Culturas
Servando Rocha: “La modernidad de Madrid está edificada con la sangre de la gente”

En su nuevo artefacto, situado entre la literatura y la investigación histórica, Servando Rocha cartografía espacios de Madrid donde se registraron experiencias insólitas que han permanecido en el olvido durante mucho tiempo.
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Servando Rocha, autor de ‘De fuego cercada’, una geografía secreta de Madrid. Álvaro Minguito

Escritor, editor, abogado en excedencia y otrora batería en grupos de música punk, Servando Rocha (Santa Cruz de la Palma, 1974) ha logrado convertir en modo de vida su pasión por los arrabales de la cultura y las historias poco estudiadas. Agente provocador a jornada completa en la trinchera de La Felguera —editorial que creó en 1996 como una publicación esporádica, transformada posteriormente en base de operaciones desde donde ha impulsado acciones controvertidas, situadas entre el arte tronado y la denuncia política—, su nombre salió del anonimato y del círculo de fieles habituales en abril, cuando pronunció un discurso durante el acto de presentación de la Noche de los Libros. Rocha aprovechó la ocasión para escupir a la cara de los cargos públicos de la Comunidad de Madrid allí presentes su responsabilidad por los fallecimientos en las residencias de mayores durante la pandemia de covid19 y por la imposibilidad de encontrar vivienda en una ciudad como Madrid. Según cuenta, ese discurso, una excelente intervención en la opinión pública desde el mundo cultural, trajo cola y ha acarreado algún inconveniente a Alianza, la editorial que publica la nueva obra de Rocha, De fuego cercada.

Si en Historia de un incendio (La Felguera, 2006) desveló los rastros (de carmín, siguiendo a Greil Marcus) que vinculan a vanguardias artísticas con movimientos revolucionarios; en El ejército negro (La Felguera 2015) estudió a una banda de moteros negros en la América profunda; y en Todo el odio que tenía dentro (La Felguera, 2021) se acercó a las peleas juveniles, en el cuadrilátero y en la calle, durante los últimos años de la dictadura de Franco; lo que propone Rocha ahora es un paseo por las anomalías que suceden en la ciudad de Madrid. Indetectables en el día a día, pero, según el autor, parte sustancial que conforma la historia de la urbe.

Sirviéndose del recurso del manuscrito encontrado, en este caso un álbum de fotos perteneciente al oftalmólogo José Ribalta Camós, un personaje ficticio, Rocha camina desde el kilómetro cero de la Puerta del Sol en línea recta hacia el norte de la ciudad, siguiendo los pasos de Ribalta Camós cuando desapareció en 1916. Artefacto híbrido, De fuego cercada cuenta qué pasó con el oftalmólogo y también los resultados de las investigaciones de Rocha durante sus trayectos a pie por Madrid. En las páginas se detiene en el Café Pombo y las tertulias literarias organizadas allí por Ramón Gómez de la Serna, de alto voltaje político en los años previos a la guerra civil; en las historias de terror de la iglesia del Carmen, ubicada en el solar al que se trasladó el primer gran prostíbulo que existió en la ciudad; o en el despacho del nazi Otto Skorzeny en la calle Montera, donde hizo negocios plácidamente en la posguerra, protegido por Franco.

Para preparar el libro, Rocha leyó documentación sobre, por ejemplo, el alcantarillado en la capital en el siglo XVI y se citó con personajes como el fotógrafo Alberto García-Alix, Virginia Mayalde, bisnieta de uno de los últimos enterradores de Madrid, el escritor psicogeógrafo Iain Sinclair, el médium televisivo Aldo Linares o Perucha. “Tienes que entrevistarlo: tiene un barco con mástil dentro de su taller de bicis en La Ventilla”, sugiere con admiración sobre este último. Rocha también explica cómo es su método de trabajo: “Cuando uno tiene la mirada enfocada suceden cosas, el paisaje cambia”.

