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Coronavirus
Sobre la libertad de expresión, bulos y algunas verdades
Nuestras capacidades para entender y enfrentarnos a lo que nos rodea, dependen de las categorías que usemos y del margen que tengamos para una afirmación libre.
Lo de la libertad da lugar a casos curiosos. Por ejemplo, esta esa anécdota de Fernando de los Ríos en su entrevista con Lenin y donde quiso saber qué había de la libertad y el ruso le respondió: “¿Libertad para qué?” De seguro que el socialista español no estaría pensando en la libertad para reinstaurar el feudalismo zarista, pero tal vez Lenin sí. O ese neofascista que es capaz de llenarse la boca tanto de la apología al franquismo como del derecho a la libertad de expresión. O el neoliberal que afirma que defienden la libertad más que nadie, y a nadie, pese a los recortes sociales que sus políticas han aplicado estos años desde la crisis de 2008, se le ocurre preguntarle: “¿Libertad para qué?”. Es peliagudo el tema. Fíjense, si no, ¿qué le diría usted a quien, en estos días aciagos, se le ocurriera protestar porque, según él, se le obliga a confinarse en su casa y lo considera como un arresto domiciliario? Que lo encerraran, ¿verdad? O ese caso clásico del debate jurídico sobre quien en un teatro atestado de gente gritara falsamente “¡Fuego!”
Pero vamos a lo del fascismo. Ahora se escuchan elogios de quienes ven en China un sistema adecuado para contener una enfermedad como la causada por el coronavirus. China es ejemplo perfecto del capitalismo económico más totalitarismo político, es decir, de fascismo, según la definición del profesor Elías Díaz. La que ofreció el búlgaro Gregori Dimitroff, en los años ´30 referida a Alemania y satélites, como “la dictadura terrorista de los elementos del capital financiero más reaccionarios, chovinistas e imperialistas”, es más precisa y cercana a los hechos, pero Dimitroff era stalinista y eso puede (o no, según el cristal del ojo que lo mire) restarle hoy credibilidad.
En cualquier caso, se olvida que de la ciudad china de Wuhan viene el virus. Y, aunque se debe considerar que la novela Los ojos de la oscuridad, de Dean R. Koontz, 1981, que sitúa en esta ciudad el origen de una pandemia por un virus fugado del Instituto de Virología de Wuhan, no puede ser más que la coincidencia de la fantasía y nuestra realidad, hay otras teorías conspiranoicas. Una reciente, que se lee en la Red, afirma que “China se convirtió en el accionista mayoritario de las empresas radicadas en el país por europeos y estadounidenses. Xi Jinping aprovechó el pánico de los “mercados” por el coronavirus y compró acciones de empresas a precios regalados”. ¿Es esto cierto o un bulo infame? Y, si fuera falso, ¿entraría dentro de la libertad de expresión? ¿Y, si fuera cierto, no habría que tomar medidas contra China (no en los ciudadanos chinos, que no habrían sido más que víctimas, “daños colaterales” o “fuego amigo”) por exportar una pandemia? Algo así como el Juicio de Núremberg.
¿No es el fascismo un patógeno ideológico, totalitario, que causó guerras y genocidios? Esto no parece que se pueda negar y, sin embargo, no hace mucho escuchamos decir a agentes de la ultraderecha que “el fascismo es libertad”.
O, dicho de otro modo, si estamos “en guerra”, como lo calificó Macron, Trump, Sánchez o yo mismo, y Merkel lo remacha al declarar que Europa no ha vivido un momento así desde la IIGM; si estamos en guerra, repito, una vez derrotado el enemigo, ¿no habría que pedirles responsabilidades, no al Covid-19, que es solo un agente infeccioso microscópico que no entiende de ética ni moral ni de derechos humanos ni siquiera de la distinción entre humanos y animales, sino al Gobierno chino que lo habría, en este supuesto, utilizado como arma química? Incluso si hubiera sido involuntario, es decir, debido a la costumbre china de comerse todo lo que se mueve y trasladar el virus de los animales a la cadena alimentaria de los humanos, ¿no se castiga el homicidio involuntario?
Finalmente, y en última instancia, ¿no es el fascismo un patógeno ideológico, totalitario, que causó guerras y genocidios? Esto no parece que se pueda negar y, sin embargo, no hace mucho escuchamos decir a agentes de la ultraderecha que “el fascismo es libertad”. Es una frase tremenda que llama la atención de los españoles libres del presente, justamente porque nos interesa mucho la libertad del futuro. ¿El sistema que nos privó de la libertad en el pasado nos daría la libertad en el futuro? Hay un caso ejemplar del pasado que nos puede dar que pensar estos días. Ocurrió cuando Giménez Caballero, introductor intelectual del fascismo en España, llevado de su celo ideológico, visitaba las cárceles de los vencidos en la Guerra Civil, pretendiendo enfrentarse dialécticamente con los presos, desde liberales a anarquistas. Los presos, cuyas vidas pendían de un hilo, callaban. Y, entonces, nuestro ideólogo fascista se volvía hacia los discípulos que le acompañaban y con un gesto de suficiencia exclamaba: <<¡Ven ustedes cómo no llevan razón! ¡No pueden ni contestar!>>. Yo diría que es una libertad de expresión muy condicionada y que es preferible la de una democracia donde en libertad se puede responder sin temor. Pero considérelo usted. Yo, en estas especulaciones, paso las horas en estos días de confinamiento.