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Diccionario de la Posverdad
Retórica de la economía
La idea de posverdad expresa una distorsión deliberada de la realidad, mediante estrategias de manipulación de la opinión que apelan a los sentimientos, emociones y creencias personales del destinatario del mensaje, en lugar de a la razón y a los hechos. Felipe López Veroni ha comparado la posverdad con una distorsión retórica de la realidad. En este sentido, aunque la posverdad se ha manifestado con especial vigor en el ámbito de la comunicación política, también puede identificarse con la retórica y la capacidad de manipulación de la economía neoclásica, principal sustento teórico de la ideología neoliberal asumida plenamente en las políticas públicas de los gobiernos conservadores.
La retórica, en opinión de McCloskey, hacía a los economistas menos dogmáticos y abiertos
A mediados de la década de 1980, Donald McCloskey, en su “Retórica de la Economía”, puso de relieve que el debate y los argumentos eran instrumentos de gran relevancia en la práctica económica. La retórica, en su opinión, mejoraba el razonamiento económico, y hacía a los economistas menos dogmáticos y más abiertos. Aunque alcanzar una verdad, en tanto que conocimiento revelado, seguro y absoluto no era posible en la economía, sí se podía progresar en la búsqueda del conocimiento mediante un diálogo “honesto”.
Más que buscar el diálogo, la retórica ha ido ganando peso en su acepción de “arte de la persuasión
Pero, más que buscar el diálogo “honesto”, la retórica ha ido ganando peso en su acepción de “arte de la persuasión”. A principios de la década de 1990, Albert O. Hirschman publicaba su libro “Retóricas de la intransigencia”, en el que diseccionaba los argumentos políticos que los conservadores utilizaban para impugnar los avances políticos y sociales. A tal fin, identificó dichos argumentos con tres tesis reactivo-reaccionarias: la tesis de la perversidad, que aludía a que toda acción deliberada para mejorar algún rasgo del orden político, social o económico solo exacerbaría el problema que se pretendía solucionar; la tesis de la futilidad, que hacía referencia a la inanidad de los intentos de transformación social, y la tesis del riesgo, que apelaba a los costes que provocaría el cambio.
Estos retóricos intransigentes apelaban a la persuasión para defender hipótesis que no eran consistentes con los hechos. Con todo, el dilema, como ha subrayado Paul Romer, no era ese, sino que al resto de economistas les sea indiferente que la inconsistencia de los hechos no importe a los primeros y sigan defendiendo las mismas recetas que en el pasado.