de Santi Cobos, “una persona que no ha perdido la capacidad de ser libre pese a haber pasado toda una vida entre barrotes”. Cobos (León, 1968) ha pasado la mitad de su vida preso. Hoy en día está en tercer grado, en libertad condicional, y hasta 2029 no recuperará la libertad definitiva. Hoy participa en la jornada “Defenderse de la cárcel desde dentro y desde fuera” en la Facultad de Derecho de la UCM (Madrid).
Desde el primer ingreso, Cobos pensó en la fuga. Entró en prisión por seis años, pero dentro llegó a acumular penas de hasta 70 años. Ha pasado por diferentes prisiones y ahora retrata una cruda radiografía de lo que es el sistema carcelario. Denuncia todo aquello que no pudo denunciar durante aquellos años: “El sistema penitenciario, la impunidad de los carceleros, las torturas, las personas que se dejaron la piel al otro lado de los muros, y las que se la siguen dejando hoy en día”.
Más de una vez has nivelado la cárcel en el hilo de la muerte.
Muchas veces, cuando se habla sobre las prisiones, parece que la cárcel está situada casi al mismo nivel de la muerte. Está situada en el inconsciente colectivo, generacionalmente, y la mayoría de las veces la gente no sabe lo que es. Es algo que está allí, en el mismo orden, como la muerte, casi ni se cuestiona. Pero la cárcel es un invento, está hecha por humanos. Puede o no estar allí y con solo plantear la cuestión de la 'no cárcel' mucha gente se colapsa. Esa es la razón de una entrevista como esta, poner cada cosa en su sitio.
¿Con qué te encontraste la primera vez que ingresaste en prisión?
Cuando ingresé en la cárcel por primera vez tenía 16 años. Me encontré un terreno inhóspito donde la violencia estaba allí por bandera: violencia en el ambiente, violencia para hacerte un lugar, para demostrar si eres depredador o presa, violencia de la arquitectura, de la castración de sentidos. Violencia directa también, de los carceleros y entre presos. Corres un peligro inminente y los reflejos, como mecanismo de protección del ser humano, se activan. Desde el momento en el que entras en prisión estás activado, estás expuesto a situaciones que no conoces y ves cosas muy gores a tu alrededor. Hay mucha violencia gratuita, era habitual que los carceleros diesen una paliza o rompiesen un hueso a algún preso. Las humillaciones eran constantes y la psicosis el orden natural de las cosas.
Hay mucha violencia gratuita, era habitual que los carceleros diesen una paliza o rompiesen un hueso a algún preso
¿Cómo recuerdas tu llegada?
Al principio, me metieron en un módulo especial o departamento de psiquiatría. Era, literalmente, un mundo de locura. Era una escuela de terror donde aprender de la condición humana, donde entender lo que es la institución y el daño que puede llegar a hacer. A los carceleros les importaba una mierda el sufrimiento que podían generar a las personas que tenían en custodia bajo su responsabilidad. Era una deshumanización total de la persona. Allí conocí lo más bajo de la condición humana.
Más adelante has estado 17 años clasificado como preso FIES (Fichero de Internos de Especial Seguimiento). En el libro lo defines como un régimen extremo e ilegal. ¿En qué consiste un régimen FIES?
El régimen FIES nace en el año 1991 por el gobierno del PSOE. Había cinco subcalificaciones y el nuestro era el FIES-1, FIES Control Directo, donde estábamos calificados los presos sociales especialmente reivindicativos y conflictivos (los que habíamos promovido fugas, motines o secuestros de carceleros). Había de todo, aunque la mayoría éramos chavales de la calle y de ambientes empobrecidos; pero también había algunos hijos de militares o de familia más pudiente. El FIES es un submundo, una cárcel dentro de la cárcel. Era un aislamiento total, un régimen extremo e ilegal, y no lo digo yo, lo dijo el Tribunal Supremo de España. Las medidas que nos aplicaban mediante circulares y normativas vulneraban normas y leyes de rango superior de la Constitución o del reglamento penitenciario general. Por ejemplo, el reglamento penitenciario permite como máximo castigo un aislamiento de 14 días, tres veces seguidas como mucho, en total 42 días. Pero en el FIES-1 el aislamiento era el régimen ordinario.
