República Democrática del Congo
Chikuru quiere para la República Democrática del Congo esa paz que nunca ha conocido

La vida de Chikuru ha transcurrido en una República Democrática del Congo siempre en guerra, desde su organización FoBeWorld, aspira a ayudar a la infancia y juventud a construir un futuro mejor, frente al expolio que devora su presente.
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Chikuru con un grupo de adolescentes desplazados. Francisco Galeazzi

Chikuru tiene 26 años recién cumplidos y la guerra en su país, la República Democrática del Congo, transcurre desde hace más de 30. Más allá del contexto, fundó la ONG FobeWorld, que busca empoderar a los jóvenes para que sean líderes en sus comunidades. “Mi sueño es que los niños no estén en la calle, que no existan los campos de desplazados y que mi país crezca y que pueda hacerlo por cuenta propia”, exclama.

Algo que me dijo se estampó indeleble; no conozco el significado de la paz. Antes, se presentó efusivo, con un abrazo fraterno, la sonrisa ancha y rastas de más de una década de vida. Después, ya  con un tono más solemne, enunciaba:

— ¿Qué es la paz? No conozco su significado, porque desde que nací convivo con la guerra.

Chikuru recuerda, toma aire —como si estuviera logrando impulso— y al final decide romper la coraza. Se sitúa en esos momentos, la sonrisa cede terreno y sus ojos se desploman.

En 1994, cuando el genocidio congoleño comenzó, faltaban cuatro años para que Chikuru naciera. Cuando las bombas cayeron en el campo de desplazados de Goma, a pocos kilómetros de donde hoy está su casa, Chikuru esbozaba sus primeras palabras, y cuando se confirmaba la muerte de seis millones de congoleños —en la peor crisis bélica desde la Segunda Guerra Mundial— Chikuru cumplía una década de vida. Recién cumplió 26 y la guerra continúa.

—Me crié con la guerra, como todos los niños que nacen aquí.

En Goma, el lago, las selvas, montañas y volcanes, conviven junto a un bucle interminable de colonialismo e intereses económicos que se traduce en un conflicto de más de tres décadas
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Vista sobre Goma. Francisco Galeazzi

Goma es un contraste. En la capital de Kivu del Norte el lago, las selvas, montañas y volcanes, conviven junto a un bucle interminable de colonialismo e intereses económicos que se traduce en un conflicto de más de tres décadas. Para llegar al barrio donde trabaja Chikuru hay que cruzarse a soldados de las Fuerzas Armadas de la República Democrática del Congo, milicias locales, soldados de Monusco —la misión de las Naciones Unidas—, soldados de Sudáfrica, Tanzania y Zimbabwe, y mercenarios de distintas latitudes que se reúnen para abatir al M23, uno de los más de 120 grupos armados que hay en el país.

El M23 —Movimiento 23 de marzo— comenzó a operar en 2012, hasta pronunciarse como el grupo armado más fuerte que roba el coltán y otros recursos naturales de la República Democrática del Congo para llevarlo a Ruanda.

— De las millones de personas que murieron, muchos eran familiares, amigos, y hasta niños que conocí.

Chikuru no cree mucho en las cifras oficiales porque asegura que siempre aminoran la gravedad de los hechos. Dirá que para saber la cantidad de muertos hay que hacer silencio y escuchar los estruendos que llegan desde la primera línea de batalla a 20 kilómetros de la ciudad. Tampoco cree que alguien se esté preocupando realmente por frenar la guerra. Le oiré decir repetidas veces: “Hay que hacer una revolución”. Citará a Kadafi y a Patrice Lumumba.

— Aquí vienen los soldados de la ONU, que dicen combatir a los rebeldes, pero les entregan armas para que la guerra continúe. Y el Gobierno, por su parte, les entrega armas a las milicias locales, que no cobran un sueldo pero adquieren poder y se construye una atmósfera de violencia. Todos hacen negocios con el conflicto.

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República Democrática del Congo es el segundo país en número de personas desplazadas del mundo. Francisco Galeazzi

Hay que aguardar y darle tiempo. Entre medio de cada palabra que pronuncia hay una pausa, para luego desempolvar una idea precisa. Un informe de alguna organización internacional diría que él no es víctima de guerra porque no murió, no disparó ni mató. Lo refutará: “En la República Democrática del Congo todos estamos atravesados por la guerra”.

Es huérfano de padre, madre y hermano. Es hijo de un militar que luchó en la guerra y de una madre que se fue de su casa cuando tenía seis años. A las minas de cobalto, él cree pero no lo sabe con certeza. Murió. Al igual que su hermano, que cayó en combate.

— La guerra me dejó en la calle expuesto a la delincuencia, a la violencia y a ser reclutado para ir a pelear. En Goma en cualquier momento te pueden disparar. Es el principal riesgo de vivir en conflicto.

