Confines del suroeste
Fragilidad, esa hermosa forma de ser fuertes

Estamos tomando conciencia de nuestra fragilidad, y esa conciencia es precisamente lo que más nos une; por eso no vamos a dejar de dar aliento a las semillas de la esperanza, a los deseos de curación y recuperación, a los anhelos de cambio. Se intuye que va a haber una revalorización de lo rural, necesitamos una revitalización de los pueblos, hay que volver a la tierra.

Vecina extremeña pasea
Foto: Rafael Fernández.
23 mar 2020 12:12

No resulta nada fácil escribir en estos momentos de aceleración histórica en que hay que moverse, es un decir, por una estrecha senda que discurre entre los amenazantes discursos belicistas-disciplinarios y el negacionismo irresponsable e insolidario. Más difícil todavía es escribir desde los espacios rurales porque de repente sentimos que se nos mira con envidia y cierto rencor desde las claustrofóbicas ciudades. El medio rural se percibe ahora, cuando los palos del sombrajo se nos han caído, como un lugar privilegiado. La España vaciada se ha llenado de urbanitas que huyen de la peste. Hay que andar con pies de plomo porque el racismo, que es de los pecados más socorridos en tiempos de tribulación, se puede dirigir ahora contra “los madrileños”. Paradójicamente los odiadores suelen ser los mismos que hasta hace diez días esperaban como maná del cielo la llegada de turistas y visitantes para enjugar unas economías rurales muy precarias por el hundimiento progresivo del sector primario, por el desmantelamiento de la economía agro-ganadera familiar. Parece que hace un siglo de las movilizaciones agrarias, ¿recuerdan?.

Pero a pesar de estas dificultades, desde esta columna que El Salto nos ha brindado vamos a intentar componer un relato colectivo y compartido de esta crisis descomunal que habitamos, recogiendo para ello voces rurales, voces plebeyas y campesinas, del campo extremeño e incluso de otros territorios más lejanos pero cercanos al corazón. Buscando siempre la luz que habita entre las tinieblas, los paraísos que contiene todo infierno.

La cadena de cuidados no puede romperse, no puede pararse y uno de los pilares básicos de esa cadena es la producción de alimentos

Sin duda la mayoría de la gente piensa que las medidas de confinamiento y (aún más) aislamiento social que se han impuesto para contener la epidemia o al menos retrasar su implosión, son más llevaderas en los pueblos que en las ciudades. Es verdad que la actividad agroganadera sigue adelante más pendiente de la escasa lluvia que del virus, siempre ha sido así: tras y durante las peores catástrofes siempre ha habido que cultivar la tierra, apacentar rebaños, y alimentar a los pueblos. La cadena de cuidados no puede romperse, no puede pararse y uno de los pilares básicos de esa cadena es la producción de alimentos. Se puede observar la siguiente regla: cuanto más cerca de la naturaleza vive una, menor es la disrupción vital que se padece en estos días extraños, y a la inversa: cuanto más lejos de la naturaleza, cuanto más urbana, sofisticada y tecnificada es la vida de una, mayor es el quebranto que provocan las medidas de restricción de la libertad de movimientos. Me cuenta un amigo que pertenece a la porción más indígena de nuestro vecindario: los pastores, que apenas han cambiado sus rutinas, que aquí el tiempo se sigue midiendo por la salida y puesta del sol, por el transcurrir de las estaciones, y que la excepcionalidad y la incertidumbre emanan más de la meteorología alterada por el Cambio Climático que del actual estado de emergencia.

Hablando de cultura pastoril, hay un par de dichos que vienen muy al caso: “Con las flores todos quieren ser pastores” y “En mayo todos quieren un caballo”. Quiero decir que aunque ahora todos nos envidien, el medio rural no es idílico, ni fácil, de hecho nadie lo quería salvo los fines de semana… y ahora que ha llegado el apocalipsis. Me temo que en nuestros pueblos se está incubando (a día 8 de confinamiento) una tragedia porque nuestras poblaciones están muy envejecidas, porque nuestras prestaciones sanitarias, asistenciales y culturales son peores, porque nuestros responsable políticos están desbordados, porque las pensiones de nuestros mayores son las más bajas del país, porque la conciencia y participación democráticas es menor. Ojalá me equivoque pero no soy la única que cree que la combinación de envejecimiento, precariedad económica, laxitud en las medidas de autoprotección y carencias sanitario-asistenciales pueden provocar una verdadera mortandad en los pueblos de la Extremadura rural y saqueada durante las próximas y terribles semanas que se avecinan. Como mínimo estamos ya asistiendo a la agudización de la crisis de cuidados crónica que padecemos, ya tenemos una situación lamentable de carencias de cuidados a las personas dependientes ya sea por edad, o por otros motivos, y una gran vulnerabilidad económica. La, que parece inevitable, llegada del virus a este escenario puede convertir los idílicos pueblos pequeños de Extremadura en una cruel distopía. Tremendos e injustos sacrificios nos esperan si la epidemia no se frena pronto.