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Te ataban a la cama y las palizas eran constantes. Según la propia institución, una vez que tú estás reducido, es decir, que estás en la celda, no pueden seguir maltratándote. Sin embargo, eso estaba al orden del día, podían dejarte atado durante días. Por eso era también un régimen ilegal. Es más, las condiciones de vida en el régimen eran tan extremas que a día de hoy pocos seguimos vivos. Un 80% murió dentro de la propia cárcel antes de cumplir los 40.
¿Qué se pretendía con un régimen tan extremo?
El objetivo del aislamiento es anularte. Como dicen ellos “eres un cáncer para la prisión, un elemento subversivo que ha luchado contra las cárceles o que es dañino para las cárceles”. Por ende, buscaban anularnos con un régimen más salvaje. Llegado el momento, las condiciones que te sometían te superaban y mucha gente se volvía loca. Entras en aislamiento, no tienes ninguna referencia de nada, incluso pierdes la referencia contigo mismo. En un régimen FIES no estás con otros presos, estás en una galería con seis u ocho personas como mucho, al margen de la prisión, sin contacto con nada. Acabas completamente ido y de allí no regresas, evidentemente. He visto a gente entrar en esa fase de la locura y comerse su propia mierda. Llegado a ese punto es como si el sistema hubiese logrado su objetivo, te has vuelto loco y has perdido la razón.
Las condiciones que te sometían te superaban y mucha gente se volvía loca. Entras en aislamiento, no tienes ninguna referencia de nada, incluso pierdes la referencia contigo mismo
¿Cómo definirías el aislamiento?
Muchas veces se dice que el aislamiento es la soledad, pero en verdad no es la soledad. Es verdad que estás solo en sentido material, pero tienes algo que te está hablando constantemente: tu propia cabeza. Lidiar con eso es muy difícil. Al final, cuando estás agobiado, buscas la compañía de alguien, buscas materializar un alivio. Sin embargo, allí no puedes. Y la libertad es eso en sí. La libertad no es viajar y hacer todo lo que manda el Corte Inglés, lo importante de la libertad es poder materializar las cosas, porque si no materializas las pequeñas cosas llega el punto en el que dudas si lo que tienes en la cabeza lo has vivido de verdad o te lo has imaginado. En aislamiento soy un trozo de carne que está pensando, pero materialmente no tengo nada al alcance. Y esto se vive como frustración. Comes algo rico con la imaginación, bebes algo bueno con la imaginación, haces el amor con la imaginación. Todo lo tienes en la cabeza y a lo largo de los años llega un punto en el que se te desborda, se te rompe por todos los lados y es entonces cuando puedes tener crisis fuertes.
Sobrevives a la prisión animalizándote, pero sin perder la humanidad para no ser un producto penitenciario
¿Cómo sobrevives a un régimen así?
Animalizándote. Pero sin perder la humanidad para no ser un producto penitenciario, es allí donde está el equilibrio. Para mí la lucha dentro de las prisiones ha sido esa: ser capaz de sobrevivir y ser capaz de no volverte un loco en el peor sentido de la palabra. Tienes que entrar en un estadio en el que prácticamente tengas lo justo y no cuentes con nada. Piensas: “Tengo que hacer frente a lo que venga y, si me quitan la ropa, pues me quedo en pelotas, porque es lo que hay”. Necesitas esa mentalidad de supervivencia porque es eso o quitarte del medio. Hay mucha gente que se suicidó porque cuando estás en un régimen tan extremo como es el FIES la vida deja de tener sentido. Yo entiendo a muchos compañeros que se han quitado la vida dentro de las cárceles. He estado en su lugar y siempre tienes el espectro del suicidio como una vía de escape.
¿El suicidio como modo de huir de la realidad?
