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Ciencia ficción
Las fábulas del trecho
Borradores del Futuro propone y publica relatos de ficción que difunden pequeñas utopías, adivinan las vías hacia otros mundos posibles y combaten la resignación ante el porvenir.
El despliegue mediatizado de la pandemia y sus consecuencias no invitan a pensar un futuro prometedor. La lista diaria del número de muertos e infectados, los confinamientos masivos, militarización de las calles en las ciudades, la amenaza de otra crisis económica... La palabra distopía está de moda y el background parece perfecto. Tampoco es que las cosas fueran estupendas antes de la pandemia. Desde hace una década, tras el crack financiero de 2008, la palabra crisis se ha repetido con diferentes apellidos: económica, social, institucional, ecológica, migratoria. Da la sensación de que un orden se desmorona, al tiempo que las élites pisan el acelerador hacia ninguna parte. Imaginarse una distopía es fácil, tenemos material de sobra.
Pese a todo, resignarse no es una opción. Y en esa contranarrativa se desenvuelve el proyecto Borradores del Futuro. Idoia Zabaleta, una de sus impulsoras, reconoce que la idea de una distopía puede producir cierta fascinación, atrapa. “Otros mundos son posibles, otros modos son posibles”, repite convencida. “Otro futuro es posible, uno que está siendo ya, y no vamos a dejar de creer en ello”. Con este proyecto quieren dar a conocer esas pequeñas alternativas, pegadas al territorio, que ayudan a imaginar esos otros modos y mundos posibles.
Sus compañeras Ixiar Rozas, Arantxa Mendiharat y Unai Pascual completan el equipo que impulsa este proyecto de borradores hechos realidad, desde Azala. La idea tomó forma en este espacio para residencias artísticas en Lasierra, cerca de Vitoria, hace tres años. Desde entonces han publicado cinco fábulas ilustradas que proyectan utopías en distintos futuros, más o menos cercanos. Se han distribuido, gratis, más de 2.000 ejemplares de cada relato en formato fanzine por bares, bibliotecas y diferentes espacios de Vitoria y varios pueblos de Álava. También están disponibles, para leer o en formato podcast, en su página web.
“Si del dicho al hecho hay un trecho, tenemos una dificultad real para imaginar las políticas del trecho”
La dinámica parece sencilla. Invitan a autoras y les ponen en contacto con una alternativa ya en marcha. Después de una sesión conjunta, lo que llaman Talleres de Futurible, la autora escribe una fábula sobre un futuro en el que esa alternativa crece y se extiende. Un ala en el cielo y otra en el barro.
Zabaleta es coreógrafa, estudió nueva danza e improvisación, y desde 2008 gestiona el espacio Azala. En Borradores del Futuro se encarga, entre otras cosas, de dinamizar los Talleres de Futurible. Para estas sesiones, de unas dos horas, se ha valido de dinámicas de procesos de creación artística, especialmente de la danza, y las ha adaptado para convertirlas en una puesta en común de ideas.
En cuanto a los borradores que ya han visto la luz, Katixa Agirre fue la primera en imaginar un futuro para Errekaleor, que lleva por título Perímetro de floración. Iban Zaldua y la plataforma Armas para la Guerra Eusko Label soñaron un mundo sin armas ni violencia en Una visita al Museo de Armería. Daniele Sarriugarte se inspiró en Lumínica Ambiental, una empresa que trabaja por reducir la contaminación lumínica, para escribir ¿Qué sucede en K las noches de luna llena? Y durante el confinamiento más estricto, Karmele Jaio tiró de los hilos de las redes de solidaridad vecinales y barriales para trenzar su relato Una escalera en común. La última de estas fabulaciones, El mundo que fuimos, la ha escrito Belén Gopegui y se ha publicado en noviembre acompañada con las ilustraciones de Natalia Carrero.
