Culturas
El año de Rosalía, Màxim el breve y el agua en Marte

A modo de resumen, se puede afirmar que los nombres propios de la cosa cultural en 2018 han sido tres: Rosalía, Màxim Huerta y Marte. La apuesta es sobre seguro, poco riesgo hay en ella.

Màxim Huerta, siete días después de ser nombrado, cede la cartera de ministro de Cultura y Deporte a José Guirao
Màxim Huerta, siete días después de ser nombrado, cede la cartera de ministro de Cultura y Deporte a José Guirao. Foto cortesía del Ministerio de Cultura y Deporte.

El acontecimiento cultural más relevante de 2018 se produjo a unos 60 millones de kilómetros de la Tierra. A finales de julio, cuando la distancia entre ambos planetas era la menor en los últimos 15 años, un equipo de científicos italianos descubrió un gran lago de agua líquida en Marte, de unos 20 kilómetros de longitud, bajo la superficie helada del polo sur.

El hallazgo abre la puerta a la posibilidad de que exista vida en el planeta rojo, una especulación que durante los últimos siglos ha llenado las páginas de libros y tebeos y ha sido materia prima para innumerables películas. También ha despertado la avidez de quienes se frotan las manos barruntando las futuras oportunidades de negocio que pudiera brindar la conquista de otro planeta, una vez comprobada la finitud de recursos del nuestro. La exploración del espacio y la carrera por conocer los límites del universo no han respondido únicamente a la curiosidad científica y a la necesidad de entender lo que nos rodea. ¿Exageración? Mejor no queramos saberlo de primera mano. Precisamente en torno a este motivo la organización Ecologistas en Acción lanzó a finales de noviembre su campaña de celebración por el vigésimo aniversario, con una canción firmada por Nacho Vegas titulada “No me voy a Marte”.


Volviendo a asuntos terrenales, 2018 pasará a la historia en materia cultural por haber visto al ministro más breve del régimen constitucional instaurado en 1978: Màxim Huerta duró exactamente siete días como responsable de la cartera de Cultura y Deporte. El efímero mandato del presentador de televisión —cuyo nombramiento provocó arqueo de cejas, risas y lamentos—, concluyó el miércoles 13 de junio, cuando presentó su dimisión. ¿El motivo? Poca cosa: la publicación esa misma mañana en El Confidencial del fraude de 256.778 euros a Hacienda que Huerta cometió entre 2006 y 2008 al utilizar una empresa interpuesta para pagar menos impuestos. Ya ven, minucias, nada incompatible con el ejercicio de un cargo del máximo nivel en la administración pública.

Su relevo en el ministerio, José Guirao —un perfil completamente diferente: dirigió el Museo Nacional de Arte Contemporáneo Reina Sofía y La Casa Encendida—, tuvo que sofocar un primer incendio al poco de tomar posesión del despacho. El 19 de junio anuló la fusión del Teatro Real y el Teatro de la Zarzuela, que se había entendido como la privatización encubierta de este último y que provocó huelgas de sus trabajadores durante el mes de abril.

El mayor desafío que afronta Guirao se llama Sociedad General de Autores y Editores (SGAE), una entidad privada que ha funcionado durante décadas como auténtico ministerio de cultura a la sombra, al margen de la ley y sin cumplir las funciones de gestora de los derechos de autoría sino más ocupada en beneficiar a un reducido grupo de sus socios. El 27 de diciembre vencerá el plazo de tres meses que el ministerio impuso a SGAE para que subsane los graves incumplimientos detectados o, en caso contrario, se enfrente a la revocación de la licencia otorgada en 1988. En otras palabras, la intervención ministerial de la entidad. Mientras tanto, la rueda ha seguido girando en la noche, repartiendo millones de euros por los derechos de música emitida en televisión en horario de madrugada a autores que, casualmente, son del mismo círculo que lleva las riendas de SGAE.