Los elixires para huir de la realidad eran el suicidio, la locura y la droga. En los regímenes FIES, donde estás controlado por las cámaras y no tienes contacto con los funcionarios, la fuga no es una opción. Nosotros nos dedicábamos a mandar cartas amenazantes a jueces para que nos abrieran expediente, ir a declarar y luego escapar de allí. Sin embargo, dentro del régimen, para huir de la realidad, mucha gente se volvía loca, algunos compañeros intencionadamente, empiezan haciéndose el loco y no vuelven. Otra salida era el suicidio, tiras la toalla, mueres, sí, pero sales del infierno. Finalmente, estaba la droga. Esto va de la mano con un cambio del modelo penitenciario, con la implantación de la macrocárcel. Para imponer esa renovación era necesario anular y desactivar a los presos conflictivos y reivindicativos, y es entonces cuando empiezan a facilitar droga dentro de las cárceles, para adormecer a la gente. Al fin y al cabo, ese era también uno de los objetivos del FIES, encerrar y anular a los presos más antisistema para poder llevar a cabo una modernización de la cárcel.
Los elixires para huir de la realidad eran el suicidio, la locura y la droga
¿La droga como un modo de control químico?
Sí. Hasta el año 1992-93 la droga se perseguía dentro de la cárcel. A partir de esa época las cárceles cambiaron. Paralelamente a los regímenes FIES, modernizaron las cárceles. Es entonces cuando entra la droga, la metadona, pastillas, y demás. La lógica cambia completamente: de perseguirla a darla. Entra como un tema médico, había que firmar un contrato que todavía existe donde tú te comprometías en no denunciar a la cárcel. Si aceptabas el contrato tenías un espacio dentro de la prisión y podías acceder a beneficios penitenciarios. Eso sí, una vez firmado el contrato, no podías dejarlo y a partir de entonces estabas sujeto a lo que ellos dijeran. Entendían que era una manera mucho más fácil de control, les exigía menos trabajo, y como tenían que llevar a cabo una renovación del modelo necesitaban sacar y desactivar a los presos que podían impedirles tal reforma. Asimismo, empiezan a entrar también las televisiones: “Una televisión en cada celda y cada preso con su droga mirando a la pantalla”.
¿De qué cambio de modelo estamos hablando?
Antes era un modelo panóptico, con un centro en el medio de donde salen las galerías. Luego, en el año 1992 nace la macrocárcel. Cada módulo es una cárcel independiente, no hay un centro de vigilancia y todo está controlado por cámaras. Cambia también el dominio de los espacios dentro de la cárcel. El interior pertenece a la dirección general de instituciones penitenciarias, pero los recintos entre muros, las puertas de fuera y el tejado pertenecen a la guardia civil, a las fuerzas de seguridad del estado. Es decir, una división de poderes entre ellos mismos que, en nuestro caso, dificulta la fuga. En ese contexto entran las drogas penitenciarias que provee el estado. Es más, cuando los presos FIES empezamos a salir a la cárcel después de unos años, la prisión no era la misma, había cambiado, estaba terapeutizada con drogas institucionales. En un porcentaje importante, ahora las cárceles son más que nada un centro psiquiátrico. Se manejan con medicamentos y los medicamentos conducen a la gente de otra manera muy diferente.
¿Cómo es el perfil de los presos?
El perfil de los presos ha cambiado mucho. Hay mucha gente que no ha cometido un delito como tal, pero que tienen la creencia que les tienen que “curar” o “reformar” de una manera terapéutica. Mucha gente entra en el tema de las drogas por eso, piden esa custodia, asumen y piensan: “Soy un enfermo más que está aquí”. Con este modelo y adormecidos, a nadie se le ocurre denunciar que la comida es una bazofia, que le han llevado a aislamiento o que los funcionarios le han dado una paliza. Ahora no se denuncian los abusos porque saben que eso les va a complicar la vida en la cárcel, entonces, directamente callan. Sufren la cárcel en silencio.
En el libro explicas que llegado un momento fue el odio lo que te mantuvo vivo, ¿cómo llega a ser el odio un arma de supervivencia?