¿Por qué nos has citado en la iglesia del Carmen?
La iglesia del Carmen refleja un poco el tipo de relato que quería contar. No es la historia oficial sino casi una especie de espiritismo, invocar a los espectros del pasado, que siguen estando ahí, no se han ido. En una ciudad como Madrid no se han ido. Están en las personas que quedan vivas, pero también en la memoria de la piedra, en los edificios, en la arquitectura, en el subsuelo… Madrid es un lugar en el que miras a las alturas y encuentras cosas flipantes, como una especie de sinfonía del paganismo en las estatuas, pero mirando hacia abajo también encuentras cosas increíbles porque Madrid es Mayrit, una ciudad edificada sobre agua.

La iglesia del Carmen coincidía con mi línea perpendicular siguiendo los caminos del deseo, que son caminos creados de forma azarosa por el paso de las personas o los animales. Hoy en día puedes ir a Londres u otras ciudades siguiendo los caminos del deseo, de hecho hay guías. Mi camino del deseo fue esa línea perpendicular hacia el norte, que arranca en el kilómetro cero aunque en realidad arranca un poco antes, en la calle de la Cruz porque allí vivía en 1869 Henry Morton Stanley. Es corresponsal del New York Herald y vive allí cuando recibe el famoso telegrama que le dice que vaya a París para buscar al doctor Livingstone. Que alguien como él estuviera en Madrid y fuera en busca de las fuentes del Nilo y que, cincuenta años después, el oftalmólogo José Ribalta Camós desapareciera dejando un álbum misterioso, también siguiendo los caminos del deseo, fueron los hechos que me hicieron ver que ahí estaba mi manera de escribir un relato sobre Madrid. Es un ensayo donde se mezclan muchas cosas y, al mismo tiempo, se intenta resolver un enigma, qué pasó con Ribalta Camós.

La iglesia del Carmen simboliza el gran acto iconoclasta de la guerra civil, posiblemente una fotografía incómoda incluso para los republicanos y anarquistas. Eso que se habla de los incontrolados durante la guerra civil es real. Se pensaba que Madrid iba a caer en cuestión de semanas, pero no fue así. El milagro de Madrid, como dijo Emma Goldman. Ese sacrificio tan bestial de seres humanos bajando por la calle Segovia para parar a un ejército organizado. Nadie daba un duro por Madrid, el Gobierno se traslada a Valencia pero Madrid resiste. Es verdad que había bandas de incontrolados y una de ellas toma la iglesia del Carmen. Lo hace en nombre de la CNT, pero no eran cenetistas, habían falsificado documentación. Me llamó la atención que dentro de la iglesia había decenas de cadáveres momificados, posiblemente monjes del antiguo convento que hubo allí, y también bebés. Esta banda saquea la iglesia y crea un circo de los horrores, cobran entrada en la puerta, hacen negocio con lo que hay allí. Un periodista simpatizante de los golpistas publica un reportaje sobre esto que hace mucho daño a la república o a la lucha antifascista. Lo que refleja es casi una instalación artística, utilizando velas colocan los cadáveres en distintas posiciones. Los dos líderes de ese grupo fueron fusilados a finales de ese año por los propios anarquistas. Me parece una historia interesante, y yo siempre intento buscar los vestigios. En la pared de fuera hay un memento mori muy desconocido. Sé que no es muy antiguo, es posterior a la guerra civil. No sé qué pone en las tres líneas de texto, pero mi teoría es que la iglesia colocó allí todos los huesos que estaban dispersos, una vez que recuperó el edificio en 1939.

