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Conflicto vasco
¿Todo por Patria?
La serie Patria, basada en la exitosa novela de Fernando Aramburu, se convierte en la primera ficción popular sobre ETA y ahonda en la guerra por el relato del conflicto vasco.
“…procurando trazar un panorama representativo de una sociedad sometida al terror. Quizá exagero, pero tengo el firme convencimiento de que también está en marcha la derrota literaria de ETA”. Fernando Aramburu, Patria
El presentador de un programa del corazón agita el grueso volumen en rústica de la novela Patria, de Fernando Aramburu, ponderando sus cualidades y calificándola de “obra de arte”. El resto de tertulianos, caricatos y buscavidas televisivos, obedientes a la promoción de la cadena, hojean su ejemplar y prometen, no tanto leer el novelón de más de 600 páginas, pero sí ver el primer capítulo de la serie que se emite en HBO, en el prime time de la cadena, después de La isla de las tentaciones.
¿Pero qué es Patria, la novela, la serie, el fenómeno? En principio, por sus propios méritos y por las circunstancias: la primera ficción realmente mainstream sobre ETA. La novela, bendecida por numerosos premios, se ha convertido desde su publicación en 2016, progresivamente, en el mayor bestseller de los últimos tiempos: más de 800.000 ejemplares vendidos solo en castellano. Y la serie, estrenada en el Festival de Cine de San Sebastián con excelentes críticas, augura cifras récord de visionados, así como el relanzamiento de la novela. Las máquinas promocionales de Tusquets, Telecinco y HBO han inundado de anuncios rimbombantes los medios y los han acompañado de documentales, debates y artículos sobre los años de plomo, para certificar la seriedad de su propósito.
Pero el estreno no ha estado exento de polémicas. El cartel de la serie mostraba un diseño ‘equidistante’ entre una escena de una pietá y otra de torturas. ¿Flojera ideológica? ¿Astucia promocional? Tranquilos, la serie no deja lugar a dudas: la trama es básicamente fiel a la novela y los malos siguen siendo los malos (y arrepentidos). Por otra parte, se acusa a la novela de plagiar fragmentos del libro de memorias del exetarra Iñaki Rekarte (Lo difícil es perdonarse a uno mismo, escrito por Mikel Urretabizkaia), pero el autor se revuelve en un extenso artículo publicado en El País (Patria, una novela documentada), aludiendo a las técnicas documentales del estilo realista que practica, que ha sido comparado por algún adulador, nada menos, que con Galdós y Tolstoi.
Y es en este contexto promocional en el que se ha desatado un episodio más de la eterna rebatiña moralista de los medios en la cual, aparte de un puñado de críticas afinadas, unos alaban y otros cargan con invectivas de grueso calibre el retrato legítimo pero parcial que se hace de aquella época. No importa, todo sirve para consolidar la entronización de Patria en el canon sobre el terrorismo etarra. Después de una ya extensa y variada serie de novelas, ensayos y películas –unas mejores que otras- parece que solo esta novela ha logrado conmover al gran público, al sur y al norte del Ebro. Hasta el punto de que es posible que cuando las nuevas generaciones nos pregunten ¿qué fue aquello de ETA?, respondamos: lo que sale en Patria.
No obstante, ¿por qué Patria?, ¿por su envergadura literaria?, ¿por su retrato histórico?, ¿por su sutileza psicológica? Quizá por ser la ficción que mejor ha sabido destilar los tópicos sobre ETA. Es justo reconocer que Patria, novela de solvente factura realista sobre la vida de dos familias enfrentadas por el terrorismo, tiene virtudes reconocibles: descripciones atinadas, oído para las expresiones o personajes de una pieza. Y, paradójicamente, es en el reverso de estas virtudes donde anida su complacencia con el tópico, con una colección de tópicos destilados con oficio y olfato, pero, acaso, con un limitado conocimiento del terreno (la mirada distante del autor vasco, residente en Hannover) y con una exigencia artística muy calibrada a la hora de elaborar un producto literario de clara vocación popular.
