Opinión
No son vectores, son niños y niñas

Para el futuro, deberíamos plantearnos que quizás una estrategia de inversión en residencias o en atención domiciliaria de calidad hubiese evitado más muertes que la reclusión de niños y niñas.

Niños sufrimiento confinados
David F. Sabadell Laura, de 5 años, con una una rabieta durante el confinamiento.
Es socióloga
23 abr 2020 06:34

Una de las realidades que ha puesto de manifiesto la crisis del coronavirus es nuestra facilidad para estigmatizar al “otro”. Primero fueron las personas chinas, después las italianas y las gitanas, el personal sanitario y finalmente las niñas y niños. La infancia de nuestro país ha sufrido el confinamiento más largo y estricto de Europa, mucho más estricto que el que hemos vivido las personas adultas, quienes durante estos 43 días hemos podido salir a comprar o a sacar dinero.

El confinamiento de la infancia se ha basado en dos premisas muy cuestionables: que los niños y niñas son importantes vectores de contagio del virus y que el confinamiento domiciliario no tiene repercusiones importantes sobre su salud.

Es bien sabido que los niños y niñas juegan un papel importante en la transmisión de virus como el de la gripe. El desconocimiento inicial nos hizo inferir que quizás jugaban un papel similar en la transmisión del sars-covd-2, aunque esta afirmación debería haberse realizado siempre con cautela, puesto que no había aún evidencia suficiente. Paralelamente, algunos estudios realizados en China apuntaban que era posible que los niños y niñas se infectasen igual que las personas adultas aunque fuesen con mayor frecuencia asintomáticos.

A partir de aquí se generó un discurso alimentado por el miedo al que contribuyeron responsables políticos, autoridades médicas e influencers varios de la infancia como peligroso vector de contagio. Ya que nos preocupan tanto las fake news (en castellano, paparruchas), seamos responsables y no alimentemos discursos insuficientemente probados, menos aún cuando contribuyen a la estigmatización de un colectivo.

Cuando a principios de año se generó un clima de rechazo a la comunidad china, nuestras autoridades corrieron a aparecer en los medios para frenarlo. Cuando empezó a haber un clima “antiniños”, no sólo no intentaron cortarlo sino que fueron las primeras en alimentarlo. Así, mientras se increpaba e insultaba a niños que tenían derecho a estar en la calle por ser de familias monoparentales o por tener autismo teníamos que escuchar al Ministro Illa afirmar que “la infancia es un vector de transmisión del virus” o a una importante epidemióloga decir que dejar salir a los niños a la calle “es peligroso”.

Ni siquiera la aparición de indicios que podrían cuestionar que el papel de los niños y niñas en la transmisión de este virus sea más importante que el que juegan otros sectores de edad han hecho que sus afirmaciones se tornen más cautas. Sin embargo, en los países que más tests han realizado (Corea del Sur o Islandia, por ejemplo), los niños y niñas son el sector de población con menos positivos.

Un estudio publicado en 2013 concluía que los niños y niñas que fueron confinados con sus padres cuadriplicaban los síntomas de estrés postraumático respecto a los que no lo fueron 

Otros estudios apuntan a que las personas sintomáticas y presintomáticas podrían ser los principales vectores de contagio, siendo mucho menos importante el papel de las personas asintomáticas. Según datos que acaban de ser publicados, casi el 70% de fallecimientos con covid en nuestro país se han producido en residencias para personas mayores. Para el futuro, deberíamos plantearnos que quizás una estrategia de inversión en residencias o en atención domiciliaria de calidad hubiese evitado más muertes que la reclusión de niños y niñas.

Más cautela se debería tener también en relación a la segunda premisa, que el confinamiento no tiene impacto sobre la salud de nuestra infancia. La reclusión domiciliaria estricta de siete millones de niños y niñas es un experimento cuyas consecuencias se desconocen. Sin embargo, disponemos de revisiones científicas que reportan secuelas a medio y largo plazo incluyendo insomnio, depresión o estrés postraumático en personas confinadas durante nueve días, con diferencias significativas por cada día adicional.

