Coronavirus
El futuro o la nada

¿Qué impide medidas rotundas y radicales? Nos estamos jugando lo que somos

Periodista y escritor

2 abr 2020 06:00

Para el ciudadano confinado en su casa, le será difícil tragar lo que está pasando en esta pandemia.  Recuérdese que el primer contagio se produjo en Wuhan el 1 de enero y tres meses más tarde el presidente Donald Trump activa una Ley de Protección de Defensa, promulgada en 1950, cuando la Guerra de Corea, y obliga a General Motors a fabricar respiradores para los afectados. En este tiempo ha estado burlándose del “virus chino” y ahora su país ofrece una cifra récord de contagiados. ¿Y qué decir del primer ministro inglés Boris Jonhson y de su idea “científica” de dejar que todos se contagien para inmunizarse? Él mismo está confinado en Down Street, infectado. Nosotros nunca nos hemos burlado de la pandemia. Al contrario, nos hemos confinado con resignación y civismo y aplaudido el sacrificio de aquellos que arriesgan sus vidas sin medios suficientes. Nos falta mascarillas (símbolo-enigma de este caso), respiradores, test, etc. Aún no hemos alcanzado el dichoso “pico de la curva”. ¿Por qué, cuando se declaró el estado de alarma, no vimos lo que ahora ve el “iluminado” Trump, es decir, la necesidad de reconvertir algunas industrias dentro de una “economía de guerra”, en vez de comprar en un “mercado altamente competitivo y especulador”? Cuando escribo esto aparecen los primeros camiones para desinfectar mi calle. Imágenes así las vimos en China en los primeros días de la epidemia. ¿Cuándo saldremos también a contemplar los almendros en flor? Hay muchas más cosas que preguntar y no siempre son fáciles de responder.

Pero yo voy a arriesgar una analogía sobre el discurso que oficialmente se viene enunciando. Tiene que ver con el tiempo en esa narrativa. Se ha actuado siempre “según lo requerían los acontecimientos”. Es decir, desde el presente, vueltos al pasado. Se han contagiado tantos, han muerto tantos. Estadísticas de los que ya se han contagiados, ya han muerto. Pues bien, Jean Paul Sartre, al analizar el tiempo en El ruido y la furia de William Faulkner, observa que el narrador se instala en un presente que mira al pasado. “Los héroes de Faulkner –no dice Sartre en su crítica de 1939-  siempre miran atrás a medida que el carromato los conduce hacia adelante…”. Pero, aunque Sartre se siente viviendo en un “tiempo de revoluciones imposibles”, ese “tiempo sin reloj” de Faulkner obedece a una metafísica equivocada, pues “el Ser está todavía determinado por una auto-anticipación y una esperanza”. Pese la evidencia de las nefastas consecuencias del Estado neoliberal, en esta crisis una metafísica parecida ha imposibilitado medidas rotundas y radicales (la humanidad es la raíz de la vida: eso es el humanismo) que se han manifestado en vacilaciones, vaivenes y contradicciones de unos y otros. Nuestro gobierno no ha sido el único, ni siquiera el que más. La lucha se libra también entre bastidores en un espacio más amplio. Pero predecir hacia dónde vamos no es fácil, y será  la realización de la conciencia de la humanidad, de su libertad y responsabilidad histórica, la que impulse hacia el futuro o, si no, la vida seguirá siendo lo que puso Shakespeare en boca de Macbeth: “una historia narrada por un idiota llena de ruido y furia y que no significa nada”.

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