El pasado nunca es pasado, esto es algo que me obsesiona y es lo que intento con mis libros y con La Felguera: hacer que los muertos del pasado se paseen por el presente de los vivos

Este episodio es una de las muchas historias que cuentas en el libro, ¿qué valor tienen frente a la Historia con mayúscula?
Creo que, en el caso de la guerra civil, a veces no sabemos la historia de la gente. Cuando vamos a épocas pasadas, edades más antiguas, el Madrid árabe, por ejemplo, del que hay un gran vacío, las fuentes suelen ser las grandes biografías de grandes personajes, los reyes por ejemplo. Pero a través de esas historias no puedes conocer cómo vivía la gente. El pasado nunca es pasado, esto es algo que me obsesiona y es lo que intento con mis libros y con La Felguera: hacer que los muertos del pasado se paseen por el presente de los vivos. El pasado nunca desaparece del todo, está en los vestigios, en las huellas, pero necesitamos encontrarlas, enfocar la mirada.

Esa historia de la gente es lo que hace Carlo Ginzburg, autor de El queso y los gusanos.
Me flipa. Es eso, sí. Filósofos como Kracauer u otros que miran los intersticios de la historia. Por medio de esos ecos del pasado podemos entender lo que somos. En España tenemos el problema de que no sabemos qué fuimos y cada vez hay más esa desmemoria, se cuestionan incluso la verdad y la historia. Este tipo de investigaciones, de paseos —en parte psicogeografía, en parte no—, me sirven para reencantar la ciudad, para convertir una ciudad cada vez más hostil para la vida en un lugar con potencias reales, que existen, sobre el territorio. Es ese otro Madrid que está ahí, el Madrid de la gente. De la guerra civil conocemos los grandes hechos, pero me interesan el efecto de la oscuridad, por ejemplo, los apagones en la vida cotidiana, el calor en julio de 1936…

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Servando Rocha, en la entrada de la iglesia del Carmen, en Madrid. Álvaro Minguito

¿Cuál es el nexo entre todas esas historias que cuentas en el libro? Quizá en un paseo se vea más claro, pero en el libro resulta más difícil encontrarlo.
No es toda la historia de Madrid, pongo el foco en las cosas que me interesan —bombardeos, incendios, iglesias desaparecidas, casas, arroyos, cementerios ocultos— allí por donde pasa la línea del paseo. A partir de la segunda mitad del libro hay más sensación de movimiento, cuando llego a Cuatro Caminos, Tetuán, porque la Puerta del Sol me atrapó y tuve que reducir bastantes páginas de lo que había escrito. Sigue siendo un lugar de la gente y por eso ese odio feroz de la derecha y la extrema derecha por la Puerta del Sol. Giménez Caballero planeaba incluso destruirla.

Más recientemente, ahí estuvo la acampada del 15M.
Sigue sucediendo, se ve cuál es el centro de la ciudad. La Puerta del Sol es un sitio modesto, como cutre. Para el poder político, el centro de la ciudad es la Cibeles, es lo que han querido siempre. Por cierto, Giménez Caballero está en el Reina Sofía, no digo que no deba estar pero nadie habla de la cancelación de un tío abiertamente pronazi que odiaba Madrid.

El nexo de unión es el paseo que doy, que está ficcionado. Lo hice una mañana, empecé a las 6:55 y terminé sobre las 16:00 en El Pardo. No sabía si iba a poder salir de la ciudad, por desorientación, barreras arquitectónicas… Cuando llegas al barrio del Pilar, Mirasierra, la ciudad se está descomponiendo, es una ciudad irreal. Mirasierra es un decorado. Está allí la embajada de Siam. Es un barrio creado por los hermanos Banús, con un pasado esclavista. Son la mano derecha del régimen franquista, a uno de ellos se le da la concesión del Valle de los Caídos. Es algo que no se cuenta, la modernidad de Madrid está edificada con la sangre de la gente. El Canal de Isabel II se hizo con mano de obra esclava, de presos que murieron en las obras.