La República Democrática del Congo posee el 80% de las reservas de coltán y el 70% de las de cobalto. Son los recursos naturales más buscados: el coltán es esencial para la fabricación de ordenadores portátiles, tablets y smartphones, mientras que el cobalto lo es para las baterías de iones de litio que se usan para automóviles eléctricos y teléfonos móviles, entre otras cosas. El cobalto lo extrae fundamentalmente China de la región de Katanga, mientras que el coltán lo hurta Ruanda en Kivu del Norte. Con la complicidad de Francia y Estados Unidos, nos dirán. Y su fuerza de choque es el M23:

— El M23 está compuesto por ruandeses que nos roban el coltán y se lo llevan a su país. Hoy Ruanda es el máximo exportador y no lo tiene, lo roba.

Los datos dirán que el M23 está compuesto por ruandeses, sí, y también por congoleños. Es una guerrilla de doble nacionalidad. Remata él:

— Son ruandeses, nací con la guerra de la CNDP (Congreso Nacional para la Defensa del Pueblo) y ahora convivo con la guerra que impulsa el M23. Siempre fueron ruandeses con el apoyo internacional.

Henry Dunant, Chikuru, es católico y rastafari, venera a Dios y considera que Halie Selassie es uno de los mensajeros más sabios. Cree, también, en la conexión con la naturaleza y sus raíces africanas a tal punto que el nombre que figura en su documento de identidad —Henry Dunant— no es parte de su vida diaria. Dirá que no le significa nada, que tiene un origen europeo y que prefiere que le digan Chikuru que sí tiene un sentido africano. El mayor de los hermanos mellizos, recalcará. Chikuru, el mayor de los hermanos mellizos, repetirá.

La relación Dunant—Chikuru es similar a la de Clay—Alí. O ,aún más, la de Alto Volta—Burkina Faso que Thomas Sankara diagramó en el inicio de la emancipación fallida de su patria. Es, tal vez, parte del legado que Patrice Lumumba quiso dejar después de su discurso que lo condenó a ser asesinado. Una exageración, bah, pero ante el olvido que sufren las ideas panafricanistas —a veces— vale la pena la grandilocuencia.

—Cuando llevaba dos años en la calle, Don Bosco, la congregación salesiana, me dio la oportunidad de encontrar cobijo y poder estudiar.

Al expolio de la materia prima por parte de grupos armados se le suman la tasa de inseguridad alimentaria más alta del mundo y el nulo acceso a salud y educación

La República Democrática del Congo es un estado fallido. Al expolio de la materia prima por parte de grupos armados se le suman la tasa de inseguridad alimentaria más alta del mundo —afecta a 27 millones de personas—  y el nulo acceso a salud y educación por parte de la mayoría de la población, que vive con 2,15 dólares diarios y no tiene dinero para abordar los costos. La única manera de acceder a estos derechos básicos es a través de congregaciones religiosas u ONGs.

Chikuru habla tres idiomas: swahili —uno de los idiomas nacionales—, francés e inglés. Tiene, junto a dos amigos, una oficina donde fundaron su productora de contenidos. Tienen cámaras, trípodes, micrófonos, computadoras mac,  y hasta contratan empleados. Ahí, también, nació su ONG: FobeWorld, For a Better World, por un mundo mejor.

—A través del fútbol y cursos sobre educación sexual, género y liderazgo buscamos empoderar a los jóvenes, particularmente a los desplazados. El objetivo es, a partir del juego y la educación, que encuentren su pasión y puedan ser líderes en sus comunidades.

Chikuru es flaco —flaquísimo— y alto. A veces parece desarmarse. Pasea su cuerpo de un rincón de Goma a otro para devolverle derechos a un pueblo al que le faltan oportunidades. En este caso le otorga el derecho a jugar y a soñar a los jóvenes, que son buena parte de los siete millones de desplazados (según la OIM) que hay en el país.

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Participantes en una de las acciones de FoBeWorld. Francisco Galeazzi

Semana a semana 150 niños y adolescentes se reúnen en un terreno rodeado de valles y con vista a la ciudad de Goma y al Lago Kivu. Podría ser la descripción de algo muy lindo, pero es el depósito de aquellos que escapan de la guerra. Allí la tierra empedrada hace las veces de cancha de fútbol donde comienzan las jornadas que son, sobre todas las cosas, un escape.

Cuando la ONG crezca también quiere comenzar a enseñar fotografía y filmación. Storytelling, corregirá. Porque piensa que si las historias de personas vulnerables se cuentan puede solucionar algunas problemáticas. Lo dice con vehemencia.

—¿Ese es tu sueño?

—Sí, que los niños no estén en la calle, que no existan los campos de desplazados, y que nuestro país crezca, y puede hacerlo por cuenta propia. Eso me haría feliz.

—¿Y te daría paz?

—Sí.

—Entonces sabes lo que significa…

—Sí, es todo lo que no tuve hasta ahora. Pero ya la voy a tener.

Y vuelve a reír.

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