CAMINOS AÚN POR PENSAR
Zabaleta se muestra satisfecha con el resultado de los Talleres de Futurible. Sirven para que la persona que va a escribir el relato y las personas que participan de la alternativa que lo inspira se conozcan, y de paso se acerquen y conozcan también Azala. Parece que funciona, porque comparten muchas ideas, a veces más realistas, a veces más poéticas. Dejan volar la imaginación, sueñan en voz alta. Sin embargo, después del estallido creativo inicial llega la parte más crítica, más analítica, de la sesión. “¿Qué cambios fueron posibles para llegar a ese futuro que proyectamos?”, pregunta, como si retara a las participantes de un Taller de Futuribles. “Ahí es cuando pinchamos”, reconoce, como si las supuestas participantes se hubieran quedado mudas por unos minutos.
Tras varias sesiones de Futuribles, Zabaleta ha advertido que en muchas de estas historias hay un corte, una gran catástrofe tras la cual se cambia el rumbo y se avanza hacia el horizonte propuesto. Ahí es donde hay que incidir: ampliar la mirada, situarse y vislumbrar los caminos, las vías por recorrer, señala. “No nos interesa tanto proyectarnos en ese futuro perfecto con un tachán, sino los pasos que vamos dando. Siempre digo que si del dicho al hecho hay un trecho, tenemos una dificultad real en imaginarnos las políticas del trecho”.
Para elegir a las autoras, el equipo se ha guiado por la intuición y el deseo, confiesa Zabaleta. Una labor comisarial que ha evolucionado con el proyecto, que tiene sus “perversiones” y les ayuda a hablar y discutir. Sin ser algo cerrado, sí que tiene algunos principios. “Queríamos impulsar el territorio, que fueran de Álava, y mujeres, vinculadas con lo local. Para nosotras eso era importante”, explica la impulsora del proyecto y vecina de Lasierra. La relación con su entorno es algo importante para Azala -que significa piel o superficie en euskera- desde sus inicios. En este sentido, Borradores del Futuro ha sido un acierto, y un primer paso, porque, para fantasear con las pequeñas utopías que al final cambian el mundo, primero hay que conocerlas.
MAPEAR LAS ALTERNATIVAS
Las distopía se proyecta desde arriba, con mano de hierro. Cerrada, vertical. Las utopías, en cambio, son mucho más complejas, tienen más capas y son siempre más contradictorias. “No es tan brillante, tiene mucho más que ver con el compostaje o el humus”, describe Zabaleta. Así, desde el rural alavés, pincharon la burbuja en que se encontraba Azala y se pusieron a buscar las semillas de otros futuros en el fértil suelo que les rodea.
El deseo de salir de Azala, de romper el aislamiento y conectar con lo cercano venía de lejos. Temían verse reducidas a “un espacio de alto rendimiento para artistas, algo capsular”. Habían probado otras fórmulas como la participación cultural, tan de moda en las instituciones. “Hemos hecho lo que se supone que hay que hacer en este mundillo pero nada parecía tener la suficiente profundidad. Necesitábamos un proyecto situado”, responde.
Lo primero que tuvieron que hacer fue concretar qué estaban buscando. “Muchas de las cosas que traíamos no eran alternativas, en sentido estricto. A algunas las llamamos reparaciones, que están intentando revertir un daño. Otras son resistencias, que lo que están proponiendo es un ¡No pasarán!”, piensa en voz alta Zabaleta. Demasiado rigor podría paralizar el impulso de salir a buscar, así que decidieron tirarse al barro sin esperar a tener la definición perfecta.
“La utopía no es tan brillante, tiene mucho más que ver con el compostaje o el humus”
El resultado de la exploración es una lista flexible y algo desordenada. Lo importante, que sea la autora quien se pierda en ella y elija la opción que le resulte más sugerente. “Este mapeo es una buena pregunta pero no tenemos una respuesta”, reconoce Zabaleta. Y no parece un problema. Denuncias, iniciativas, alternativas. En la página web del proyecto aparece una propuesta de definición de Ixiar Rozas. Un primer esbozo, con todas las cautelas, para un glosario cambiante. “Alternativa: Espacio social y colectivo. Una alternativa nace desde la necesidad de cambio y busca una sociedad más habitable mediante la acción. Para todas, para vivir y morir mejor.”