Está bien hablar de Quevedo, de Felipe II, pero necesitamos que la historia de Madrid se cuente nuevamente y de otra manera. Tú vas por la calle y ves impactos de la guerra civil, se siguen haciendo tropelías urbanísticas

¿Con este libro intentas opositar al puesto de cronista de la otra villa de Madrid?
Leo a los cronistas oficiales de la Villa de Madrid. Pongo el oído cuando escucho a los guías que inundan Madrid. Está bien hablar de Quevedo, de Felipe II, pero necesitamos que la historia de Madrid se cuente nuevamente y de otra manera. Tú vas por la calle y ves impactos de la guerra civil, se siguen haciendo tropelías urbanísticas. Es necesario reconciliarnos con Madrid sabiendo que es un lugar donde, como dijo Baroja, la luz y la oscuridad están muy cerca. Lo vemos hoy, en el presente. Es necesario saber qué ciudad habitamos. Creo que Marx dijo algo así sobre que las ciudades se parecen a los hombres que las habitan. Madrid se parece a las personas que la habitan. Es un lugar que siempre ha acogido a los inadaptados.

Los personajes contradictorios dan riqueza a la historia de Madrid, pero muchas veces la historia oficial crea un traje hecho a medida, amable, fácil, cómplice

¿Existen en la actualidad en Madrid personajes y acciones como las que rescatas en el libro? Gente como el arquitecto Antonio Palacios y su proyecto de hacer una Gran Vía aérea después de la guerra, o el propio García-Alix. O, por decirlo de otra manera, ¿se podría escribir un libro como este dentro de doscientos años?
Sin duda, y se escribirá. El problema es que la nada avanza y se lo está llevando todo. El Colegio de Arquitectos hizo una retrospectiva de Antonio Palacios donde estaba toda su obra. ¿Toda? No, este proyecto fascista estaba silenciado totalmente. A veces intentamos que la historia sea un traje hecho a medida a gusto de cada cual. Gómez de la Serna, por ejemplo, huye cuando en el Círculo de Bellas Artes le plantean su compromiso con la república, le piden que sea Maxim Gorki, y dice esa frase tan Gómez de la Serna de que no le venía bien porque estaba un poco enfermo. Tuvo luces y sombras, igual que Baroja, que apoyó a Alemania en la Primera Guerra Mundial, o Valle-Inclán cuando en 1934, siendo director de la Academia de Bellas Artes de Roma, alabó a Mussolini en una entrevista. Es verdad que a las dos semanas le llamó botarate en otra entrevista. Los personajes contradictorios dan riqueza a la historia de Madrid, pero muchas veces la historia oficial crea un traje hecho a medida, amable, fácil, cómplice. Aquí nos falta una mitología propia, posiblemente lo más cercano sea el mundo árabe, que es incómodo para el nacionalismo patriotero.

Dicen que no existe, cuando la fundación de Madrid es árabe.
Y donde todavía se ven muchos vestigios.

Te lo preguntaba porque da la impresión de que ahora está todo más uniformizado, que ya no hay esos personajes excéntricos.
Hay tradiciones que terminan y ya no van a volver. Alberto García-Alix pertenece a una tradición que cuando termine ya no va a volver. Habrá otras tradiciones nuevas y tendremos que entender ese mundo. El problema es que el mundo, y más después de la pandemia, es otro. Los consensos han saltado por los aires. Hay un genocidio en Palestina y estamos aquí como si nada, el consenso de los derechos humanos después de la Segunda Guerra Mundial ha saltado por los aires, la idea de progreso… Es un mundo de punto cero, el mundo actual empieza en el 11S. Y eso lo utilizan aquellos que intentan hacer un relato maniobrero en el que se pone en cuestión hasta que hubo una dictadura en España. En determinadas verdades no podemos ceder ni un centímetro porque si lo hacemos, quienes vengan detrás cederán más.