Desde el Congreso, en septiembre llegó una de las noticias culturales más celebradas del año: la aprobación por unanimidad de todos los grupos políticos del informe elaborado por la subcomisión para la creación de un Estatuto del Artista, un documento marco con 75 propuestas que, cuando adquieran rango de ley tras su tramitación, regularán cuestiones largamente reclamadas por el sector, como la compatibilidad de la jubilación con el cobro de derechos de autor.

También en el Congreso, un acuerdo exprés entre PP, PSOE y Ciudadanos a finales de noviembre dio luz verde al Proyecto de Ley de Propiedad Intelectual. La Comisión de Cultura del Congreso dará a la conocida en los días de su creación como Comisión Sinde mayor poder para requerir el cierre de una web e imponer sanciones por la difusión sin ánimo de lucro de material con copyright. La Sección Segunda de la Comisión de Propiedad Intelectual podrá interpretar la existencia de reincidencia para apercibir, bloquear e imponer sanciones a las páginas intervenidas.El nuevo texto establece en su artículo 195 que el cierre de las páginas infractoras “no requerirá la autorización judicial”. Un par de meses antes, el Parlamento Europeo ya había aprobado la reforma de la Ley de Copyright, incluyendo los polémicos artículos 11, que prohíbe el libre enlace hacia otros contenidos o el uso de extractos, como hacen los agregadores y las redes sociales, y 13, que obliga a las plataformas online a detectar y eliminar cualquier infracción de copyright. Para su definitiva implantación, tendrá que pasar por una segunda vuelta en enero y también será necesaria la adaptación legislativa por parte de los 28 países miembros de la Unión.

Otra institución cultural pública que ha vivido unos meses convulsos durante el año que concluye es el Instituto Cervantes. Unas semanas antes del controvertido nombramiento de Luis García Montero como director, 80 profesionales de la enseñanza de español como lengua extranjera (ELE) celebraron un encuentro en Madrid para discutir posibles vías de mejora de sus condiciones laborales.

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Las condiciones en que trabajan quienes enseñan español como lengua extranjera son parte de un proceso de mercantilización que inscribe esta docencia en una industria denominada turismo idiomático.

El Museo del Prado comenzó a festejar sus primeros 200 años en el último trimestre de 2018. La pinacoteca dirigida por Miguel Falomir lanzó en septiembre una insólita campaña de financiación colectiva para conseguir 200.000 euros con los que adquirir el cuadro Retrato de niña con paloma, de Simon Vouet. El museo informó el 12 de diciembre de que finalmente más de 6.500 donantes aportaron un total de 204.084 euros, si bien en todo este proceso han planeado dos interrogantes nunca resueltos: la identidad de quien vende el cuadro y el importe total de la operación.

Con el final del año llegará también el fin de una institución cultural importante en A Coruña, el Museo de Arte Contemporáneo. Tras más de veinte años de andadura en la ciudad, la Fundación Naturgy —nueva marca de Gas Natural y regente del complejo, fundado por Fenosa en 1995— anunció en octubre el cierre del centro, dejando en el aire el destino de las obras y de las personas empleadas.

Y en Málaga se vivió un episodio extraño, con el cambio de firma de un cuadro en el Museo Carmen Thyssen. El penúltimo entuerto de un proceso de conversión de la ciudad en capital cultural —en la actualidad cuenta con 37 museos— que es un ejemplo de lo que se repite en otras latitudes como Bilbao o Barcelona. El breve ensayo Teoría de la retaguardia, cómo sobrevivir al arte contemporáneo (y a casi todo lo demás), firmado por Iván de la Nuez, aporta claves y críticas al estado actual del arte contemporáneo, que ayudan a entender lo que está pasando.

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En un año atravesado políticamente por la fuerza de las movilizaciones feministas que plantearon el 8 de marzo como huelga general, la actividad cultural también se ha impregnado de ese horizonte. Ya sea a título individual —son buenos ejemplos el disco Un hombre rubio de Christina Rosenvinge, galardonada en octubre con el Premio Nacional de las Músicas Actuales, y el libro Monstruas y centauras de Marta Sanz— o colectivo —el incipiente movimiento de la Caja de Pandora—, las propuestas y preocupaciones feministas han ganado peso en la escena cultural: de las críticas por la escasez de premios públicos de poesía concedidos a mujeres a las denuncias por casos de abusos sexuales.