Zabaleta adelanta que se están preparando para hacer un mapeo similar en Gipuzkoa. Cree que será un trabajo más complejo dadas sus características pero, con todo, está segura de que merecerá la pena. “Álava es más pequeña y está más despoblada. Hay muchas iniciativas desde lo agro pero el núcleo urbano es Vitoria y poco más”, señala. Todas las fábulas publicadas hasta el momento forman parte de la Colección Araba. Zabaleta mira el paisaje tranquilo y bucólico que rodea Lasierra y desea que sean muchas más. Diez, quince, las que sean. El último relato que han publicado viene, efectivamente, de lo rural y de lo agro. El trujal cooperativo La Equidad, en la Moreda de Álava, fue la alternativa que inspiró esta fábula de Belén Gopegui sobre olivos centenarios, sobre comunas que quieren ser bosque, sobre llamadas de auxilio y marchas que están por empezar.
LA EQUIDAD
Moreda es un pueblo de cerca de 300 habitantes de la Rioja Alavesa. En 1948, se conformó el trujal cooperativo La Equidad. Entonces, en el pueblo había entre tres y cinco trujales privados en franca decadencia. “La gente del pueblo se juntó y decidió que quería hacer algo diferente”, relata Jesús Eraso, que desde 2008 es el presidente de la cooperativa. En realidad, trujal es una palabra del mundo vinícola, la prensa donde se estrujan las uvas. El nombre para el lugar donde se exprimen las aceitunas es almazara. “Pero en el pueblo de toda la vida se le ha llamado trujal”, replica Eraso, que le resta importancia al nombre.
Con el apogeo de la viña, se arrancaron en el pueblo muchos de sus olivos. En estos tiempos acelerados de la cultura del beneficio inmediato, los ritmos y los modos de La Equidad son diferentes a los de su entorno. “Esto no es la viña, no tiene nada que ver la producción, ni el dinero. Es amor por la cultura”, señala. Antes que él, su padre fue socio de la cooperativa. Lo suyo es entrega, “puro vicio”, en sus palabras. Tiene 63 años, hace dos que se jubiló después de trabajar desde los 15 años en una fábrica de muebles. Para él, tampoco tiene nada que ver con su trabajo.
Los olivos de Moreda son centenarios, “algunos llevan más de 500 años aquí”, asegura. Además, se trata de una variedad local conocida como “Arróniz”, que se encuentra en la Rioja Alavesa, Navarra y La Rioja. “Los olivos viejos no los ves crecer. Puedes podarles las ramas, y esas sí crecen. Pero el tronco, eso no lo aprecias. Solo cortando puedes saber cuantos años tiene”, describe Eraso, maravillado. Dependiendo del año, pueden llegar a recoger entre 150.000 y 180.000 kilos de olivas.
En estos tiempos acelerados de la cultura del beneficio inmediato, los ritmos y los modos de La Equidad son diferentes
Lo que sí puede verse crecer son los nuevos olivos que han plantado. También la cooperativa. Eraso echa un poco la vista atrás para cargarse de optimismo. En el año 2000, la asamblea decidió que el trujal debía modernizarse para sobrevivir. Un proceso que terminó dos años más tarde con la apertura de nuevas instalaciones, aunque siguen conservando la vieja maquinaria. En 2010 recibieron asesoramiento de Fundación Kalitatea y en un par de años consiguieron la etiqueta Eusko Label. En la actualidad producen tres tipos de aceite: para autoconsumo, de Eusko Label (entre 4.000 y 5.000 litros) y ecológico (cerca de 1.000 litros).
El tiempo avanza, cambian las tecnologías y las sociedades, los olivos permanecen. Las máquinas que se usan ahora no están pensadas para árboles tan longevos. Aunque son más de ochenta personas asociadas, la mayoría son vecinos y vecinas que tienen ya una edad. “Yo me conformaría con que los olivos que tenemos en la Moreda siguiesen en producción”, reconoce el responsable del trujal, con los pies en la tierra. Calcula que, hoy en día, sólo la mitad de los olivos que hay en Moreda se usan para producir aceite. El resto, para los tordos. ¿Podrán estos borradores trascender el papel y sacudirnos la resignación? El futuro no está escrito.