Crecí siendo un chavalillo en los años 80 viendo en la tele los atentados del GAL y a nadie le importaba eso. Esos muertos los llevamos en la espalda, no desaparecen de la noche a la mañana, esa oda a la violencia consensuada, tolerada y aplaudida en España nos va a perseguir

¿Por qué te fijas en personajes despreciables tanto humana como políticamente, como el fascista Ernesto Giménez Caballero, cuando existen otras historias del pueblo de Madrid que merecen ser recordadas?
La historia, como la naturaleza humana, es contradictoria. Nuestro expediente no está del todo limpio. Somos ángeles y demonios. Madrid es un ciudad que es lo que es a base de heroicidades, como la defensa de la ciudad durante la guerra, y tropelías, claramente. Y todo eso hay que contarlo. Es como la interpretación que se hace de Goya cuando refleja los desastres de la guerra. Hay un quorum absoluto en las instituciones, pero Goya no solamente está diciendo que los franceses eran unos canallas, sino también los españoles, salvajes y bárbaros. Somos eso, Millán Astray, la Legión Española, el culto a la muerte que sigue sorprendiendo.

Personajes como Giménez Caballero son fascinantes, a través de él puedo hablar de proyectos urbanísticos en Madrid tras la guerra y de cómo se crea una especie de consenso de qué tipo de ciudad va a ser cuando ya ha caído. Somos la suma de todas esas violencias. Después de cuarenta años de dictadura, yo crecí siendo un chavalillo en los años 80 viendo en la tele los atentados del GAL y a nadie le importaba eso. Esos muertos los llevamos en la espalda, no desaparecen de la noche a la mañana, esa oda a la violencia consensuada, tolerada y aplaudida en España nos va a perseguir. En Madrid, los 7.291 muertos por los protocolos de la vergüenza no desaparecen, los llevamos a cuestas y los entregamos a las generaciones que vienen después.

Yo elijo poner el foco en, por ejemplo, una ciudad supuestamente cristiana, como quieren las autoridades políticas, pero que en realidad es una ciudad absolutamente pagana.

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Servando Rocha propone paseos para reencantar la ciudad. Álvaro Minguito

Una frase llamativa del libro: “Madrid siempre fue un inmenso lupanar”. ¿Sigue siéndolo?
Los bajos fondos de Madrid tienen una cosa curiosa, que no sucede en París o Londres, y es que es una ciudad pequeña, al menos hasta la posguerra. Y sigue siendo una ciudad caminable. Los bajos fondos no suelen empezar en el centro. En algunas calles del centro de Madrid, sin embargo, hay determinadas calles —y esto tiene que ver en parte con la psicogeografía— que siguen dando esa sensación penumbrosa, opresiva, laberíntica, retorcida: calle Desengaño, Jardines, Encomienda, Juanelo, Montera…

Cuando se empezó a diseñar el nuevo matadero de Madrid a principios del siglo XX, encargado a Luis Bellido, este hace un tour por Europa para ver qué modelo productivo es el más idóneo, fijándose en otros mataderos. Le convence el de Dresde, que posteriormente se utilizaría como modelo para los campos de concentración. Lo  hacen al lado del Manzanares para poder tirar los desperdicios al río. Se empieza a higienizar el centro, las prostitutas empiezan a ser expulsadas, las cárceles y los mataderos se desplazan.

Pero hoy pasas por la calle Jardines y se ven muchos turistas con sus maletas.
Sí, ese laberinto de bajos fondos está muy mezclado en Madrid. Es un caos de ciudad, lo que tiene un lado horrible de falta de planificación pero eso hace que cada calle sorprenda a la vista.

¿Se puede establecer un paralelismo entre el Madrid del primer tercio del siglo XX y el del primer tercio del siglo XXI?
Madrid es el poder político. En 1900 se tenía el complejo de que España ya no iba a ser nunca un imperio y se hicieron todo tipo de barbaridades en Marruecos, por ejemplo. España siempre pierde y siempre hay ese intento de crear una historia que nos dé la razón y eso se hace cometiendo atentados históricos. Se reivindica la figura del Cid Campeador, que fue un mercenario cuando España no existía, y de pronto Aznar sale disfrazado del Cid. Ese intento por ser lo que nunca fuimos también sucede hoy en día. Me acuerdo del momento culmen de ese delirio de ser lo que no éramos en los años 90, que fue la Olimpiada de Barcelona y la Expo de Sevilla.

