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Culturas
El parkour sobrevive al estigma y al confinamiento
El parkour nació de manera espontánea y bajo principios de superación personal y apoyo mutuo. Aunque no incluía en sus bases la competición, la institucionalización la ha transformado en una herramienta para integrar la diversidad. Durante el estado de alarma, colectivos de parkour han buscado alternativas para que la disciplina sobreviva a la pandemia y el confinamiento sea más llevadero para sus practicantes.
Antes del inicio de la desescalada, en pleno estado de alarma, los informativos de Antena 3 emitieron un pequeño reportaje titulado “el virus del parkour”. Las imágenes mostraban a un grupo reducido de personas saltando por tejados “a pesar de la cuarentena”, decía el presentador. “Se trata de imágenes de Reino Unido, donde estaba permitido hacer ejercicio una hora al día de manera individual”, matiza Carles Vera, presidente de la asociación Parkour Valencia y director de la escuela Motion Academy. “Fue un ataque muy gratuito”, valora.
Durante todas las semanas que las medidas de confinamiento han impedido la práctica de la disciplina del parkour en España, escuelas como Motion Academy han buscado soluciones para seguir realizando su trabajo desde la distancia y para animar a los traceurs —nombre que recibe quien practica la disciplina— a seguir practicando: clases online, retos... “El confinamiento ha reactivado nuestra creatividad, y se podría decir que hemos descubierto nuestras propias casas de otra forma”, explica Vera, que recuerda los beneficios de realizar actividad física donde, más allá del factor físico, también interviene el psicológico. Vera resalta el papel del parkour en ello, e insiste en la denuncia al tratamiento mediático que suele recibir la disciplina: “Aquel reporte contradice nuestro trabajo, porque esta vertiente parte del respeto: a uno mismo, al entorno, y a los demás”.
Por eso han estado cumpliendo las medidas marcadas por las autoridades a rajatabla, a pesar de las dificultades que supone la cancelación de una actividad deportiva de las características del parkour. Vera no oculta el impacto negativo que ha conllevado la pandemia para espacios como Motion Academy y, sobre la desescalada, admite que “habrá que ver cómo reacciona la sociedad y cómo podemos animar” a la gente de cara a la normalización de la práctica del parkour. En la escuela valenciana, por lo pronto, están planteando limitar los aforos de las clases y establecer la práctica de la disciplina solo en espacios abiertos. “Aún no sabemos si haremos más grupos, pero sí intuimos que hasta dentro de mucho tiempo las quedadas que solemos realizar tendrán que esperar”.
El traceur no se muestra tan preocupado por la vuelta a la “normalidad” de la disciplina como por la insistencia de que la sociedad y los medios de la comunicación no la traten “normalmente”. “Lo peor es que seguimos teniendo la percepción social a la contra, y van surgiendo nuevas resistencias”. No logran salir a la prensa, denuncia, como lo que son realmente. “No ha valido ni deportizarnos”, lamenta Vera, en referencia a la evolución del parkour, que a día de hoy es un deporte reconocido por el Consejo Superior de Deportes (CSD) y la Federación Internacional de Gimnasia, motivo por el cual “merece el mismo respeto que cualquier otra actividad deportiva”, tal y como insiste Motion Academy.
Y es que, más allá de las dificultades añadidas por el confinamiento, el parkour ha tenido que enfrentarse, desde que existe, a un gran estigma que a día de hoy continúa golpeando a su práctica.
Los orígenes del parkour
Carles Vera lleva más de una década saltando. Empezó con 12 años, hace 16, en el parque Gulliver, en València, cuyas estructura, distribución y ubicación le animaban a experimentar e inventar acrobacias. No solo a él: mucha gente, especialmente jóvenes, empleaba el mismo espacio: “El fenómeno parkour es una comunidad que surge de forma espontánea y que busca encontrarse”, resume Vera, el traceur y politólogo.
