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Música clásica
Nueva temporada 2019-2020
En los últimos días han dado comienzo las respectivas temporadas de música en diferentes instituciones madrileñas. Hoy comentamos el inicio del Ciclo Sinfónico de la Orquesta y Coro Nacionales de España (OCNE) con la Segunda sinfonía: ‘Resurrección’ de Mahler y el estreno de la temporada de ópera del Teatro Real con el Don Carlo de Verdi.
Desde luego que Mahler y Verdi son ya dos viejos conocidos de este blog, y su coincidencia en este inicio de curso es una muestra de su presencia constante (¿quizá excesiva?) en los teatros y auditorios madrileños (en este caso además para la apertura de temporada, con lo que adquieren si cabe mayor protagonismo).
La OCNE afronta esta nueva etapa con David Afkham ya como director musical plenipotenciario con una prometedora temporada, que, como ya avanzamos en un post anterior, nos traerá, entre otras hitos, la versión semiescenificada de la ópera Tristán e Isolda de Wagner (17 y 20 de octubre), la Misa en si menor de Bach, la Quinta de Shostakóvich, el Requiem de Mozart acompañado de obras también vocales de Ligeti, o la colaboración con la Compañía Nacional de Danza para interpretar el ballet Pulcinella de Stravinsky.
Este pasado fin de semana (4, 5 y 6 de octubre) el encargado de abrir el ciclo fue uno de los principales directores invitados, Christoph Eschenbach, que hasta 2017 fue director titular de la National Symphony Orchestra de EE UU y del John F. Kennedy Center for the Performing Arts en Washington DC, y actualmente dirige la Orquesta Konzerthausde en Berlín.
Parece que el auditorio logró un lleno completo durante las tres funciones, y la del domingo que pudimos presenciar fue desde luego un éxito aclamado por el conjunto del público. El torrente de energía que es la Segunda de Mahler se mostró en su máximo esplendor.
Mahler comenzó en 1888, con 28 años, a trabajar en un poema sinfónico, Totenfeir (Ritos fúnebres), que luego sería el primer movimiento de la Segunda sinfonía, que finalmente se estrenaría en 1895. Así que podemos decir, una vez más, que la reflexión sobre la muerte fue el origen de una de las obras de Mahler. Para cerrar el círculo, la inspiración definitiva para el movimiento final de la sinfonía le llegaría a Mahler en el funeral del director Hans von Bülow, donde escuchó el poema “Resurrección” de Friedrich Gottlieb Klopstock, y cuyos versos ligeramente modificados formaría el canto final de la sinfonía, en el que el Coro Nacional pudo lucirse.
Ya el primer movimiento tiene un tinte dramático, grandioso, con un cierto protagonismo de los cellos en el inquietante tema inicial, que se evoluciona a lo largo del movimiento hasta casi una marcha fúnebre. El segundo movimiento tiene un tono más alegre, a modo de recuerdo de los momentos felices de la vida. El tercero, el scherzo grotesco, avanza hacia un final vibrante, con importantes cambios de intensidad y ritmo. Pero es en los movimientos cuarto y quinto donde la obra alcanza todo su brillo, con las partes vocales. En el cuarto aparece el solo de la mezzo que finaliza diciendo “Pertenezco a Dios y a Dios quiero volver. / El buen Dios me dará su luz, / me alumbrará hasta la eterna vida celestial”. para pasar al quinto en el que se produce finalmente la ansiada resurrección tras la inevitable muerte (“¡Todo lo que nace debe perecer, / todo lo que muere resucitará!), con participación de la mezzo, la soprano y el coro: “De ti, dolor, que todo lo atraviesas / de ti, muerte implacable, / me he liberado. / Ahora has sido vencida”. El quinto movimiento, casi una sinfonía en sí misma que dura más de 30 minuto y con claros tintes del Anillo wagneriano, contiene varios temas, incorpora a las dos solistas vocales (la soprano estadounidense Marisol Montalvo y la mezzosoprano sueca Anna Lasson, que a mi juicio destacó muy encima de su compañera), pero incorpora también a una banda interna (músicos tras el escenario que a modo de fanfarrias dan la réplica al cuerpo principal de la orquesta), y hasta al órgano, interpretado por Daniel Oyarzábal. En definitiva, un final metafísico y monumental, que sonó majestuoso, aunque sin llegar a la excelencia, en manos de Eschenbach.
Una buena versión para escuchar es esta de Leonard Bernstein y la New York Philarmonic.
La “leyenda negra” de Don Carlos
Comentamos brevemente el montaje del Don Carlo de Verdi en el Teatro Real que pudimos presenciar el 4 de octubre, con presencia del tercer reparto (extrañamente un reparto para tan solo dos funciones de un total de catorce) en el que destacaron la Elisabetta de Roberta Mantegna, el Don Carlo de Alfred Kim, la princesa de Éboli de Ketevan Kemoklidze y el Rodrigo de Juan Jesús Rodríguez.Se trata de una obra que nos deja un poco fríos, a excepción de algunos pasajes memorables como el coro final del tercer acto, el auto de fe en el que se quema a los herejes. El montaje sobrio y estático de David McVicar, pero combinado con un vestuario historicista y desde luego muy logrado, no terminó de convencer.
Musicalmente entretenida, y bien e interpretada por coro y orquesta, no se hace larga a pesar de las casi cuatro horas de duración, pero parece una apuesta demasiado conservadora, quizá precisamente por tratarse de la apertura de la temporada.
La ópera fue un encargo de la Opéra de París que se estrenó en 1867, el tercero de los que les entregaría Verdi. La versión original en francés era especialmente larga y contenía los inevitables ballets que exigía el público parisino, pero casi desde su estreno conoció diversas versiones, ya en italiano, con partes amputadas según los gustos de cada lugar. En este caso pudimos ver una versión llamada “de Módena” en la que se restituye el primer acto, devolviendo así la unidad dramática inicial. Esta misma versión se puede escuchar por ejemplo de la mano de Georg Solti con Renata Tebaldi en la Royal Opera House en 1965.
Don Carlo cuenta la historia (ficcionada) del príncipe de Asturias Carlos de Austria (1545-1868), primogénito del rey Felipe II pero que no llegó a heredar el trono puesto que murió mucho antes que su padre. Carlos ha pasado a la historia como persona débil e inestable y enfrentado al rey, que lo terminó encerrando, lo cual desembocaría en su muerte. Este hecho contribuyó a alimentar la famosa “leyenda negra española”, según la cual el rey directamente habría matado u ordenado matar a su hijo. Todo parece indicar que aunque no fuera exactamente así no andaba muy lejos la cosa, y así lo consignaron Schiller en su obra teatral y Verdi en su ópera, entre otros muchos creadores.
Es interesante la figura de este príncipe Don Carlos, pasada por el tamiz romántico verdiano, que une en este caso la faceta de amante traicionado por su padre (que le roba a su amada) y que se convierte, quizá por ello, en un abanderado de los rebeldes independentistas flamencos que se sublevan contra el rey. No deja de ser interesante, en el actual panorama político español y catalán, imaginarse la lectura que podrían hacer los actuales reyes de España, que asistieron al estreno del montaje teatral el 18 de septiembre. Felipe VI, con su radical discurso unionista del 3 de octubre del 2017 (hace justo 2 años) hizo honor al nombre de su tocayo Felipe II. Puestos a jugar con la imaginación, ¿temerá Felipe la posibilidad de que la princesa Leonor, a modo del Don Carlo, pueda terminar empatizando con los pueblos que se rebelan contra el rey?
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