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Música clásica
Britten y Schubert: clásicos extemporáneos
La Orquesta Nacional de España estrenó ayer viernes 14 de diciembre el octavo programa del ciclo Sinfónico 2018-2019, bajo el título de “Muerte entre las flores I: entre hermanos”, con obras de Schubert y Britten.
La OCNE me ha dado un gusto enorme uniendo en este programa a dos compositores que se cuentan entre mis favoritos: Franz Schubert (1797-1828), de quien ya hablamos brevemente en una entrada reciente de este blog, y Benjamin Britten (1913-1976). Este concierto es el primero de un miniciclo de tres conciertos que explorará las conexiones entre estos dos grandes de la música.
Benjamin Britten es conocido sobre todo por ser uno de los grandes actualizadores de la ópera en el siglo XX. Invento ese palabro “actualizador” porque no podemos decir que sea un gran revolucionario como lo pudieron ser Schönberg o Berg (de los que también hablamos en una entrada reciente) pero también sería enormemente injusto decir que es solo un continuador de la gran ópera anterior, ni mucho menos. Al contrario, Britten revitalizó el género hasta niveles insospechados y logró que varias de sus obras formen ya parte del “repertorio” básico de la historia de la ópera y se interpreten muy a menudo en teatros de todo el mundo. Entre sus obras líricas maestras se cuentan Peter Grimes (1945), La violación de Lucrecia (1946), Billy Budd (1951), Gloriana (1953), Otra vuelta de tuerca (1954), El sueño de una noche de verano (1960), Muerte en Venecia (1973), etcétera. De Muerte en Venecia, Billy Budd y Gloriana hemos podido ver recientemente montajes excepcionales en el Teatro Real de Madrid.
Si bien en los años 30 se interesó por el expresionismo y las vanguardias, especialmente por Schönberg y Berg (con quien incluso se planteó ir a estudiar a Viena), su obra reinventó la tonalidad en el siglo XX, apostando por formas clásicas, lo cual hizo que después de la II Guerra Mundial algunos equivocados vanguardistas despreciaran la obra de Britten por conservadora.
Su obra está atravesada por su reivindicación de la homosexualidad y por un cierto izquierdismo (dedicó, por ejemplo, Ballad of Heroes a los brigadistas internacionales que lucharon contra el fascismo en la Guerra Civil española). Conocido también por su antibelicismo, Britten vivió en EE UU entre 1939 y 1942. A su regreso a Gran Bretaña, y pese al éxito de la ópera Peter Grimes, su vuelta a la escena musical británica fue difícil. Eso le impulsó a crear sus propios espacios como el English Opera Group en 1947 o el Festival de Aldeburgh en 1948 (que se sigue celebrando hoy día). No obstante, en 1953 se le encarga una ópera con motivo de la coronación de la reina Isabel II, lo que daría lugar a Gloriana. Su mayor éxito sería el War Requiem de 1962, un alegato antibelicista que se podrá escuchar en el Auditorio la siguiente semana.
Britten vivió casi toda su vida en Aldeburgh, en la costa este británica, cuyo paisaje impregnó el conjunto de su obra. “La casa roja” donde vivió sus últimos 20 años es hoy la sede de la Fundación Britten-Pears que mantiene vivo el legado de la pareja.
Britten, como pianista y director, interpretó y grabó varias obras de Schubert, entre ellas el ciclo de liederWinterreise (junto a su pareja, el tenor Peter Pears), los duetos de piano (junto al pianista Sviatoslav Richter) o la Sonata para arpeggione y piano (junto al cellista Mstislav Rostropovich).
Bajo la dirección de Juanjo Mena (Premio Nacional de Música 2016), director asociado de la OCNE, el programa empezó con la Sinfonía n.º 6 en do mayor, D. 589, “La Pequeña”, de Schubert. Como decíamos en la entrada anterior mencionada, ninguna de las sinfonías de Schubert se estrenaron en vida del autor. Debemos la suerte de su conservación en parte al azar y en parte al tesón de sus amigos y admiradores que encontraron estas partituras de las más diversas formas. Esta partitura fue encontrada junto a las de las sinfonías Primera y Cuarta, por George Grove y Arthur Sullivan en casa de un tal doctor Schneider.
Estamos ante la última sinfonía de lo que podríamos llamar su “periodo de juventud” (entre comillas si tenemos en cuenta que murió a los 31 años), la última por tanto con un marcado carácter clásico bebedor de Mozart y Haydn. Fue compuesta entre finales de 1817 y principios de 1818, es decir, cuando cumplía tan solo 20 años. Al igual que otras muchas de sus obras, se “estrenó” en un concierto privado con una orquesta no profesional dirigida por Otto Hatwig y se estrenaría oficialmente un mes después de su muerte, en un homenaje.