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Las denuncias de la actriz Iria Pinheiro y la artista Carmen Tomé abren la Caja de Pandora en un sector en el que la precariedad alimenta el miedo a denunciar los delitos contra la libertad sexual.

La situación vivida por la actriz y directora Leticia Dolera, significada públicamente a favor de la igualdad tanto en sus declaraciones como en su libro Morder la manzana, cuando la actriz Aina Clotet denunció en noviembre que Dolera no la había contratado para una serie de televisión que estaba preparando puso de manifiesto la tensión existente entre discurso y hechos, y también la exigencia de rendición pública de cuentas, y de coherencia, siempre más elevada para quien se posiciona como feminista.

Hubo que esperar a la edición número 12 del Premio Nacional del Cómic para ver a una mujer ganando este reconocimiento. Por fin, el 16 de octubre de 2018, la ilustradora valenciana Ana Penyas se convirtió en la primera en lograrlo, con la obra Estamos todas bien, su primera novela gráfica.

El mundo de la viñeta se vistió de luto en noviembre para despedir a Stan Lee, creador inabarcable cuyo talento alumbró gran parte del universo superheroico de los tebeos de Marvel. Otro autor libre, Ramón Esono, perdió durante cinco meses esa condición al ser encarcelado en su país, Guinea Ecuatorial, por las críticas que vierte sobre el dictador Teodoro Obiang en sus publicaciones.

Los malos quereres

El lanzamiento de El mal querer, segundo disco de la cantante catalana Rosalía, ha convertido a su autora en una estrella mundial de la música pop y también suscitó una acalorada discusión. Algunas voces identificadas como gitanas cuestionaron en público la utilización que, a su juicio, Rosalía hace de signos distintivos de la cultura romaní en sus vídeos y canciones. El posterior debate, agrio y malencarado, se produjo entre acusaciones, formación de bandos irreconciliables y en un entorno (principalmente las redes sociales) poco proclive a la rica conversación que el tema quizá hubiera podido generar. También quedó la impresión de que la polémica llegó tarde y que la polvareda hubiera estado más justificada a propósito de Los Ángeles, el primer disco de Rosalía, mucho más apegado a los cánones del flamenco. Porque El mal querer es, y suena a, otra cosa.

En su fulgurante carrera hacia el podio de la música actual, Rosalía ha medido los tiempos —programando cuidadosamente las publicaciones en YouTube de los vídeos que son los capítulos de la historia de desamor y celos que relata en el disco—, se ha acercado a otras figuras clave de la cultura popular en 2018 como J Balvin, y ha protagonizado escenas muy cuestionables, como prestarse a ser imagen del lanzamiento del iPhone XR en Madrid junto a Tim Cook, CEO de Apple, o su fichaje por Inditex para colaborar en la marca Pull&Bear del conglomerado propiedad de Amancio Ortega. Orillada por la controversia en torno a las raíces y el uso en beneficio propio de elementos ‘ajenos’ a su arte, una pregunta muy pertinente sobre el fenómeno Rosalía no se ha formulado: ¿no es posible ser una estrella planetaria del pop sin rendir estos vasallajes?, ¿qué opina la propia artista?

Otro disco del ecosistema flamenco muy comentado este año ha sido el de Niño de Elche, monumental trabajo de investigación y experimentación en el que el cantaor ha mezclado con tino las facetas de intelectual y performer. El resultado, abrumador. Rocío Márquez no deja de jugar y entregar discos bellísimos como Diálogos de viejos y nuevos sones, realizado con el violagambista Fahmi Alqhai. Siguiendo con más nombres propios en 2018 del flamenco, acaso la única aportación autóctona española a la música popular global, La Chana, bailaora gitana catalana, publicó sus memorias, a caballo entre el éxito profesional y el secreto del dolor doméstico que padeció muchos años. Y conviene prestar atención a tres nombres más, aún sin detectar por el radar de lo mayoritario: el guitarrista Dani de Morón, la cantaora Rosario la Tremendita y la percusionista La Negri.