Madrid no tiene la antigüedad de Roma o Londres y se crea un relato hecho a medida para respaldar políticamente discursos nacionalistas. El nacionalismo catalán siempre ha despreciado al charnego, al que viene del sur, pero ese tipo de gente son quienes hacen la ciudad. En el discurso de la Noche de los Libros dije que las putas, los sifilíticos, los parias, los inadaptados que han venido son quienes han hecho el mejor de los madriles, así que dejaos de homenajes y quitadles las manos de encima. Se habla de la Movida madrileña, pero los mismos que les hacen homenajes ahora los despreciaban cuando existía porque eran drogadictos y demás. Todavía hay quien, en el sector artístico, desprecia el trabajo brillantísimo de García-Alix porque las fotos que hizo a sus amistades son una oda al exceso y a la mala vida.

Esa idealización de fenómenos culturales pasados como la Movida por parte del poder es injusta porque le dedican unos recursos y una atención que no dedican a lo que se hace ahora, cuando posiblemente hoy hay más propuestas artísticas de mayor calidad y con contenido interesante que entonces, pero no encuentran apoyo institucional.
Claro. A mí me dedicaron un artículo a página entera en La Razón titulado “Todo el sectarismo que tenía dentro” cuando lo de la Noche de los Libros. Había una retahíla de insultos —“antisistema”, “anarquista”, que en realidad no lo son viniendo de ellos—, pero al menos dijeron la verdad en una cosa: se preguntaban cómo es posible que “dejemos la cultura en manos de esta gente”. ¿Por qué? Porque no tienen a nadie, tienen al marido de Alaska y cuatro más. Siempre se les cuela alguien. Ven la cultura de manera problemática porque hablan del espíritu crítico de la cultura, pero ellos no lo aplican.

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Servando Rocha señala el ‘memento mori’ en la fachada de la iglesia del Carmen, en Madrid. Álvaro Minguito

Lo que cuentas en el libro no es ajeno a los temas que has tratado en tu trayectoria. ¿Condensa De fuego cercada tus intereses tanto personales como creativos y también activistas?
Totalmente, es una declaración de amor, en cursiva, a una ciudad. Es lo que llevo haciendo muchísimos años. Es todo lo que sé de Madrid y, al mismo tiempo, mis intereses en los últimos años, que tiene que ver con una especie de geografía militante. Todos mis libros, de alguna manera, me han servido para vivir. Este libro lo escribí, sobre todo, durante la pandemia. Para mí los paseos son terapéuticos, adquieres una fortaleza cuando resignificas el espacio urbano que habitas, te sientes permanentemente acompañado.

¿Haces diferencias entre esos tres ámbitos de tus intereses?
No, porque todo es lo mismo. Siempre son los mismos temas, es un territorio común que tiene que ver con la vida y la memoria. Es un ejercicio de evitar la desmemoria, el miedo a no reconocernos a nosotros mismos como ocurre en las películas de zombis en el momento en que alguien está infectado y le dicen a su mujer “ya no es tu marido”. Por eso el cine de terror es el más político. Hace muchísimo tiempo que no sabemos leer la naturaleza, estamos absolutamente desmemoriados.