Se trata de una sinfonía breve, de unos 30 minutos de duración (ayer el director Mena creo que la ejecutó aún en menos minutos), cuyo primer movimiento lo protagonizan algunos destellos solistas de los vientos madera como las flautas, que sonaron delicados pero firmes (el público lo reconoció al final con reforzados aplausos) en medio de una orquesta que comenzó el concierto con un sonido un poco mate y pesado. Se trata de una sinfonía en cierto modo menor dentro de la obra schubertiana, con un sonido en algunos pasajes pastoral y campestre, y en otros cortesano y palaciego,”valsístico”, como el segundo movimiento andante, más brioso y dinámico. El tercer movimiento, que recibe por primera vez en Schubert el nombre de scherzo, tiene un mayor ímpetu rítmico y el allegro moderato del final presenta un juego entre violines y maderas, con un cierto aire rossiniano y que mostró al fin una mucho mejor comunicación entre director y orquesta, y entre ambos y el público.
A continuación se presentó el Concierto para violín, opus 15 de Britten. El autor la compuso durante su estancia en EE UU, expresamente para el intérprete español Antonio Brosa, que la estrenó en Nueva York en 1940, y al parecer inspirado en la Guerra Civil española y posiblemente influido por el Concierto para violín n. 1 de Prokofiev y el Concierto para violín de Alban Berg, cuyo estreno Britten habría presenciado justamente en Barcelona en 1936. Britten revisaría el concierto años más tarde, y las versiones definitivas quedarían fijadas y grabadas en los años 70.
A la orquesta pequeña (entre 50 y 60 músicos) que había presentado la primera obra se sumaron refuerzos importantes, sobre todo percusión, vientos y contrabajos, hasta superar los 70 miembros, además del solista invitado, el violinista James Ehnes (Canadá, 1976).
La obra, con una duración de unos 32 minutos, comienza con un solo de timbales y presenta un primer movimiento lento (moderato con moto), con un bajo continuo a cargo de los vientos metales. La orquesta presentó una sonoridad mucho más densa e interesante que en la pieza anterior, pero a la vez con una gran limpieza de las partes solistas. El segundo movimiento es más vivo, incluso con reminiscencias jazzísticas (hay que recordar que Britten se encontraba en EE UU donde se impregnó de la música negra y del musical de Broadway). El tercer movimiento (passacaglia/andante lento) me recordó en algunos pasajes a la mencionada obra posterior del compositor, Gloriana, con fuertes elementos dramáticos que anticipan las señas de identidad del compositor y su carrera operística todavía por comenzar en ese momento. Pese a que el violín no es probablemente uno de mis instrumentos favoritos como solistas, hay que reconocer esta pieza como una maravilla, y la interpretación de Ehnes fue brillante, entregada y segura. El público lo agradeció con sonoros aplausos y el canadiense respondió con un bis de Johann Sebastian Bach.
Para finalizar, después del intermedio, la orquesta redujo de nuevo su tamaño para interpretar la Sinfonía n.º 9 en do mayor, D. 944, “La Grande”, de Schubert, de unos 60 minutos de duración. Esta es una de sus más famosas sinfonías, y el reverso grandilocuente de su hermana pequeña, la Sexta, puesto que ambas comparten la tonalidad de do mayor.
En este caso parece que fue el compositor Robert Schumann (1810-1856; otro de los grandes del romanticismo alemán, famoso, entre otras muchas obras y al igual que Schubert, por sus lieder) quien encontró la partitura en casa de Ferdinand Schubert, hermano del compositor, y fue quien impulsó que Félix Mendelssohn la estrenara públicamente en 1839. Fue compuesta en 1825 y revisada en 1828, y en este caso ni siquiera se interpretó de manera privada. Esta obra marcó fuertemente a autores posteriores como Brahms y Mahler.
El primer movimiento andante / alegro es extraordinariamente rico y presenta un tema melódico principal muy característico de Schubert. El segundo movimiento andante con moto comienza de manera deliciosa, presenta luego un sonido inquietante y termina con una gran fuerza a modo de marcha. El tercer movimiento (scherzo; allegro) es una especie de repliegue a los inicios y al sonido vienés, para terminar con un cuarto movimiento allegro vivace, muy rápido y enérgico, con acentuación del contratiempo entre timbales y vientos, a modo de una tensión contenida que se libera, al modo de la Novena de Beethoven (estrenada en 1824), y con la orquesta mostrando un gran brío y seguridad.
No dejen de acudir a las funciones que quedan el sábado 15 y el domingo 16 de diciembre en el Auditorio Nacional.
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