Esta esencia de lo improvisado y de lo colectivo es la base de la disciplina desde sus primeros años. Para remontarse a los orígenes es necesario retroceder a los años 80, cuando un grupo de personas empieza a poner a prueba sus cuerpos en el extrarradio de París, primero en el sur y luego en el norte. “Durante diez años son nueve amigos que se dedican a saltar, sin dar un nombre a lo que hacen”, recuerda Vera. Resultado de una arquitectura agresiva, en la banlieue parisina hay construcciones de los años 70 que se han convertido en junglas de cemento: “Ellos encontraron la posibilidad de recorrer esos espacios de otra forma, saltando”, explica. Fue en 1997 cuando dan un paso más en sus entrenamientos y empiezan a difundirlos.
Entonces el grupo decide ponerse nombre tanto a sí mismos —Yamakasi— como a lo que venían haciendo: Arte del Desplazamiento (ADD). Vera considera que las influencias de la disciplina provienen de muchos sitios: desde prácticas militares, pasando por recorridos de obstáculos, hasta condicionantes personales de los miembros, como tener familiares deportistas o bomberos. “David Belle era uno de estos Yamakasi que se había instruido en el método natural, que recibe el nombre de Hébertism. Pero un año después de fundar el grupo, en cuanto empieza a haber trabajo y se prevé negocio, Belle se separa del resto al considerarse el líder por haber heredado de su padre el método natural y haberlo adaptado a la ciudad”, lamenta el politólogo, que añade que en su opinión lo importante es la idea colectiva, ser una disciplina que se fue desarrollando por mucha gente.
“La historia dirá que David Belle es el fundador, que el parkour viene del método natural y que guarda relación con los recorridos de combate, pero yo creo que esa es la versión pop del héroe fundador que se inventa una disciplina, y no es así”. Belle, sostiene el traceur, ni fue el único ni fue el que le dio corazón al ADD: “Tiene más sentido pensar en un grupo de personas que entrenan y prueban en familia o ‘tribu’ con una idea de superación personal y no de competición”.
En 2004, la industria del cine dio un impulso a la disciplina, tanto en España como en otros países europeos. En Reino Unido el auge llegó un año antes, con la emisión del documental Jump London, que se traduciría a multitud de idiomas. “La gente empezó a salir a la calle para saltar sin tener ni idea de lo que estaba haciendo, pero con la necesidad de expresarse”, resume Vera. La consolidación de esta forma de expresión se tradujo en 2005 en la apertura de una academia en Francia bajo una forma de asociacionismo que conservaba su esencia social. “En la mayoría de países el fenómeno se quedó en la calle, pero en Reino Unido sí surgieron empresas y organizaciones más grandes”. Internet hizo el resto.
Expresarse en el espacio
“¿Quién es el practicante de parkour? Si yo mañana me voy a un parque y me pongo a saltar un banco, ¿estoy haciendo parkour? ¿Necesitas normas para hacer el deporte? Cada habitante u organización ha respondido a estas cuestiones de una manera —reflexiona en voz alta Carles Vera—, pero en esencia y desde sus orígenes la definición de parkour es expresarse en el espacio”. Por eso, para el traceur lo más importante del ADD es el aspecto psicológico de superación y que la disciplina es más mental que física: requiere actitud para enfrentarse a lo desconocido y predisposición para aprender de los aciertos y errores.
No importa cuánto se alargue el reto propuesto, pero sí que exista: “El parkour requiere esa mentalidad de autosuperación. Yamakasi es una palabra en lingala —lengua hablada en el Congo— que significa ‘cuerpo fuerte, espíritu fuerte, persona fuerte’. Pensaron que eso les representaba”, dice Vera. Por eso todo el mundo puede practicarlo: “El parkour lo que busca es prepararte para cualquier situación de emergencia, ese es su objetivo real”, resume Héctor García García, CEO en R-Evolution School, escuela profesional de parkour en València.
Sin embargo, no todo el mundo comparte esa imagen de la disciplina, en parte por la demonización que se ha venido haciendo al vincularla de manera recurrente con el vandalismo. “Cuando empezamos, los medios nos hicieron alguna entrevista, pero después aparecíamos en el diario como los gamberros que van saltando de edificio en edificio haciendo grafitis y rompiendo el medio urbano”, cuenta García. Vera lo critica: “La gente que practica parkour no rompe las líneas de la ciudad, las cruza de un lado a otro. Yo no avalo ciertas prácticas, como subir una azotea o emplear el patrimonio”, explica. En general, dice, la gente que hace parkour es respetuosa con las ciudades ya que son los primeros interesados en seguir usándola.