El fascismo no se cura leyendo. Hitler leía mucho, pero leía los libros equivocados. La cultura, la música, los libros, son puertas que se abren, son arietes, pero tú tienes que decidir lo que haces con eso

¿Qué poder tiene componer canciones, escribir libros o hacer viñetas, frente a todo lo demás, en la dirección de orientar hacia un futuro mejor?
Creo que a veces se sobredimensiona el poder de la cultura. Esa idea con la que crecimos, y en algún momento pensamos que era verdad, ya no creo del todo en ella. El fascismo no se cura leyendo. Hitler leía mucho, pero leía los libros equivocados. La cultura, la música, los libros, son puertas que se abren, son arietes, pero tú tienes que decidir lo que haces con eso. Ojalá fuera tan fácil, tú te lees un libro y cambias el mundo. Y muchas veces no tenemos que aprender nada sino desaprender un montón de cosas. En esta época el paradigma ha cambiado: tienes que organizarte para leer, planear tu tiempo, esforzarte. Antes salía solo. Creo que esto es el mayor enemigo para el futuro del libro.

Con respecto al papel de los artistas, cada cual debe hacer lo que desee hacer. Es como la gente que piensa que el obrero, el trabajador, es de izquierdas, revolucionario. Qué tontería es esa. Necesitas primero adquirir conciencia de la opresión, puedes ser obrero y ser un gilipollas, eso está claro. Si en Estados Unidos adquieres conciencia de tu papel y de dónde viene la opresión, posiblemente no votes a un sujeto que va a hacer que te hipoteques porque te rompas una rodilla.

Yo tengo que saber estar en el mundo. Primero, no tengo las respuestas para todo, cuantos más años tengo, más dudo de todo, incluso de mis propias convicciones. Busco propuestas, cosas que pasan en el mundo de la cultura, que me pongan contra las cuerdas, no voy a la cultura a que me dé la razón sino a que me ponga contra la espada y la pared. Pero eso ya rara vez pasa. Cuando he opinado políticamente es que eso es mi vida. Y lo hago delante de Isabel Díaz Ayuso o igual que le negué el saludo a Andrea Levy cuando vino Lucy Sante a Telefónica. A qué viene esa persona a hablar con una mujer trans y a darme la mano. No fue con ánimo de epatar, ni por hacer escándalo, sino porque es lo que debía hacer. No creo que los músicos o los escritores deban ser comprometidos políticamente, cada uno debe saber lo que tiene que hacer en su momento, saber estar en el mundo.

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Servando Rocha, estudioso de los rastros de carmín ocultos bajo la historia oficial. Álvaro Minguito

¿Por qué De fuego cercada no se ha publicado en La Felguera?
Ya antes publiqué en Alpha Decay y tenía propuestas de sellos más grandes que había rechazado en su momento. Ahora me apetecía sumar público y que me lleven, no hacer yo todo el trabajo. Entonces pensé en sacarlo en un sello muy grande, como Alianza o Anagrama, o publicar en La Felguera. Opté por Alianza y solo tengo palabras hermosas. Me han tratado muy bien, estoy súper cómodo. Es curiosa la experiencia de verlo desde dentro también como editor. Es probar a ver hasta dónde se puede llegar.

¿Qué dirías a alguien que te llame vendido por publicar este libro en Alianza?, ¿crees que eso puede pasar?
¿Vendido? Me da totalmente igual. Modestamente, con la literatura intento intoxicar los géneros. ¿Es ensayo, no es ensayo, es crónica? Con La Felguera la gente dice que es una editorial ocultista, pero se sorprenden de que los libros sean bonitos y de que vaya mucha gente a las presentaciones. Se trata de usurpar saberes que han sido coto privado de la Academia, de la alta cultura, de las ciencias ocultas o de Iker Jiménez, usurpar todo eso para contaminarlo. Afortunadamente no dependo de nadie y puedo hacer algo como lo de la Noche de los Libros, que tiene un coste político. A Alianza le han negado una subvención que da siempre la Subdirección General del Libro a libros que tratan de Madrid. Y qué casualidad que a todo el mundo le dan esa subvención por escribir un libro sobre Madrid menos a mí.