Patria se presenta sin complejos como un tópico de tópicos, con su parte de verdad y su otra de impostura
Los personajes, punto fuerte de la novela, saben demasiado a estereotipos sociales, rozando la caricatura (sin humor) de Vaya Semanita u Ocho apellidos vascos: el etarra bruto, el cura abertzale, el empresario trabajador, el escritor homosexual, el ‘maqueto’ españolista y, sobre todo, poderosos clichés, las amas de fuerte carácter, Bittori y Miren, en una suerte de psicoanalítico juego matriarcalista, enfrentadas circunstancialmente por el terrorismo. Todo un canto al supuesto arquetipo de cierta vasquidad femenina tradicional.
Por otra parte, el estilo, empastado a menudo en un cierto registro kitsch, como bien señala Iban Zaldua, repleto de coloquialismos y localismos, también contribuye a dar sabor; de los repetidos “concho” a breves expresiones en euskera, los personajes hablan en cashero y con una rotundidad muy tópicamente vasca, para que los entienda e identifique cualquier lector castellanoparlante. Las descripciones, finalmente, contribuyen a evocar cierto paisaje vasco de la época: el pueblo secuestrado por el abertzalismo, bajo la omnipresente lluvia del Goierri, aderezado por un puñado de detalles cotidianos, de la importancia de la comida a la afición ciclista.
Si la novela se presenta sin complejos como un tópico de tópicos, con su parte de verdad y su otra de impostura, la serie, producida por Aitor Gabilondo (El príncipe, Vivir sin permiso), refuerza, con algunas llamativas licencias visuales, su proyección al eliminar matices y potenciar los aspectos más tópicamente reconocibles sobre lo vasco, desde la grisura de la fotografía al papel de la recia etxekoandre, reforzada por las notables interpretaciones de las actrices principales -cómicas habituales en registro dramático-, que merecería un análisis más detenido.
Hay otros elementos que, sin embargo, pasan más desapercibidos pero que pueden resultar más cuestionables. Por ejemplo, el sesgo de clase entre las dos familias –abertzales de clase trabajadora frente a víctimas de clase media-, resulta excesivamente simplista. Pero otros están estratégicamente apuntados para conferir credibilidad, aún dentro de una visión tácitamente antinacionalista, como la breve aparición de la tortura. No obstante, lo que más y mejor contribuye al éxito de la novela y de la serie como tópico sobre el conflicto vasco es que no se muestra como una ficción explícitamente política o ideológica. No hay grandes discursos ni diatribas políticas, solo paisaje humano y vidas rotas o trastornadas por la violencia. La ominosa y destructiva omnipresencia de la patria (vasca), vista como una enfermedad social que distribuye al azar papeles de víctima o verdugo, entre un puñado de figurantes que piensan poco y se dejan arrastrar por las tendencias sociopolíticas del momento. Y, en este sentido, pese a su (ir)realismo, lo más positivo de la novela, en aras a restañar heridas y evitar tentaciones revanchistas, es que se sabe una ficción postconflicto, capaz de apostar sin mayores problemas, al menos, por una versión tibiamente compasiva de la memoria, la reconciliación y el perdón. De ahí que la celebración apolítica de lo cotidiano y del sentimiento (o de un sentimentalismo contenido, también muy tópicamente vasco), haya ganado definitivamente a un público ávido de ficciones complacientes.
Lo que más contribuye al éxito de la novela y de la serie como tópico sobre el conflicto vasco es que no se muestra explícitamente política o ideológica
Frente a otras incursiones más arriesgadas, en etapas anteriores más complicadas, pero también de mirada amplia, como el documental La pelota vasca, de Julio Medem, o las novelas de Atxaga, la materia de ETA tiene en Patria no la Gran Novela sobre ETA pero sí su primera ficción popular -políticamente correcta-, el tiempo dirá si solitariamente canónica. Su gran mérito es haber abierto la brecha a una cascada de novelas, series y películas que exploran los recovecos de esta dolorosa etapa de nuestra historia (y ahí están las recientes El desafío. ETA, La línea invisible, El instante decisivo, Lagun y la resistencia silenciosa, Traidores, etc.). Y su mayor riesgo viene de que oriente o catalice en exceso el enfoque, sobre todo, de la producción de ficciones sobre ETA.