Flamenco
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De niña, La Negri descubrió el ritmo dando golpes a la lavadora, a las mesas y a todo lo que pillaba. Y lo hizo suyo.

Con Deixaas, su quinto álbum, la gallega Mercedes Peón ha firmado una obra musical de las que no abundan: incómoda y alérgica a la etiqueta, verdadero motivo de celebración por todo lo que se aprende escuchando el disco y también a ella. De lo mejor del año, qué duda cabe.

En 2018 se han despedido de los escenarios dos figuras mayúsculas de la música española en las últimas cuatro décadas, Los Chichos y Rosendo, haciendo oficial el cambio de época y el final del siglo XX. El grupo navarro Berri Txarrak anunció, mil conciertos después del primero, que ha llegado la hora de guardar las guitarras. También este año se cumplieron diez de la desaparición de Sergio Algora, genio del pop surrealista, y de Mikel Laboa, el pájaro sin jaula de la música vasca.

Y habitando el reverso de la exitosa historia de Rosalía, Benja Villegas publicó un libro sobre una historia eterna del rock, la de los perdedores que nunca llegan a nada, los Nirvana latinos que nunca existieron.

Pero en el resumen de lo que el año ha dado de sí en lo musical no se puede obviar la condena a prisión dictada por lo que el rapero Valtonyc rima en sus letras. En mayo tendría que haber entrado en la cárcel pero en junio se confirmó que se encuentra en Bélgica, donde la justicia lo dejó en libertad sin fianza con la condición de no salir del país mientras se tramite su caso.

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Hoy era el último día para que el rapero José Miguel Arenas Beltran –Valtònyc– se presentara en prisión para cumplir la condena de tres años y seis meses.

tres libros que explican 2018

Cuatro meses pasó secuestrado por orden judicial el libro Fariña, del periodista Nacho Carretero. Este trabajo sobre el narcotráfico en Galicia fue retirado de las librerías como medida cautelar por la demanda presentada por el exalcalde de O Grove, José Alfredo Bea Gondar, por un presunto delito de injurias y calumnias al relatar su participación en una descarga de cocaína. La editorial, Libros del K.O., las pasó canutas para garantizar su viabilidad como proyecto al no poder vender ejemplares de su título más exitoso. En junio, la Audiencia Provincial de Madrid levantó el secuestro y condenó al demandante a pagar las costas del proceso.

Kentukis, la tercera novela de la escritora argentina Samanta Schweblin, da miedo por lo mucho que tiene de espejo en el que observar los comportamientos que desarrollamos en las redes sociales. A ratos angustiosa, por momentos divertida y siempre adictiva, la lectura de este catálogo novelado de los vicios y virtudes que adoptan los caracteres de los usuarios de las cada vez menos nuevas tecnologías —timidez, dominación, explotación, curiosidad o pragmatismo— descubre que el monstruo no es la máquina sino la persona. Schweblin consigue algo asombroso: poner en sintonía dos universos literarios en principio tan alejados como los de Stephen King y Belén Gopegui.

Y en un año de nuevo marcado por la situación política catalana, cabe una última mención: el sorprendente libro Ell fill del corrector / Arre, arre, corrector de Adrià Pujol Cruells y Rubén Martín Giráldez. Presentado en apariencia como la edición bilingüe de una autobiografía en catalán de Pujol Cruells —su padre fue corrector y amigo de Josep Pla, figura capital de las letras catalanas— traducida al castellano por Martín Giráldez, pronto se transforma en una deliciosa conversación entre ambos.

Una discusión en la que, a través de las notas a pie de página y los propios textos, intercambian opiniones y hasta sus papeles de autor y traductor, proponiendo una lectura que amplía el campo de lo esperable por parte de quien está al otro lado pasando páginas, y una reflexión importante acerca de la convivencia literaria de dos lenguas.

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#28348
23/12/2018 20:00

Brillante

1
0
Bea
22/12/2018 10:09

Me ha gustado bastante resumen tu resaltados. Gracias. Buen solsticio.y feliç 2019

2
0
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