La combinación de envejecimiento, precariedad económica, laxitud en las medidas de autoprotección y carencias sanitario-asistenciales pueden provocar una verdadera mortandad en los pueblos de la Extremadura rural y saqueada

Es triste pero es así: aquí se incuban desde hace tiempo otros virus sociales muy peligrosos, el de la violencia machista que puede que el confinamiento agudice, el del fascismo y la anomia social que ya venía escalando en votos y que va de la mano del racismo, la xenofobia, la envidia y el odio. Ya se han dado casos de señalamiento y hostigamiento a familias “portadoras de la peste” en alguna localidad. En los pueblos no hay anonimato, si alguien enferma toda la comunidad se entera y puede que en algún punto empiecen a murmurar, a señalar, a propagar miedo y odio, que son el caldo de cultivo de la discriminación, y es que son tiempos estos en que los pecados capitales cabalgan con brío. Aquí, como en Madrid, hay gente que tiene más miedo al paro que al virus, y una herencia tremenda de servilismo casi feudal hace que muchas personas pongan en riesgo su salud y la salud pública por no desobedecer al patrón, al “amo”, o al ayuntamiento caciquil, que en muchas ocasiones es la principal empresa del municipio.

Es el tiempo del desvelamiento y esta saliendo a la luz lo peor de nuestras sociedades, en el mundo rural lo peor es a veces peor todavía, más cruel, más primitivo. Para compensar, también se nos está pidiendo lo mejor de nuestras sociedades, lo mejor de nuestros valores solidarios. Como los pueblos pequeños y medianos conservan esos lazos comunitarios que lo urbano ha perdido en la tormenta de consumismo e individualismo, aquí lo mejor es también aún mejor: la ayuda mutua, el compromiso solidario con el bien común, los vínculos más estrechos entre familiares y vecinos, la cercanía física, afectiva y espiritual, los sentimientos de comunidad, de interdependencia, el sentimiento de que remamos juntos y compartimos un destino común, etc., son vivencias palpables, consistentes, que nos nutren y sostienen en nuestra realidad cotidiana. Un tesoro de cooperación social que ni el virus ni el confinamiento eclipsan.

Como los pueblos pequeños y medianos conservan esos lazos comunitarios que lo urbano ha perdido en la tormenta de consumismo e individualismo, aquí lo mejor es también aún mejor

En las sucesivas entregas de este relato colectivo que trataré de compartir aquí, daremos cuenta de las vivencias rurales a la hora de recorrer este período de excepcionalidad que se nos antoja que no va a ser corto, tendremos que hacer recuento desgraciadamente de las bajas y rupturas, de los problemas que provocan las medidas disciplinario-sanitarias, porque hay veces que el remedio es peor que la enfermedad, dar testimonio de los monstruos, de las tragedias y de las resistencias, de las enfermedades y de las penurias.

Estamos tomando conciencia de nuestra fragilidad, y esa conciencia es precisamente lo que más nos une; por eso no vamos a dejar de dar aliento a las semillas de la esperanza, a los deseos de curación y recuperación, a los anhelos de cambio. Se intuye que va a haber una revalorización de lo rural, necesitamos una revitalización de los pueblos, hay que volver a la tierra. En estos días vamos a comprobar que con las cosas de comer no debíamos haber dejado que jugaran los especuladores y las grandes superficies y que necesitamos a las pastoras y los agricultores tanto como a las médicas y los enfermeros, tanto como a las maestras y las limpiadoras, tanto como a los cómicos y las artistas. En estos días en que algunos se han puesto a componer himnos marciales y fantasías autoritarias, en estos días en que nos aterran los tambores de guerra, necesitamos más que nunca canciones de amor a la gente, a los pueblos y a la tierra a la que pertenecemos, de amor a la libertad, canciones como la que nos llega desde Garganta la Olla y que aquí os enlazamos. Necesitamos utopías, sanaciones, relatos de mundos posibles mejores que el que hemos abandonado, porque ya no volveremos a la normalidad, esa normalidad que nos condujo a este desastre, y tenemos que reinventarnos, reinventar todo otra vez.

Necesitamos querernos, construir comunidades, reconstruir las comunidades que fuimos. El próximo mes de abril se cumplen 500 años del levantamiento comunero, la primera revolución de la Era Moderna, quizá es este el tiempo en que comprendamos lo necesario de una revolución de las conciencias, de las instituciones, de los pueblos, de la Extremadura rural que lleva demasiado tiempo postrada. Por eso necesitamos apoyo mutuo, buenos alimentos, mapas claros y horizontes hermosos para la travesía que aquí comenzamos.

Necesitamos reparar los paisajes, cuidar la tierra, escuchar a los animales y el susurro del viento en los árboles. Y necesitamos mucha biofilia, en esta senda intrincada que recién hemos comenzado a transitar necesitamos mucho amor a la vida, menos palabras vanas, más narraciones descalzas... Vamos, que la primavera hermosa pese a todo ha comenzado, vamos.



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