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Música clásica
Música en medio de la guerra mundial
La Orquesta Nacional de España presentó el concierto número 20 de su ciclo sinfónico 2018-2019, programa doble con el título de “Ídolos e ideales”, formado por el Concierto para piano n.º 3 de Beethoven y la Sinfonía n.º 7, Leningrado de Shostakóvich.
El escritor británico Julian Barnes publicó hace pocos años la novela El ruido del tiempo (Anagrama, 2016). Su protagonista es Dmitri Shostakóvich (1906-1975). En ella se relata gran parte de la vida del gran compositor ruso y su constante y difícil equilibrio en la vida político-cultural soviética, por un lado como representante de las vanguardias musicales, defensor de la libertad creativa y de un comunismo humanista, y por el otro como músico oficial del régimen estalinista. La recepción de la novela fue ambivalente, pues algunos críticos e historiadores (fundamentalmente conservadores) señalaron al escritor por haber seguido solamente algunas fuentes, las que dibujaban este retrato ambiguo de Shostakóvich como un “disidente secreto” en lugar de un acomodado y defensor acrítico del estalinismo. La disputa sobre las interpretaciones de la vida y obra de Shostakóvich vienen de lejos, y parece que continuarán por mucho tiempo más. No puede ser de otra manera cuando hablamos de un hombre con una obra tan influyente, con estos matices políticos y artísticos, y en una de las épocas más convulsas y oscuras de la historia de la Humanidad.
La última ópera
En 1934 estrenó la ópera Lady Macbeth del distrito de Mtsensk. Dos años después, en plena escalada del terror staliniano, el mismísimo Stalin asistió a una representación en Moscú, con presencia también del autor. A los pocos días se publicó en Pravda una demoledora crítica titulada “Caos en lugar de música”, que acusaba a la obra de ser una música “vulgar, primitiva, cacofónica y llena de música nerviosa y espasmódica”. La leyenda dice que el propio Stalin podría ser el autor de este texto. A partir de entonces no se volvería a representar, hasta 1962, años después de la muerte de Stalin. Shostakóvich caería en desgracia dentro del establishment y desde entonces tendría que cuidarse mucho de lo que hacía. Por ejemplo, no volvería a componer ninguna otra ópera (y con ello se perdió probablemente una parte muy importante de lo que podría haber sido su legado musical). Desde entonces sería un hombre con el miedo metido en el cuerpo, que necesitaría demostrar su fidelidad a las ideas comunistas oficiales, y que entraría y saldría del canon soviético en varias ocasiones. Habían quedado atrás los viejos tiempos de la cultura soviética en un ambiente de libertad creativa, de modernismo socialista, de las vanguardias artísticas que acompañaban, desde su autonomía, el proceso político en los primeros años tras la Revolución.1941. Leningrado (actual San Petersburgo) está asediado por el ejército nazi. Desde el 15 de septiembre la ciudad está completamente cercada y todas las comunicaciones con Moscú o cualquier otra parte, ya sea por carretera, ferrocarril, por el río Neva o por el mar Báltico, están cortadas. Las tropas nazis no tienen problema en esperar que el hambre y el frío vayan haciendo su implacable trabajo contra más de 3 millones de civiles encerrados en la vieja capital del imperio ruso. 872 días después, tras la victoria el 14 de enero de 1944, el saldo de muertos es escalofriante (la cifra oficial de civiles fallecidos que se estableció en los juicios de Núremberg fue de 642.000; las cifras de la Unión Soviética hablan de 1 millón o incluso más).
En este contexto Dmitri Shostakóvich escribe la sinfonía dedicada a Leningrado, la ciudad donde había nacido y donde vivió hasta el 1 de octubre de 1941, cuando se ordena la evacuación del compositor, por las escasas vías todavía abiertas. Tenía algunos fragmentos desde julio de ese año pero la terminaría de componer el 27 de diciembre de 1941, ya fuera de la ciudad.
El estreno absoluto se realiza el 5 de marzo de 1942 con la también evacuada orquesta del Bolshói en la ciudad de Kúibyshev (actual Samara), que era la capital provisional de la URSS mientras Moscú también estaba bajo el ataque de los alemanes. Ese mismo año se estrenaría en Londres y Nueva York, convirtiéndose de inmediato en un símbolo de la lucha antifascista, y, lo que es más importante, se estrenaría en la propia ciudad de Leningrado. El 9 de agosto de 1942, la increíble capacidad logística y el amor por el arte de los soviéticos vuelven a marcar un hito. La Séptima sinfonía logra estrenarse en la ciudad que le da nombre, a pesar del asedio. A duras penas el director Karl Eliasberg logra reunir a 15 supervivientes de la Orquesta de la Radio de Leningrado, se hace un llamamiento a músicos que estén luchando en el frente para completar la orquesta, las partituras llegan a la ciudad lanzadas desde un avión, en toda la ciudad se instalan grandes altavoces para que la población escuche la sinfonía interpretada desde el Grand Philharmonia Hall… toda una acción de propaganda para transmitir moral a los ciudadanos soviéticos y minar la de los nazis. La BBC emitió este documental en el que se relata la gesta.
