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Danza
Luz Arcas, la danza salvaje con espíritu ‘jondo’ que recupera el flamenco marginal de Málaga
La infancia de Luz Arcas (Málaga, 1983) está ligada irremediablemente al flamenco. Lo primero que bailó en su vida fueron unos verdiales. La coreógrafa no levantaba un palmo del suelo. Estaba en la guardería. “Sería un verdial o un fandango abandolao. Se me han quedado grabados como algo que me ha dado mucha fuerza en momentos muy difíciles. Atravesando una crisis vital, me acuerdo de un día que iba en el coche con mi madre y nos pusimos unos verdiales. Me transmiten ganas de vivir. Es como recordar algo que ya sabes y se te olvida”, cuenta en el salón de su luminosa casa en Pedregalejo mientras ofrece un café. En su libro Pensé que bailar me salvaría (Continta me tienes, 2022) lo deja aún más claro: “Escucharlos me ha salvado en momentos complicados de la vida. Tienen una fuerza que es telúrica, macarra, salvaje, que dan ganas de vivir y de no tenerle miedo a nada”.
La intérprete ha hecho un viaje de ida y vuelta a Andalucía a nivel artístico y vital en más de dos décadas de carrera. La artista se marchó a Madrid para estudiar interpretación y coreografía en el Conservatorio Superior de Danza María de Ávila, y dirección escénica en la Real Escuela Superior de Arte Dramático. En la actualidad, la crítica es unánime: es considerada una de las figuras de la danza española contemporánea más importantes de su generación. Su compañía La Phármaco, nacida en plena crisis hace 14 años con la ayuda de su compañero de batallas Abraham Gragera, ha recorrido medio mundo hasta convertirse en una auténtica referencia internacional. La directora artística, creadora escénica y bailarina le ha bailado a la muerte, a la memoria de María Teresa León y al cuerpo humano como herramienta de trabajo. Y lo ha hecho entendiendo la danza como un acto de resistencia frente al totalitarismo cultural capaz de encarnar una voz colectiva.
“He vivido una revolución absoluta. He asumido quién soy, y cómo quiero moverme. Me he sacudido prejuicios y miedos. Soy como soy.”
“Me marché muy pronto a Madrid. Me fui de mi tierra y sentí rechazo, algo súper típico que a todos nos ha pasado. Hasta que me di cuenta de que mis experiencias y mis vivencias como andaluza son una fuente muy importante de creación y de inspiración. Me han marcado y me siguen marcando mucho”, asegura orgullosa. La creadora reconoce que siempre se ha sentido más cerca de las bailaoras flamencas que de las bailarinas contemporáneas. A partir de Toná, una obra sobre la muerte y el duelo a ritmo de verdiales estrenada en 2020, se hizo más evidente esa impronta. “He vivido una revolución absoluta. He asumido quién soy, y cómo quiero moverme. Me he sacudido prejuicios y miedos. Soy como soy”, confiesa.
En su último espectáculo, Mariana, hace una investigación sobre el cuerpo jondo mientras escarba en el folclore andaluz. Su padre encontró unos textos de su abuelo donde reflexionaba sobre ese término. “Se llamaba jondo porque nacía del alma. Para mí lo jondo viene del alma, no tiene que ver con un estilo. Es un poco pensar que lo jondo no es una forma, sino una manera de estar en el cuerpo. El cantaor no es jondo por cantar una seguiriya, sino por de dónde la canta, de dónde nace eso. En Mariana me pongo ahí, me pregunto de dónde surgen los gestos, y ahí empiezan a aparecer muchas cosas que conectan con el flamenco: los acentos. Aparece algo flamenco que no es la forma o la tradición, sino el lugar expresivo de donde nace”, aclara. La aspiración de Luz con el baile siempre ha sido “responder a los movimientos del alma y bailar desde lo más profundo”.
La coreógrafa recupera en Mariana los cantes de Casarabonela, patrimonio intangible de una Málaga ya casi desaparecida, y figuras como la del cantaor paleño El Niño de las Moras. Según la artista, “el flamenco malagueño siempre ha ocupado un lugar marginal dentro de la oficialidad”. “Me ilusiona mucho rescatarlos porque la familia Bonela lleva generaciones cultivando y cuidando esos cantes por puro amor al arte, al patrimonio musical y a su pueblo. Ponemos el foco en unos cantes a los que la gente no le hace caso porque no son para bailar o para los tablaos. Son cantes de trabajo. El padre de Francisco Javier Sánchez Bandera, alias Bonela Hijo (que actúa en Mariana), cantaba para relacionarse con los animales. Todos esos cantes nacen para relacionarse con el animal. El cante del Niño de las Moras es un cante de ventas. Ahí el arte tiene un fin utilitario, que es vender o que el burro se mueva, y se vuelve arte después. No tiene una pretensión artística. No nace con la intención de mostrarse al público”, destaca. Por eso rescatarlos y llevarlos a un teatro ahora es tan valioso.
“El burro, la mula y el caballo son muy de la cultura andaluza. Es un animal simbólico y sagrado de la cultura mediterránea y el cristianismo. Tiene un lado muy sexual y erótico (el caballo, la yegua, el semental) y por otro tiene un rollo místico.”