La cuestión es si, gracias al reconocimiento de Patria, este boom sobre ETA va a seguir alimentando el gran tópico del conflicto vasco y sus estereotipos –con las mejor de las intenciones o como ajuste de cuentas-, cuando, paradójicamente, ya desde las primeras incursiones sobre el tema, de La muerte de Mikel a Asier ETA Biok, ha habido una mirada más rica y diversa, y por tanto más verosímil y crítica. Si hasta un entusiasta y desinformado Pedro Almodóvar, al declarar “nadie se había atrevido a hacer una película sobre ETA (…) Me hubiera gustado dirigir algún capítulo de la serie Patria”, se ha rendido al costumbrismo más añejo, ¿quizá se ha perdido la oportunidad de una exploración más situada y compleja de nuestra historia reciente?
¿Será posible que algún día, más allá del relato maniqueo sobre el terrorismo y después de Patria, una cadena televisiva o una plataforma digital se atrevan a producir, por ejemplo, una película sobre un presidente del gobierno terrorista? ¿Sobre el drama familiar de un policía torturador o de la familia no abertzale de un etarra encarcelado? ¿Sobre la conspiración de políticos de todo signo para mantener activo el conflicto? ¿Sobre los abertzales pacifistas encarcelados? ¿Sobre un dirigente etarra experto en Wittgenstein o…? Pues todo esto y mucho más ocurrió y también habría que contarlo si queremos entender cabalmente aquella (y ésta) guerra incivil, con toda su sinrazón y su locura, pero también con sus anomalías políticas, para no repetirla ni fundar en su enfrentado juego de tópicos, de uno y otro signo, nuestro presente y nuestro futuro.
Su gran mérito es haber abierto la brecha a una cascada de novelas, series y películas que exploran los recovecos de esta dolorosa etapa de nuestra historia
Una vez clausurado el ciclo de la lucha armada, entre el folclore institucional de buenos propósitos para con las víctimas o las apelaciones a humanizar la política penitenciaria, la batalla incruenta por el relato se convierte en la nueva fase de una lucha con sordina que, lamentablemente, demasiado a menudo, prefiere echar sal sobre las fracturas sociales a restaurar la convivencia. Gracias, en gran medida, al rédito político que puede ofrecer el cultivo del tópico en el relato del conflicto. Algo muy conveniente en escenarios como el actual en el que se agita el fantasma del terrorismo como un espantajo para hacerlo intervenir como ariete de políticas patrióticas mientras son las desigualdades sociales, el cambio climático, la violencia machista o la pandemia los problemas actuales de Euskal Herria (y de cualquier sociedad contemporánea).
Más allá de la complaciente operación ‘todo por Patria’, con su triple sesgo artístico, ideológico y comercial, destinada a conquistar el imaginario del público, esperamos nuevas ficciones que también desde la heterodoxia y la periferia conviertan el relato sobre aquella época terrible en una polifonía crítica que supere el tópico sobre el conflicto y reviente o reinvente el canon sobre el conflicto. Como ha señalado Eneko Sagardoy, el actor que interpreta a Gorka en la serie: “Patria va a formar parte de un gran mosaico de ficciones que se llevan haciendo años (…) un mapa grande de relatos, diversos, profundos”. Ojalá sea así y Patria, una de sus piezas más fáciles y reconocibles, quizá inevitable, no nos impida completar el resto del puzle, antes de que llegue la próxima crisis.
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Dentro de esas otras voces me parece muy interesante (que no "bonita") "La hija del Txakurra" https://www.casadellibro.com/ebook-la-hija-del-txakurra-ebook/9788416616374/2748782
Nadie se ha atrevido a realizar una novela sobre ETA. Falso, nadie se atreve a exponer otros matices que les han tocado de cerca, porque es delito. Patria la novela recomendada por: M.Rajoy, Perez Rubalcaba, Covite y que sirvió como obsequio de la diputada de Vox (la única en el PV) hacia Urkullu. Esas son sus credenciales, sobre su imparcialidad.