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Música clásica
La maldición de la novena
Con aforo completo ayer en el Auditorio Nacional de Madrid, después de pasar por Valencia y antes de ir hoy a Barcelona, la Novena de Mahler sonó potente y dramática a cargo de la Orquesta Sinfónica de Düsseldorf y el maestro húngaro Ádám Fischer.
En los últimos años esta orquesta y este director han grabado varias de las sinfonías de Mahler (la 1, 3, 4, 5 y 7 se pueden escuchar aquí), con intención de realizar la integral. En esta ocasión presentaban la Sinfonía n. 9 dentro de la temporada de conciertos de La Filarmónica.
Ya en el primer post de este blog hablamos de Gustav Mahler (1860-1911). Tal y como decíamos es uno de los autores más representados hoy día, y en esta temporada madrileña 2018-2019 seguiremos viendo su enorme presencia. La Novena (que podemos escuchar aquí en grabación precisamente de Dudamel y la LA Phil) fue iniciada quizá 1908, pero desarrollada en el verano de 1909 durante un retiro en el Tirol del sur (actualmente perteneciente a Italia) y terminada ya en Nueva York en 1910, y es la última sinfonía que llegó a concluir (la Décima quedó inconclusa).
Su obra anterior, Das Lied von der Erde (El Canto de la Tierra), era un ciclo de seis canciones en forma de sinfonía, pero no le puso este nombre ni el número 9 que le habría correspondido, supuestamente para evitar la “maldición de la novena sinfonía” que, desde la muerte de Beethoven, afirmaría que los músicos, después de su novena sinfonía, se mueren. No obstante, luego se se decidió a titular a esta que hoy nos ocupa como la Novena, y al final la maldición se cumplió.
Se estrenó póstumamente a cargo de la Filarmónica de Viena, dirigida por su discípulo Bruno Walter. En las obras de este periodo, en los que Mahler se enfrentó a diversas tragedias como la muerte de su hija, su dimisión forzosa de la Ópera de Viena y consecuente traslado a Nueva York, y el diagnóstico de sus problemas cardíacos, se ha querido ver una gran consciencia crepuscular y una gran presencia de la idea de la muerte.
“Veo todo bajo una luz tan nueva, estoy en movimiento; no me asombraría si alguna vez percibo de repente que me reviste un cuerpo nuevo (como Fausto en la última escena). Estoy sediento de vida como nunca y encuentro el ‘hábito de la existencia’ más dulce que nunca
No obstante, parece un poco discutible la afirmación tajante del programa de mano de que Mahler “sentía la muerte muy cercana”. Sus años en Nueva York fueron, pese a las adversidades mencionadas, un soplo de aire fresco en su vida. Así lo atestiguan algunos pasajes rescatados de cartas del autor: “Veo todo bajo una luz tan nueva, estoy en movimiento; no me asombraría si alguna vez percibo de repente que me reviste un cuerpo nuevo (como Fausto en la última escena). Estoy sediento de vida como nunca y encuentro el ‘hábito de la existencia’ más dulce que nunca”.
La obra tiene una estructura poco frecuente, con un primer y un cuarto movimiento, los más importantes y destacados, muy largos, de casi 30 minutos cada uno, y con dos movimientos centrales mucho más breves. El primero es un andante comodo plagado de disonancias, con grandes cambios de ritmo y ambientes. Es uno de esos ejemplos en los que se visualiza esa frase atribuida a Mahler de que “una sinfonía es un mundo, un mundo entero”. Su proyecto creativo en el ámbito de la sinfonía sería equiparable al que emprendió Richard Wagner en el ámbito de la ópera o, como lo llamaba él, el “drama musical”.
El segundo y el tercer movimiento, a mi modo de ver menos interesantes, presentan una danza ländler, una especie de vals campesino austriaco que expresaría la danza de la vida, y un rondó. Algunos críticos ven en esta presentación un tono caricaturesco, grotesco (el propio autor indica “burleske” en la denominación del tercer movimiento, que sí recupera parte de la tensión del primero).
El cuarto y último movimiento es el más conmovedor, un extenso adagio repleto de enormes matices, con unos pianissimi casi imperceptibles y unas lúgubres frases que suenan a despedida. Dividido en cuatro partes, se estructura a partir de dos temas simples y sus múltiples variaciones, hasta una coda final en la que se van descomponiendo hasta desaparecer en el aire.
La orquesta se mostró sólida y segura, se nota que es un repertorio que tienen bien trabajado. Fischer dirigió de memoria, sin partitura, mostrando una mucho mayor expresividad en los pasajes más tranquilos (al igual que la notable concertino), pero sin embargo la orquesta sufría más en los pasajes más arrebatadores, donde el volumen de los vientos y la percusión llegaban a ser quizá excesivos. Es posible que esta percepción se viera empeorada por la proximidad de mi asiento lateral a estas secciones y, en cualquier caso, bien es verdad que el propio Mahler anotó en algún pasaje la indicación “con la mayor violencia posible” dirigida a los trombones y los timbales.
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