Cine
Rezad por los viajeros

‘Les voyageurs’, ópera prima del camerunés David Bingong, es un retrato de la vida de los inmigrantes que esperan para cruzar la frontera que separa Marruecos de España.
Fotograma de la película ‘Les voyageurs’ del director David Bingong
Fotograma de la película ‘Les voyageurs’ del director David Bingong.

La irrupción de la imagen digital y su capacidad para viralizarse de forma masiva ha provocado en los últimos tiempos una saturación visual tan intensa que resulta prácticamente imposible procesar la información que nos pretende comunicar. Esta sobreexposición genera una sensación generalizada de indiferencia frente a los acontecimientos. Uno de los temas más abordados en los debates contemporáneos sobre el estatus de la imagen es, precisamente, la anestesia colectiva provocada por la sobreabundancia de imágenes y la superficialidad de su mensaje. De Susan Sontag a Byung-Chul Han son muchos los pensadores que han reflexionado profundamente sobre este asunto, evidenciando todas sus implicaciones.

En este contexto, como señala Hito Steyerl, “la historia ha sido reemplazada por el infinito flujo recombinatorio de imágenes fragmentarias”. Las imágenes han sustituido lo real, hasta cambiarnos incluso el punto de vista. Los acontecimientos políticos son ahora observados a vista de pájaro. La tecnología se ha lanzado a conquistar el cielo a través de satélites, drones y cámaras de vigilancia, generando imágenes con nuevas perspectivas que nos hacen perder la empatía con lo que ocurre a ras de tierra. El control de las fronteras, el monitoreo de personas y los bombardeos a poblaciones civiles tienen lugar desde el aire, lo que acentúa la deshumanización de los conflictos y de quienes los padecen.

Poner los pies en la tierra para combatir esta desafección frente a los acontecimientos que nos rodean, acercarnos de primera mano a las historias que suceden, se presenta como una estrategia necesaria para volver a poner a las personas en el primer plano, para poner rostro a las tragedias y rehumanizar los relatos frente a la abstracción impersonal que domina la circulación de imágenes mediadas. Y esto es precisamente lo que ocurre en Les voyageurs, ópera prima del cineasta camerunés David Bingong.

Estrenada en la última edición del festival Visions du Rèel (Suiza), donde obtuvo el premio del jurado, la película revisita desde el presente la experiencia personal que su director vivió una década atrás, cuando intentaba llegar a España a través de la frontera con Marruecos. Durante dos años, y después de atravesar varios países, Bingong vivió en los campamentos improvisados que se levantan ocultos en los bosques marroquíes próximos a Ceuta, acompañado de una cámara, que como cuenta en la película le habían regalado, y que empleaba a modo de diario para registrar la cotidianidad de los inmigrantes subsaharianos que, como él, aguardaban la oportunidad de iniciar una nueva vida en Europa, sin pensar que esas imágenes algún día formarían parte de una película.

La cámara funciona como testigo incómodo, revelando no solo el sufrimiento del día a día, sino también la dignidad y la camaradería de toda la comunidad. La búsqueda de alimento y agua, las charlas frente al fuego, la planificación de los intentos para saltar la valla o cruzar el estrecho, los tiempos de ocio e incluso las tensiones que surgen entre David y algunos de sus compañeros por la presencia constante de la cámara, son elementos centrales del relato. Aquí no hay épica grandilocuente ni tremendismo, sino que son los gestos, los cuerpos y las pequeñas acciones del día a día los que constituyen la materia narrativa, adquiriendo una dimensión política que cuestiona la imagen oficial, que habitualmente se le otorga al relato sobre inmigración.


Todo ello se articula en torno a una serie de canciones, interpretadas por los propios protagonistas, que contextualizan la historia. Una música reivindicativa, que denuncia la situación en la que se encuentran y, a la vez, sanadora para recordar a aquellos que ya no están. Convirtiendo el canto colectivo en una forma de resistencia, que mantiene vivos los ánimos del grupo.

Dice una de ellas:


Países africanos, pueblos negros subsaharianos.

Mirad a vuestros hijos que viven en la miseria.

Algunos se rebelan, dicen que son voluntarios.

Salen en búsqueda, volverán para ayudaros.

Son los voluntarios a los que llamamos viajeros.

Rezad por los viajeros.

Por todos los viajeros.


No solo estamos ante una película que interpela al espectador, poniendo en imágenes las consecuencias del neocolonialismo moderno, donde fronteras, visados y políticas migratorias operan como mecanismos de exclusión, evidenciando la complicidad de estructuras estatales y supraestatales en la perpetuación del desarraigo. Somos testigos de cómo las autoridades marroquíes desmantelan y queman los campamentos improvisados de migrantes, destruyendo sus escasas pertenencias, o de la crueldad y la violencia con la que reprime a quienes intentan cruzar la frontera, siendo el episodio del 6 de febrero de 2014 en la playa del Tarajal —donde muchos migrantes perdieron la vida— una de sus expresiones más extremas. 

‘Les voyageurs’ se convierte también en un íntimo álbum fotográfico, que recupera el valor de la imagen como memoria y símbolo de resiliencia

Al mismo tiempo, Les voyageurs se convierte también en un íntimo álbum fotográfico, que recupera el valor de la imagen como memoria y símbolo de resiliencia. En un momento de la película, un compañero de Bingong le dice a este: “Guarda estas imágenes, tendremos que enseñárselas a nuestros hijos”. Esta frase sintetiza la carga testimonial de las imágenes de la película, no solo como registro de una experiencia vivida, sino como legado destinado a futuras generaciones.

El 3 de octubre de 2015, tras decenas de intentos fallidos, David Bingong logró finalmente llegar a España. Sin embargo, no fue hasta cuatro años más tarde cuando arropado por su amiga, la cineasta Irene Gutiérrez —directora de títulos como Hotel Nueva Isla (2014) y Entre perro y lobo (2020) – y gracias al apoyo de la primera edición de la convocatoria Contrapicada impulsada por Hamaca para fomentar la producción audiovisual, que encontraron la oportunidad de acabarla.

Tras su exitoso estreno internacional, la película se presentó a finales de mayo en el Festival de Cine Africano (FCAT), un certamen cargado de simbolismo al celebrarse entre Tarifa y Tánger, dos de las poblaciones que marcan el devenir de muchos de estos viajeros. Actualmente, la película continúa con su recorrido por diferentes festivales internacionales, en septiembre se estrenará en Estados Unidos y tiene previsto llegar en otoño a todo tipo de salas independientes, de la mano de la propia plataforma de audiovisual experimental Hamaca.

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