En la cárcel te alimentas de él. Tienes tanto odio que te desborda por todos los poros de tu piel. Odias al sistema, odias a la sociedad que permanece en sus casas viendo la tele tranquilamente mientras que tú estás encerrado, pasando por lo que estás pasando. Odias también todo lo que hay alrededor de la cárcel porque es una institución que supuestamente te custodia y los funcionarios son públicos. Cuando te encuentras con eso no lo asimilas: por alguna razón te tienen secuestrado y pueden hacer contigo lo que quieran. Hacen contigo lo que quieran y es el propio estado quien respalda y normaliza esa brutalidad. Cuando te encuentras con todo esto te tienes que sujetar en algo. Una persona religiosa, por ejemplo se sujeta en la religión. A mí era el odio lo que me mantenía vivo. Yo buscaba la fuga y mi venganza personal, es también por ello que hacía muchísimo deporte, alimentas tu mente y tu cuerpo. Estaba completamente obsesionado y concentrado en mi objetivo, pero lo necesitaba para sobrevivir a ese infierno, siempre buscaba un hueco y eso te mantiene vivo.
¿Y pasa cuándo vives así tanto tiempo y luego sales de la cárcel?
Una vez que sales tienes que desactivar las herramientas que has desarrollado dentro de la cárcel. Tienes que ver a donde mandas todo ese odio que llevas contigo porque después de tantos años lo llevas dentro, sales con una mirada muy dura y eres una máquina en todos los sentidos. Eres una pistola cargada, un producto de la cárcel. Sobre todo cuando sales de los FIES: han estado durante años metiéndote la comida por debajo de la trampilla de la puerta como si fueras un perro, has estado solo en un patio, no has hablado casi, no te has relacionado. Así, cuando sales tienes un cierto miedo escénico, una cierta agorafobia, te has hecho a tu mundo y echas de menos esa intimidad. Los reflejos se despiertan otra vez, te encuentras con mecanismos de violencia, y desconectar todas esas herramientas que has ido adquiriendo, desarmar esas rejas interiores que atraviesan tu cuerpo, es muy difícil.
¿Hay espacio para la ternura y el cariño en un contexto así?
Sí, claro que hay espacios. El tema del cariño se magnifica al final. Esas uniones, esos lazos tan fuertes que se crean en la cárcel, son lazos creados en las dificultades. Es muy diferente, quieres mucho a la persona y siempre tratas de ayudarlo, si sabes que le gusta algo intentas conseguírselo, lo pides en la calle o a la familia. Lo único que he dejado en la cárcel han sido personas. Te quedas con las personas y muchos de mis pensamientos se van diariamente allí a visitarlos y, claro, te emocionas. Hay también mucha relación de solidaridad. En el plano personal, se crea mucha relación entre presos sociales y presos políticos. Por ejemplo, cuando he tenido un problema como que te entren en la celda para darte una paliza, el hecho de que haya cinco o seis personas pegando patadas a la puerta y chillando como en una perrera, a veces tiene resultado y puede dar lugar a que no te entren a dar. Esas cosas crean mucha solidaridad y muchos lazos de unión.
¿Cómo se lucha contra el sistema penitenciario y la brutalidad desde dentro de la cárcel?
Luchas con lo que tengas. La forma de lucha que yo más he empleado es intentando escaparme de la cárcel, abandonando todo eso que me estaba atacando constantemente. Por otro lado, muchos amigos siempre han luchado con la huelga de hambre, que al final es una huelga contra ti mismo, pero una manera de luchar. Otra forma es reivindicando tus derechos. Motines o secuestros para sacar tablas reivindicativas, defendiendo los derechos que te están pisoteando constantemente y exigiendo que te escuchen. Hemos sacado escritos y hemos pedido ayuda a gente que se solidariza contigo y sabe lo que estás viviendo: gente anticarcelaria, familias de presos políticos y medios de comunicación. De alguna manera tienes que usar todo lo que está a tu alcance para sacar eso a la luz.
La cárcel es un templo del castigo, cumple la función de meter debajo de la alfombra todo lo que no se ajusta al orden social capitalista o va en contra del sistema
¿Cómo es salir a la calle después de tantos años encerrado dentro de los muros de la prisión?