El politólogo hace hincapié, en cambio, en la responsabilidad que también tiene la ciudadanía en el imaginario de la disciplina: “¿Qué busca la gente en YouTube cuando escribe ‘parkour’? ¿‘Parkour y valores’? No, busca ‘Parkour y policía’”. Por eso, dice, es importante trasladar la esencia real de lo que hacen y concienciar de que las decisiones individuales pueden manchar las de todo un colectivo. García, en cambio, se muestra optimista: “Creo que la visión está cambiando. Stefy Madness, campeona mundial de parkour en 2019, está siendo muy reconocida por los medios, que ya empiezan a hablar de esta práctica como un deporte”. Término, este último, que aplicado al parkour despierta reticencias entre una de sus partes practicantes.
Compartir y no competir
Carles Vera se remonta a 2017 para marcar un punto de inflexión en la disciplina: David Belle se reunió, a espaldas del resto de fundadores del Arte del Desplazamiento, con la Federación Internacional de Gimnasia (FIG): “Se dice que si el profeta está vivo, la religión no se ha implantado todavía. Belle entendía el parkour como una propiedad suya, y supongo que su manera de consolidar esta percepción fue coger de la mano a la gimnasia”, apostilla.
Es en ese momento cuando ADD y parkour pasan a no significar exactamente lo mismo, aunque el segundo es el término más extendido para referirse a ambas realidades: “Si el ADD tiene el enfoque de comunidad y de familia, el parkour, pese a que también reconoce la colectividad, se centra más en el individuo, en la autosuperación y en romper los límites que se marca uno mismo”, diferencia el traceur.
Héctor García reconoce que la transformación de la disciplina promovida por Belle ha generado polémica dentro del colectivo practicante: “Las bases del método natural, de las que procede el parkour, son de no competición e incluso anticompetición”, contextualiza. García no se muestra frontalmente contrario a que pueda llegar a convertirse en deporte y se establezcan unas reglas concretas, “pero entonces no estarás haciendo parkour, puedes llamarlo ‘parkour deportivo’, pero no es lo mismo”, matiza.
“Lo importante es que se conozca la diferencia, que esté claro que existe el parkour clásico, con sus valores de ser fuerte para ser útil y de compañerismo, y que el parkour deportivo estará enfocado a ganar y a buscar la precisión en los saltos”. R-Evolution defenderá siempre la base, dice, al tiempo que apoyará a quien quiera competir y trabajar en el alto rendimiento.
No es en el único aspecto en el que falta unión en el colectivo. El parkour llegó a territorio español por el norte —País Vasco—, por el sur —Málaga— y por el centro —Madrid—, territorios en los que los franceses colaboraron con quienes empezaban a convertirse en practicantes. No fue fácil ponerlo en común: “La comunidad en una práctica como el parkour está íntimamente relacionada con la estructura política del Estado”, defiende Vera. “Parece que en Madrid se consideraba que la asociación tenía que tener una identidad centralista”, por lo que, tras los primeros intentos para definir un proyecto conjunto, “cada uno se volvió a sus comunidades para seguir con grupos informales o asociaciones, siendo totalmente incapaces de llegar a un punto en común por puro ego”, sostiene.
Vera define la comunidad nacional como un conjunto de tribus que se relacionan entre ellas a nivel personal, pero no a nivel institucional. Lamenta que no exista una iniciativa que agrupe a los colectivos y facilite el aprendizaje mutuo, y argumenta la necesidad de organizarse, de crear un frente estatal que defienda el parkour como herramienta de transformación social. “La idea es entrar en el capitalismo pero por otro lado, convertirnos en referente de otra forma. Porque si no formamos un club nosotros, lo hará otra persona que no tenga la misma filosofía”.
A nivel europeo, Vera explica que los proyectos que se han celebrado hasta la fecha no han sido organizados por traceurs, sino por gente de circo en colaboración con practicantes del parkour. Más allá del enriquecimiento que supone asociarse, tanto entre territorios como por disciplinas, el fundador de Valencia Mouvement destaca otro tipo de ventajas, como obtener un mínimo de reconocimiento para que no se identifique como vandalismo, convertirse en interlocutores válidos cuando sucede algo de cara a los medios de comunicación o instituciones y, sobre todo, llegar a más gente. Porque en València está prohibido desde 2011 hacer parkour en el parque Gulliver, pero eso no ha impedido que la disciplina siga saltando obstáculos.