En relación a los efectos sobre la infancia, un estudio publicado en 2013 concluía que los niños y niñas que fueron confinados con sus padres cuadriplicaban los síntomas de estrés postraumático respecto a los que no lo fueron. La OMS, por su parte, recomendó desde el principio que las medidas adoptadas garantizasen una hora diaria de actividad al aire libre para niños y niñas.

Somos muchas las que, estando 24h al lado de nuestros hijos e hijas, los vemos cada día más irritables y ansiosos, menos activos, más apáticos. Estudios preliminares que se están publicando revelan el incremento del tiempo de uso de pantallas, una reducción drástica del ejercicio físico y un empeoramiento de los hábitos alimenticios. Sabemos también que muchos menores viven en pisos sin luz natural ni espacio suficiente y que muchos otros sufren violencia y/o abusos sexuales en casa.

No se pueden anular derechos y libertades fundamentales “por si acaso” o, de hacerse, debe hacerse de forma muy puntual, excepcional y acotada en el tiempo

¿Cuántos niños y niñas han visto o evaluado durante estas semanas los pediatras, expertos y autoridades que afirman rotundamente que “los niños” así en general lo están llevando bien? ¿Podrían indicarnos los estudios en los que se basan para estar tan seguros que el confinamiento no va a tener efectos a medio y largo plazo? Confío que para la mayoría de nuestros niños y niñas este periodo no tendrá un impacto importante, como también sabemos que el covid-19 no dejará secuelas en la mayoría de personas que lo padezcan. Sin embargo, se han adoptado medidas increíblemente drásticas para frenar el virus pensando en la minoría de la población que sufre complicaciones, no en la mayoría que presenta síntomas leves. De igual forma, las medidas que se adopten en el futuro respecto a la infancia debieran poner el foco sobre la minoría que quizás sí tenga secuelas como consecuencia del confinamiento.

Nos cuesta mucho aceptar que hay cosas que no sabemos, a “los expertos” los primeros. No obstante, la realidad es que a día de hoy nadie tiene aún datos concluyentes sobre el papel que juegan los niños y niñas en la transmisión del covid-19 ni sobre los efectos que tiene un confinamiento estricto sobre la población infantil.

Hoy por hoy, afirmar categóricamente que los niños no son un vector de contagio importante del sars-covd-2 sería poco prudente, tan poco prudente como afirmar que sí lo son o que este encierro no les va a afectar. Frente a la falta de datos, hay quienes consideran que más vale ser cautos y confinarlos “por si acaso”.

Por el contrario, partiendo del principio de primum non nocere no se pueden adoptar medidas que sabemos lesivas “por si acaso”. No se pueden anular derechos y libertades fundamentales “por si acaso” o, de hacerse, debe hacerse de forma muy puntual, excepcional y acotada en el tiempo. Sabemos, por ejemplo, que “los hombres” juegan un papel importante en las agresiones sexuales. En realidad, sabemos que son unos pocos hombres, pero como no sabemos quiénes son exactamente ¿sería justificado que confináramos a todos los hombres, culpables e inocentes, de 20h a 7h indefinidamente “por si acaso”? Los asaltos nocturnos probablemente se reducirían y muchas nos sentiríamos más seguras al volver a casa, pero ¿sería aceptable?

En nuestras mentes quedó grabada la imagen de Chenta Tsai desfilando en la Madrid Fashion Week con el lema “No soy un virus” pintado en el torso. Temerosa del impacto que pueda tener la estigmatización de la infancia que hemos vivido las últimas semanas, parece necesario recordar que nadie es un virus, nadie es un vector de contagio; todas y todos somos personas que de vez en cuando padecemos virus y, en ocasiones, contagiamos. Parece que a partir del día 27 los niños y niñas podrán salir de forma controlada a la calle, esperemos que entonces no sean tratados como vectores de transmisión sino como personas que están ejerciendo sus derechos.

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