Eres otra persona, es otra sociedad y los cambios son abismales. Sales con la vieja mentalidad con la que entraste, que no se hace con el sistema actual, porque no sabe de qué va. Ten en cuenta que dentro de la cárcel tienes tu cerebro viejo. Juegas y valoras desde allí. Tú no has vivido las renovaciones de la sociedad y la calle se ve muy distorsionada desde dentro. Ante esta situación, sales y te repliegas mucho sobre ti mismo. La única manera de sobrellevarlo es relacionándote y pidiendo ayuda. Que te echen una mano para ver cómo han cambiado las cosas y ser capaz de amoldarte. Mucha gente acaba agobiándose y recogiendo mucha tensión. Gente que ya no es de este mundo. Cuanto más tiempo has pasado preso más devastadoras son las consecuencias, la cárcel siempre te robará parte de tu ser. Puedes llegar a estar muerto en vida, que es peor que la muerte. Además siempre tienes el espectro de la puerta giratoria de la prisión: entrar-salir, entrar-salir. Mucha gente vuelve a entrar. Después de muchos años en la cárcel, dentro eres alguien, tienes un nombre entre los presos y, para bien o para mal tienes, esa identidad. Cuando sales a la calle eres un huérfano, eres una gota de agua en un océano. Te enfrentas a situaciones que te vienen demasiado grandes (burocracias, buscar trabajo…) y tampoco te apetece integrarte. Por eso, yo me planteé ver la calle con nuevos ojos, olvidándome de cómo eran antes las cosas porque si entras en bucle no te cuadra nada. Si te pones a hacer paragones acabas muy frustrado y de eso es responsable la cárcel: la cárcel podría prepararte para la vida en ese sentido pero no lo hace.
Entonces, ¿qué función cumple la cárcel?
La cárcel cumple una función punitiva, una función de castigo de cara a la sociedad. Es una amenaza que siempre está allí, supuestamente para detener a los “malos” y “delincuentes”. Pero la cárcel es un concepto más amplio y recoge otras historias. Los mayores delincuentes y psicópatas no están en la cárcel, por ejemplo. Hoy hay mucho psicópata en la política y en las empresas a quien le da igual que tus hijos se mueran de hambre o que te suicides impulsado por la condición tan precaria a la que te someten. Esa gente no está en la cárcel, y da que pensar, no solo sobre el sistema penitenciario sino sobre todo el sistema en sí en el que se estructura esta sociedad. Y es que la cárcel es una extensión de la sociedad, más que un reflejo. Se dice que la función que cumple es la reinserción, pero es una escuela de delincuencia y muchas veces la gente sale peor de lo que ha entrado. Dentro ves tantas cosas y te encuentras con tantas situaciones con las que no contabas que pierdes lo poco que te puede quedar de inocencia. Acabas maleado. Es entonces cuando te das cuenta de que la cárcel es verdaderamente un templo del castigo y que la función que cumple es meter debajo de la alfombra todo lo que no se ajusta al orden social capitalista o va en contra del sistema.
Hace apenas un par de meses que se ha publicado e castellano el libro que escribiste junto a Zigor Oleaga, Pájaros Azules. ¿Cómo ha sido el proceso y qué recibimiento ha tenido?
Es una parte bonita de todo esto. A mí me ha permitido desahogarme y seguir luchando. La cárcel ni rehabilita ni se ha portado bien y al ponerle voz socializas el tema y también te da opción de crear amistades, que ha sido parte del proceso. Es bonito enseñar que en la cárcel hemos tenido relaciones normalizadas de solidaridad y cariño, al contrario de la idea equivocada que se tiene en la sociedad. Ha sido bonito el recibimiento. Significa que hay algo que está allí, que la gente participa, y que no eres un pájaro que canta al viento sin que nadie te escuche. A mí es eso lo que me da energía, lo hago gustosamente porque creo que estoy poniendo mi grano de arena.
Cárceles
Las dos huelgas de las prisiones
Aparte de la huelga realizada por los funcionarios de prisiones, desde el 1 de octubre un buen número de personas presas secundaron una huelga de hambre para reivindicar algunos derechos básicos, fruto de varios meses de lucha colectiva en diferentes cárceles del Estado y de la que casi ningún medio se ha hecho eco.
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Gracias. Aún quedan pendientes muchos relatos -de internados- sobre nuestros prisiones. estaría bien volver a repasar las tesis de Michel Foucault en "Vigilar y castigar", desarrolladas en cuatro capítulos: "Suplicio", "Castigo", "Disciplina" y "prisión".