Normalizar para diversificar
“El Arte de Desplazamiento es una práctica inclusiva por naturaleza porque no hay competición ni exigencias: es bailar, expresarse corporalmente e interactuar con el entorno”, defiende Vera. “Una persona sin preparación física previa puede entrenar y divertirse, y no es menos traceur que el que hace un doble mortal”, añade. La diversidad parte desde el inicio. Aunque los primeros practicantes eran franceses, todos eran hijos de inmigrantes africanos, asiáticos, y uno era italiano. “Ellos mismos no habían reparado en su propia diversidad porque habían crecido juntos”, explica Vera.
El traceur defiende que lo que hace integradora la disciplina son sus requerimientos: “Solo necesitas un entorno que conozcas y juntarte con amigos”. Considera el parkour una forma de tejer relaciones únicas en espacios que ya existen, pero que se renuevan: “Por la propia dinámica se va tejiendo una comunidad y da igual cómo sea quien está entrenando, porque nos enseñamos unos a otros. El parkour se puede practicar individualmente, pero nunca se hace así porque enfrentarse a retos es más fácil cuando estás acompañado”.
Cualquiera puede retarse. “Confío mucho en el parkour y en su filosofía como herramienta para cualquier persona”, sentencia Héctor García. Se refiere a la variedad de perfiles con los que trabajan desde R-Evolution: desde niños hasta personas mayores —de más de 60 años—, pasando por gente en riesgo de exclusión social o con alguna discapacidad, como es el caso de Asindown, una asociación de personas con síndrome de Down con la que han colaborado recientemente. Los beneficios se notan en todos ellos, y para García resulta gratificante observar “cómo las ganas y la motivación se reflejan en la evolución de las personas”.
Otro de los casos a los que se refiere es el trabajo con los más pequeños. “Hemos estado con unos diez mil niños y la inmensa mayoría necesita mejorar en coordinación y habilidad, se nota mucho el sedentarismo de los videojuegos”, defiende García. También cree que es una herramienta útil para paliar la sobreprotección que se mantiene en algunos casos: “El parkour propone retarse, desafiarse, que se descubra el espacio y se pierda el miedo a caerse”. El resultado, dice, es que ganan mucha confianza en sí mismos.
Donde todavía queda trabajo por hacer es en las mujeres. Según Héctor García, en R-Evolution la asistencia a la escuela varía según épocas, pero en el caso de los adultos el porcentaje de hombres y mujeres está bastante igualado, igual que entre los más jóvenes: “El número de chicas desciende a partir de los nueve años, y baja del todo cuando llegan a los 14”, explica.
Carles Vera opina que la barrera de entrada es la percepción social: “En la calle siempre hay menos chicas practicando parkour que chicos, y un entorno masculinizado les invita menos a entrar”, reflexiona el portavoz de Valencia Mouvement, asociación que tiene entre sus estatutos promover la igualdad de género. “Alguna vez hemos organizado talleres solo para chicas y ha sido un éxito, lo que nos hace ver que sí existe una demanda”, añade.
La escuela organiza reuniones abiertas para que cualquiera pueda acercarse, y practicar la disciplina al aire libre invita a ello. Sara y Daniela, de nueve años, estaban patinando cuando depararon en las acrobacias. Dicen que quieren probar. “Me parece interesante porque te ayuda a ser más ágil y te permite saltar vallas, y lo veo divertido y útil”, dice Daniela. Aimara y Lidia, de 14 años, llevan un año practicando una disciplina en la que ven grandes ventajas: “Creo que nos sentiremos más seguras en el mundo por tener esta destreza”, prevé Lidia.
Al final, tal y como defienden los traceurs, el parkour no es más que movimiento humano, experimentar con el cuerpo y retar a la mente. Evaluar las capacidades propias, ganar confianza y superar retos al tiempo que se recuerda a la ciudad, o al espacio donde se desarrolla, que está viva. Y eso puede hacerlo cualquiera y desde cualquier lugar: excepcionalmente, incluso en casa.