¿Eso ha sido así?
Sí, sí. En el acto estaban el director de la Oficina del Español, el heredero de Toni Cantó, pataleando en el suelo; el consejero de Cultura haciendo aspavientos, señalándome con el dedo y señalando a la subdirectora general del Libro y diciéndole “este cómo se atreve”. Es lo que debía hacer, lo hubiera dicho con dos amigos en un bar. Después de escuchar el discurso del consejero de Cultura, yo estaba como los toros en los sanfermines. Hablaba de que Madrid es una ciudad de acogida, el lema era “Una casa para siempre” y yo pensaba en los desahucios…

Hay un sector de la cultura que no se quería sacar la foto conmigo, porque dependen y si les ven conmigo ya están en la lista negra de los disidentes, de lo que sea

Después, mi discurso se escuchó mucho, me escribió mucha gente, cientos de mensajes, incluso familiares de fallecidos en las residencias. Pero me sobran dedos de la mano para contar a escritores o editores que hayan dicho que eso estuvo muy bien. Porque hay un sector de la cultura que no se quería sacar la foto conmigo, porque dependen y si les ven conmigo ya están en la lista negra de los disidentes, de lo que sea.

Ese discurso en el acto de presentación de la Noche de los Libros fue uno de esos momentos en los que la cultura enseña los colmillos.
Al poder político le encantan los actos culturales. En la Asamblea de Madrid, o en el Congreso o en el Senado, están en el fango, la crispación, que también les encanta, pero la cultura es el masaje. Lo bonito del acto fue que habló el consejero de Cultura, luego se sentó y estaba obligado a escucharme, no tenía turno de réplica. Tenía apuntado lo que iba a decir, con algunas ideas subrayadas como “terrorismo inmobiliario”. No sabía qué iba a decir exactamente, si iba a quitar unas partes o dejarlas, pero cuando vi el tono de su discurso, autorreferencial, “nuestra presidenta”, “el espíritu crítico de los libros”, pensé que ahora sí que iba a escuchar el espíritu crítico de los libros… No están acostumbrados a escuchar, aunque solo fueran cuatro minutos. Me miraba y su cara era de terror. Terminé de hablar, hubo dos aplausos, sacaron los canapés y yo allí era el anticristo, estaba en una esquina y nadie se me acercaba. Y lo increíble es eso, que yo simplemente dije lo que sentía que debía decir, sin ánimo de escandalizar. ¿Qué parte de lo que dije no es cierta? El único momento en que el consejero de Cultura sonreía fue al principio, cuando mencioné a Baroja y a Emilio Carrere, claro, porque eso es pasado. Pero cuando de pronto dije que estos personajes tienen una rabiosa actualidad en el Madrid actual, irrespirable, que habéis creado vosotros…

¿Crees que ese discurso te va a pasar factura?
[Duda] No lo sé. Hubo una cosa muy bonita que fue que, cuando empezó a salir en redes sociales, los primeros apoyos que recibí fueron de la directora de UDL, nuestra distribuidora, y de la directora de Alianza. En La Felguera siempre somos muy cautos, políticamente tenemos las ideas que tenemos, pero no hacemos política en redes sociales, intentamos crear un espacio que sume personas. Y en mis libros también lo intento. Hemos ido conquistando un público y un espacio poco a poco. Existen grandes minorías, lo que pasa es que vivimos un momento de mucha polarización. En Madrid la gente que vota a la derecha no son cuatro. No lo sé. Sucederán cancelaciones, o habrán sucedido ya y no me he enterado.

¿De qué nos sirven los libros si no tenemos casa?
Los libros nos hablan de la vida. Los libros que nos emocionan tienen que hablar de nuestra vida. Los libros y los discos, que yo los veo como algo muy cercano, son objetos muy parecidos. La Felguera funciona como una discográfica. Ahora mismo los libros nos hablan de la espera, la atención, el cuidado a uno mismo. Son recordatorios de cosas que nos hacen felices y no pueden desaparecer.

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