Pero la Séptima adquiere por tanto una doble lectura. Por un lado es una obra antifascista y patriótica, del gusto de la jerarquía soviética. De otro, puede ser leída, entre líneas, también como una crítica de estos jerarcas que convirtieron la URSS en un país del miedo.
La obra “Leningrado”
La Séptima es la más larga de todas las sinfonías de Shostakóvich (entre 75 y 80 minutos). Requiere una orquesta de grandes dimensiones, con un gran cuerpo de cuerdas, y los vientos y la percusión enormemente reforzadas. El primero de los movimientos (que originalmente llevaba el título, luego eliminado, de “Guerra”) comienza con un “Allegretto” que dibuja un paisaje más o menos idílico, previo al desastre que está por acontecer. La parte central del movimiento es el conocido como “tema de la invasión”, un impresionante crescendo guiado por la caja (el tambor, al estilo del Bolero de Ravel) que dibuja una marcha militar a la que se van sumando, por turnos, los vientos (la flauta, el flautín, el fagot, los trombones, las trompetas…) hasta llegar a un clímax en el que parece romperse la armonía, casi a modo de distorsión, con el tempo accelerando, en un magistral retrato de la angustia de la guerra. El segundo movimiento (originalmente “Memorias”) muestra un ambiente mucho más reposado, en el que se repiten algunos de los temas del primero. El tercer movimiento (originalmente “La inmensidad de la patria”) tiene un tono fúnebre, con pasajes protagonizados por los violines. El cuarto movimiento (originalmente “Victoria”) muestra tintes orientalistas (la victoria del pueblo eslavo contra el invasor germánico) y llega a un clímax brutal y ensordecedor en el que los vientos y la percusión disfrutan del protagonismo. La maestría del director de la OCNE David Afkham quedó en este pasaje más que confirmada.Extraordinaria fue también la interpretación de la primera parte del programa, el Concierto para piano n.º 3 de Beethoven (estrenado en 1803), sobre el que no nos vamos a extender en esta ocasión. El veterano pianista catalán Josep Colom, que sustituyó casi a última hora al ruso Arcadi Volodos (San Petersburgo, 1972) por enfermedad de este último, dio un recital magistral. Tanto él como Afkham recogieron una sonora ovación del público.
Continúa el ciclo divulgativo “Descubre…” y los conciertos “En familia” acompañados de actividades infantiles (“Pintasonic”), así como un nuevo impulso para el ciclo de cámara “Satélites”, que incorpora el formato “Descubre XX-XXI”.
Es manifiesta la puesta por los músicos españoles y la creación contemporánea, con cuatro estrenos absolutos encargados por la OCNE a Jesús Rueda (Madrid, 1961), Fernando Buide (Santiago de Compostela, 1980), José María Sánchez-Verdú (Algeciras, 1968) y Josep Planells (Valencia, 1988), sin descuidar a los grandes intérpretes internacionales y los clásicos del repertorio.
Juanjo Mena continúa como director asociado y Christoph Eschenbach como principal director invitado, con dos programas cada uno, y Josep Pons, como director honorario de la OCNE, dirigirá un programa con obras de Poulenc y Stravinsky. Directores internacionales que se estrenan con la OCNE son Eiji Oue (Japón, 1956) y Jukka-Pekka Saraste (Finlandia, 1956). Repiten Simone Young (Australia, 1961), Antonio Méndez (Palma de Mallorca, 1984), Pedro Halffter Caro (Madrid, 1971), Krzysztof Urbanski (Polonia, 1982) y Emmanuelle Haïm (Francia, 1962).
Entre los solistas destacan Petra Lang (Alemania, 1962), Asier Polo (Bilbao, 1971), Rosa Torres-Pardo (Madrid, 1960), Vilde Frang (Noruega, 1986), Julia Fischer (Alemania, 1983), Frank Peter Zimmermann (Alemania, 1965) y Leonidas Kavakos (Grecia, 1967).
Si en la temporada 20/21 la OCNE tendrá cuatro salidas fuera de Madrid (Soria, Santander, Oporto y Verona), será en la temporada 21/22 cuando se espera una mayor presencia de la OCNE fuera de Madrid y fuera de España.
En cuanto a las grandes cifras, la temporada se compondrá de un total de 105 conciertos, con un presupuesto de 3,8 millones de euros; hay un incremento de la presencia de intérpretes españoles, que alcanza el 58%.
Continúa la política de precios variados, flexibilidad de modelos de abonos y descuentos (entradas de última hora por 1 euro para jóvenes hasta 30 años, por ejemplo) con el objetivo de facilitar el acceso a la mayor cantidad y diversidad de público posible.
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