Arcas, inspirada por la figura de la mariana (la cabra que acompaña al gitano errante), se convierte en un animal indomable durante la minimalista obra donde sólo hay arreos, músicos y cantaores en escena. “He trabajado mucho a partir de los equinos. En Kaspar Hauser bailaba encima de un caballo. En Miserere aparecía un caballo. El burro, la mula y el caballo son muy de la cultura andaluza. Es un animal simbólico y sagrado de la cultura mediterránea y el cristianismo. Tiene un lado muy sexual y erótico (el caballo, la yegua, el semental) y por otro tiene un rollo místico. Me he inspirado mucho en la película El azar de Baltasar de Bresson. Culturalmente está repleto de significados”, señala. Además, “a mí siempre me han dicho que soy muy burra, muy bestia. Que hay algo salvaje en mi propia corporalidad. Siempre me han dicho que mi movimiento es muy animal. Esta soy yo”.
- Mariana es un paso más en su investigación sobre el folclore, uno de los ejes que vertebran su obra. En un momento donde reinan las franquicias, lo global y el turbocapitalismo, ¿cómo de importante son las raíces de uno?
- Cuando llegué a Madrid todos los artistas estaban mirando mucho a Europa. En las artes escénicas triunfaba una propuesta posmoderna y conceptual. Sentí que mi sensibilidad no tenía mucho que ver con eso. Ahí hay una resistencia a esa homogeneización estética. Yo hablo mucho de estilo internacional, de danza aeropuerto, porque todas las obras son iguales. Son como franquicias estéticas. Ahora hay mucha gente buscando en una fuente que tiene más que ver con lo local, la memoria e incluso lo familiar.
La artista sostiene que la danza que busca es parte del folclore, “la expresión más salvaje y profunda de los cuerpos, una fuente inagotable de modernidad independientemente de las modas y la dictadura del presente”. Ahora, dice, es “muy difícil no dejarse llevar por lo actual y las tendencias porque es lo que triunfa y lo más se vende”. “Ahí está el posicionamiento como artista y se debe decir: “Yo tengo que ofrecer otras cosas”. Tiene que haber una posición de libertad estética y de una reflexión más profunda, y no dejarse llevar por la inmediatez y la dictadura del presente”, argumenta.
La malagueña piensa en una carrera más a largo plazo. “Tu obra se tiene que sostener. Si tengo una ambición artística de verdad me gustaría que mi obra se sostuviera dentro de 30 años, y que no estuviese ligada a una corriente determinada. A la vez que tiene mucha fuerza en el presente es muy caduca porque está muy ligada a los tiempos”, reflexiona. “A mí me sale lo que hago. Lo otro no me sale. Me gustaría que me saliera algo más comercial. Me sale lo que me sale. No se elige el artista que se es”, concluye.
La bailarina siempre ha sido muy aficionada al flamenco y en escena sus referentes son casi más flamencos que contemporáneos. “No te atreves a bailar una seguiriya porque es una intocable o porque no es tu lenguaje. En un momento me dije: “Los flamencos están innovando un montón y metiéndose en el arte contemporáneo. ¿Yo por qué no puedo? Lo piso desde mi lenguaje”, relata. A la creadora siempre le ha inspirado mucho Israel Galván. “Vi Arena cuando llegué a Madrid y fue una revolución para mi cabeza. Fue una de las cosas más impresionantes de ver”.
En Toná le hizo un homenaje a la Trinidad Huertas La Cuenca, una bailaora malagueña del siglo XIX que se hizo famosa en todo el mundo con un número donde representaba a una torera en plena faena y que le dio el sobrenombre de La Valiente. “Llegué a esa biografía y leí que se disfraza de torero, con pantalones ceñidos. Algo súper erótico para la época. Hasta que me atreví a bailarla yo llevaba mucho tiempo pensando en cómo ella recrearía con el cuerpo todo eso. Me acuerdo también de La Lupi. Cuando la vi bailar me pareció algo sobrenatural”, subraya.
“El flamenco me ha dado mucho. Mi gestualidad viene de ahí y de muchos sitios. Aunque no haga un gesto flamenco sí siento una conexión”
La coreógrafa atesora numerosos hitos en su carrera como triunfar en la Bienal de Sevilla con el estreno de Mariana. “Me siento muy agradecida. Confiaron plenamente en mí. Sentí que estaba en mi lugar. Este es mi sitio. ¿Por qué va a ser mi sitio un centro de arte contemporáneo y no una bienal de flamenco? Es verdad que me he nutrido muchísimo de esto. El flamenco me ha dado mucho. Mi gestualidad viene de ahí y de muchos sitios. Aunque no haga un gesto flamenco sí siento una conexión”, aclara. Arcas también ha ganado numerosos premios como el Ojo Crítico de Danza, ha trabajado en otros países como El Salvador o Guinea Ecuatorial y próximamente se estrenará como directora teatral. Lo hará de la mano del Teatro Español con una adaptación de Psicosis 4.48 de Sarah Kane, protagonizada por Natalia Huarte. El encargo estará programado un mes en Madrid y verá la luz el próximo mes de junio.
La danza de Luz Arcas no sólo apela a las raíces, a ‘lo pueblo’ y a Andalucía como fuente de inspiración. También hace referencia a la memoria histórica y a sus violentas huellas, a lo colectivo y al arte como experimento sociológico. “La danza y el teatro aguantarán. La danza es una experiencia demasiado especial. Siempre habrá algo masivo como Tiktok y Rosalía y la danza nunca lo será, pero siempre va a tener su lugar”, sentencia.